—Emprendedores, investigación, inversiones, políticas y mucho más: de la intricada historia de cómo se configuró la industria más relevante del presente.—

 

El paso de la fabricación de medicamentos en un entorno doméstico, los galénicos, a los de manufactura industrial, primero basados en pocos ingredientes y que dieron lugar a pocos productos, y posteriormente con una elaboración completa y masiva de medicamentos, es un proceso de finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. El declinar de la medicina humoral coincide ciertamente con el despegue de la industria del medicamento, con un constante incremento del número de formas de dosificación producidas en masa en fábricas en vez de ser dispensados individualmente en farmacias. Pero este proceso no se completó totalmente hasta el final del siglo XX, y solo en determinados países. Fueron los territorios más influenciados por la Revolución Industrial, como Inglaterra, Alemania, Suiza y los Estados Unidos, donde los farmacéuticos perdieron antes el monopolio de la producción y dispensa de medicamentos. Aquí los tratamientos dejaron de ser individualizados, como en el galenismo, y consiguieron una mayor efectividad en la relación existente entre el origen de la enfermedad y su neutralización. En muchos otros lugares estos medicamentos apenas afectaron a las condiciones de salud de la población y al consumo de fármacos, ya que la mayoría de personas continuaban usando los productos de la farmacopea tradicional, basada en elementos que se podían encontrar en la naturaleza.

El desarrollo de la industria farmacéutica fue fomentado por una combinación de factores económicos, sociales, sanitarios y políticos: el crecimiento urbano y la prosperidad económica, la incidencia de determinadas enfermedades, el progreso del conocimiento médico y tecnológico y su circulación, el aislamiento y la síntesis de nuevos productos con propiedades curativas, el crecimiento de los sistemas nacionales de salud y las demandas de los consumidores.

La actividad de los boticarios tradicionales comportaba unos rendimientos económicos modestos en general, pero en algunos casos consiguieron convertir sus obradores en negocios prósperos, después de percibir que una transformación en el sistema de producción podía cambiar totalmente la perspectiva de beneficio. Al menos en algunos casos, la industria farmacéutica comenzó a partir de estas antiguas boticas. Este sería el caso del profesor de farmacia y química francés Antoine Baumé (1728-1804), uno de los primeros boticarios en empezar la producción de medicamentos a gran escala. Alrededor de 1775 elaboraba unos 2.400 productos, principalmente botánicos y también químicos. En Inglaterra, los farmacéuticos William Allen (1770-1843) y Luke Howard (1772-1864) se asociaron para comenzar a fabricar productos químicos en 1797. En Alemania, el boticario, profesor y editor Johannes Trommsdorff (1770-1837) fundó una fábrica de preparados químicos en 1813.

Espacios de fabricación y venta del laboratorio farmacéutico John Bell & Co. R. W. Macbeth (1890-1899). Wellcome Collection.

El aislamiento e identificación de alcaloides, como la quinina, la morfina, la cocaína, la estricnina o la nicotina, a principios del siglo XIX, fueron también grandes impulsores del cambio productivo. Estos poderosos agentes terapéuticos, con una acción fisiológica intensa, se habían usado desde hacía muchos siglos por culturas diversas, bien conocedoras de sus efectos psicotrópicos. La farmacología experimental buscaba la manera de identificar y aislar los principios activos de estas plantas medicinales para producir extractos debidamente dosificados. El descubrimiento en 1804 por parte de Wilhelm Sertürner (1783-1841) de la morfina, presente en el opio, abrió las puertas a este poderoso agente terapéutico, uno de los avances médicos más significativos del siglo XIX. Este hallazgo estimuló la búsqueda de los principios activos en otras plantas medicinales. Diversos farmacéuticos alemanes, franceses e ingleses, hábiles emprendedores con gran iniciativa, crearon empresas para producir alcaloides. Así nacían futuras multinacionales como Merck o May & Baker.

