—Los paleoantropólogos y los medios de comunicación se necesitan mutuamente. Juntos han construido el conocimiento sobre nuestros orígenes desde el siglo XIX.—
El 19 de mayo de 2009, Ida, un fósil de un primate de 47 millones de años de edad, irrumpió en la escena pública. Este día, un equipo liderado por el paleontólogo noruego Jørn Hurum publicó su hallazgo en una revista científica. Durante muchos meses el equipo había preparado en secreto una promoción publicitaria para presentar a Ida como el “eslabón perdido” entre hombre y simio, el Santo Grial de la paleoantropología. La ofensiva mediática incluyó un libro de divulgación científica, un documental y una página web. Para darle un toque humano, el pequeño primate (con nombre científico Darwinius masillae) fue bautizado como “Ida”, el nombre de la hija menor de Hurum. El impacto de esta noticia en la esfera pública a nivel mundial fue enorme, pero al mismo tiempo los periodistas científicos se sintieron ninguneados. Los investigadores anunciaron que ellos mismos se ocuparían de la divulgación de la noticia, para comunicar de “manera directa” con el público, sin necesidad de acudir a los medios. La promoción de Ida es probablemente un caso extremo de marketing científico, pero forma parte de una larga trayectoria histórica: los paleoantropólogos y arqueólogos que investigan nuestros orígenes siempre han buscado un impacto mediático.
Justo unos años antes de Ida, en 2004, el “Hobbit” había dominado los titulares en todo el mundo. Se trató de un hallazgo, en la isla de Flores en Indonesia, de fósiles de un homínido muy reciente (alrededor de 50.000 años), pero diminuto: Homo floresiensis. Se podría pensar que el nombre “Hobbit” fue idea de un periodista, pero no fue así. El propio equipo científico, liderado por el arqueólogo Mike Morwood, eligió el nombre porque pensó, no sin razón, que era un nombre adecuado para triunfar en los medios. El uso de este referente cultural facilitó, sin duda, la difusión del descubrimiento. Al inicio del milenio, la versión cinematográfica de The Lord of the Rings (“El Señor de los Anillos”) se exhibía en todos los cines.
Los ejemplos de Ida y del Hobbit sirven para cuestionar una idea demasiado simplista sobre la relación entre la ciencia y los medios de comunicación. No se trata de una neta división de trabajo según la cual los investigadores generan nuevo conocimiento y los periodistas lo divulgan. Tal como nos enseñan las investigaciones sobre los orígenes de la humanidad, se trata de una relación mucho más compleja, en la que los propios científicos juegan un papel muy activo.
Es posible que los campeones del marketing en paleoantropología sean los investigadores de Atapuerca. Desde sus inicios en los años 70 del siglo pasado, la divulgación ha sido una parte integral de su proyecto. En la década de 1990, cuando salieron a la luz los grandes hallazgos de la Sierra de Atapuerca, a 15 kilómetros de Burgos, se construyó inmediatamente una verdadera industria de divulgación. Esa industria incluye hoy más de cuarenta libros de divulgación escritos por Juan Luis Arsuaga, José M. Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, los tres codirectores de Atapuerca. También se han realizado charlas y conferencias, exposiciones itinerantes, visitas guiadas a los yacimientos, centros de visitas, un parque arqueológico en los pueblos colindantes y el Museo de la Evolución Humana en Burgos, inaugurado en 2010. Se han publicado además miles de artículos en diarios y revistas, por no hablar de la amplia cobertura en radio y televisión. Los investigadores de Atapuerca han sabido crear una fuerte alianza con los medios de comunicación en España: han ofrecido un sinfín de noticias llamativas y, a cambio, han obtenido una enorme visibilidad pública. A ello ha contribuido describir sus hallazgos con adjetivos superlativos: “el cráneo más completo del registro fósil”, “el primer europeo”, “el yacimiento más importante del mundo”.
Otro caso español muy mediático, contemporáneo con el de Atapuerca, fue el denominado “hombre de Orce”. Se trataba de un fragmento de un cráneo, descubierto en 1982 en Andalucía, que causó gran sensación pública. Con una antigüedad datada en 1,4 millones de años, el hombre de Orce reivindicaba el título de “primer europeo”. No obstante, el fósil se vio envuelto rápidamente en la polémica cuando se detectó en él una cresta que se podía asociar a la de un equino, quizás de un asno. Josep Gibert, uno de los codescubridores, defendía con vehemencia el origen humano del fósil, mientras que la gran mayoría de prehistoriadores lo negaba. Este debate se desarrolló en gran parte en los medios de comunicación hasta la muerte de Gibert en 2007. El hombre de Orce recibió duros ataques que llamaron la atención de los medios, que jugaron con el sensacionalismo de una polémica entre científicos.
