—¿Un crimen femenino? Las múltiples imágenes de los envenenamientos en el siglo XIX.—

 

The Love Potion. Óleo de 1903 de la pintora inglesa Evelyn De Morgan (1855-1919). De Morgan Centre, Londres.

A pesar de ser formas poco habituales de homicidio durante el siglo XIX, y ser casi irrelevantes desde un punto de vista puramente estadístico, los crímenes por envenenamiento despertaban el interés popular hasta el punto de generar auténticos pánicos en determinados momentos. Se llegó incluso a hablar de una auténtica “epidemia de envenenamientos”. Los temores eran generados por el carácter secreto de este tipo de crimen y la gran dificultad para protegerse del mismo, dado que en la mayoría de ocasiones tenía lugar en el propio domicilio de la víctima y, muchas veces, eran perpetrados por su entorno familiar. En realidad, los crímenes por envenenamiento no suponían más del 2 al 3% del conjunto de homicidios. Exagerados o no, lo cierto es que el número de casos de envenenamiento conocidos aumentó desde la década de 1820 y tuvo su punto de mayor incidencia a mediados del siglo XIX. Todas estas circunstancias, unidas a la aparición de novedosas técnicas de detección de los venenos, hicieron del siglo XIX un periodo clave en el desarrollo de la toxicología.

La combinación de crimen y enjuiciamiento proporcionaba elementos atractivos para un público amplio, propiciando así una fuerte repercusión en los medios, tanto actualmente como en el pasado. Los periódicos del siglo XIX incluían muchas referencias a estos crímenes, daban la oportunidad al público de ofrecer su opinión y generaban debates sobre la inocencia o culpabilidad del acusado. Los móviles del crimen eran casi siempre los mismos: pobreza, codicia, orgullo, amor y odio. En diversos puntos del continente europeo, algunos casos alcanzaron una inmensa popularidad gracias a que contenían elementos altamente atractivos para los lectores. En Francia, el caso de Madame Lafarge, una mujer juzgada y condenada a cadena perpetua en 1840 por supuestamente envenenar a su marido, reunió a los toxicólogos más influyentes del momento y fue seguido con atención por medios de todos los lugares. Otro de los casos más estudiados es el de la escocesa Madeleine Smith, acusada de envenenar a su amante con arsénico pero absuelta por falta de pruebas en el juicio celebrado en 1857. Este caso puso de manifiesto que el disponer de pruebas circunstanciales tales como la compra del veneno o incluso cartas con un contenido inculpatorio innegable no era suficiente para determinar la muerte o condena de estas supuestas envenenadoras. En el siglo XIX, la presunción de inocencia podía movilizarse con más expectativa de éxito cuando se juzgaba a una mujer puesto que, en jurados compuestos mayoritariamente por hombres, los estereotipos culturales del momento jugaban a su favor. En los casos de sentencias condenatorias, las dudas acerca de su implicación en el crimen parecían disminuir su culpabilidad.

Juicio contra Madeleine Smith en 1857 celebrado en Edimburg. Wikipedia.

Entre los dos casos comentados, también en España se encuentran referencias a este tipo de crimen. En 1844 las revistas médicas y la prensa española se hicieron eco de un supuesto envenenamiento acontecido en Madrid. Una mujer, Pilar Campé, fue acusada de envenenar y suplantar la identidad de su amiga, María Bonamot, con el objetivo de resultar beneficiada económicamente por su testamento. Además de los ingredientes ya mencionados, que causaban gran alarma social en el contexto europeo, el caso Bonamot contó con varios factores adicionales que contribuyeron a su popularidad. Por un lado, las fechas del juicio coincidieron con la creación de la cátedra de Medicina Legal en las Facultades de Madrid y Barcelona. Además, supuso la participación como peritos de algunos de los personajes españoles más influyentes en la toxicología española, como Pere Mata i Fontanet (1811-1877). El supuesto envenenamiento contaba, además, con otro factor clave a mediados del siglo XIX: había sido cometido por una mujer.

Noticia que recoge los delincuentes y tipo de delito cometido en la provincia de Málaga en el mes de enero de 1850. El Clamor Público, 23/02/1850. Biblioteca Nacional de España.

Las representaciones populares sobre los envenenamientos suelen encontrarse repletas de estereotipos que pueden ser bastante distantes de la realidad reflejada en las estadísticas más fiables disponibles. En este perfil popular del crimen de envenenamiento es sencillo toparse con afirmaciones tales como un “crimen femenino” o un “crimen de los pobres”. Las estadísticas disponibles para el siglo XIX muestran con claridad que entre las personas acusadas de crímenes de envenenamiento el número de hombres era bastante superior al de mujeres. Estos datos contrastan, como se ha dicho, con la muy extendida creencia de que el envenenamiento era un “crimen femenino”, caracterizado por supuestos rasgos atribuidos a las mujeres tales como el secreto, la premeditación o el engaño. Es evidente que estas imágenes se vieron favorecidas por su consonancia con los estereotipos de género predominantes en las sociedades europeas de los siglos XIX y XX. Muchas obras publicadas en esos años, tanto académicas como destinadas a públicos más amplios, sirvieron para reforzar estas visiones.

