—En torno a la innovación tecnológica se ha construido una poderosa ideología que condiciona nuestra forma de entender la tecnología y que está transformando muchas instituciones sociales como la educación o la propia ciencia.—
Innova como último recurso: la mayoría de barbaridades se hacen en nombre de la innovación.
Charles Eames (diseñador)
Innova o muere.
Peter Drucker (especialista en management)
Durante las últimas décadas la innovación se ha convertido en una idea omnipresente en las sociedades contemporáneas. Instituciones de todo tipo —universidades, empresas, administraciones públicas, entidades culturales, etc.— han reformulado sus programas y sus planes estratégicos para adoptar la innovación como eje de acción prioritaria. Muchas de ellas mencionan explícitamente el fomento, la intensificación o la celebración de la innovación entre sus funciones básicas. Algunas han llegado a modificar sus denominaciones tradicionales para incorporar el término y convertirse en “centros de innovación” en uno u otro ámbito. Incluso los conocidos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), donde nunca aparecen términos como libertad o democracia, otorgan a la innovación un lugar destacado. Parece que no haya nada mejor para una institución que verse asociada, de una u otra forma, a la cruzada por la innovación. Y lo mismo ocurre con las personas que trabajan en ellas: ¡no hay nada comparable a ser visto como un gran innovador!
Pero, ¿es una buena escuela necesariamente una escuela innovadora? ¿Es una buena médica siempre una médica innovadora? ¿Un buen profesor debe ser de forma obligada un profesor innovador? ¿Una buena ingeniera está siempre forzosamente abocada a la innovación? Para mucha gente este tipo de preguntas tienen una respuesta obviamente positiva. Y ¿cómo podría ser de otra forma? ¿Cómo alguien puede cuestionar algo como la innovación, que se asocia a valores tan positivos como la creatividad, la inteligencia o el deseo de superación?
El imperativo de la innovación no es una simple moda pasajera o un disfraz asequible para disimular la falta de objetivos o de proyectos, aunque a menudo ejerce esta función cosmética en muchas instituciones. Tampoco es una estrategia neutra y aséptica. En muchos de los discursos e iniciativas que la sustentan se pueden detectar una serie de patrones comunes y vínculos recurrentes con determinadas tendencias políticas y económicas, más poderosas, y que comportan formas muy particulares de entender la sociedad y la propia tecnología. El culto a la innovación se ha convertido, él mismo, en un marco ideológico con una gran capacidad de penetración social. Y lo más importante todavía: tiene efectos reales, tangibles y perniciosos en muchos ámbitos sociales, como en la enseñanza, la cultura y la propia ciencia.
Aunque el culto actual a la innovación a menudo incluye iniciativas o creaciones en principio no técnicas (innovaciones sociales, por ejemplo), la innovación tecnológica es su patrón de referencia: los aspectos artefactuales son a menudo los que más se destacan y sus criterios de valoración (escalabilidad, eficiencia, rendimiento económico) son los que se acaban aplicando. En el contexto educativo, por ejemplo, el actual énfasis en la innovación docente se traduce mayoritariamente en la incorporación de herramientas tecnológicas en la enseñanza (tanto software y aplicaciones diversas como hardware). Innovación significa, en la mayoría de los casos, innovación tecnológica.
La innovación como ideología se fundamenta en la convicción de que el desarrollo tecnológico es el factor causal más importante del crecimiento económico —algo cuestionado desde hace tiempo por muchos economistas— y, por tanto, del bienestar humano. Se trata de una versión del llamado determinismo tecnológico, que también ha impregnado gran parte de la historiografía moderna sobre la tecnología. Los ideólogos de la innovación enfatizan este vínculo causal unidireccional e inexorable entre tecnología y sociedad, con el concepto de revolución industrial, que utilizan con mucha profusión. Ahora, nos dicen, estamos en medio de la cuarta revolución —aunque a menudo no queda claro cuál ha sido la tercera—. Parece que siempre estamos en la antesala de cambios extraordinarios, causados por la tecnología, y a los que no debemos resistirnos. La idea de que vivimos tiempos de cambios acelerados se repite constantemente aunque, desde el punto de vista historiográfico, es muy discutible que el ritmo de la innovación sea ahora superior al de otros momentos de la historia (el tránsito entre los siglos XIX y el XX, por ejemplo).
