—El papel de la imitación en el cambio técnico en Londres, Nueva Jersey y Bogotá a principios del siglo XX.—

 

La cloración es una de las transformaciones más radicales en el tratamiento moderno del agua. Su historia ilumina nuestra comprensión de la sanidad urbana y la salud pública a principios del siglo XX, pero también sirve para corregir malentendidos en la historiografía de la tecnología moderna, tal y como lo señala David Edgerton en la entrada acerca de la historia global de las ciencias y las técnicas.

A través del caso de la cloración del agua, me ocupo particularmente de la cuestión del grado de similitud o de diferencia entre los procesos de cambio técnico entre el Norte/Occidente Global y el Sur/Oriente Global. Aunque tomo las diferencias seriamente, también demuestro que los expertos de Bogotá (Colombia) no dudaron en imitar las técnicas de tratamiento de agua de Inglaterra y Estados Unidos. Mostraré que los médicos e ingenieros de Colombia actuaron como agentes autónomos y dieron prioridad a la resolución de asuntos prácticos de salud pública, tales como la prevención de enfermedades transmitidas por el agua. Para ello, utilizaron el acervo de saberes disponibles, así como las técnicas de bajo costo que procedían de países industrializados. Esta lógica, sin embargo, no debe considerarse como exclusiva de países como Colombia. De hecho, los propios países industrializados siguieron este camino a la hora de mejorar sus propios sistemas de abastecimiento de agua. La imitación es una característica del cambio técnico global, no solo de países en desarrollo, y, como mostraré, no está exenta de controversia.

Como es sabido, la cloración consiste en emplear cloro como agente desinfectante para eliminar los agentes patógenos del agua potable. A finales del siglo XIX y principios del XX, médicos e ingenieros sanitarios usaban cloro solamente para el tratamiento de aguas residuales y, de forma esporádica y experimental, para tratar el agua potable durante brotes de fiebre tifoidea, pero nunca como método permanente. Tanto el personal experto como la ciudadanía desconfiaban del cloro por sus características organolépticas. El olor y sabor desagradables que agregaba al agua generaban serias preocupaciones respecto a la seguridad de la cloración. Después de todo, muchas personas consideraban que la adición de productos químicos al agua era un procedimiento opuesto a la propia idea del “agua pura”, aquella que se obtenía protegiendo las cuencas hidrográficas y no tanto tratando fuentes ya contaminadas.

Los primeros pasos de la cloración del agua potable fueron dados, de forma experimental, en municipios europeos como Middelkerke (Bélgica) en 1902 y Lincoln (Inglaterra) en 1905. No obstante, esta técnica de tratamiento se adoptó por primera vez con carácter permanente en Estados Unidos pocos años después, en 1908. A partir de ahí, se extendió por todo el mundo y supuso una transformación radical de la gestión del agua que redujo la morbilidad y la mortalidad de forma espectacular. En la década de 1930, la cloración se había convertido ya en el tratamiento estándar de aguas en la mayoría de los lugares del planeta. ¿Por qué se adoptó esta tecnología tan rápidamente? El principal factor que influyó en la decisión en lugares tan diferentes como Londres, Nueva Jersey o Bogotá fue el bajo costo de la cloración en comparación con alternativas consideradas mejores, como la ozonización, lo que la hizo una buena opción para enfrentar diversos problemas económicos.

A pesar de las diferencias obvias en términos de rasgos culturales, creencias religiosas o políticas económicas, tanto las ciudades industrializadas como aquellas en países “en vías de desarrollo” compartían un conjunto de desafíos que hicieron posible y deseable la imitación en el tratamiento del agua entre finales del siglo XIX y principios del XX: una rápida urbanización conectada al desarrollo capitalista, los crecientes brotes de fiebre tifoidea que alarmaron a la población, la incapacidad de los servicios privados para proveer agua potable de calidad fiable, y el hecho de que médicos e ingenieros sanitarios aún estaban adaptándose a la nueva teoría de los gérmenes surgida a finales del siglo XIX.

Los resultados de los experimentos en el tratamiento del agua eran conocidos en muchos lugares gracias a la circulación de artículos publicados en revistas académicas, a través de diversas iniciativas comerciales o incluso mediante cables diplomáticos, tal y como se verá. Como en cualquier campo tecnológico, el tratamiento del agua tenía muchas alternativas y ninguna de ellas estaba destinada a triunfar de forma irrefutable. Entre los métodos disponibles en las primeras décadas del siglo XX figuraban el uso del ozono, la cal viva, la luz ultravioleta, diversas combinaciones de almacenamiento y el filtrado lento con arena o incluso la tradicional “protección de la fuente”. A pesar de las muchas consideraciones, el principal catalizador que impulsó la decisión a favor de la cloración fue el factor económico.