Es fácil encontrar obras de finales del siglo XIX y principios del siglo XX en las que se afirma sin rubor que el envenenamiento era un crimen de las mujeres y de la cobardía. El criminólogo italiano Cesare Lombroso (1835-1909) estableció en su obra La donna deliquente (1893) algunos rasgos comunes a las envenenadoras. Según su descripción, estas mujeres eran inteligentes, manipuladoras y grandes creadoras de ficción, ya que eran capaces de inventar historias convincentes y crear coartadas. En una línea bastante similar, el abogado e historiador del derecho Julio César Cerdeiras (1900-1956) recogió, en una obra de 1925 titulada Sobre el delito del envenenamiento, afirmaciones tales como que “de diez veces, siete, el delito de envenenamiento es obra de la mujer”. La supuesta debilidad física de la mujer, que comportaba dificultades para perpetrar asesinatos con violencia extrema, es uno de los rasgos que sirven como argumento explicativo en algunos casos. Estas afirmaciones, basadas en sesgos de género, mantenían que era “el crimen de la cobardía” puesto que la mujer “no puede manejar con fuerza un cuchillo, ignora el manejo de un arma de fuego y, sobre todo, teme ver a la víctima en el momento de sufrir el golpe”, según afirmó el jurista español Luis Jiménez de Asúa (1889-1970). Es cierto que, en comparación con otro tipo de homicidios, el porcentaje de mujeres sospechosas es bastante elevado, pero la suposición de que la mayoría de los crímenes de envenenamiento eran cometidos por mujeres es totalmente falsa. En realidad, aunque la proporción entre hombres y mujeres era similar, la diferencia residía en que el número de víctimas a manos de las mujeres era mayor, posiblemente porque el veneno era habitualmente introducido en la comida o en las bebidas administradas a la víctima, un escenario típicamente femenino. La cocina se convirtió en un espacio privilegiado para este tipo de crimen, reforzando así la idea popular de crimen típicamente cometido por el sexo femenino.

Esta caricatura aparecida en Punch magazine en septiembre de 1849 muestra que el acceso a algunos venenos como el arsénico era relativamente sencillo a mediados del siglo XIX.  En 1851 se promulgaron una serie de medidas recogidas en The Arsenic Act que establecían el registro de su venta y la coloración del arsénico para facilitar su detección. Wellcome Collection.

La historia del envenenamiento ha estado excesivamente influida por un reducido número de casos que alcanzaron gran popularidad en su época, muchas veces por los rasgos poco habituales de los criminales, tanto desde un punto de vista de género como de clase social. El caso Bonamot es una buena muestra de ello. Las extrañas circunstancias en que se produjo su muerte llamaron la atención de las autoridades. Bonamot se había sentido indispuesta tras tomar algunos alimentos preparados por Pilar Campé, lo que requirió atención médica. Un escribano se presentó posteriormente para autorizar una disposición testamentaria en la que María Bonamot declaraba heredera única a Pilar Campé. Las circunstancias del cambio no hicieron más que agravar las sospechas sobre la beneficiaria del testamento. Durante el juicio, el fiscal argumentó que los cambios en el testamento fueron realizados por Pilar Campé, que había supuestamente suplantado la identidad de María Bonamot. Una comisión formada por peritos con una formación diversa, que incluía médicos y farmacéuticos, determinó que la causa de muerte era un envenenamiento por opio o alguno de sus preparados. Las discrepancias surgidas entre los miembros de la comisión dieron paso a una controversia entre expertos por afianzar su autoridad, tal y como se ha discutido en otras entradas.

En el  caso Bonamot, los expertos implicados tuvieron que defender sus puntos de vista basándose en una toxicología en construcción, plagada de incertidumbres y rectificaciones frecuentes. Los peritos debían convencer no solo a la comunidad científica, sino también fuera de ella, donde la expectación por estas “grandes causas de envenenamiento” iba en aumento.

Otra de las claves del crimen de envenenamiento en el siglo XIX fueron los múltiples esfuerzos para conseguir su detección a través de los recursos que ofrecía la nueva toxicología. En muchas ocasiones, el envenenamiento tenía lugar en el domicilio de la víctima, sin la presencia de posibles testigos, por lo que las pruebas acusatorias se limitaban a las proporcionadas por los peritos. Se trataba, por lo tanto, de un reto para los toxicólogos, que debían ofrecer pruebas suficientemente decisivas y fiables para sustanciar una acusación de asesinato por envenenamiento. Existían muchas dificultades en este terreno porque el crimen por envenenamiento no producía, en muchos casos, signos de violencia visibles. Además, los efectos del veneno podían ser confundidos frecuentemente con los producidos por una enfermedad, tal y como sucedió en el caso de envenenamiento de María Bonamot.

Los estereotipos sobre la mujer presentes tanto en la literatura como en el cine han influido en la imagen popular de la mujer envenenadora. Dos carátulas de dos famosas películas sobre envenenamientos cometidos por mujeres. A la izquierda, Arsenic and Old Lace (1943). Internet Movie Database. A la derecha, Madeleine (1953). Internet Movie Database.

En este contexto repleto de zonas oscuras es posible que el espectacular aumento en el número de casos de envenenamiento detectados de las décadas de 1830 y 1840 estuviera más relacionado con una mejora en los métodos de análisis químicos que con un incremento sustancial de la criminalidad en materia de envenenamientos. En cualquier caso, resulta evidente que las estadísticas disponibles deben ser manejadas con ciertas cautelas. Como se afirmaba en obras acerca de envenenamientos, la mayor parte de estos delitos quedaban “ignorados para la sociedad y por ende para la justicia”, por lo que no se podía conceder a las estadísticas “la veracidad necesaria para poder basar sobre ellas un razonamiento en el que asentar conclusiones exactas”. Estas incertidumbres permiten explicar el peso de las ansiedades sociales en torno al crimen de envenenamiento y la amplia circulación de estereotipos con valores culturales hegemónicos en manuales de toxicología y criminología, tales como los relacionados con la mujer envenenadora.

 

 

Mar Cuenca Lorente
IILP-UV

 

Para saber más

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Lecturas recomendadas

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Páginas de internet y otros recursos

Bertomeu-Sánchez, José Ramón. Mujeres envenenadoras. Disponible en este enlace.