—De los escribas mesopotámicos al debate enconado en las plazas de la Grecia clásica. Así se construyó el saber en las sociedades mediterráneas de la Antigüedad.—
Las personas que realizan investigaciones precisan de instituciones que las emplee y proporcione espacio donde exponer sus ideas. Suele resultar necesario que su trabajo se perciba como algo útil o práctico y se les incentive por ello. Sin embargo, a medida que la investigación se institucionaliza, los individuos ven reducidas sus opciones para innovar. Ahora bien, las personas que deciden ir por libre, buscando su independencia, se pueden encontrar sin trabajo y sin público, y sus ideas seguramente no les sobrevivan. El precio de la independencia puede ser el olvido más absoluto. Siguiendo estas disyuntivas, las sociedades de la Antigüedad ofrecieron diversos modelos para el desarrollo de la investigación, bien coordinado desde el Estado y el poder, o bien dejando iniciativa libre a las personas interesadas.
En la época antigua, los templos se encontraban entre los escenarios más importantes para la producción de conocimiento. Así fue en Babilonia y Uruk, en Mesopotamia. En Grecia fueron imponentes santuarios, dedicados a dioses y héroes como Asclepio, los centros de las prácticas médicas más populares. Instituciones como el Museo (el lugar para rendir culto a las musas), con una comunidad de pensionistas sabios, y la Biblioteca en Alejandría, fundados ambos por la dinastía de los Tolomeos (siglos IV a I a. C.), serían una auténtica excepción en tanto que lugares específicamente dedicados a la conservación y cultivo del conocimiento, por su volumen y su larga duración. Su composición es difícil de establecer, pero en determinados momentos esta última institución alcanzó los 400.000 rollos de papiro, soporte sobre el cual se conservó el conocimiento acumulado.
Galeno explicaba que todos los libros que llegaban en barcos a Alejandría debían pasar por la Biblioteca de Alejandría. Una vez copiados, los originales eran guardados y los propietarios recibían una copia. Por ello, la biblioteca se convirtió en un centro de investigación donde los conocimientos de materias como las matemáticas, la astronomía o las ciencias de la naturaleza, entre otras, se acumulaban sin cesar. Estos tratados, de los que en ocasiones había varias copias, fueron sometidos a una fuerte crítica textual. Alejandría se convirtió también en el centro de enseñanza de la medicina más importante de su tiempo, con maestros como Herófilo y Erasístrato, pioneros de la disección sistemática de cadáveres humanos. Sin embargo, el mito y la leyenda se han mezclado excesivamente con la realidad en muchas ocasiones al referirse a la Biblioteca. Por ejemplo, más que de un pavoroso incendio como causa de su destrucción, hay que hablar de distintos incendios sufridos a lo largo de los años. Tampoco son nada claras las destrucciones del final del siglo IV, como el efecto que tendría en el siglo VII la conquista musulmana.
Grecia disponía de pocos destinos laborales para sus sabios y, para aumentar su reputación y ganarse la vida como maestros, todo dependía de la habilidad que los individuos demostrasen en el debate público. La tradición del debate se erigió como institución. La rivalidad endémica de la vida intelectual griega estuvo ligada a la falta de puestos fijos u oficiales y a la necesidad de ganarse fama como maestro. Esto permitió explorar muchas más posibilidades teóricas, pero también que nunca llegara a formarse una base común consensuada a partir de la cual desarrollar un marco teórico de investigación. Hubo, más bien, un cúmulo de visiones divergentes.
En el mundo griego proliferaron los “especialistas”, que iban de ciudad en ciudad vendiendo sus servicios. Algunos transmitían a sus hijos sus conocimientos; los sofistas son un caso muy evidente. Enseñaban sobre una gama muy amplia de conocimientos: astronomía, geometría, gramática, teología, literatura, etc. Estas enseñanzas dependían a menudo de los públicos, ya que, según la ciudad, había unos intereses a los que se amoldaban. Ciertamente, en una sociedad sin títulos ni diplomas era muy necesario hacer exhibición del conocimiento para conseguir trabajo. Además, estos maestros sirvieron en casas poderosas donde enseñaban privadamente.
Los griegos fueron discutidores infatigables. La difusión de la democracia y la influencia de los sofistas contribuyeron a que todo pudiera ser discutido y que cualquiera pudiera discutir. Muchos profesores ambulantes acudían a ágoras y gimnasios a demostrar su capacidad dialéctica. Al gusto por la discusión sumaban los griegos un fuerte espíritu competitivo. Las fiestas religiosas eran momento para los certámenes en santuarios donde los sabios se enfrentaban en público hasta ganar la gloria o perderla. Estos debates no contaron con reglas hasta que Aristóteles las impuso en su “técnica dialéctica”. Desde tiempos de Platón, lo más relevante era discutir, cosa reservada a sabios filósofos matemáticos. Eso sí, lo importante no eran las opiniones propias, como en el caso de los sofistas, sino las verdades objetivas.
La lección oral y el debate, con largos discursos o contestación de preguntas, fueron muy frecuentes. La casa de los ricos, las plazas, los gimnasios públicos o las palestras, con pórticos y bancos para sentarse, eran escenarios habituales de las intervenciones de los sabios maestros. Cada escuela, a la que se hace mención por la enseñanza o por su emplazamiento físico, prefería un escenario y un método. Sócrates prefería enseñar en las plazas públicas, ya que para él la remuneración no era importante. Los académicos, peripatéticos, estoicos y otros preferían enseñar dentro de un lugar cerrado, bien equipados de instrumentos científicos y de bibliotecas, o también en las casas más pudientes. Solo un lugar cerrado permite obtener un pago por parte de los asistentes.