El doctor John Leal, pionero de la cloración en la ciudad de Jersey. Wikimedia.

La ciudad de Jersey en Estados Unidos fue la primera ciudad en utilizar el cloro como tratamiento permanente del agua en 1908. Sin embargo, la adopción de este proceso no estuvo exenta de controversias. Debido a problemas de la calidad del agua (un alto recuento de bacterias) e incumplimientos diversos del contrato, las autoridades de la ciudad demandaron a la Jersey City Water Supply (la empresa privada a cargo del suministro) en 1906. Un año después, en mayo de 1907, la empresa recibió una orden judicial para construir “alcantarillado y obras de eliminación de aguas residuales para varias ciudades de la cuenca”, con el fin de evitar que la contaminación afectara al suministro. El doctor John L. Leal (1858-1914), consultor de la compañía, sugirió que se adoptase la cloración bajo el argumento de que podría ser la alternativa más barata. El doctor Leal conocía bien los experimentos contemporáneos realizados en Alemania e Inglaterra y había realizado algunos ensayos propios. Después de solicitar al tribunal tiempo para probar alternativas al sistema de alcantarillado, una opción tremendamente costosa, diseñó una “planta de esterilización” en colaboración con un equipo de ingenieros y la puso en funcionamiento en septiembre de 1908. Allí probó el cloro y otros productos químicos, incluido el ozono, alternativa que terminó rechazando por los mismos motivos que en otros lugares: era costoso y difícil de producir.

El Dr. Leal inicialmente informó al tribunal de que estaba haciendo algunas “obras”. Solamente en 1909, la ciudad se enteró de que Leal había estado clorando el suministro de agua. El proceso legal posterior fue controversial, con muchos peritos tanto a favor como en contra del uso del cloro, que debatieron sus argumentos en los tribunales. La principal diferencia de puntos de vista estaba relacionada con la elección entre tratar el agua ya contaminada, como sería el caso de la cloración, o prevenir la contaminación del agua, como lo haría la construcción de los sistemas de alcantarillado. Sin embargo, después de intensas deliberaciones, el tribunal aprobó el uso permanente de cloro el día 15 de noviembre de 1910, con un fallo en el que se argumentaba que este tratamiento era seguro, eficaz como bactericida y de bajo costo. Tras una rápida expansión en las ciudades estadounidenses, los avances industriales y la producción a escala por parte de empresas como Wallace & Tiernan hicieron que el cloro líquido (cloro gaseoso comprimido y enfriado) fuera la versión más popular, dado que era más barato y fácil de transportar y aplicar al suministro de agua. Todo ello facilitó la expansión global del procedimiento.

Clorador según la imagen recogida en el manual de Wallace & Tiernan Water Purification by Liquid Chlorine for Small Communities, 1915. Wikimedia.

Volvamos ahora a Europa, donde Londres era la ciudad líder en tratamiento de aguas a principios del siglo XX. El Metropolitan Water Board (Junta Metropolitana de Agua) quedó bajo la dirección del médico Alexander Houston, tras la municipalización de los servicios privados de gestión. Para proporcionar agua potable segura a la ciudadanía londinense, Houston utilizaba una combinación eficaz de los métodos de almacenamiento en grandes embalses y la filtración lenta en arena. El doctor Houston había realizado experimentos de cloración a gran escala en Lincoln (Inglaterra) en 1905, con el fin de hacer frente a un brote de fiebre tifoidea y sabía de la existencia de ensayos similares en otros lugares. Sin embargo, era reacio a clorar el agua del río Támesis y, antes de 1916, a cualquier uso de productos químicos en tratamientos permanentes del agua. Pensaba que los productos químicos solo eran apropiados para tratamientos experimentales o temporales. Además del disgusto que sus conciudadanos expresaban por el olor y el sabor del agua clorada, Houston confiaba, como otros especialistas, mucho más en el ozono, al que consideraba el único bactericida “absolutamente libre de cualquier fuente de objeción razonable”.

Sir Alexander Houston, director del Water Examination al Metropolitan Water Board de Londres entre 1905 y 1939. Wikimedia.

