—El papel de la vista, el gusto, el olfato y el tacto en la química del siglo XVIII.—
La investigación histórica se enfrenta a retos singulares cuando se trata de comprender el papel de los sentidos en la historia de la ciencia. La mayoría de las impresiones sensoriales forman parte de nuestras experiencias cotidianas. A menudo, las impresiones sensoriales nos llegan sin la intervención del pensamiento consciente. Un olor en el aire, el tacto de la piel de un animal, el sabor de una bebida agria … Todas estas sensaciones se manifiestan incluso antes de ser capaz de describirlas con palabras. La experiencia moldea la forma de percibir las impresiones sensoriales y las facultades sensoriales evolucionan a lo largo de la vida. Debido a lo cambiante de los sentidos, puede resultar difícil considerarlos históricamente. Las personas interesadas en las experiencias sensoriales del pasado pueden leer relatos escritos sobre estos temas, pero difícilmente pueden recrear con fidelidad las impresiones sensoriales experimentadas en tiempos remotos. Afortunadamente, estas dificultades no han desalentado del todo la investigación sobre la historia de los sentidos.
El denominado “giro sensorial” (sensory turn) es un movimiento historiográfico que fue liderado por David Howes y Marc Lalonde en la década de 1990 y que ha abordado este problema y ha ofrecido conclusiones convincentes. Howes y Lalonde sostienen que la experiencia de los sentidos depende del contexto social e histórico. Por ejemplo, las personas de una época en la que ciertas especias o frutas eran una lujosa rareza probablemente experimentaban sus sabores con mucha mayor intensidad de lo habitual en la actualidad. Así, varios autores del siglo XVIII describieron el sabor de la piña con fuertes superlativos, como Hale, quien en 1757 afirmó enfáticamente: “su delicioso sabor oscurece todos los demás méritos”. Hoy en día, pocos describirían con tales elogios esta humilde fruta que muchas personas comen enlatada de forma cotidiana. Este ejemplo sugiere que si analizamos bien la relación con los sentidos de ciertas personas en determinada época y lugar se podrá comprender mejor tanto el período histórico en general como a ese grupo humano en particular.
Inspirándome en los métodos del giro sensorial, me centraré aquí en el tema de la ciencia del siglo XVIII, ya que la investigación científica se basaba en los sentidos y, por lo tanto, su análisis puede ofrecer resultados esclarecedores en la dirección antes señalada. Exploraré el caso de la química francesa y su relación con los sentidos como una herramienta fiable utilizada por los químicos en su ejercicio cotidiano.
Los textos que documentan la práctica de la química del siglo XVIII son numerosos. Algunos químicos publicaron sus obras en libros de gran difusión. El Dictionnaire de Chymie de Macquer (1773) o el Traité élémentaire de chimie de Lavoisier (1789) son dos ejemplos bien conocidos de este tipo de textos. Otros químicos se comunicaban escribiéndose cartas entre ellos o asistiendo a instituciones científicas como la Academia de Ciencias de París. Los pensamientos y las impresiones de los químicos también han quedado registrados en sus notas privadas de laboratorio. La combinación de estas fuentes ofrece una imagen sorprendentemente clara del uso de los sentidos en la química.
Una primera revisión de estas fuentes muestra las variadas formas de relación de los químicos con los sentidos. Se pueden percibir cambios tanto a lo largo de la centuria como entre los diversos personajes implicados. El siglo XVIII se caracterizó por un cambio de actitud hacia los sentidos. Varios filósofos escribieron sobre la falta de fiabilidad de los sentidos, considerándolos volubles y demasiado cambiantes para ser dignos de confianza. La nobleza francesa, en medio de las tensiones sociales de las décadas anteriores a la Revolución, desarrolló una fuerte aversión a los malos olores. Era una forma de crear una distancia sensorial con la población más pobre. Esta visión negativa de los sentidos, sin embargo, no era compartida por los miembros del mundo académico relacionados con la ciencia. De hecho, se puede rastrear la persistencia de los sentidos en los escritos científicos, con una presencia notable a lo largo de toda la Edad Moderna. También en la comunidad química se pueden constatar diversos puntos de vista. Algunos químicos expresaron ocasionalmente dudas sobre la validez de sus propios sentidos en contextos específicos. Afirmaron, por ejemplo, haber sido engañados por el sabor de una sustancia o por el aspecto de una piedra, lo que les condujo a una conclusión errónea. Al manifestar su decepción, sin embargo, estos autores estaban también ofreciendo pruebas fehacientes de que el uso de los sentidos era un ingrediente habitual en la práctica del laboratorio. De hecho, se puede decir que trataron las limitaciones de los sentidos casi del mismo modo en el que abordaron las falacias de sus instrumentos experimentales, igualmente engañosos cuando se utilizaban de forma poco adecuada.