El auge de la industria de colorantes sintéticos durante el siglo XIX también jugó un papel prominente en el crecimiento de la industria farmacéutica. Siguiendo el principio de la inmunología enunciado por Paul Ehrlich (1854-1915), según el cual se consideraba que los medicamentos podían actuar selectivamente sobre ciertos tejidos o componentes biológicos, tal y como los colorantes actúan sobre los tejidos, se caminó hacia la síntesis química. Fue el estudio químico hecho sobre el alquitrán de hulla, el que proporcionó un puñado de productos útiles como el naftaleno, la anilina o el benceno. William H. Perkin (1838-1907) sería el artífice de un tinte sintético de la anilina, el malva, que provocó una carrera para producir colorantes derivados del alquitrán. Alemania y Suiza se convertirían en los países líderes en este campo, al contar con una institucionalización extraordinaria de laboratorios químicos. Este sería el caso del laboratorio de Justus von Liebig.

Laboratorio de Justus von Liebig en la Universidad de Giessen (1840). Wikipedia.

No se pueden olvidar tampoco circunstancias políticas como la unificación de Alemania y su nueva ley de patentes, que permitieron generar una sólida industria fundamentada en la investigación química. Muchos centros académicos se relacionaron muy estrechamente con estas industrias, y los medicamentos comerciales comenzaron a florecer a partir de esta oportunidad. Fue el caso de los febrífugos sintéticos y analgésicos como la antipirina o la amidopirina de la empresa Farbwerke Hoechst, hacia 1884. En 1880, Bayer, una empresa que contaba con apenas unos años de existencia, ampliaba, como lo hicieron otras, la fabricación de tintes a la de productos farmacéuticos sintéticos, con analgésicos como la fenacitina. Algunas empresas prefirieron dedicarse a la producción de alcaloides a gran escala. En una línea parecida, diversas químicas suizas, como la de Rudolf Geigy (1733-1859) o más tardes Sandoz, experimentaron el mismo paso de la fabricación de tintes sintéticos a medicamentos en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, después de crear unidades de investigación farmacéutica.

Los avances en bateriología e inmunología fueron igualmente un estímulo para la industria farmacéutica. Las causas bacterianas de las enfermedades infecciosas, estudiadas por famosas instituciones como el Instituto Pasteur, el Instituto Koch para las enfermedades infecciosas y el Instituto británico de medicina preventiva abrieron las puertas a la creación de vacunas a raíz de las investigaciones difundidas. En 1890, Emil von Behring (1854-1917) y Kitasato Shibasuburo (1852-1931) descubrieron que los productos sanguíneos de las cobayas contenían una sustancia que prevenía los efectos nocivos de la bacteria C. diphtheriae y su toxina cuando eran expuestos nuevamente a dosis letales de la bacteria y la toxina; demostraron que podían curar la difteria en un animal si le inyectaban el producto sérico de un animal vacunado. A la substancia la llamaron “antitoxina” y al tratamiento, “terapia sérica”. Muchos laboratorios se interesaron en su producción. Este sería el caso de Burroughs Wellcome & Co., en Gran Bretaña, y Mulford & Co., en los Estados Unidos. La primera empresa había sido fundada en 1880 y era conocida por las tabletas comprimidas que facilitaban la dosificación, en casos como el opio y la digital. En 1894, anunciaron que disponían del producto para comercializar, después de haber superado el escollo que supuso la ley contra la crueldad hacia los animales de 1876. Una cosa parecida le ocurrió a la empresa norteamericana al tener que afrontar las leyes antivivisección. Mulford fue más allá de la sede en New Jersey, para superar las dificultades legislativas, y emprendió una activa campaña de vinculación con la universidad y la escuela de veterinaria de Pennsylvania para producir la antitoxina. En las dos primeras décadas del siglo el número de empresas productoras de antitoxina, suero y vacunas se duplicó en los Estados Unidos.

Fábrica y laboratorio de Burroughs Wellcome & Co en Londres. Wikipedia.

Diversas circunstancias llevaron en las primeras décadas del siglo XX a un desarrollo extraordinario de nuevos medicamentos. Las exigencias en tiempos de guerra fueron un buen estímulo. La Primera Guerra Mundial, por ejemplo, provocó el despegue de la industria norteamericana, aún escasamente desarrollada. Los precios de los medicamentos se encarecieron extraordinariamente cuando el principal abastecedor, Alemania, entró en conflicto con los aliados. Laboratorios norteamericanos como Abbot contactaron con la universidad y con químicos como Adam Rogers (1889-1971) para la producción de sedantes como el veronal y la novocaína. Se inició así una tendencia que tendría un gran futuro: la alianza entre la industria y la investigación. En aquellos años fue basculando el equilibrio desde Alemania a los Estados Unidos. La guerra fue una causa pero también esta capacidad americana de fomentar la investigación como función de las empresas. El trabajo con la penicilina del grupo de Howard Florey (1898-1968) en Oxford se debe entender en este contexto de guerra y la combinación de inversiones públicas y privadas en la búsqueda de recursos terapéuticos. Decenas de laboratorios de instituciones diversas participaron en programas primero de origen privado y después público en Gran Bretaña y Estados Unidos. Se compartió una información abundante que permitió la producción natural y sintética de la penicilina, y también un programa de búsqueda sistemática de otros antibióticos como la estreptomicina. Los antibióticos tendrían un impacto fulgurante en la industria y la práctica médica.

