—Entre la utopía y el no-lugar, la ciudad desempeña diversos papeles como motor de la historia de la ciencia, la técnica y la medicina y como encrucijada de escalas geohistóricas—

 

[…] con la expresión «ciudad» o «urbano» estamos aludiendo a varias dimensiones diferentes. Ya los romanos distinguieron claramente […] – entre el espacio edificado, la urbs, y los ciudadanos, la civitas. A lo que podríamos añadir todavía otro rasgo, el político y administrativo, que queda bien formulado por la expresión griega de la polis. Lo que significa simplemente que lo «urbano» es una forma de clasificación: del espacio y de la sociedad.

Horacio Capel, Gritos amargos sobre la ciudad (2001)

Ministerio de Obras Públicas. Colombia. Esquema general de vías del país (1934). Biblioteca Virtual del Banco de la República.

En Barranquilla 2132, el escritor Juan Antonio Osorio Lizarazo (1900-1964) imaginó en 1932 el futuro de la entonces más cosmopolita de las ciudades colombianas: un mundo sin estados-nación, estructurado por ciudades independientes, maravillas del progreso traducidas en transportes aéreos alimentados por descomposición atómica, ediciones incesantes de la prensa periódica por ondas magnéticas, prácticas de alimentación solitaria y utilitaria, códigos de conducta asépticos y asexuados, altos edificios de acero y cristal, clínicas flotantes en el mar rodeadas de jardines, control eugenésico de la población –todo regido por juntas municipales armónicamente compenetradas con asambleas universales–. Un mundo nuevo nacido de las cenizas de la civilización tras la gran crisis del año 2000, marcada por la sobrepoblación, hambrunas, epidemias, la carrera autodestructiva del maquinismo y la debacle práctica del capitalismo, el comunismo y la democracia republicana. Como otros relatos distópicos sobre la ciudad contemporánea, Barranquilla 2132 fusionó la Atenas católica con la utopía liberal metropolitana, mediante una mezcla de positivismo y moral. Tras el deslumbramiento de su visita al futuro, el protagonista de esta novela aborrece la inflexible supremacía de la técnica, la histérica racionalización de la vida cotidiana, la vacuidad de la sociedad de la sobreinformación y la nueva urbanidad carente de emociones y estética, conducentes a deshumanizar tan brillante y posmoderna civilización. Sólo el río y el mar permanecen imperturbables a estos cambios. Desde el puerto, decepcionado, se zambulle en el mar –origen de la vida humana– para reencontrarse con la naturaleza o su ahora añorado pasado.

Contemporáneamente, los escritos periodísticos del escritor colombiano describieron con realismo trágico las miserias de la vida urbana capitalina: saturación humana del transporte público alimentado por la fuerza eléctrica, opresión de la burocracia estatal, promesas fallidas de utópicas obras públicas, la acuciante necesidad de gestionar el tiempo y la brutal desigualdad social. El progreso imparable de Bogotá, frente al declive de la idílica Barranquilla –eje nacional del comercio fluvial ahora desplazado por la geopolítica del tráfico por carretera–.

Las ansiedades proyectadas en el relato de ciencia ficción señalan numerosos elementos del valor geográfico de la ciudad para la historia de la ciencia: geografía humana para entender el lugar del conocimiento científico, técnico y médico en nuestra historia mediante el estudio del medio construido, sus habitantes, cultura y política. Si la ciencia es aquello que practican los científicos en lugares específicos, la historia de la ciencia es comúnmente aquello que publican historiadores de la ciencia que viven y trabajan en ciudades. Quizá por ser evidente, aunque la historia urbana de la ciencia tiene un sello establecido, todavía escasean los trabajos que dan verdadera agencia a la ciudad en los fenómenos histórico-científicos –más allá de superponer sobre el fondo de una ciudad particular el relato histórico de ciertos hechos, instituciones y personajes–. Entre la utopía y el no-lugar existen un sinfín de posibilidades para dar agencia histórica a la ciudad.