Se puede afirmar, por lo tanto, que los químicos, al igual que otros científicos, utilizaban los sentidos en su trabajo cotidiano y comunicaban sus impresiones con un vocabulario preciso. A menudo no trabajaban solos. Tenían ayudantes e intercambiaban datos y productos con colegas o familiares. Con frecuencia, los informes indican que el autor había pedido la opinión de sus amigos, de sus hijos o quizá de un boticario cercano, para recabar segundas opiniones sobre el sabor o el olor de una determinada sustancia. Era un modo de acrecentar la fiabilidad de las impresiones sensoriales.
Los sentidos eran de gran utilidad para los primeros químicos modernos durante sus tareas de experimentación. La comprobación del sabor era una técnica básica en la identificación de sustancias. Las diferentes sales podían ser casi imposibles de distinguir mediante instrumentos sofisticados, pero eran fáciles de identificar por el gusto. Para describir el sabor se utilizaban distintos calificativos. La sensación de ciertos productos se describía como “astringente”, “aguda” o “punzante”. Algunas sales sabían “a quemado”, otras tenían sabor “amargo” o una textura “crujiente bajo los dientes”. Del mismo modo, en tiempos en que no se disponía de instrumentos adecuados para diferenciar entre distintos gases, el azufre podía ser detectado mediante el olfato por casi todo el mundo. Este olor se describía como el de un “huevo podrido” (hatched egg) o simplemente como un aroma “sulfuroso”. Los sentidos también eran útiles para seguir el progreso de experimentos en curso. Una repentina bocanada de humo, un cambio de olor o la aparición de un precipitado coloreado eran señales sensoriales que indicaban al químico que algo notable había ocurrido. Aunque hoy día puedan parecer triviales, este tipo de observaciones dieron forma a la práctica de la química del siglo XVIII.
Los químicos del siglo XVIII utilizaban el cuerpo y los sentidos de diferentes maneras. Su práctica se basaba en la ejecución cuidadosa de gestos controlados. Se necesitaban manos firmes y a menudo se tenía que vigilar la respiración, cuidar la ropa y controlar los gestos para evitar quemaduras o derrames en la mesa del laboratorio. Entre los sentidos, la vista era, por razones obvias, el más utilizado y mencionado en los informes químicos. Pero, como ya se ha señalado, los analistas también recurrían a menudo al gusto, particularmente cuando se estudiaban productos comestibles. Se podía describir un agua como de “sabor agradable” o, por el contrario, de “desagradable ranciedad”, la leche podía tener un “sabor suave y dulce”, pero en ocasiones se podía volver “tan fuerte como el vinagre”. Los olores estaban casi siempre presentes en el laboratorio, por lo que se utilizaban como pistas acerca de la naturaleza de determinados productos. El tacto y las texturas también eran útiles para los químicos. A menudo desmenuzaban productos sólidos con las manos para investigar su naturaleza a través de su friabilidad o ductilidad. Además, algunos líquidos, aunque idénticos en apariencia, se podían distinguir por su textura más o menos aceitosa al tocarlos con los dedos, todo lo cual podía ser una pista importante para determinar su composición química.
Dada la omnipresencia de los sentidos en las actividades químicas, es lógico que los químicos tuvieran que practicar y refinar sus destrezas sensoriales. Se entrenaban para ser capaces de identificar diferencias sutiles de sabores u olores. Los cursos de química, cada vez más populares durante el siglo XVIII, se impartían generalmente en forma de lección magistral y demostración experimental, pero algunos profesores prestigiosos permitían a sus alumnos, generalmente previo pago, cierta interacción con los instrumentos y los productos del laboratorio, dándoles así la oportunidad de entrenar sus propios gestos y sentidos. Este tipo de entrenamiento era también una necesidad, ya que gran parte de la práctica de la química implicaba trabajar con experiencias sensoriales profundamente desagradables que los futuros químicos tenían que aprender a soportar. Un químico describió el sabor de un agua como una sensación tan extremadamente repugnante que ofendía los sentidos no sólo del bebedor medio, sino también de los analistas profesionales, supuestamente acostumbrados a los “sabores más desagradables”.
