—Las fuentes no hablan si no se les pregunta.—
La distinción entre fuentes primarias y secundarias es un tema habitual de cualquier manual de iniciación a los métodos y técnicas de investigación histórica. Las definiciones se han apoyado tradicionalmente en un criterio “posicional”, de cercanía espacial y temporal respecto al objeto de estudio. De esta forma, se ha considerado que las fuentes primarias estaban conformadas por la producción (directa o indirecta) de las personas que protagonizaron los acontecimientos estudiados. Siguiendo esta perspectiva, las fuentes secundarias serían los escritos de las personas que, transcurrido un tiempo, describieron esos sucesos mediante el análisis de las fuentes primarias, definidas en el anterior sentido. Las fuentes primarias serían, desde esta perspectiva, la materia prima de la investigación, un valioso conjunto de vestigios que se deben buscar y localizar en yacimientos variopintos (museos, bibliotecas, hemerotecas, archivos, pinacotecas, etc.) donde se conservan inalterados, a la espera de ser usados en el taller de la historia. Este criterio “posicional” es propio de una forma de escribir historia que, más o menos inspirada por convicciones positivistas, persigue ofrecer un relato fiel de los hechos mediante una minuciosa recopilación y un detallado análisis de inscripciones y crónicas producidas por protagonistas de los acontecimientos estudiados. La preocupación por distinguir entre fuentes primarias y secundarias es, en parte, herencia de esta historiografía para la que el documento escrito fue durante mucho tiempo la principal (y, a menudo, la única) fuente utilizada en los escritos sobre el pasado. En esa secuencia de escritos, desde los textos del pasado a los del presente, cobró sentido la necesidad de establecer una frontera entre fuentes primarias y secundarias. Se podía, por ejemplo, debatir si el Racconto storico della vita del Signore Galileo Galilei, escrito por Vincenzo Viviani (1622-1703) apenas unos años después de la muerte del famoso biografiado, era fuente primaria o secundaria. Para ello, se debía recurrir a artificios como la distinción entre fuentes directas e indirectas, o incluso fuentes de primera o segunda mano, dependiendo de la distancia que supuestamente separaba al cronista respecto a los hechos narrados.
Este abordaje de las fuentes primarias y secundarias dejó de tener sentido cuando historiadores de la generación de Marc Bloch mostraron de forma contundente que no solo las fuentes escritas informan del pasado. Con sus propias investigaciones, demostraron que la diversidad de testimonios históricos es casi infinita: “todo lo que el ser humano dice o escribe, todo lo que fabrica, todo lo que toca puede y debe informarnos acerca de él”. Todo objeto, instrumento, herramienta, símbolo o discurso que procediese de la actividad humana es susceptible de convertirse en fuente histórica y, por ello, capaz de hablar de un tiempo pasado. Siempre y cuando, eso sí, se sepa preguntar, porque esos vestigios “solo hablan cuando uno sabe interrogarlos” (Bloch, 2001).
Con la llegada de estas nuevas formas de pensar el pasado, en los talleres de la historia se aprendió a trabajar con fuentes de muy diverso tipo: objetos, imágenes, espacios, construcciones, rituales, testimonios orales, etc. Por otra parte, el nuevo valor concedido a la pregunta, a la perspectiva historiográfica, como ingrediente central de la investigación, cambió de forma radical el debate acerca de la naturaleza de las fuentes. Si era la pregunta lo que transformaba el vestigio del pasado en fuente histórica, la condición de fuente primaria o secundaria estaba también condicionada por el marco teórico y las cuestiones planteadas por la investigación. El criterio dejaba de ser posicional e intrínseco a la fuente, para convertirse en “intencional”, esto es, relativo a la finalidad perseguida por la investigación. Desde esta manera de entender la historia, no como una narración de los hechos del pasado, sino como una respuesta a preguntas para explicar acontecimientos del pasado, la condición de primaria o secundaria quedaba supeditada a la función desempeñada por las fuentes en la investigación, es decir, por su vinculación con las preguntas planteadas y las respuestas perseguidas.
