—La exhibición de la tecnología y el movimiento obrero en el siglo XIX.

 

Anuncio ochocentista de la fábrica textil de Güell, conocida como el Vapor Vell de Sants. Arxiu del Districte de Sants-Montjuïc.

Entre 1854 y 1856 Barcelona era un hervidero de agitación revolucionaria. En 1855, la prohibición del derecho de asociación de los trabajadores provocó la primera huelga general en el país, que se extendió por todas las zonas industriales de Cataluña. Se gritaba “¡Muera la reina p…! ¡Asociación o muerte!”. En Barcelona, trabajadores del Vapor Vell de Sants mataron a tiros al director de la fábrica, Josep Sol i Padrís, mientras Joan Güell, el fundador de la compañía textil, huía a Francia con su familia.

Además del liberalismo y el socialismo, tras la revuelta y la agitación política estaba también el ludismo (Luddism), un movimiento artesano y obrero de oposición a la maquinaria que se estaba introduciendo en la industria. El término inglés Luddism hace referencia a Ned Ludd, una figura legendaria invocada en los textos de los primeros destructores de máquinas ingleses de inicios del siglo XIX. Aunque muchas veces se equipara con un odio irracional hacia la tecnología, las investigaciones de historiadores como Eric Hobsbawm han mostrado que el blanco de los ataques de los luditas no era la tecnología en abstracto, sino algunas máquinas muy específicas que resultaban un peligro para los puestos de trabajo o las formas de vida de los trabajadores cualificados.

Ya en 1835, en Barcelona se había quemado la fábrica Bonaplata, la primera en usar una máquina de vapor en la ciudad. En 1854, los trabajadores volvieron a oponerse violentamente a la introducción de maquinaria, en este caso las “selfactinas” (self-acting mules), que habían sido introducidas inicialmente en la fábrica de Vapor Vell de Sants con el objetivo de automatizar la producción. En un manifiesto obrero se afirmaba que la selfactina era “una máquina infernal […] que tendría que desaparecer como castigo a los que no dudan en valerse de engaños para acumular rápidamente su fortuna”.

El “conflicto de las selfactinas” empezó con el incendio de varias fábricas y el cierre de otras cincuenta fábricas por medio de huelgas. Se extendió como la pólvora y las selfactinas se llegaron a prohibir legislativamente para intentar calmar los ánimos. Poco después de la efímera conquista, en 1856, los movimientos obreros revolucionarios fueron aplastados por el ejército y unos cuatrocientos barceloneses fueron masacrados a bayoneta y a cañonazos desde el castillo de Montjuïc. Cuando el denominado Bienio Progresista (1854-1856) llegó a su fin, se prohibió el derecho de asociación y las selfactinas funcionaban a “todo vapor” en el Vapor Vell.

Cuatro años después, en 1860, la reina Isabel II viajó a Barcelona y desfiló triunfalmente por las calles y fábricas de la ciudad, como plasmación de esa victoria. Según una descripción contemporánea de Francisco J. de Orellana, “Doña Isabel II pudo pasearse acompañada o sola por entre centenares de miles de almas, con la seguridad de encontrar en cada pecho un escudo, en cada corazón un trono.” ¿Es posible que fuese así? ¿Cómo habría conseguido la reina ganar los corazones de los trabajadores sin atender a sus reivindicaciones? No por arte de magia, sin duda. Pero si hay que tomar la descripción como algo más que retórica… ¿se podría decir que habría sido “por arte de tecnología”?

Una ilustración de máquinas selfactinas (y trabajo femenino) en el Vapor Vell, de Francisco Fortuny, aparecida en La Ilustració Catalana (1888).

Uno de los momentos álgidos del viaje de la reina a Barcelona fue la visita a la Exposición Industrial y Artística de Productos del Principado de Cataluña. Exposiciones de este tipo habían proliferado en los países industrializados a partir de la “Great Exhibition” de Londres en 1851. Las exposiciones industriales se contaban entre los mayores eventos políticos, económicos y sociales del mundo. Aunque la exposición barcelonesa de 1860 era comparativamente local e improvisada (fue organizada apresuradamente con motivo de la visita de la reina), no dejaba de ser un gran espectáculo. Cuatrocientas ochenta y seis compañías exhibieron sus mejores productos en grandes pabellones temporales instalados a lo largo del Paseo de San Juan. Y aunque la Exposición fue organizada en honor de la reina, también fue abierta a otros públicos de menos alcurnia. Tal y como se explica en la memoria oficial de la exposición, “los señores Güell y Cª, que ocupan en su fábrica a mil obreros, tuvieron la feliz idea de pagar a estos la entrada para que visitasen la Exposición, a fin de que viesen los adelantos que presentaban todas las demás industrias; y al mismo tiempo, para estimularles a seguir cooperando, por su parte, al progresivo desarrollo de las mismas”.

