—Un recorrido por la enseñanza de las ciencias experimentales y la formación de las élites.—
No hay disciplina científica que se precie que no cuente, al menos, con un padre fundador. La química tiene dos. El padre de la química moderna, Antoine Lavoisier, y el padre de la enseñanza moderna de la química, Justus von Liebig (1803-73). Al segundo se le atribuye el mérito de haber ideado un revolucionario método de enseñanza en el que el laboratorio, un espacio característico de la investigación, es convertido en lugar por excelencia de la enseñanza. Tal y como se ha hecho en otros apartados, tampoco aquí nos contentaremos con esta imagen heroica que reduce lo que fueron acontecimientos complejos al ingenio de un químico alemán del primer tercio del siglo XIX. Si se ensancha la mirada y se sitúa en un contexto más amplio, se puede abordar a través de Liebig uno de los aspectos más importantes de la ciencia del siglo XIX: las nuevas formas de enseñanza que acompañaron las transformaciones en las instituciones científicas analizadas en otros apartados. Durante el siglo XIX, las ciencias experimentales entraron de lleno en viejas y nuevas instituciones de enseñanza secundaria y superior y, al hacerlo, reconfiguraron esos espacios para dar cabida a nuevos conocimientos, instrumentos, objetos, actores y métodos. Vamos a acercarnos a ellos para comprender el modo en que las ciencias experimentales se convirtieron en un instrumento más al servicio de la disciplina, el orden y el castigo de quienes las aprenden.
Desde las últimas décadas del siglo XVIII, las ciencias experimentales iniciaron una progresiva incorporación a las instituciones educativas. Lo hicieron a través de las facultades de medicina y de los colegios y escuelas profesionales que se crearon para la formación de farmacéuticos, cirujanos, veterinarios, expertos en minería y metalurgia o artilleros militares. El Colegio de Cirugía de Cádiz, la Escuela de Minas de Freiberg, la Facultad de Medicina de Leiden o el Colegio de Farmacia de París son ejemplos locales de un fenómeno que recorrió toda la geografía europea. Desde las primeras décadas del siglo XIX, las ciencias consolidaron su posición en las universidades europeas, donde se crearon facultades de ciencias e institutos, y donde algunas escuelas profesionales alcanzaron el rango de facultades. Este hecho supuso un reconocimiento académico y social de gran importancia para disciplinas como la química, la física o la historia natural. Fue también una de las primeras, y por entonces todavía escasas, vías de profesionalización para sus practicantes.
Más importante si cabe, por su envergadura y por sus consecuencias sociales, fue la incorporación de las ciencias a las instituciones de enseñanza secundaria, creadas en toda Europa durante la primera mitad del siglo XIX. Desde los liceos creados en Francia tras la Revolución, los nuevos Gymansium creados en Prusia en la primera mitad del siglo XIX, hasta los institutos de segunda enseñanza inaugurados en todas las capitales de provincia españolas a mediados del siglo XIX, estas instituciones, destinadas a la educación de las élites burguesas europeas, fueron el destino profesional de muchos de los licenciados de las recién creadas facultades de ciencias y un poderoso instrumento de legitimación social de las disciplinas científicas experimentales, cuyos conocimientos teóricos y prácticos lograban así su reconocimiento —aunque siempre discutido— como parte de la formación intelectual de los individuos.
