—La pasión por coleccionar maravillas de la naturaleza desembocó en la creación de un espacio fundamental para entender la ciencia de los siglos XVI y XVII: el gabinete de curiosidades.—
La pasión que por el coleccionismo que se desató en las cortes del Renacimiento –principescas, nobiliarias o eclesiásticas, tanto da– dio origen a la aparición de las llamadas Wunderkammern (“cámaras de maravillas”) o gabinetes de curiosidades, tal y como bien desveló en su día Giuseppe Olmi con sus investigaciones. A partir de la segunda mitad del siglo XVI, el coleccionismo fue adoptado también como práctica cultural de prestigio social por otros grupos sociales. A medida que crecían el enriquecimiento económico y el poder de estos nuevos grupos (mercaderes, banqueros, burócratas), se procedió a la adopción de prácticas culturales aristocráticas, como la de mantener un gabinete donde albergar, estudiar y exponer las colecciones de sus propietarios. Como suele ocurrir, al ser apropiado por nuevos grupos, el coleccionismo se transformó de acuerdo con sus nuevos intereses, posibilidades y peculiaridades. Gracias a esa transformación muchos de estos lugares se convirtieron en espacios de creación y de circulación de conocimiento acerca de la naturaleza, hasta alcanzar un lugar de gran relevancia dentro de la compleja topología de saberes y prácticas científicas de la primera edad moderna.
Médicos y boticarios fueron ejemplos señeros de estos grupos en ascenso que acabaron por construir para sí, y para su círculo cultural más cercano, un tipo específico de gabinete de curiosidades: el gabinete naturalístico. Desde las décadas finales del siglo XVI y durante todo el siglo XVII, decenas de estudiosos europeos se vieron incitados a crear colecciones de especímenes y objetos procedentes de los tres reinos de la naturaleza (animal, vegetal y mineral). Se trataba de reunirlos en un espacio limitado, donde se configuraba una representación reducida del mundo natural, es decir, un peculiar microcosmos. Ese empeño en la recreación de un mundo a la escala humana del gabinete desató la ambición por comprender los mecanismos de creación de la naturaleza, plasmados en la existencia de las distintas especies vegetales y animales y de las diversas formaciones geológicas.
Así, los gabinetes de curiosidades fueron albergando progresivamente nuevas y muy diferentes prácticas intelectuales y materiales, aunque todas íntimamente relacionadas con el objetivo de escudriñar los productos de la naturaleza para desentrañar sus secretos. Fue en el espacio de los gabinetes de curiosidades donde se desarrollaron, por ejemplo, la reproducción visual de plantas, animales y minerales, y la experimentación de técnicas diversas para la mejor conservación de los especímenes (por ejemplo, los herbarios secos para las plantas o la evisceración y la taxidermia para los animales), así como los métodos variados para su clasificación, nomenclatura y etiquetado, además de la observación microscópica y un largo etcétera de técnicas nuevas procedentes muchas veces de las culturas artesanas y no precisamente del mundo académico.
Todo ello llevó a que el gabinete de curiosidades se convirtiera durante más de dos siglos en el espacio urbano idóneo para la indagación experimental del mundo natural. De hecho, hay constancia de gabinetes en decenas de ciudades de toda Europa (y también en ciudades coloniales de América y Asia) a lo largo de casi trescientos años. Sin embargo, muchas de esas colecciones se han perdido y otras han pasado a formar parte de colecciones museísticas que han desdibujado sus límites y sus rasgos iniciales. No obstante, es mucho lo que se puede reconstruir a base de los catálogos publicados por algunos de sus creadores para dar a conocer la colección (como el caso de Olaus Worm en Copenague o de Francesco Calzolari, en Verona), a través de los grabados de gabinetes que aparecen en diversas obras científicas (como en el caso de Besler, en Nueremberg), mediante la correspondencia de la época que se ha conservado, y, sobre todo, gracias a la pervivencia de alguno de estos gabinetes casi en su estado original, como en el caso del que los Francke (padre e hijo) albergaron en Halle o el que la familia de boticarios catalanes de los Salvador mantuvo en la ciudad de Barcelona durante cinco generaciones.
Es importante destacar que el gabinete, nacido en el ámbito de lo privado (o el de lo doméstico, incluso), iba a cobrar una dimensión nueva, que no se puede dejar de considerar pública o, cuanto menos, abierta a cierta clase de públicos. Porque, en última instancia, los visitantes son quienes modelaron el prestigio de los gabinetes, de sus propietarios y de las ciudades que los albergaban; como fueron los lectores (en solitario o como oyentes de la lectura pública) los que modelaron el impacto y la repercusión de tal o cual obra científica. Basta observar algunas de las imágenes han llegado hasta nuestros días para darse cuenta de que el gabinete en su disposición formal fue pensado para ser exhibido ante el visitante real o ante el virtual, que contemplaba el grabado o la pintura del mismo. En otras palabras, la comunicación del conocimiento científico en el espacio del gabinete estuvo determinada por un régimen de exhibición específico que permitía al visitante y al propietario establecer un peculiar intercambio a la vez que fijaba unas normas implícitas para la producción y la circulación de ese conocimiento, así como para la contemplación y la manipulación de los miles de piezas que configuraban el microcosmos de cada gabinete.
En ese sentido, hay que tener en cuenta que se trataba, ante todo, de un microcosmos ordenado. Quizá para ojos actuales la disposición de la colección en la mayor parte de los gabinetes cuya imagen ha pervivido se antoja caótica, lo que se debe a que la mirada ha sido conformada por otro tipo de orden. Aunque haya que hacer un esfuerzo para entenderlo, aquellos gabinetes de curiosidades de la naturaleza tenían un orden, en cuya elaboración jugaban un papel esencial los libros, pero también las condiciones de conservación, la materia de los objetos, así como su procedencia geográfica o su pretendida utilidad para los humanos. Hay que tener en cuenta que el gabinete fue el laboratorio donde se fabricó la mayor parte de la historia natural hasta el final de la Ilustración. Y la historia natural es precisamente paradigma de la ciencia taxonómica que incluye nombrar, describir y clasificar entre sus prácticas básicas. Se trata de una de las “maneras de conocer” (ways of knowing según la expresión del historiador John Pickstone) características de la historia de la ciencia en lo que se ha convenido en llamar civilización occidental. La ambición última de clasificar los materiales recogidos en la colección es, nada más y nada menos, que la de ordenar el mundo, para restituirle su orden natural. La idea de la naturaleza como obra de un creador resulta inseparable de la convicción de que la indagación científica sirve para desentrañar el designio del creador y glorificar su obra desentrañando sus leyes. He ahí el fin último del gabinete de curiosidades. La ciencia taxonómica inicia su etapa más poderosa en estos momentos; como es sabido, desde la historia natural pronto contagiará a la medicina y, más tarde, a otras disciplinas. Tanto los lectores de libros de historia natural, como los visitantes de los gabinetes participaban en esa elaboración del orden de las cosas.
José Pardo Tomás
IMF-CSIC
Cómo citar este artículo:
Pardo Tomás, José. La naturaleza en el gabinete. Sabers en acció, 2020-11-30. https://sabersenaccio.iec.cat/es/la-naturaleza-en-el-gabinete/.
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Lecturas recomendadas
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