Como es fácil imaginar, en realidad la entrada no era gratis. Joan Güell tenía una intención oculta. Tras el asesinato de Sol i Padrís y su huida a Francia para salvar el pellejo durante el Bienio Progresista, Güell volvió a Cataluña siendo un hombre diferente… o eso es lo que él decía. Se mudó a Lleida, lejos de las fábricas de Barcelona, y rogó a su hijo Eusebi que nunca se convirtiese en un empresario industrial. Sin embargo, se mantuvo inflexible en relación a las demandas de sus trabajadores por el derecho de asociación. En vez de negociar se propuso cambiar la actitud de sus trabajadores hacia el trabajo. Pensaba que si pudiesen ver las cosas desde su punto de vista, si pudiesen ver el panorama más amplio y, por así decirlo, las mejoras proporcionadas por el conjunto de las distintas industrias, tales perspectivas les estimularían a “seguir cooperando, por su parte, al progresivo desarrollo de las mismas”.

Este era el objetivo de la Exposición Industrial Catalana de 1860: seducir la imaginación. Y no sólo la de la reina, sino la de todo el mundo, especialmente la clase obrera. De hecho, la Exposición se presentó como una gran “fiesta del trabajo”, tal y como recogió el ya mencionado Francisco J. de Orellana, que la comparaba con los torneos caballerescos y los juegos olímpicos del pasado. Orellana pensaba que la Exposición Industrial deleitaba de un modo nuevo: “abre un vasto campo a las meditaciones del filósofo; inspira sentimientos de un orden superior al pueblo que lo presencia; sentimientos vagos, no bien definidos todavía; pero que despiertan ideas de paz y progreso, hacen amable el trabajo, y alimentan aspiraciones legítimas a un mejor porvenir”.

La Exposición Industrial Catalana de 1860. Orellana, Francisco J. Reseña completa descriptivo crítica de la Exposición Industrial y Artística de productos del Principado de Cataluña improvisada en Barcelona para obsequiar a SSMM la Reina Isabel II y a su Real familia. 1860. Biblioteca Virtual Andalucía.

A mediados del siglo XIX, diferentes ideas de progreso y modernidad circularon entre los países que se habían industrializado rápidamente. Fue en este contexto que autores como Étienne Cabet describieron la posibilidad de sociedades utópicas de una forma tan vívida que inspiraron a muchas personas a intentar realizarlas en la práctica. Algunos de estos cabetianos eran de Barcelona y en 1848 se embarcaron en un “viaje a Icaria” para fundar una comunidad experimental en Texas que no llegó a buen puerto. Otros se quedaron y dieron el nombre de “Icaria” a uno de los barrios industriales de Barcelona.

Las exposiciones industriales también planteaban la promesa de una utopía tecnológica (aunque de muy distinto signo), que se materializaba tridimensionalmente. Se sacaba a los objetos industriales de sus marcos habituales, se les vestía de gala y se los recontextualizaba temporalmente en un espacio expositivo inmersivo, tranquilo, limpio, higiénico y seguro en el que se exhibían nuevas máquinas, productos perfeccionados y, en general, “un mejor porvenir”, no sólo para los empresarios industriales sino, supuestamente, para toda la humanidad.

Por descontado, cualquier referencia a las relaciones sociales de trabajo (condiciones de trabajo, riesgos laborales, falta de derechos, etc.) quedaba convenientemente invisibilizada en la exposición. Al fin y al cabo, una de las razones de Güell para mandar a sus trabajadores a la exposición era precisamente darles una buena dosis de propaganda tecnológica.

Fotografía reciente del monumento a Joan Güell en el centro de Barcelona, construido en 1888. Wikipedia.

A medida que la revolución industrial iba arraigando en Europa, las exposiciones industriales, junto con una multitud de otras formas verticales de divulgación científica y educación técnica, ampliaron drásticamente los públicos de la ciencia y la tecnología, al incluir a las clases trabajadoras. Los empresarios industriales como Joan Güell impulsaron y sacaron partido de esta expansión para intentar moldear la cultura del trabajo en sus fábricas y mantener a todo el mundo en su sitio y la producción en marcha.

Güell no sólo mandó a sus empleados a la exposición, sino que también invitó a la reina a visitar el Vapor Vell. De este modo, la propia fábrica se transformó en una especie de exposición tecnológica. Se presentaba como un gigantesco organismo mecánico alimentado por carbón y sudor humano. Lo que la reina vio ese día de 1860 mientras recorría las instalaciones del Vapor Vell tuvo que ser todo un acontecimiento: “Vista desde una de sus puertas, en el momento de estar marchando los telares, presenta un espectáculo imponente y admirable: aquel movimiento general y uniforme; aquel bosque de máquinas en agitación continua; aquel ruido semejante al de un huracán de granizo, y que, sin embargo, solo anuncia producción de riqueza, sustento y cómodo trabajo para el laborioso operario; todo aquel conjunto bañado de luz y de un ambiente sano, da una grande idea de los progresos civilizadores de la industria.”