Ahora bien, el ozono era caro y difícil de producir. Apenas se expandió más allá de Francia, a pesar de que gozaba de una admiración casi universal. El doctor Houston solamente cambió de opinión sobre el cloro cuando tuvo que enfrentar un alza de costos durante la Primera Guerra Mundial. El sistema de almacenamiento de Londres funcionaba bombeando agua cruda del río Támesis a los embalses de Staines mediante el empleo de máquinas que consumían abundante carbón, un mineral que incrementó exponencialmente su costo durante los años del conflicto bélico. Houston hubo de buscar alternativas y era plenamente consciente de que un producto humilde y barato como el cloro había superado “las expectativas incluso de los defensores más ardientes de este método de tratamiento” en los Estados Unidos. Finalmente, aceptó clorar el suministro de agua de Londres el primero de mayo de 1916.

La cloración del suministro de agua de Bogotá en 1920 estuvo precedida de años de intensa controversia entre médicos e ingenieros sanitarios sobre la idoneidad de este tratamiento. A inicios del siglo XX, la situación del agua potable en Bogotá era crítica: una infraestructura claramente deficiente, diversas disputas legales sobre la propiedad de la empresa de servicios públicos y un número exacerbado de casos de enfermedades transmitidas por el agua. Al igual que en Jersey, las autoridades de Bogotá se enzarzaron en una disputa legal con la Compañía de Acueducto de Bogotá y Chapinero, una empresa privada que acumuló retrasos en la cobertura del suministro y numerosos problemas de calidad del agua. La situación no se resolvió hasta 1914, cuando la ciudad finalmente pudo municipalizar el servicio de agua. Mientras tanto, un ambicioso plan presentado en 1907 a petición de las autoridades de Bogotá por la empresa global de ingeniería británica Pearson & Son incluía el almacenamiento en embalses a gran escala y la filtración lenta en arena, tal como se hacía en Londres, pero no mencionó el cloro como alternativa. El informe también sugirió el empleo del ozono, pero este nunca se adoptó. Desafortunadamente, el plan de Pearson & Son, apreciado por los médicos locales, era demasiado caro para las escasas finanzas de la ciudad y nunca pudo implementarse. Bogotá dependía del crédito internacional para comprar la empresa privada y mejorar su infraestructura hídrica. Ante las reticencias de los bancos londinenses, que eran los principales prestamistas de la ciudad, tanto la modernización técnica como la municipalización se retrasaron.

En este contexto de penuria presupuestaria, las autoridades de Bogotá recibieron noticias acerca de las virtudes de la cloración. El 8 de mayo de 1917, un cable diplomático de Eduardo Restrepo Sáenz, embajador de Colombia en Perú, informó sobre el éxito del “cloro líquido” en Lima. Ese mismo año, el ingeniero Roberto de Mendoza se enteró del uso del “cloro líquido” en la ciudad de Nueva York y pidió al concejal bogotano Simón Araujo que avalara su uso. Araujo respondió positivamente porque conocía ya las ventajas de la cloración a través de William Gorgas, un médico de la Fundación Rockefeller que estaba por esos años de visita en Colombia.

Antiguo edificio de la Compañía de Acueducto de Bogotá y Chapinero. Wikimedia.

Mendoza comenzó una campaña pública en la prensa en forma de columnas de opinión anónimas, donde argumentaba acerca de la efectividad y economía del cloro frente al plan propuesto por Pearson. En agosto de 1917, el Consejo de Bogotá intentó comprar cloradores a uno de los principales productores mundiales de cloro líquido: Wallace & Tiernan. Sin embargo, Alberto Portocarrero, presidente de la ahora municipalizada Compañía de Acueducto de Bogotá, dijo que no había suficiente información para tomar esa decisión y pidió la opinión del cónsul colombiano en Nueva York, quien tardó mucho en responder. Desesperados, un grupo de ingenieros liderados por Eugenio Díaz Ortega, un apasionado defensor de la cloración, viajaron a Nueva York, hicieron acopio de información relevante y convencieron al cónsul para que enviara una recomendación positiva. El escrito del cónsul se envió a finales de agosto de 1918 y no hizo más que espolear la controversia.