A través de los casos del yacimiento de Atapuerca y de los fósiles del hombre de Orce podría parecer que la ciencia mediática, que ejemplifican las investigaciones acerca de los orígenes de la humanidad, es un fenómeno reciente. En realidad, si se viaja hacia atrás en el tiempo, resulta fácil comprobar que son rasgos típicos de la paleoantropología y la prehistoria en su búsqueda de un impacto mediático desde la segunda mitad del siglo XIX hacia adelante. El descubrimiento del primer neandertal en 1856 parecía demostrar que los humanos vivieron en la Tierra mucho antes que lo que afirmaba el relato bíblico y que incluso había especies humanas distintas de la nuestra. Cuando, a mediados del siglo XIX, los periódicos se convirtieron en medios de comunicación de masas, gracias a nuevas técnicas de imprenta y a la acelerada alfabetización de la población, se abrió un nuevo espacio público para la discusión sobre nuestros orígenes como especie. Una parte importante de este imaginario común es el aspecto físico de nuestros antepasados. Con dibujos muy “imaginativos” (hoy en día parecen meras especulaciones) producidos por artistas, la prensa ilustrada fue un medio poderoso para distribuir imágenes del neandertal o del “hombre primitivo” desde finales del siglo XIX. Hoy en día es costumbre que la publicación científica de un descubrimiento de fósiles humanos contenga, como parte del dossier de prensa, una reconstrucción de un artista. Es evidente que queremos ver a nuestros ancestros.
En 1872, el anatomista francés Ernest Hamy (1842-1908) describió lo que el público esperaba de la paleontología humana: una historia bien contada, centrada en descubrimientos espectaculares y en “buenas condiciones”, con piezas atractivas para la vista. Hamy se refería al “hombre de Menton” (cerca de Mónaco), un esqueleto bien conservado y adornado. El caso de Hamy/Menton es solo un ejemplo. Ya desde mediados del siglo XIX era común que los investigadores se pusieran en contacto con periodistas y también escribieran artículos y lanzaran, como diríamos hoy, campañas de relaciones públicas (public relations), tanto para dar visibilidad a su investigación como para impulsar su interpretación particular de un fósil humano.
Una prueba de su interés mediático es la multitud de recortes de artículos de prensa que se encuentran entre los papeles legados por los paleoantropólogos. La colección de Florentino Ameghino (1854-1911) incluye recortes de más de treinta diarios, que describen sus polémicas sobre la prehistoria en Argentina a finales del siglo XIX. El paleontólogo francés Marcellin Boule (1861-1942) se suscribió a un servicio de prensa (muy típico de la época, hacia 1900) para seguir el controvertido debate sobre el famoso neandertal de La Chapelle-aux-Saints. Hoy en día, la descripción detallada de la cobertura mediática de su investigación es casi obligatoria para los científicos.
No resulta extraño que los hallazgos de la investigación acerca de los orígenes de los seres humanos hayan sido interpretados muy a menudo en clave nacionalista. Los medios de comunicación tenían y todavía tienen un papel importante en “promover” el orgullo nacional a través de los hallazgos prehistóricos. Un caso clásico de este tipo de apropiación nacionalista es el del “hombre de Piltdown”, un cráneo hallado en Sussex, Inglaterra, cuyo descubrimiento fue publicado a finales de 1912. Hasta entonces los hallazgos más mediáticos de fósiles humanos habían tenido lugar en Alemania, Francia y Java (colonia holandesa). Después llegó la hora de los británicos. La prensa resaltó el descubrimiento en tono triunfalista. “El ancestro de la raza inglesa” o “el británico antiguo” fueron titulares habituales en la época. En 1953 se comprobó que “el hombre de Piltdown” era una falsificación realizada mediante una combinación del cráneo facial de un hombre de la Edad Media con varios dientes y una mandíbula de simios antropomorfos.
Existen dos tipos de apropiación nacionalista de los fósiles: la reivindicación de una continuidad biológica de una “raza” o “nación“ y el orgullo patriótico de los logros de “nuestros investigadores”. Los medios de comunicación suelen potenciar ambas estrategias. La prensa española presentó los logros del equipo de Atapuerca como un triunfo de la ciencia española, mientras se bautizó, por ejemplo, el Homo antecessor como el “primer español”. Hoy en día, ya nadie de la comunidad científica cree en una continuidad biológica entre una especie extinguida y una nación actual. Pero en la esfera pública las cosas funcionan de manera diferente y, gracias al gran impacto de su industria de divulgación, Atapuerca ha contribuido al imaginario común sobre el inicio de la historia de España, reemplazando a Altamira.