Las ciencias experimentales plantearon un complejo reto a quienes trataron de enseñarlas, pues debían encontrar un modo de combinar los métodos académicos de enseñanza teórica, a través de lecciones y lecturas, con las formas de enseñanza practicada en talleres y oficinas de los gremios artesanos, donde los aprendices se iniciaban en los secretos del oficio mediante la observación y la manipulación de utensilios, artefactos y materiales. Para lograrlo, se reformuló la escritura de los libros de texto, se organizaron los espacios para los cursos y se fabricaron instrumentos didácticos, algunos inspirados en los instrumentos de los demostradores del siglo XVIII y otros diseñados para los nuevos usos pedagógicos de las nuevas instituciones. La demostración experimental fue el modelo de enseñanza más empleado. Pensada por los anatomistas del siglo XVI, fue rápidamente adaptada por los filósofos naturales en los siglos siguientes. Estos autores aprendieron a acompañar sus lecciones con experimentos ejecutados por diestros asistentes, de modo que sus atentos espectadores podían ver los fenómenos descritos y comprender el funcionamiento de los aparatos que los producían. Y, también como los anatomistas, comprendieron que el anfiteatro era la mejor manera de organizar los espacios donde esta forma de enseñanza debía practicarse, pues facilitaba la observación de lo mostrado y la escucha de lo explicado. Los anfiteatros de química y de física experimental proliferaron en las ciudades europeas del siglo XVIII, congregando a públicos muy variados. Contrariamente a lo que se ha pensado, esta forma de enseñanza no situó necesariamente al espectador en una posición de observador pasivo. Hemos visto la enorme cantidad de laboratorios abiertos en ciudades como París a finales del siglo XVIII y su uso por parte de públicos muy diferentes para reproducir —y con ello aprender— lo visto y escuchado en los anfiteatros o leído en los tratados y revistas especializadas. Por otra parte, los laboratorios anexos a los anfiteatros se convirtieron en auténticos espacios de enseñanza para los aprendices que asistían al profesor en la preparación de los experimentos didácticos y también en sus investigaciones, iniciándose así en el doble oficio de profesor e investigador.
Las lecciones acompañadas de demostraciones y los laboratorios de enseñanza corrieron diferente suerte en las instituciones de enseñanza secundaria a lo largo del siglo XIX. Los métodos docentes y el contenido de los programas fueron producto de una complicada negociación entre los diferentes actores en torno a las aulas de ciencias. Allí se configuró un nuevo profesional de la ciencia, especializado en su enseñanza: el profesorado de ciencias. Con su formación en las facultades de ciencias, los nuevos profesionales de la enseñanza se alejaron progresivamente de la investigación, pasando a ser responsables de la organización de cursos, la publicación de manuales y el diseño de métodos docentes. Las disciplinas escolares se independizaron, en cierto modo, de sus disciplinas académicas homólogas. En esta labor tuvieron también una enorme influencia los editores, que vieron aparecer ante sí un inmenso mercado de lectores cautivos. Algunos de los grandes editores contemporáneos consolidaron sus industrias editoriales en esos años de surgimiento del libro de texto como nuevo género editorial. Su influencia en la delimitación y organización de los contenidos de la enseñanza fue decisiva.
También participó en la coproducción de las prácticas docentes otra comunidad atraída por el nuevo público cautivo de la ciencia: los fabricantes de instrumentos didácticos. La industria de precisión, fundamental en el paso de una ciencia de las cualidades a una ciencia de las cantidades, se consolidó, entre otras razones, gracias a los centenares de gabinetes de física y laboratorios de química creados en las ciudades de toda Europa y América. Tal y como se verá en otro apartado, muchos fabricantes de instrumentos consiguieron desarrollar sus talleres hasta transformarlos en auténticas industrias gracias a los ingresos obtenidos por la venta de instrumentos didácticos, tanto para la enseñanza secundaria como universitaria. Los gobiernos también intervinieron en ese proceso de definición de la ciencia de las aulas. Con más o menos contacto con el profesorado, las editoriales y diversos grupos de interés, los gobiernos de los nuevos estados europeos se encargaron del establecimiento de programas oficiales en sus ámbitos de competencia. Estos programas delimitaron los contenidos de las disciplinas escolares y la extensión de las mismas dentro de cada curso. Los gobiernos jugaron también un papel decisivo en los sistemas de selección de los libros de texto, bien mediante los programas o a través de mecanismos de censura previa, listas oficiales o control de contenidos tras la publicación. Finalmente, los gobiernos también regularon en el siglo XIX los procedimientos de evaluación y certificación de los conocimientos adquiridos.