Portocarrero respondió que la cloración no era tan barata como se prometía porque requeriría nuevas instalaciones que la ciudad tal vez no podría pagar. Cenón Solano, director del Departamento de Higiene y Saneamiento de Bogotá, agregó que la reparación de los equipos debería hacerse en Estados Unidos, lo que suponía un coste adicional. Propuso estudiar métodos alternativos, incluyendo el tratamiento con luz ultravioleta, que ya era empleado en las fábricas de refrescos en Bogotá. Por su parte, Díaz Ortega acusó a Solano de sugerir alternativas inútiles, ya que la luz ultravioleta era mucho más cara que el cloro. Ambos expertos, junto con Portocarrero, intercambiaron todo tipo de acusaciones y argumentos en la prensa durante los dos años siguientes, sin que el asunto se resolviera.

El doctor Pablo García Medina, primer director de la Dirección Nacional de Higiene de Colombia. Wikimedia.

La controversia pública terminó abruptamente en 1920, después de que la “gripe española” devastara la ciudad. El gobierno nacional reformó las instituciones sanitarias de Bogotá con el fin de centralizar la toma de decisiones y aumentar el presupuesto dedicado a la higiene pública. Pablo García Medina, al frente de la Dirección Nacional de Higiene, respaldó la cloración en el periódico El Tiempo de Bogotá en 1920. Sus argumentos principales estaban basados en el hecho de que el cloro líquido podía importarse por una “suma realmente insignificante”, lo que permitía producir agua potable a un precio significativamente menor que el de la propuesta de Pearson.

Los ejemplos anteriores muestran que la imitación tecnológica puede ocurrir a través de muchos medios: la replicación de experimentos aprendidos en revistas académicas, la adopción de técnicas que han aparentemente triunfado en otros lugares según se describe en ciertos informes, la llegada de cables diplomáticos, los intercambios con expertos extranjeros o, incluso, la evaluación o la compra de opciones de tratamientos disponibles en el mercado transnacional. Uno o varios de estos medios estuvieron presentes en Jersey City, Londres y Bogotá, a pesar de sus diferencias institucionales y económicas.

Incluso Jersey City, la ciudad pionera, estaba imitando los experimentos realizados en Europa. Este terreno fértil para la imitación recibió un abono adicional con la expansión de las conexiones científicas transnacionales y el comercio global. Los médicos estadounidenses conocían bien los experimentos del doctor Houston acerca del tratamiento por almacenamiento y este doctor estaba también al tanto del reciente éxito de la cloración en las ciudades estadounidenses. Por su parte, Bogotá tenía vínculos con empresas de ingeniería británicas y los médicos colombianos, que estudiaban habitualmente en Europa o Estados Unidos, estaban familiarizados con los desarrollos médicos e ingenieriles realizados en esos países.

Hemos visto también que los diversos procesos de imitación estudiados aquí no excluyeron la capacidad de acción de los agentes locales, tal y como resulta palpable en el caso de los médicos colombianos que eran partidarios o detractores de la cloración. En Bogotá, al igual que en otros lugares, las novedades no fueron recibidas con una actitud pasiva, ni tampoco fueron una mera copia acrítica de la tecnología estadounidense. Todos estos ejemplos muestran que la imitación no es una actividad simple: requiere de procesos rigurosos de evaluación y selección entre diversas alternativas, no significa la adopción automática de técnicas extranjeras. Por el contrario, en muchos casos, como en el del cloro, la imitación comporta alcanzar consensos en medio de feroces desacuerdos.

 

 

Edisson Aguilar Torres
King’s College London

 

*Traducción: José Ramón Bertomeu Sánchez

 

Cómo citar este artículo:
Aguilar Torres, Edisson.Cloración del agua. Sabers en acció, 2025-09-24. https://sabersenaccio.iec.cat/es/cloracion-del-agua/.

 

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

Aguilar, Edisson, ‘Toward a Symmetrical Global History of Technology: The Adoption of Chlorination in Bogotá, London, and Jersey City, 1900-1920’, Technology and Culture 65 (2024) 4, 1195-1221.

Estudios

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Fuentes

Documentary History of American Water-works: http://waterworkshistory.us/

Registro Municipal de Higiene de Bogotá: https://catalogoenlinea.bibliotecanacional.gov.co/client/es_ES/search/asset/199783/0

Diario El Tiempo (Colombia): https://news.google.com/newspapers?nid=N2osnxbUuuUC

L. Leal, “The Sterilisation Plant of the Jersey Water Supply Company at Boonton, N.J.,” in Proceedings of the Twenty-Ninth Annual Convention of the American Water Works Association Held at Milwaukee, Wis., June 7–12, 1909, 104, Documentary History of American Water-Works, http://www.waterworkshistory.us/NJ/Jersey_City/1909AWWALeal.pdf