¿Por qué visitó la reina el Vapor Vell? La respuesta es múltiple. Más allá de cuestiones de interés personal, compromisos sociales o entretenimiento, se trataba también de una cuestión de poder. La visita se entendía como un momento en que los trabajadores se verían reflejados en sus ojos y entenderían de un modo distinto las máquinas con las que trabajaban a diario, así como su lugar en el proceso productivo. Y quizá era también una invitación a apreciar cierta belleza tecnológica. La autoridad política de la realeza se entretejía con la autoridad mecánica de los telares.

El vecindario de Sants reclamando el Vapor Vell para el barrio, en Trenc d’Alba (1983). Internet Archive.

Quien se pasee hoy en día por el barrio de Sants de Barcelona podrá encontrar uno de los edificios de la fábrica, reconvertido en una biblioteca municipal y una escuela de educación primaria. De hecho, el Vapor Vell de Sants fue la primera fábrica reconocida y conservada como monumento histórico-artístico en España. Esto se debe en parte a razones históricas, como las que se han descrito en este artículo, pero también a la existencia de un movimiento asociativo vecinal en Sants que luchó con determinación en los años setenta y ochenta del siglo XX, cuando el edificio del Vapor Vell iba a ser demolido y sustituido por un centro comercial, y que consiguió que su visión sobre el futuro de la fábrica fuese tomada en serio por las administraciones.

Su forma de mirar a la fábrica no era desde el punto de vista del progreso tecnológico, la propiedad privada o la especulación inmobiliaria, sino como un recurso comunitario disponible y a la espera de ser devuelto a los vecinos. En los años finales del franquismo, voluntarios de la asociación de vecinos instalaron una exposición temporal llamada “Cop d’ull a Sants” en un tenderete improvisado en la Plaza de Sants. Por medio de la exposición trataron de seducir la imaginación de sus vecinos con una visión alternativa de lo que la fábrica podría llegar a ser para el barrio: un espacio verde, un hospital, una escuela o una biblioteca… ¿Otro mejor porvenir?

 

 

Ned Somerville
IHC-UAB

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

Col·lectiu de l’Escola de Mestres de Sants Les Corts. Materials per a una Didàctica del Vapor Vell. Barcelona; 1985.

Martí Gómez, Josep; Marcè i Fort, Josep. Centre Social de Sants. Una Experiència Associativa. Fundació Jaume Bofill: Barcelona; 1996.

Somerville, Edward. The musealization of Barcelona’s industrial past (Tesis de doctorado). Universitat Autònoma de Barcelona: Barcelona; 2020. 

Estudios

Balañà, Albert Garcia. La Fabricació de la Fàbrica. Treball i Política a la Catalunya Cotonera (1784-1884). Universitat Pompeu Fabra; 2002.

Baqué, Dolors Baque; Calvo, Àngel; Enrech, Carles; Gutiérrez, M. Lluïsa; Sánchez, Alex. Els Vapors a Sants. Quaderns de l’Arxiu, Arxiu del Districte de Sants-Montjuïc; 1997.

Capel, Horacio. Las exposiciones nacionales y locales en la España del siglo XIX: medio local, redes sociales y difusión de innovaciones. En: Manuel Silva Suarez. Técnica e Ingeniería en España. Vol. IV: El Ochocientos. Pensamiento, profesiones y sociedad. Zaragoza: Real Academia de Ingeniería; 2007, pp. 151-214.

Enrech, Carles. Entre Sans i Sants. Història social i política d’una població industrial a les portes de Barcelona (1839-1897). Barcelona: Arxiu Municipal del Districte de Sants-Montjuïc; 2004.

Lusa Monforte, G; Roca Rosell, A. Doscientos años de técnica en Barcelona. La técnica científica académica. Quaderns d’Història de l’Enginyeria; 1999, vol. 3, pp. 68-92.

Fuentes

Argullol y Serra, José. Biografía del Excmo. Sr. D. Juan Güell y Ferrer. Ramírez: Barcelona; 1879. 

Ilustració Catalana. 15 de Junio de 1888, Num. 190: 161-173.

Orellana, Francisco J. Reseña completa descriptivo crítica de la Exposición Industrial y Artística de productos del Principado de Cataluña improvisada en Barcelona para obsequiar a SSMM la Reina Isabel II y a su Real familia; 1860. [citada 12 Abril 2021] Disponible en este enlace.

Páginas de internet y otros recursos

Calosci, Laura. Presentació històrica del Vapor Vell. [actualizada 2011; citada 12 Abril 2021]. Disponible en este enlace.