—Las cortes de reyes, virreyes, cardenales y aristócratas constituyeron durante varios siglos un espacio privilegiado de producción y circulación de saberes científicos y prácticas experimentales.—
La corte puede ser considerada uno de los más complejos y elaborados escenarios de la cultura del Renacimiento y del Barroco, por usar dos etiquetas reconocibles. Un escenario que, por definición, representaba a toda la sociedad, pero que, paradójicamente, era muy poco representativo de la misma. La posición jerárquica del señor y de sus servidores más inmediatos, los cortesanos, les situaba muy lejos del resto de la pirámide social de la que ellos eran la cúspide. Una cúspide plagada de alambicadas jerarquías internas por las cuales no resultaba fácil ascender, aunque, con demasiada frecuencia, resultaba muy sencillo descender. La cultura cortesana elaboró una peculiar representación del poder, de la relación entre los súbditos y su señor, de la posición de unos y otros en el tejido social, que se plasmaba en unas determinadas prácticas culturales religiosas, artísticas, literarias y también científicas.
De ese modo, las prácticas culturales cortesanas crearon nuevos personajes, como el mecenas (un el término procedente de la cultura clásica, tan del gusto de la época) y su correlato, el cortesano artista, poeta o filósofo (matemático, cosmógrafo, médico). La corte constituyó para el científico cortesano un lugar capaz de ofrecerle oportunidades de demostrar el potencial de su saber y de su pericia, pero también de sumergirle en un mundo de intrigas, donde el objetivo final era seguir gozando de la protección del príncipe, del que emanaba todo el poder, y permanecer bajo su amparo frente a las rivalidades y las adversidades. Baste pensar en el ejemplo de los Medici, señores de la Toscana, y su «matemático de corte», Galileo Galilei, prototipos respectivos de mecenas y de científico cortesano. El científico cortesano, como el artista o el poeta, se caracterizó por dos aspectos que lo diferenciaban de sus colegas coetáneos alejados de la corte: su calidad de servidor dependiente económicamente del arbitrio del señor y su disponibilidad absoluta para poner sus conocimientos al servicio de los intereses del poder.
Sin embargo, la situación del científico cortesano no responde exactamente a la tradicional imagen que tenemos del artista. Tampoco su relación con el señor (y, por tanto, con el poder) es la misma que la del mecenazgo artístico, a pesar de las aludidas similitudes. El más importante de los elementos distintivos se refiere a la amplitud y la trascendencia de los usos sociales (políticos, económicos, culturales) otorgados a las prácticas científicas cortesanas, tanto por sus protagonistas como por sus audiencias. No se trata de volver a categorías de análisis siempre problemáticas, como «ciencia aplicada» o «utilitarismo científico». Tampoco se trata de aplicar, de manera automática, a la ciencia de la época conceptos e interpretaciones propias del mundo artístico, dado que, en última instancia, resultan inadecuadas para entender las prácticas científicas y sus consecuencias. Desde la corte se reclutó toda una serie de personajes, con ocupaciones, oficios o profesiones que hoy quedarían enmarcadas dentro del ámbito científico, pero que en aquella época se regían por pautas de la cultura cortesana, muy diferentes a las de las sociedades actuales.
La ciencia, al igual que otras formas de la cultura erudita, fue sacada de los monasterios y de las universidades, sus tradicionales lugares de cultivo, para pasar a conformar un ingrediente más de la sociedad cortesana, en conjunción con otros saberes sobre el mundo natural que procedían de culturas artesanas, desarrolladas fuera de contextos académicos o eclesiásticos. Médicos, matemáticos, naturalistas, cosmógrafos y astrólogos entraron a formar parte de ese escenario. Allí, fuertemente condicionados por la relación con su patrono, verían transformadas las condiciones de su práctica científica, de la producción de sus obras y de la recepción de sus actividades experimentales o de sus producciones teóricas. Además, la corte no fue únicamente un escenario de prácticas científicas, sino que también se convirtió en una vía esencial de legitimación de las mismas. Surgieron así, también al amparo del poder, y bajo la protección de los monarcas, las primeras academias científicas, como la Royal Society de Londres o la Académie Royale de Sciences de París. Entre estas academias y las cortes respectivas se negociaron prestigios y carreras, se decidieron publicaciones y prohibiciones, se marcaron objetivos y prioridades, se proyectaron expediciones científicas y empresas colonizadoras, se consagraron nuevas vías de conocimiento científico y se deslegitimaron otras.
Una gran parte de la ciencia emanada de las cortes europeas de los siglos XVI al XVIII estuvo, pues, estrechamente vinculada a los intereses del poder, en el más amplio sentido de la palabra. Un poder que incluía el conocimiento imprescindible para el control y explotación del territorio y de los seres que lo poblaban. Elaborar dicho saber, así como las prácticas experimentales tendentes a desarrollarlo y aplicarlo, constituye el programa máximo de la ciencia cortesana de la época. Esta nueva forma de entender la utilidad de la ciencia abrió el camino a planteamientos nuevos en el terreno de la filosofía natural, en el que el experimentalismo y el empirismo fueron afianzándose, en contraste con los sectores intelectuales defensores de la tradición y de la autoridad de los clásicos. Las controversias entre antiguos y modernos, tan características de la República de las Letras, ayudaron a hacer circular estos nuevos planteamientos de la filosofía experimental y a otorgar a sus defensores un prestigio creciente. Estos saberes debían ser cada vez más fiables y contrastables, con el fin de que pudieran ser empleados en la nueva geopolítica militar europea, marcada en teoría por disputas dinásticas y religiosas, pero realmente provocada por la competencia en la expansión y el afianzamiento de recursos naturales, tanto en territorios europeos como coloniales.
En síntesis, la corte fue escenario de numerosas prácticas científicas, las cuales estuvieron enfocadas en tres planos diferentes: un medio para ensalzar el poder, un instrumento para mantener los imperios coloniales, y una herramienta para facilitar la explotación eficaz de los recursos naturales del territorio. Estos tres planos de actuación se reflejaron en el desarrollo de distintos ámbitos de la práctica científica: la medicina y la historia natural, la minería y la metalurgia, la fortificación y la artillería, la ingeniería civil y la arquitectura, la geografía y la cosmografía.
José Pardo Tomás
IMF-CSIC
Cómo citar este artículo:
Pardo Tomás, José. La corte, espacio de ciencia. Sabers en acció, 2020-12-11. https://sabersenaccio.iec.cat/es/la-corte-espacio-de-ciencia/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
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Páginas de internet y otros recursos
El proyecto Palatium sobre los espacios cortesanos de intercambio en Europa de 1400 a 1700 se pueden consultar en este enlace.
Exposición sobre la ciencia en las cortes europeas, disponible en este enlace.