Los grandes maestros célebres (médicos, filósofos o sacerdotes) eran buscados por los alumnos, y con esta asociación se fueron configurando las escuelas. Las lecciones eran puestas por escrito y formaban el patrimonio doctrinal de estos centros. Este sería el caso del Corpus Hipocrático en Cos, o las Sentencias cnidianas en Cnido. Algunos maestros como Platón, en cambio, renunciaron a poner por escrito su filosofía. Así era difícil crear una escuela, pero esto fomentó que muchos otros escribieran sobre él. El maestro no podía ser contestado de ninguna manera. Marcaba totalmente el pensamiento de la escuela (excepto en el caso citado de Platón). No es extraño, por ello, que existiera la costumbre de enterrar al maestro difunto en los locales de enseñanza.
Seguramente los entornos docentes más populares fueron los atenienses. Fuera de sus murallas existían tres grandes santuarios con gimnasios, jardines, pórticos y otras instalaciones: el de la Academia (dedicado al héroe Academos), el de Kinosarges (dedicado a Hércules) y el Liceo (dedicado a Apolo, cazador de lobos). Estos jardines y pórticos eran lugares de reunión y esparcimiento, particularmente dedicados a las charlas y discusiones. Platón estableció su escuela en el gimnasio de la Academia, mientras que Aristóteles prefirió el Liceo. Aquel lugar tenía un largo paseo porticado conocido como peripatos, donde este daba sus lecciones. Por ello, esta escuela fue conocida como la de los peripatéticos. Estas instituciones se parecían entre ellas; había jóvenes estudiantes y profesores que investigaban e impartían clases. Pero todos ellos vivían por su cuenta, ya que no existía remuneración alguna, lo que exigía una posición desahogada por parte de sus miembros.
Todas estas escuelas que impartían enseñanza superior en Atenas eran completamente privadas, sin estar sometidas a control alguno por parte del Estado, y sin recibir ayudas o subvenciones. Sin embargo, había diferencias. Mientras que los miembros de la Academia eran más dados a la discusión y enfatizaban la enseñanza de las matemáticas, en el Liceo se prefería la instrucción formal y sistemática, y se descuidaba las matemáticas, de modo que se centraban en el estudio empírico de la naturaleza y de la erudición jurídica y social. En el Liceo se utilizaban tablas anatómicas, cartas geográficas, modelos del globo celeste, cartas estelares. Este lugar no preparaba para la vida política, sino para tener una vida feliz. Aristóteles y su escuela gozaron de un gran patrimonio, una condición fundamental para no depender de nadie. Fue su discípulo, Teofastro, quien consolidó la escuela peripatética, que continuó gestionada por sucesivos maestros.
Las escuelas fueron muchas y evolucionaron con el paso del tiempo hasta entrar en crisis, a veces remontando; otras, en cambio, acabando en la decadencia. Pero todas compartían tres intereses: desarrollar la inspiración teórica de su fundador hacia dominios que este había rechazado u obviado, editar críticamente sus escritos e interpretarlos y mantener polémicas con las otras escuelas.
Roma no estimuló el nacimiento de escuelas filosóficas. Muchos maestros griegos continuaron trabajando para los romanos o fueron expulsados, y algunas escuelas de pensamiento sucederían a las antiguas griegas desaparecidas. Incluso habría un renacimiento del pensamiento platónico. Poco se sabe de estas escuelas, a veces auspiciadas por el mismo emperador, caso de Marco Aurelio, que en el 176 fundó una serie de centros en Atenas en todas las ramas del saber y sobre la filosofía de las más importantes escuelas clásicas. Sin embargo, para los médicos coetáneos a este emperador, el aire libre podía ser un buen medio para enseñar. Un ciudadano romano podía contemplar en las calles escenas hoy tan poco edificantes como una vivisección. Galeno, de hecho, mantuvo un programa sistemático de disecciones de animales que le permitió construir una imagen anatómica del cuerpo humano por analogías. El médico buscaba causar asombro en el público gracias al enorme impacto visual, cognitivo y emocional de sus actividades, un impacto que elevaba la fuerza lógica de sus argumentos. La performance disectiva fue clave para la reputación de Galeno y del triunfo ante sus adversarios.
Carmel Ferragud
IILP-UV
Cómo citar este artículo:
Ferragud, Carmel. La ciencia entre templos y ágoras. Sabers en acció, 2020-11-06. https://sabersenaccio.iec.cat/es/la-ciencia-entre-templos-y-agoras-es/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Lloyd, Geoffrey. Le scienze biomediche nell’antichità greco-romana. In: Storia delle scienze. Natura e vita. Dall’antichità all’Illuminismo. Torino: Giulio Einaudi Editore; 1993, 14-101.
Estudios
Brunshcwig, Jacques; Lloyd, Geoffrey. Diccionario Akal del saber griego. Madrid: Akal; 2000.
Gleason, M. W. Shock and Awe: The Performance Dimension of Galen’s Anatomy Demonstrations. Princeton; 2007. Disponible en este enlace.
Lloyd, Geoffrey. Las aspiraciones de la curiosidad. La comprensión del mundo en la Antigüedad. Madrid: Siglo XXI; 2008.
Lloyd, Geoffrey. Aristóteles. Madrid: Prometeo Libros; 2008.