A la izquierda, imagen de la Utopia de Thomas More, extraída de la contraportada de Libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus de optimo rei publicae statu deque nova insula Utopia de Thomas More (Lovaina, 1516) (Bibliothèque Nationale de France). A la derecha, mapa de Tenochtitlán adjuntado por Hernán Cortés a su segunda carta de relación al emperador Carlos V, Praeclara Ferdinandi Cortessi de Nova maris Oceani Hyspania Narratio… (Norimberga, 1524) (Österreichische Nationalbibliothek).

Al imaginar una sociedad ideal denominada Utopia y representarla como ciudad insular, Thomas More (1478-1535) apuntó tanto al mito ibérico de las arcadias primitivas del Nuevo Mundo como a la oposición del campesinado inglés a la expropiación de tierra promovida por los grandes propietarios en la expansión técnica del comercio de la lana. El paraíso de More no era un lugar de contemplación idílica de las riquezas de la naturaleza, sino una república de pequeños propietarios con derechos y obligaciones. En contraste, la ciudad imperial de los mexicas, Tenochtitlán, fue un núcleo urbano extenso (posiblemente el más poblado de su tiempo) y socialmente estratificado representado en la imagen superior derecha con códigos visuales europeos y la expropiación hispano-católica de los conocimientos de sus habitantes originarios. En la fundación y administración de ciudades míticas como Tenochtitlán o Roma intervinieron amplios cuerpos de saberes y prácticas científicas, técnicas y médicas para transformar el medio natural de acuerdo a las culturas en ellas asentadas: organización socio-espacial, construcción de viviendas, sistemas de defensa, suministro de alimentos y agua y gestión de cuerpos y residuos humanos y animales.

A lo largo de la historia, las ciudades han experimentado procesos sucesivos de construcción y destrucción por fenómenos de la naturaleza (inundaciones, terremotos, erupciones volcánicas) o por acción humana (conquistas bélicas, incendios, genocidios, reutilización de materiales de construcción, desacralización y reconsagración de espacios rituales, grandes planes urbanísticos). Durante el primer siglo de ocupación española, la gestión de la ciudad de México dependió de los conocimientos y prácticas de sus habitantes oriundos en el control de inundaciones, suministro de agua potable, agricultura y ganadería lacustres y transporte por canales. Posteriormente los ingenieros hispánicos planearon desaguar la ciudad y redibujar las clases sociales mediante la fijación del valor relativo de agua y tierra y la desposesión de medios de vida fluidos, transformando naturaleza y cultura en función de relaciones más marcadas por la mercantilización de la propiedad privada, en un largo y profundo proceso de colonización. Sin embargo, no fue hasta el siglo XX, con el nacimiento del estado-nación mexicano, que el idealizado capitalismo y la voraz expropiación y explotación de la tierra sumergirían a la megalópolis mexicana en una crónica crisis medioambiental.

Desde la conquista hasta la época contemporánea, el proyecto de desagüe fue desarrollado por trabajadores manuales y mecánicos y cuadrillas de trabajadores indígenas que además de proporcionar mano de obra barata aportaron sus conocimientos de tecnologías organizativas e instrumentales, topografía, materiales y regímenes hidrológicos históricos. Su huella no se encuentra en gran medida en los textos de los letrados, sino en los restos de las obras de canalización. Si en el siglo XX, Chicago es la cuna de las escuelas internacionalmente más influyentes del urbanismo y la economía, la ciudad de México generaría algunos de los mayores especialistas mundiales en mecánica de suelos, geofísica o hidrología. A esta consolidación internacional del experto en problemas urbanos, conectada con la urgencia de tratar los problemas del capitalismo en la megalópolis, se sumaron también sociólogos, antropólogos e historiadores.