Las materias escolares se convirtieron en poderosas herramientas disciplinarias para quienes las enseñaron y las aprendieron. Los contenidos y los métodos fueron jerarquizados para adaptarse a los diferentes niveles y tipos de enseñanza, en los que quedaron clasificados los estudiantes según edad y aptitudes. Las aulas se dotaron de sofisticados dispositivos destinados a disciplinar al alumnado. Los experimentos sirvieron para ilustrar y demostrar los fenómenos descritos y explicados en lección, transmitiendo al observador la imagen de las ciencias como conocimiento predictivo, certero y objetivo. El manejo de instrumentos se aprendió mediante ejercicios prácticos repetitivos para adiestrar el cuerpo, de modo semejante a como los «instrumentos de papel» instruyeron sus mentes. Entre estos «instrumentos de papel» figuraban un gran número de recursos escritos, gráficos y procedimientos pautados. La aparición de los problemas como dispositivo didáctico obligó al manejo de herramientas matemáticas y algoritmos que, como en el caso de las fórmulas y ecuaciones químicas, permitían demostrar y predecir propiedades, así como describir fenómenos y materiales, todo ello sin necesidad de verlos y manipularlos. El éxito de esta novedosa herramienta tuvo mucho que ver con la progresiva desaparición de los exámenes orales en favor de los ejercicios escritos, donde las personas evaluadas dejaron de tener que demostrar sus habilidades manuales y orales ante el profesorado. La explicación, la demostración y la resolución de problemas, el cálculo y las fórmulas escritas se convirtió en el criterio principal para la concesión de premios y castigos en forma de promociones o exclusiones.
Este pequeño repaso por las aulas del siglo XIX permite entender el interés renovado por la historia de la enseñanza de las ciencias de las últimas décadas. Las nuevas investigaciones han permitido abandonar las viejas visiones difusionistas, donde las aulas no eran más que un espacio para la circulación de ideas creadas en laboratorios e instituciones académicas. Tal y como se muestra en otro apartado, con el caso particular del sistema periódico, las nuevas investigaciones históricas sugieren que las aulas han sido, y continúan siendo, espacios de creatividad colectiva para la ciencia, dentro de los cuales se producen y circulan nuevos saberes, valores y prácticas. De este modo, hoy se sabe que las aulas desempeñan un papel crucial, tanto para la reproducción de las comunidades científicas como para la construcción de la imagen social de la ciencia por parte de la población. Su análisis no puede hacerse desde viejas visiones positivistas.
Antonio García Belmar
IILP-UA
José Ramón Bertomeu Sánchez
IILP-UV
Cómo citar este artículo:
García Belmar, Antonio, y Bertomeu Sánchez, José Ramón. Ciencia en las aulas. Sabers en acció, 2021-01-04. https://sabersenaccio.iec.cat/es/ciencia-en-las-aulas/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Bensaude-Vincent, Bernadette; García Belmar, Antonio; Bertomeu-Sánchez, José R. L’émergence d’une science des manuels: les livres de chimie en France (1789-1852), Paris: Archives contemporaines ; 2003.
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Fuentes
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Catalogue explicatif et illustré des instruments de physique expérimentale, d’optique expérimentale, chimie, astronomie, minéralogie, chirurgie, etc… qui se fabriquent et se trouvent dans les ateliers et magasins de la maison Charles-Chevalier, ingénieur, Paris, Impr. Bonaventure et Ducessois, 1860. Disponible en este enlace.
Páginas de internet y otros recursos
Centro de investigación MANES dedicado al estudio histórico de los manuales escolares de España, Portugal y América Latina, especialmente en los siglos XIX y XX. Disponible en este enlace.
Base de datos Emmanuelle, dedicada al registro de la integridad de los manuales escolares publicads en Francia desde 1789. Disponible en este enlace.
COMIC. Base de datos de instrumentos científicos conservados en centros de enseñanza secundaria y superior en España. Disponible en este enlace.