Esta visión determinista promueve, de hecho, una fe casi ciega en la tecnología como un instrumento prioritario para resolver todo tipo de problemas: políticos, económicos o medioambientales. En el caso del cambio climático, por ejemplo, en vez de reducir las emisiones de CO2 intentando cambiar los actuales patrones económicos y energéticos, se apuesta por fabricar inmensos paneles que bloqueen la radiación solar e instalarlos en órbitas a millones de kilómetros de la superficie de la Tierra. Lo que es un problema ambiental con raíces muy complejas en los modelos productivos y en las estructuras políticas y económicas de nuestras sociedades se reduce a un sencillo problema termodinámico, abordable con sofisticadas innovaciones tecnológicas, pero que permitirán mantener intacto el actual paradigma económico extractivista y de crecimiento ilimitado. Prácticamente todo puede arreglarse mediante la innovación tecnológica: desde el crimen a la corrupción, desde la contaminación a la obesidad, desde la soledad hasta la depresión.
Sin embargo, la ideología de la innovación no supone una glorificación genérica de la tecnología. En realidad, propugna una visión de la tecnología muy sesgada y estrecha de miras. Se restringe básicamente al ámbito digital —tecnologías de la información, IA, aplicaciones en red, etc.— y a los artefactos electrónicos sofisticados (lo que a menudo se llama alta tecnología) como robots, teléfonos inteligentes o vehículos autónomos, normalmente de consumo individual. Este ámbito enormemente acotado de la tecnología es donde se concentran preferentemente las proclamas hiperbólicas y los pronósticos de futuros esplendorosos que a menudo hacen los gurús de la innovación –un verdadero ejército de supuestos “expertos” en innovación, que pontifican en empresas y administraciones públicas, como si tuvieran las claves para convertir cualquier institución en una entidad innovadora.
El historiador británico David Edgerton, entre otros autores, ha señalado las limitaciones que el foco exclusivo en la innovación impone al análisis sociohistórico de la tecnología. Si hablamos de tecnologías digitales, por ejemplo, el paisaje geográfico de la innovación y del diseño de estas tecnologías está concentrado en tres o cuatro lugares bastante singulares del primer mundo —uno de ellos el famoso Silicon Valley, en California— y en un grupo muy reducido de personas: hombres blancos (pocas mujeres) y de clase alta, con titulaciones en las mejores universidades, con grandes sueldos y con frecuencia con idearios políticos bastante similares —lo que Richard Barbrook y Andy Cameron llamaron la ideología californiana—.
Si, en cambio, analizamos el uso de estas tecnologías, es decir, si observamos a quien las utiliza y no a quien las diseña (pensemos en los teléfonos inteligentes, por ejemplo) el paisaje que emerge es muy diferente. Geográficamente, el uso se extiende a un territorio inmensamente mayor, que abarca la mayoría de países del mundo, incluidos los del llamado Sur global. No solo está habitado por hombres; hay también muchas mujeres, gente de muchas etnias distintas y mayoritariamente de clase baja o media. Es obvio, por tanto, que si queremos entender los efectos o la relevancia social de una tecnología, es decir, su significación real en la vida de la gente, es mucho más útil analizar su uso, que no solo prestar atención a quién o cómo la diseña. Sin embargo, esto que ahora parece evidente, no lo ha sido durante muchas décadas. El estudio sociológico, filosófico e historiográfico de la tecnología ha estado también fuertemente contaminado por el innovocentrismo.
El uso es solo uno de los aspectos importantes que queda eclipsado por la focalización exclusiva en la innovación. Existen otros muchos ámbitos de la tecnología y de su relación con el medio ambiente y social que también resultan invisibles desde el prisma de la innovación. La reparación y el mantenimiento —tareas imprescindibles para cualquier tecnología, incluyendo las digitales, y especialmente cruciales para muchos habitantes del Sur global— pero también el declive —las tecnologías entran en decadencia a menudo, cuando por motivos sociales o ambientales se decide dejarlas de utilizar— o la producción —la fabricación de muchos artefactos también muestra un paisaje geográfico y social muy diferente al de su diseño— son también relegados a un plan secundario en el discurso de la innovación.
