—La importancia de la religión en el pensamiento del padre de la ciencia moderna.—
Más allá del mito de la revolución científica, la figura de Isaac Newton (1642-1727) es reconocida como una de las más destacadas e influyentes de todos los tiempos. No en vano, su obra representa la asimilación de diversos elementos procedentes de la cinemática de Galileo Galilei (1564-1642) y la astronomía de Johannes Kepler (1571-1630), así como del atomismo de Pierre Gassendi (1592-1655) y las ideas acerca del movimiento de René Descartes (1596-1650). De hecho, la publicación en 1687 de su obra Philosophiæ Naturalis Principia Mathematica se considera la culminación de los esfuerzos realizados hasta entonces por construir una nueva ciencia que sometiese cielos y Tierra a unas mismas leyes universales.
El desarrollo de la ciencia moderna en el siglo XVIII favoreció la ascensión de Newton a los altares de la ortodoxia científica. Su estatus y prestigio fueron cuidadosamente cultivados con carácter póstumo por quienes propugnaron el poder de la ciencia y erigieron a Newton en todo un icono de la racionalidad. Su imagen, convertida en bien de consumo, adornó desde las paredes hasta la porcelana de aquellos que buscaron identificarse con la extraordinaria capacidad intelectual del genio científico inglés, venerado a modo de santidad secular por sus devotos seguidores. Con todo, la maleabilidad con que ha sido tratada la figura de Newton a lo largo de la historia esconde una realidad bastante más compleja. Ciertamente, las contribuciones de Newton en el ámbito de las matemáticas, así como sus estudios sobre el movimiento, la gravedad y la luz, tuvieron un enorme impacto en el pensamiento filosófico y científico. Sin embargo, tal y como han puesto de manifiesto diversos autores, Newton se mostró obsesionado durante toda su vida por otras disciplinas, aparentemente tan esotéricas como la alquimia y la teología, que influyeron en la evolución y los cambios en su comprensión de la mecánica y la cosmología.
Newton inició sus estudios alquímicos a finales de la década de 1660. Durante más de medio siglo se dedicó a repasar la literatura existente y a compilar gran cantidad de notas. Llegó a transcribir de su puño y letra varias obras de alquimia enteras e incluso trabajó en la elaboración de tratados propios, que dejó manuscritos, basados en gran parte en sus experimentos de laboratorio. Su interés por la alquimia estuvo basado en la búsqueda de la existencia de un principio vegetativo que operaba en el mundo natural, un principio que debía ser el espíritu secreto, universal y animador del que hablaban los alquimistas y que hacía del mundo algo diferente al sistema mecánico postulado por el filósofo René Descartes.
Por otra parte, Newton se sintió fascinado por la teología desde los inicios de su carrera en el Trinity College de Cambridge. Durante sus años de estudiante se interesó por las relaciones entre teología y filosofía natural. Entre las notas de aquellos años destacan sus Quæstiones quædam Philosophiæ, en las que abordó cuestiones relacionadas con la materia, el movimiento, el tiempo, el sistema solar, la óptica, el magnetismo, la electricidad o las mareas, entremezcladas con reflexiones sobre Dios, la Creación, el alma o el futuro apocalíptico de la Tierra. En su afán por descifrar los misterios de la cronología antigua, Newton se embarcó en un ambicioso proyecto de investigación para abordar de manera sistemática diversas cuestiones relacionadas con la naturaleza de Dios, la profecía, el papel histórico de Jesucristo, la forma y función de la religión, la evolución de la doctrina cristiana y la historia documental de la Biblia y de la literatura patrística. Para descifrar los símbolos de la profecía bíblica, empleó técnicas que guardan similitudes con los métodos que aplicó a sus estudios filosóficos y científicos. Por ejemplo, para determinar el significado del Sol, examinó todas las referencias bíblicas al astro y, mediante un razonamiento inductivo, concluyó que se trataba de un símbolo de gobierno. En ese sentido, se hacen evidentes las similitudes entre las reglas de interpretación profética que pueden encontrarse al inicio de su tratado sobre el libro del Apocalipsis y sus reglas de razonamiento elaboradas en las primeras tres ediciones de los Principia.
Newton elaboró durante la década de 1670 sus primeros tratados manuscritos sobre teología. Su interés por el socinianismo, una doctrina cristiana antitrinitaria considerada herética, le llevó a rechazar la noción ortodoxa de la Trinidad. Pensaba que este dogma era, en realidad, una ficción inventada en el siglo IV. Sus trabajos le llevaron a concluir que la religión aceptada como ortodoxa por la Iglesia católica romana y hasta cierto punto por la Iglesia de Inglaterra no era más que la degeneración de una forma de cristianismo prístino, corrompida durante los siglos posteriores a la vida de Jesucristo. Eran conclusiones de carácter blasfemo que nunca fueron publicadas y muy pocas personas conocieron.
El interés por ensalzar la obra de Newton hizo que algunos autores, como los matemáticos y astrónomos franceses Pierre Simon Laplace (1749-1827) y Jean Baptiste Biot (1774-1862), popularizaran la idea de que el interés de Newton por la teología fue el resultado de unas facultades mentales debilitadas por la edad hacia el final de su vida. Nada más lejos de la realidad, tal y como demuestran sus escritos. Un buen ejemplo es su De gravitatione et æquipondio fluidorum, sobre la gravedad y el equilibrio de los fluidos, escrito en algún momento entre 1664 y 1685 y en el que desafió la idea de que los vórtices fluidos cartesianos fuesen una explicación razonable para los movimientos de los planetas y cometas, para lo cual movilizó cuestiones teológicas que aludían a la Creación, atacaban al ateísmo y respaldaban su idea de Dios.