La omnipresencia de los sentidos en el laboratorio químico puede explicarse en parte por los deseos de producir una ciencia considerada útil para la sociedad, un asunto sobre el que se hace hincapié en numerosos textos de química del siglo XVIII. Los químicos también cortejaban a los poderosos y les hacían nobles promesas para mejorar la industria, la salud o la agricultura. Este tipo de “utilidad” se basaba a menudo en cualidades sensoriales. Por ejemplo, los químicos que querían mejorar la salud y la seguridad de diversos productos alimenticios tenían que ser capaces de distinguir los sabores preferidos por el público. Los químicos también trabajaron para mejorar la salubridad y, por tanto, buscaron formas químicas de neutralizar los olores. También sabían que, aunque no todos tenían acceso a instrumentos, la mayoría de la gente tenía saberes sensoriales. Por eso presentaban sus descubrimientos en términos fácilmente comprensibles, describiendo productos que sabían a vino, a espinacas o a agua marina, de modo que estas sensaciones fueran comprensibles por parte de un público amplio.
A menudo se ha afirmado que esta tendencia de los químicos a trabajar con los sentidos y a utilizarlos para comunicarse con su público constituía una reliquia de la premodernidad. Según este relato, una vez que la química se modernizó, a raíz de la supuesta “Revolución química” de Lavoisier a finales del siglo XVIII, los químicos habrían abandonado gradualmente los sentidos en favor de métodos más fiables, como instrumentos y métodos precisos de cuantificación. Sin embargo, esto es en gran medida inexacto. Esta desorientada idea se basa en el supuesto de que resulta imposible alcanzar rigor y fiabilidad suficiente mediante el uso de los sentidos. Los estudios históricos recientes han puesto en solfa tal prejuicio. Los trabajos de historiadores como Anhfelt, Fors y Wendin han demostrado que un panel sensorial moderno entrenado era capaz de distinguir diversas sustancias utilizando únicamente los sentidos y de comunicar su experiencia usando únicamente el lenguaje. Por lo tanto, estos autores sostienen que los primeros químicos y boticarios modernos eran capaces de deducir el origen de una sustancia mediante sus sentidos y comunicar eficazmente sus impresiones sensoriales. Esta conclusión se apoya en la rica variedad de palabras, comparaciones, metáforas, modificadores y adjetivos cuantificadores que los primeros químicos modernos tenían a su disposición y que pueden encontrarse por doquier a lo largo de sus escritos, tanto públicos como personales.
En definitiva, se puede afirmar que la química, tanto en la actualidad como en el pasado, se basaba en el uso de los sentidos, si bien las actitudes hacia el uso del cuerpo en ciencia han cambiado con el tiempo. El siglo XVIII es un momento importante de la química en sentido amplio, del que a menudo se dice que marca un punto de inflexión hacia la modernidad. Debido a esta opinión, a menudo se piensa que este periodo marcó el ocaso de las prácticas sensoriales en las ciencias. Los ejemplos anteriores muestran, sin embargo, que las transformaciones en el uso de los sentidos a lo largo del siglo XVIII son una cuestión más compleja y lo suficientemente relevante como para ser tenida en cuenta al trazar el desarrollo de la disciplina química en esos años. A pesar del auge de los métodos analíticos cuantitativos, los químicos siguieron utilizando los sentidos, ya que les proporcionaban una herramienta crucial en la difícil tarea de establecer afirmaciones fiables sobre las sustancias químicas.
Armel Cornu
Uppsala University / Université Paris Cité
* Traducción del original en inglés: José Ramón Bertomeu Sánchez
Cómo citar este artículo:
Cornu, Armel. El uso de los sentidos en ciencia. Sabers en acció, 2024-01-24. naccio.iec.cat/es/el-uso-de-los-sentidos-en-ciencia/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
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