—Entre la medicina retrospectiva, el diagnóstico social y la crítica cultural de la modernidad.—
En un conocido fragmento de la segunda edición de su Tratado médico-filosófico sobre la alienación mental (1809), el médico francés Philippe Pinel justificaba la adopción de un nuevo término de referencia para la patología mental. Así, defendía la necesidad de desterrar del vocabulario médico la denominación vulgar de “locura” porque, según él, esta expresión podía “tener una latitud indeterminada y extenderse a todos los errores y taras que afectan a la especie humana”. “¿No haría falta entonces” –se preguntaba Pinel– “incluir en esta categoría todas las ideas falsas e inexactas que se forman de los objetos, todos los notorios errores de la imaginación y del juicio o todo aquello que irrita o provoca deseos fantásticos?”.
La elección de la expresión “alienación mental” reflejaba ciertamente una novedosa comprensión de la locura y perseguía delimitar el objeto específico de la nueva especialidad frente a otras anomalías de la conducta y la experiencia. Pero no deja de resultar significativo que, con una lucidez premonitoria, Pinel alertase expresamente de que, en caso de no acotar con precisión sus términos y sus conceptos, el alienista iba camino de “erigirse en censor supremo de la vida privada y pública de los hombres, y de abarcar con sus puntos de vista la historia, la moral, la política e incluso las ciencias físicas, cuyos dominios se han visto a menudo infestados de ensoñaciones y brillantes florituras”.
A pesar de estas prevenciones retóricas, lo cierto es que el surgimiento de la clínica psiquiátrica en el tránsito del siglo XVIII al XIX condujo a la emergencia de una nueva mirada sobre el ser humano y a la introducción de nuevas herramientas para el análisis, no solo de la conducta y la experiencia individuales, sino también de hechos históricos, patrones colectivos de comportamiento o realizaciones culturales con una supuesta miríada de efectos secundarios. Así, por ejemplo, algunos pioneros de la medicina mental no vacilaron en calificar como delirios o alucinaciones –o, más tarde, histeria– las experiencias místicas y creativas de figuras eminentes del pasado, esbozando una interpretación alternativa, “racional” y secular de estos fenómenos frente a las narrativas tradicionales de la religión o el arte.
Asimismo, las disputas “técnicas” en torno a la existencia de entidades clínicas como la monomanía (o locura parcial) no impidieron su utilización (corporativa) como una categoría que extendía el alcance de la mirada psicopatológica a casi cualquier tipo de conducta o experiencia, por lo que, en opinión de Jean-Étienne-Dominique Esquirol, resultaba particularmente útil para detectar las tendencias espirituales predominantes en la sociedad. Y, del mismo modo, muchos alienistas de primera hora postularon un hipotético aumento en la incidencia de la locura, el crimen o el suicidio que reproducía la muy extendida percepción de raigambre rousseauniana sobre las problemáticas consecuencias de la civilización, percepción que algunos de ellos alimentaron pronto con formulaciones teóricas más ambiciosas sobre un supuesto declive biológico y cultural de la especie humana.
En gran medida, y tal como señaló en su momento la historiadora norteamericana Jan Goldstein, la historia de la psiquiatría es la de un conjunto de categorías y un modo de contemplar y hacer inteligibles la experiencia y la conducta humanas, de manera que una de las cuestiones cruciales que debe abordar su estudio es el proceso mediante el cual este marco interpretativo ha adquirido autoridad en nuestra cultura. De hecho, y a pesar de tener que enfrentarse a importantes resistencias ideológicas y agrias disputas profesionales, para finales del siglo XIX la mirada del psiquiatra –que Marcel Proust equiparaba entonces con la de un juez o un inquisidor– había conseguido ya “penetrar en los tribunales, donde pudo transformar la criminalidad en monomanía; en las consultas privadas de los médicos, donde pudo convertir el malestar anímico en una histeria leve; e incluso en los cementerios, donde consiguió erradicar el pecado del suicida sustituyéndolo por un trastorno mental moralmente neutro”.