Al situar la pregunta en el centro de la investigación se abrió la puerta a nuevas maneras de enfocar la distinción entre fuentes primarias y secundarias, donde la clave residía ahora en su papel en la investigación y su lugar en los relatos históricos finales. De esta perspectiva, se puede decir que, una vez definido el objeto de estudio y formulados los objetivos, se denominan “fuentes primarias” a los documentos (escritos, objetos, imágenes, testimonios, etc.) que permitirán dar respuesta a las preguntas planteadas en la investigación. Por su parte, se consideran “fuentes secundarias” a las publicaciones que tratan el objeto de estudio, en su totalidad o en alguno de sus aspectos, y a los que se debe recurrir para conocer el estado de la cuestión, definir el marco teórico y formular las preguntas correspondientes.
La diferente función en el proceso de investigación explica la diferente posición que suelen ocupar las fuentes primarias y secundarias en los escritos académicos. Las fuentes secundarias se encuentran concentradas en los extremos del trabajo. En la introducción, servirán para describir el espacio historiográfico de la investigación, establecer el estado de la cuestión y formular y justificar la relevancia de las preguntas que se pretenden responder. Las fuentes secundarias volverán a aparecer cuando, al abordar la discusión, se contrasten los resultados con los de investigaciones anteriores. Las fuentes primarias, por su parte, suelen ser protagonistas absolutas del apartado de “material y método”. Allí se explican las razones de su elección, la forma de localizarlas, los criterios de inclusión o exclusión para formar la muestra, así como la crítica de fuentes a la que han sido sometidas. Las fuentes primarias aparecen también, aunque en un segundo plano, a lo largo de todo el escrito, cuando se citan a pie de página para señalar el origen de los datos y apoyar las descripciones y explicaciones que articulan la narración.
Esta diferente función y posición no impide que se pueda encontrar multitud de usos que alteran la función reservada a priori a fuentes primarias y secundarias. Conviene evitar algunos de estos usos porque ponen en cuestión la solidez del trabajo. Umberto Eco señaló algunos de estos problemas en su célebre guía para escribir la tesi di laurea, algo semejante al trabajo fin de grado. Eco señalaba la necesidad de recurrir a las fuentes originales, sin las mediaciones interpuestas por transcriptores, editores o traductores. La traducción de una fuente escrita, advertía Eco a sus estudiantes lectores, no es una fuente, sino una triste “prótesis como la dentadura postiza o las gafas, un medio para llegar de modo limitado a algo que está más allá de mi alcance”. También alertaba contra los peligros de usar reproducciones o transcripciones de fuentes, que no dejarían de ser un “alimento ya masticado” por otros autores, por lo que sería difícil ver más allá de lo que otros han visto (Eco, 2001). A pesar de ello, particularmente cuando se trata de fuentes de difícil acceso, resulta habitual encontrar en las publicaciones datos o descripciones tomadas de autores que consultaron las fuentes correspondientes. En estos casos se habla de fuentes de segunda mano. En definitiva, a pesar de sus dificultades y ambigüedades, la distinción entre fuentes primarias y secundarias es crucial en el diseño y en la publicación de una investigación. Es importante ser consciente de ello, tanto cuando se escribe como cuando se lee críticamente. Quien escribe debe hacer un uso correcto y honesto de las fuentes y quien lee es conveniente que aprenda a hacerlo con la mirada siempre puesta en las notas a pie de página.
Las fronteras no son menos difusas cuando dirigimos la mirada hacia los diferentes tipos de instrumentos de localización de fuentes. Su diseño ha estado fuertemente condicionado por las políticas de preservación del patrimonio histórico y la misión encomendada a las instituciones encargadas de garantizarla. Los inventarios y los catálogos han sido, y siguen siendo en gran medida, los instrumentos usados para describir los documentos conservados en archivos, los objetos almacenados en museos, las fuentes iconográficas atesoradas en grandes pinacotecas y las secciones de grabados de las bibliotecas, o los impresos dispuestos en los anaqueles de las bibliotecas y hemerotecas. En estos últimos lugares surgieron algunas de las herramientas creadas para gestionar lo que sobre esos documentos y sobre el mundo se escribía de forma compulsiva.