Grupo de investigadores del laboratorio de Peoria (Estados Unidos) que colaboró en la investigación sobre la penicilina. Doctorlib.

Pocos años después, el desarrollo de la endocrinología supuso la creación de nuevas formas de tratamiento hormonal, que habían sido introducidas a finales del siglo XIX y que contribuyeron al cambio más general en el descubrimiento de fármacos, que se movió desde la química a la biología a inicios del siglo XX. Las terapias hormonales consiguieron un pleno desarrollo en la década de 1930. La empresa sueca Leo sería la más destacada en estos inicios. Esta industria tuvo que establecer contactos estrechos con una diversidad de establecimientos, como mataderos y residencias de ancianos, con la finalidad de poder obtener los materiales necesarios y también los sujetos con los que experimentar. Su medicamento estrella contra la infertilidad, Gonadex, impulsado por profesionales y medios de comunicación, acabó en un fiasco.

La calamitosa situación alimentaria de muchas regiones europeas durante el periodo que se sitúa entre las dos guerras mundiales despertó el interés por la etiología poco conocida de las enfermedades carenciales. Los avances en la bioquímica y fisiología de la nutrición, así como los problemas asociados a la malnutrición y carencia alimentaria, propiciaron la investigación para la producción de distintas vitaminas, a través de programas subvencionados en gran medida por organismos internacionales como la OMS, la OPS o la FAO. A inicios del siglo XX se pudo demostrar que enfermedades como el beriberi, el escorbuto o la pelagra estaban asociadas a déficits alimentarios vinculados a sustancias conocidas como vitaminas. La popularidad que alcanzó su consumo entre la población fue extraordinario, particularmente entre niños y niñas y como prevención de la enfermedad. Las vitaminas se convirtieron en un gran negocio para farmacéuticas como Abbot, Glaxo, Merck y Hoffman-la Roche, aunque la fabricación se acabó uniendo a la de las grandes industrias alimentarias.

Pero este portentoso desarrollo de la industria farmacéutica dependió, como hemos dicho, de muchos factores. Uno, que no se debe menospreciar, es el papel que desarrolló la publicidad −extraordinariamente variada e imaginativa− desde los inicios de la aparición del medicamento industrial, para captar la atención de públicos diversos. Otro aspecto sería la regulación a través de las leyes o su ausencia, para hacer frente a los riesgos de los medicamentos o la ineficacia y los engaños de algunos productos, y la política de patentes tuvieron un profundo efecto, tal como muestra otro capítulo de esta sección. Así, las grandes facilidades dadas por Otto von Bismarck en Alemania facilitaron el crecimiento de la industria química y farmacéutica. Por contra, Francia e Italia prohibieron la monopolización de productos médicos por razones éticas, y las empresas tuvieron pocos mecanismos para defender su propiedad e intereses comerciales. Hubo que buscar la manera de introducirse en un mercado mundial con garantías. En otros contextos, las políticas arancelarias, como en el caso de Rusia, impidieron el desarrollo de una industria farmacéutica, mientras que fueron grandes suministradores de materias primas. El caso de España, con el contexto particular del primer franquismo, es estudiado en otro apartado. Los casos son extraordinariamente variados y de aquí las consecuencias para cada país. También hay diferencias notables según el tipo de enfermedades e, incluso, los grupos de pacientes de acuerdo con el género, la etnia o la clase social. En definitiva, durante las siguientes décadas del siglo XX continuó un avance imparable de una industrial que hoy muestra un poder y vigor extraordinarios con una gran capacidad de condicionar las políticas sanitarias y las prácticas curativas.

 

 

Carmel Ferragud
IILP-UV

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

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Páginas de internet y otros recursos

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