Uno de los pocos alienistas decimonónicos que se distinguió justamente por cuestionar de un modo explícito esta expansión de la mirada psicopatológica fue el francés Alexandre-Jacques-François Brierre de Boismont (1797-1881). Antiguo miembro del círculo de Esquirol, médico-director y propietario de diversas maisons de santé especializadas en el tratamiento de enfermedades mentales, autor de una notable y prolífica obra médica y psiquiátrica, editor y colaborador de los Annales Médico-Psychologiques, miembro prominente de la Société Médico-Psychologique y autoridad reconocida de la medicina mental francesa a nivel internacional, Brierre puede ser considerado como un exponente del espiritualismo postsensualista francés y un autor cercano a las posiciones ideológicas y políticas del catolicismo y el conservadurismo posrevolucionario. Así, “partidario declarado del principio de la dualidad humana” y “lleno de respeto por las creencias que han alumbrado el mundo y a las que la humanidad debe sus más bellas conquistas”, no cesó de “combatir la doctrina que pretende explicar los actos intelectuales y morales por el estado patológico de los órganos” y, sobre todo, de impugnar la apreciación según la cual “las opiniones más sublimes, las empresas más grandes, las acciones más bellas han sido preconizadas o realizadas por locos”.
En concreto, la cruzada de Brierre se centró en dos ámbitos emblemáticos del naciente discurso psicopatológico como eran las alucinaciones –forma extrema, si se quiere, de las representaciones mentales– y las conductas suicidas –forma extrema, a su vez, de los actos del ser humano en relación consigo mismo–. Desde que fueran canónicamente descritas por Esquirol, las alucinaciones se habían convertido en uno de los síntomas distintivos, pero también más polémicos, de la medicina mental. Así, su definición, su comprensión psicopatológica y su valor semiológico fueron objeto de numerosas discusiones en las décadas centrales del siglo XIX, en las que se pusieron de manifiesto no solo apreciaciones clínicas o teóricas más o menos sutiles –como su relación con las imágenes sensoriales o las ilusiones ópticas, su naturaleza preferentemente visual o auditiva, o sus posibles analogías con el sueño o los estados místicos–, sino también importantes cuestiones epistemológicas e ideológicas. A este respecto, Brierre se destacó por defender ardorosamente la existencia de alucinaciones “fisiológicas” y atacar frontalmente las apreciaciones de algunos alienistas según las cuales grandes figuras religiosas, literarias o filosóficas del pasado que, supuestamente, habían experimentado fenómenos alucinatorios debían ser catalogadas como enfermos mentales.
Animado por una intención algo distinta, aunque con un planteamiento similar, Brierre también se propuso delimitar los suicidios secundarios, es decir, aquellos consumados en ausencia de alteraciones cognitivas o afectivas y cuya posibilidad misma había sido puesta en duda por Esquirol. En su afán de elaborar un modelo médico convincente de las conductas suicidas mediante conceptos y categorías como la melancolía (“lipemanía” en su terminología) o la “monomanía suicida”, Esquirol había precisado que el suicidio no debía verse como una enfermedad en sí misma, sino como “un síntoma consecutivo dependiente casi siempre del delirio de las pasiones o de algún tipo de alienación mental”. Pero, en opinión de Brierre, “buscando establecer que [el suicidio] siempre implica un desarreglo psíquico”, su maestro había soslayado el importante papel de la cultura en la génesis de “disposiciones anímicas y corporales” como el “tedio vital”, el cual, “incluso con tendencias suicidas, no puede considerarse como una variedad de la locura a menos que vaya acompañado de un trastorno de los sentimientos y de las facultades intelectuales”. En este caso, y a diferencia de las alucinaciones, los excesos de la mirada psicopatológica –que, para Brierre, justificaban “el reproche que tan a menudo se dirige a los alienistas de ver sus asuntos en todas partes”– no transformaban de forma irreverente la normalidad en patología, pero impedían advertir las consecuencias de ciertos fenómenos que atenazaban a la sociedad moderna y la conducían por una peligrosísima pendiente de ociosidad, escepticismo y ensoñación.