Estas ideas se reflejaron también en sus Principia. En efecto, la distinción realizada en esta obra entre magnitudes absolutas (concebidas como verdaderas y matemáticas) y relativas (descritas como aparentes y comunes) se basó en la asociación realizada por Newton entre el espacio y el tiempo absolutos con la omnipresencia y la eternidad de Dios. Estos planteamientos le llevaron a aceptar la posibilidad de que dos objetos puedan atraerse gravitacionalmente a través del espacio vacío, sin materia de por medio, contrariamente al principio de acción por contacto que defendían los mecanicistas y, según el cual, las partículas materiales únicamente podían interactuar chocando entre sí. Así, Newton explicó la atracción gravitacional a partir de la existencia de algún tipo de agente activo no material y de carácter divino, es decir, como una acción a distancia no mediada mecánicamente y compatible con su deseo de señalar el significado teológico de ciertos principios activos no mecánicos gobernados por Dios.
En las posteriores ediciones de los Principia desaparecieron las referencias a la participación de Dios en la disposición de los planetas del sistema solar, pero en los borradores iniciales Newton había incorporado ideas como la de que la creencia ancestral acerca de la existencia de un espíritu infinito que llenaba el espacio, si bien no podía identificarse con Dios, sí que estaba asociada con la voluntad divina y con su poder y omnipresencia. De hecho, sus escritos demuestran que, a principios de la década de 1690, Newton había rechazado formalmente, en parte por sus planteamientos teológicos, una explicación puramente mecánica de la gravedad. A partir de la convicción de la existencia de un Dios infinito, eterno, omnisciente y omnipotente, Newton concibió un cosmos providencialmente controlado, dinámico y en degeneración, en el que los cuerpos se influían entre sí a través de la gravedad. Tal percepción le condujo a entender el mundo como una gran máquina que operaba acorde a unas leyes fijas. También le sugirió la conocida como “analogía del relojero”, un argumento teleológico según el cual Dios había diseñado un universo que, para Newton, estaba bajo constante supervisión del Creador. Esta visión podía entenderse como una elegante confirmación de la existencia de Dios y ofreció a los deístas de finales del siglo XVII una manera sofisticada de defender y desarrollar sus puntos de vista.
Para Newton, el estudio tanto del cosmos como de la naturaleza implicaba necesariamente incorporar consideraciones acerca de la divinidad. Del mismo modo que asumió que la Biblia era la palabra de Dios, Newton se mostró convencido de que Dios era también el autor del libro de la Naturaleza. Al proceder de un mismo autor, ambas obras debían ser necesariamente coherentes. De ahí que Newton tratase de reconciliar las desavenencias aparentemente existentes entre las Sagradas Escrituras y sus observaciones experimentales, al igual que otros autores habían hecho con anterioridad. El propio Galileo, consciente del conflicto entre sus trabajos astronómicos y la Biblia, había tratado de armonizar sus observaciones con el relato bíblico haciendo uso de las ideas de Agustín de Hipona (354-430), quien había rechazado la interpretación literal de las Sagradas Escrituras, asumiendo que los textos bíblicos habían sido escritos para ser comprendidos por gente común, relativamente poco educada y con saberes limitados. Según Newton, las ideas que transmitía la Biblia habían sido corrompidas por una hermenéutica equivocada de carácter literal.
Siempre escéptico frente al pensamiento tradicionalmente aceptado, tanto en el ámbito de la teología como en el de la filosofía natural, Newton buscó los mecanismos adecuados para tratar de demostrar sus puntos de vista alternativos. En ese sentido, su crítica a la ortodoxia religiosa es comparable a su asalto al statu quo científico. Más aún, su pensamiento demuestra la continuidad existente entre la teología y la filosofía natural en los albores de la ciencia moderna, así como la convicción de que el estudio del cosmos y el de la Biblia eran igualmente importantes y fundamentales para comprender el mundo.
Pedro Ruiz-Castell
IILP-UV
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Fara, Patricia. Newton: the making of genius. New York: Columbia University Press; 2002.
Force, James E.; Popkin, Richard H., eds. Newton and religion: context, nature and influence. Dordrecht: Kluwer Academic; 1999.
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Estudios
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Fuentes
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Recursos documentales online
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National Library of Israel. Newton manuscripts [citada 11 Ene 2021]. Disponible en este enlace.
Recursos audiovisuales online
A Jolly Nice Chap: British Biographies of Newton. The Newton Project. 2016. 9.20 min, sonido, color. Vodcast amb Rebekah Higgit visualizable en este enlace. [Consultado 11 Ene 2021].
Isaac Newton: His life and Work. Imperial College, London. 1984. 30.31 min, sonido, color. Documental presentado por Simon Schaffer visualizable en este enlace. [Consultado 11 Ene 2021].
Newton on the Beach: Principia Mathematica. Video Archive, Stanford Humanities Center, Stanford University. 2008. 75.39 min, sonido, color. Conferencia de Simon Schaffer visualizable en este enlace. [Consultada 11 Ene 2021].
Newton: the Dark Heretic. BBC; Blakeway Productions. 2003. 59.01 min, sonido, color. Documental visualizable en este enlace. [Consultado 11 Ene 2021].
The Clockwork God: Isaac Newton and the Mechanical Universe. Gresham College. 2018. 54.34 min, sonido, color. Conferencia de Alister McGrath visualizable en este enlace. [Consultada 11 Ene 2021].