Podemos decir que la mayoría de tecnologías de uso cotidiano también quedan fuera de foco, porque el innovocentrismo suele destacar, por encima de todo, tecnologías de un tipo muy concreto: tecnologías sofisticadas, complejas —con muchos componentes— y de base microelectrónica. Sin embargo, este tipo de artefactos técnicos representan, en realidad, una fracción muy pequeña de las tecnologías que utilizamos de forma diaria. Los artilugios técnicos que podemos llamar mundanos —libros, muebles, bicicletas, vasos…—, algunos de los cuales tienen su origen hace décadas o incluso siglos, y también la mayor parte de infraestructuras —las vías de tren, las tuberías, las carreteras o los puentes— no tienen ningún papel destacado en el culto contemporáneo a la innovación, aunque son, desde muchos puntos de vista, mucho más importantes para nuestras vidas y sociedades.
El culto a la innovación alimenta e intensifica otras fuerzas, más fundamentales y quizás más determinantes, de las sociedades contemporáneas. Es posible rastrear sus orígenes, no solo en la mencionada ideología californiana, sino en el programa socioeconómico del neoliberalismo y en la crisis del paradigma moderno del crecimiento/desarrollo ilimitado. La ideología de la innovación no representa, en cualquier caso, una visión neutral y apolítica de la tecnología y de su encaje social. Moviliza formas concretas de ser, hacer y pensar. Tiene, como toda ideología, un papel legitimador y otorga sentido a prácticas e ideas que, de lo contrario, resultarían cuestionables o incluso inasumibles. Sirve para realzar y conferir autoridad a determinados agentes sociales y para invisibilizar o menospreciar a otros. Se ha convertido en un mecanismo clave para el ejercicio del poder.
Eduard Aibar
Universitat Oberta de Catalunya
Cómo citar este artículo:
Aibar, Eduard. El culto a la innovación. Sabers en acció, 2024-02-21. https://sabersenaccio.iec.cat/es/el-culto-a-la-innovacion/.
Para saber más
Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.
Lecturas recomendadas
Aibar, E. El culto a la innovación: estragos de una visión sesgada de la tecnología. Barcelona: Ned ediciones; 2023.
Edgerton, D. Innovación y tradición: historia de la tecnología moderna. Barcelona: Crítica; 2007.
Estudios
Barbrook, R. & Cameron, A. The Californian ideology. Science as Culture. 1996; 6(1):44-72.
Foucault, M. Nacimiento de la biopolítica: curso del Collège de France (1978-1979). Madrid: Akal; 2009.
Godin, B. Innovation contested: The idea of innovation over the centuries. New York: Routledge; 2015.
Mirowski, P. Science-mart. Cambridge (MA): Harvard University Press; 2011.
Morozov, E. La locura del solucionismo tecnológico. Buenos Aires: Katz Editores; 2015.
Pinch, T. J., & Bijker, W. E. The social construction of facts and artifacts: Or how the sociology of science and the sociology of technology might benefit each other. Social studies of science. 1984; 14(3): 399-441.
Solé Blanch, J. El cambio educativo ante la innovación tecnológica, la pedagogía de las competencias y el discurso de la educación emocional. Una mirada crítica. Teoría De La Educación. Revista Interuniversitaria. 2020; 32(1): 101–121.
Smith, A., Fressoli, M., Abrol, D., Arond, E., & Ely, A. Grassroots innovation movements. Londres: Routledge; 2016.
Turner, F. From counterculture to cyberculture: Stewart Brand, the Whole Earth Network, and the rise of digital utopianism. Chicago: University of Chicago Press; 2020.
Vinsel, L., & Russell, A. L. The innovation delusion: How our obsession with the new has disrupted the work that matters most. New York: Currency; 2020.
Wisnioski, M., Hintz, E. S., & Kleine, M. S., eds. Does America Need More Innovators? Cambridge (MA): MIT Press; 2019.
Páginas de internet y otros recursos
The Maintainers is a global research network interested in the concepts of maintenance, infrastructure and repair. https://themaintainers.org/
Restarters Barcelona es un colectivo informal que quiere impulsar alternativas a la obsolescencia planeada y la reapropiación de conocimientos tecnológicos. https://restartersbcn.info/
Wiebe Bijker. Vulnerability of technological cultures. Universitat Oberta de Catalunya. [Fecha de actualización 2009; fecha de consulta 5/12/2023]. https://www.youtube.com/watch?v=PrP76QtwDf8
Evgeny Morozov. On Silicon Valley Solutionism. The Nexus Institute. [Fecha de actualización 2013; fecha de consulta 5/12/2023]. https://www.youtube.com/watch?v=uYHiE1GX1HI