Los sucesivos paradigmas del capitalismo han nutrido de manera relevante la configuración de la ciudad como centro de gravedad que estructura la sociedad, el territorio y en algunos casos la nación, a través del dominio técnico del agua, la agricultura, la industria y el comercio. En ese marco es común establecer una dicotomía entre mundo urbano y rural que permea la sociedad y la cultura. Así se observa a inicios del siglo XX con la introducción en la ciudad de México de tecnologías como el tranvía eléctrico, que propició la ridiculización de las clases sociales bajas y de origen rural –presentadas por la prensa capitalina como incapaces de disciplinar sus cuerpos a la imposición tecnocrática moderna, y culpables por ello de los múltiples accidentes–.

Accidente entre autobús y tranvía en la Ciudad de México, 1925. Ex-voto que alude al accidente sufrido por Frika Kahlo en su juventud. Colección privada.

Sin embargo, las apariencias discursivas del progreso capitalista no pueden ocultar que ciudad y campo son construcciones de una misma cosa, como han enfatizado pensadores tan diferentes como el filósofo Carlo Cattaneo (1801-1869), el crítico cultural Raymond Williams (1921-1988) o el historiador ambiental William Cronon (1954-). Los procesos de colonización del campo y la ciudad en el Nuevo y Viejo Mundo presentaron aspectos diferenciales contingentes y vinculados a diversas formas de ciudadanía. La apropiación hispánica del imperio mexica y sus saberes y territorios urbanos y agrícolas ofrece conexiones histórico-culturales con la conquista cristiana de los saberes y territorios de las ciudades y campos de Al-Ándalus. Entre una y otra orilla del Atlántico existieron también fenómenos paralelos que la configuración posterior de los estados-nación han contribuido a difuminar. A pesar de sus cambios, la ciudad ofrece una continuidad histórica y geográfica que atraviesa la forma históricamente situada y localizada del estado-nación. La definición del experto en cuestiones urbanas y la intensificación de la producción de saberes sobre la ciudad se ha desarrollado en conjunción con transformaciones históricas paralelas del espacio sociopolítico y la práctica científica, técnica y médica, las formas de coordinación entre actores sociales y la construcción recíproca entre su localidad y las escalas de lo nacional e internacional. Urbes como México o Roma constituyeron en el siglo XVI lo que podríamos denominar “ciudades-mundo” porque en ellas convergen redes políticas, comerciales y culturales que cruzan el globo y, al mismo tiempo, son capaces de albergar maneras locales de conocimiento científico, técnico y médico. La centralización del estado-nación a partir del siglo XIX y sus “comunidades imaginadas” añadieron un elemento más al juego de escalas de un mundo formado por tradiciones comunitarias pluriseculares ligadas por experiencias políticas urbanas y asociaciones territorializadas en regiones. Combinadas con la economía liberal, las migraciones del campo a la ciudad promovidas por las capitalizaciones nacionales derivarán en muchos casos en megalópolis que obligarán a repensar el devenir de las ciudades y la compleja topografía de sus vestigios patrimoniales, desincentivarán el imaginario socio-utópico urbano e introducirán los grandes planes de urbanismo –tan cargados de política como de novedosa ciencia urbana–.

Vista de la ciudad moderna de Manchester. L. S. Lowry, The Lake (1937). The Lowry, Salford. Google Arts & Culture.

La ciudad moderna reivindicada por los urbanistas se configura a partir del siglo XIX en conjugación con el arte (con nuevos conceptos del patrimonio histórico urbano) y el mundo del trabajo (articulando una organización socioespacial tirante y segregada). También usa imágenes provenientes de las nuevas ciencias biológicas y fisiológicas: conceptos como metabolismo, circulación, núcleo y célula encuentran sus correspondientes en los de tráfico, organización social e higiene. El bulevar como dispositivo urbano se desarrolla desde el siglo XVII en ciudades como París que derrumbaron las murallas medievales para abrir avenidas, estableciendo un modelo para otras ciudades europeas y americanas. Más paradigmática aún será la reforma urbana impulsada a mediados del siglo XIX por Georges-Eugène Haussmann (1809-1891). La “haussmanización” de París articulaba el sistema circulatorio de la ciudad, destruyendo el trazado medieval; daba una respuesta higienista a las frecuentes epidemias de cólera; pero también facilitaba el rápido despliegue de tropas contra rebeliones populares. En Hamburgo, el higienismo se estableció como aproximación científica imprescindible para luchar contra el cólera epidémico, pero también como fenómeno que afectó a la par a la fisionomía y el funcionamiento de la ciudad y a los cuerpos y sus comportamientos sociales. Su estrecho vínculo con el capitalismo burgués fue ocultado para evitar el cuestionamiento popular del orden social y las políticas liberales que abonaron algunas de las mayores alarmas sanitarias de dicha ciudad.