Las comunidades científicas fueron conscientes desde muy temprano del enorme reto que el crecimiento exponencial de la información circulante suponía para el correcto funcionamiento de los sistemas de comunicación científica. Las primeras bibliografías (libros sobre libros) aparecieron prácticamente al mismo tiempo que la imprenta y la multiplicación del libro impreso. Del mismo modo, el surgimiento y desarrollo de las publicaciones periódicas, desde las primeras memorias académicas a finales del siglo XVII hasta la expansión de las revistas científicas durante el siglo XIX, se produjo en paralelo con las primeras publicaciones periódicas destinadas a dar cuenta de las decenas de miles y millones de artículos publicados en la prensa científica especializada. La irrupción de los soportes electrónicos en las décadas finales del siglo XX no solo ha modernizado todos estos instrumentos existentes, sino que ha transformado su forma y contenido, redefiniendo los elementos que los distinguieron durante décadas y siglos.
El catálogo de una biblioteca es quizás uno de los ejemplos que mejor ilustran este proceso de modernización y transformación que ha conducido a la desaparición de las fronteras tradicionales entre herramientas de recuperación de la información, no solo primaria y secundaria, sino también documental, impresa, periódica, manuscrita, material, iconográfica o audiovisual, entre otras. Los catálogos de nuestras bibliotecas y redes de bibliotecas públicas y universitarias permiten, a través de un mismo sistema de búsqueda, recuperar simultáneamente la información sobre un incunable y sobre el último libro de investigación dedicado a presentar los resultados de un estudio sobre ese mismo incunable. Pero no solo eso. Los catálogos en línea de las bibliotecas dan acceso indistintamente a las bases de datos bibliográficas donde se recogen la referencia a los artículos publicados en revistas editadas en todo el mundo desde hace más de un siglo hasta la actualidad; a las propias referencias de los artículos y el enlace al texto completo, importadas de esas mismas bases de datos; o a los grabados, fotografías o gráficos incluidos en libros y otros soportes, consultables ahora a través de iconotecas digitales, creadas desde las propias bibliotecas a partir de la digitalización de sus propios fondos o de fondos ajenos.
Este último ejemplo, junto con el repaso anterior, muestra la cada vez más borrosa distinción entre instrumentos de recuperación de las fuentes primarias y secundarias. A pesar de ello, en la modalidad de consulta guiada a la página de Fuentes para la historia y la comunicación de la ciencia se ha empleado esta distinción para organizar los recursos recogidos y facilitar así la consulta a las personas menos familiarizadas con la diversidad de recursos existentes. El mismo criterio ha llevado a dedicar dos capítulos diferentes en Saberes en acción a los recursos disponibles para la búsqueda de fuentes primarias, por un lado, y bibliografía secundaria, por otro.
Antonio García Belmar
IILP-UA
Cómo citar este artículo:
García Belmar, Antonio. Fuentes primarias y secundarias. Sabers en acció, 2022-09-07. https://sabersenaccio.iec.cat/es/fuentes-primarias-y-secundarias/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Arostegui, Julio. La investigación histórica. Teoría y método, Barcelona, Crítica, 2001
Bloch, Marc. Apología para la historia o el oficio de historiador, México, Fondo de Cultura Económica, 2001
Eco, Umberto, Cómo se hace una tesis doctoral, Barcelona, Gedisa, 2001
Barber, Sarah; Peniston-Bird, Corinna M. (eds), History Beyond the Text: A Student’s Guide to Approaching Alternative Sources, Routledge, 2009 (Routledge Guides to Using Historical Sources).