Las aportaciones de Brierre de Boismont y las tensiones relacionadas con su comprensión de las alucinaciones y el suicidio han de verse en el contexto de los problemas epistemológicos derivados de las dificultades de los primeros alienistas a la hora de establecer, con límites precisos, la distinción entre la locura y la normalidad. Y, sobre todo, deben entenderse en el marco de los conflictos de fondo que acompañaron el despliegue de la nueva mirada encarnada por los conceptos y las categorías de la medicina mental. En su caso, no obstante, el importante lugar que la sociedad burguesa debía conceder al alienismo no estaba exento de paradojas: el discurso psicopatológico no debía desplazar en ningún caso la preeminencia de las creencias y los dogmas cristianos en torno a la divinidad, la espiritualidad del alma o el libre albedrío; pero, a su vez, la causa de la tradición requería el ojo entrenado y el testimonio privilegiado de los alienistas para diagnosticar y reconducir adecuadamente la profunda crisis moral y civilizatoria a la que se enfrentaba la cultura europea con la irrupción de la modernidad.
Enric Novella
IILP-UV
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Novella, Enric. El discurso psicopatológico de la modernidad. Madrid: Los Libros de la Catarata; 2018.
Rosen, George. Locura y sociedad: Sociología histórica de la enfermedad mental. Madrid: Alianza, 1974.
Estudios
Andrés, Ramón. Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente. Barcelona: Acantilado; 2015.
Goldstein, Jan E. Console and Classify: The French Psychiatric Profession in the Nineteenth Century. Cambridge: Cambridge University Press; 1987.
James, Tony. Dream, Creativity and Madness in Nineteenth-Century France. Oxford: Clarendon Press; 1995.
Lantéri-Laura, Georges. Las alucinaciones. México DF: Fondo de Cultura Económica; 1994.
Minois, George. History of Suicide. Voluntary Death in Western Culture. Baltimore MD: The Johns Hopkins University Press; 1999.
Pigeaud, Jackie. Aux portes de la psychiatrie: Pinel, l’ancien et le moderne. París: Aubier; 2001.
Rigoli, Jean. Lire le délire: Aliénisme, rhétorique et littérature en France au XIXe siècle. París: Fayard; 2001.
Roelcke, Volker. Krankheit und Kulturkritik: Psychiatrische Gesellschaftsdeutungen im bürgerlichen Zeitalter (1790-1914). Frankfurt: Campus; 1999.
Fuentes
Brierre de Boismont, Alexandre. Des hallucinations. París: G. Baillière; 1845.
Brierre de Boismont, Alexandre. Du suicide et de la folie suicide. París: G. Baillière; 1856.
Calmeil, Louis-Florentin. De la folie. París: J.B. Baillière; 1845.
Esquirol, Jean-Étiene-Dominique. Suicide. En: Dictionnaire des sciences médicales, par une société de médecins et de chirurgiens, Vol. 53. Paris: C. L. F. Panckoucke; 1821; p. 213-283.
Lélut, Louis-Francisque. Du démon de Socrate. Spécimen d’une application de la science psychologique à celle de l’histoire. París: Trinquart; 1836.
Pinel, Philippe. Traité médico-philosophique sur l’aliénation mentale ou la manie, 2ª ed.. París: J.A. Brosson; 1809.
Páginas de internet y otros recursos
Caire, Michel. Portal “Histoire de la psychiatrie en France” [Accedido 10 Nov 2020]. Disponible en este enlace.
Museo Dr. Ghislain (Gante, Bélgica). Exposición permanente sobre la historia de la psiquiatría y exposiciones temporales. [Accedido 10 Nov 2020]. Web disponible en este enlace.
Portal “Histoire de la santé” de la Bibliothèque Interuniversitaire Santé (BIU Santé), que incluye acceso a diversas exposiciones virtuales y a la Biblioteca Digital Medic@. [Accedido 10 Nov 2020]. Disponible en este este enlace.