La prehistoria y los medios de comunicación son recursos que se realimentan. Los investigadores proporcionan grandes titulares a cambio de obtener una visibilidad pública útil para obtener financiación para sus investigaciones. Pero tener voz directa en el debate público tiene también sus contrapartidas. La “lógica de los medios”, la constante lucha por captar la atención del público, influye en la manera como se presentan los descubrimientos y controversias de la paleoantropología. Los periódicos no solo son útiles para los prehistoriadores para divulgar sus descubrimientos, sino que también les proporcionan una plataforma para presentar sus propias interpretaciones. Como las investigaciones sobre nuestros orígenes están llenas de incertidumbres, estas hipótesis son frecuentemente controvertidas y los medios se convierten así en una especie de “campo de batalla extendido” para las disputas sobre filogenias, orígenes y dataciones.
La esfera pública otorga a los investigadores mucha más libertad para especular con nuevas teorías sobre nuestros orígenes (o en cualquier otro campo científico) o para atacar de manera feroz a otros colegas. No requiere la jerga habitual de la ciencia, ni tampoco tiene que obedecer las estrictas normas de las publicaciones académicas y su sistema de evaluación por pares. Si bien a menudo se acusa a la prensa de exageraciones y distorsiones de las afirmaciones científicas, o incluso de fabulaciones, también se podría argumentar al revés. El contexto mediático permite aclarar ciertos argumentos implícitos en el terreno académico y, en ocasiones, puede ser más productivo y creativo. Conceptos como “hombre primitivo”, “neandertal”, “hobbit” o “eslabón perdido” se forjaron a través de la interacción entre investigación académica y medios de comunicación. De hecho, muchas criaturas prehistóricas han tenido, y todavía tienen, una doble vida: son objetos de investigación científica al mismo tiempo que iconos públicos.
Oliver Hochadel
IMF-CSIC
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Carandell, Miquel. The Orce Man. Controversy, Media and Politics in Human Origins Research. Leiden: Brill; 2020.
Hochadel, Oliver. El mito de Atapuerca. Orígenes, ciencia, divulgación. Bellaterra: Edicions UAB; 2013.
Estudios
Carandell, Miquel, Clara Florensa and Oliver Hochadel, eds. Scoops, Scams and Scuffles. The Construction of Prehistoric Knowledge in Newspapers (Special Issue). Centaurus 2016; 58 (3).
Goulden, Murray. Hobbits, Hunters and Hydrology: Images of a “Missing Link”, and Its Scientific Communication. Public Understanding of Science 2013; 22 (5): 575-589.
Hochadel, Oliver, ed. Searching for Stones and Bones. Catalan Paleontologists and Human Origins Research in Spain (Special Issue). Dynamis, 2013; 33.
Manias, Chris. Race, Science and the Nation: Reconstructing the Ancient Past in Britain, France and Germany, 1800-1914. London & New York: Taylor and Francis; 2013.
Podgorny, Irina. Florentino Ameghino & Hermanos. Empresa argentina de paleontología ilimitada. Buenos Aires: Edhasa; 2021.
Sommer, Marianne. Mirror, Mirror on the Wall: Neanderthal as Image and “Distortion” in Early 20th-Century French Science and Press. Social Studies of Science 2006; 36 (2): 207-240.
Recursos audiovisuales online
The Missing Link That Wasn’t (Piltdown Hoax) 2019 (10:16). The myth of the Missing Link–the idea that there must be a specimen that partly resembles an ape but also partly resembles a modern human–is persistent. But the reality is that there is no missing link in our lineage, because that’s not how evolution works. Disponible en este enlace.
Tim White and David Micklos. The Primate Fossil Ida – Science Review, 2009 (3:05). Paleontologist Tim White and David Micklos discuss Ida (Darwinius masillae), the 47 million year-old primate fossil. Ida, who most closely resembles the modern lemur, may be important to understanding evolution and human origins. However, media publicity by Jorn Hurum and Philip Gingerich, which touted Ida as a missing link, may have gone too far in promoting Ida as an early human ancestor. Disponible en este enlace.
VOTV – Miquel Carandell publica un llibre sobre el polèmic home d’Orce. (2021) 2:13.Disponible en este enlace.
Entrevista con Oliver Hochadel sobre Atapuerca en Betevé (Terrícoles, Patricia Soley-Beltrán, 2016) 27:12. Disponible en este enlace.