Juego que representa los monumentos de París. Anónimo. Jeu des monuments de Paris (París, pre-1787). Musée Carnavalet. Paris Musées Collections.

En el paso entre los siglos XIX y XX, la apertura de la Ringstrasse en Viena propugnó la construcción de un tejido urbano de instituciones culturales, educativas y de investigación, y el surgimiento de culturas y saberes científicos vanguardistas en la investigación de radioisótopos, con notable participación de mujeres. La introducción de la iluminación con gas o electricidad en ciudades como Lisboa no fue simplemente un paso de la noche al día, sino que generó nuevas culturas científicas, tecnológicas y románticas en medio de la explotación burguesa del tiempo laboral obrero. En Barcelona, bajo la apertura geométrica y racional del Eixample, floreció una oferta particular de clínicas quirúrgicas lideradas por médicos-emprendedores en busca de clientela burguesa. Mediante la transformación urbanística, y estrategias de comunicación, este modelo de negocio articuló una agenda expansiva de atención sanitaria como producto de consumo privatizado que ha llegado hasta nuestros días. En contraste, barrios resistentes a la deconstrucción propugnada por diversas oleadas de planes urbanísticos modernizantes –tales como el Barrio Chino– han generado a lo largo de la historia culturas genuinas. Afectado por la tuberculosis, las enfermedades venéreas, el hambre y el desprecio de las élites barcelonesas, este espacio urbano pudo albergar, a pesar de todo, su propia cultura médica en forma de clínicas populares y museos anatómicos movilizados para la divulgación y educación popular.

Al concentrar un cuerpo social amplio y un gran número de instituciones de cultura, a través de la ebullición de sus espectáculos, espacios de debate público, regímenes de exhibición y lugares de naturaleza (urbana), la ciudad ha creado estilos propios de conocimiento científico, médico y técnico moldeados por las particularidades de su geografía social y física. A lo largo de su historia también ha reubicado o transformado prácticas como la observación astronómica (asediada por la vibración e iluminación a pie de calle), la veterinaria (circunscrita a zoos y ámbitos domésticos), la botánica y la jardinería (practicadas en espacios designados, pero también en la biología de los solares abandonados), la industria (transferida y reconectada desde los suburbios) o la epidemiología (con múltiples factores y riesgos específicos a la vida urbana).

A pesar del deseo de control racional y político, la ciudad moderna es también concebida por las élites como una inquietante entidad autónoma, que se extiende sin control, a través de metáforas de la enfermedad con un largo recorrido histórico. El enjuiciamiento social de la tuberculosis y su protagonismo en el imaginario literario de las ciudades americanas y europeas da paso en el siglo XX a la metáfora del cáncer: células sanas y células enfermas y descontroladas invariablemente asignadas a los barrios pobres. El organismo urbano requiere de control y acciones que lo reconduzcan al equilibrio de la salud y, equivalentemente, al orden social dominado por el statu quo. La ciudad en la historia ha colonizado el mundo, los mares, la región o la nación, además de nuestra imaginación. Al mismo tiempo es un espacio mínimo en que se da la vida científica, técnica y médica en toda su cotidianidad social.

 

 

Josep Simon
IILP-UV

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas
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