—La explosión de los aires, la ruptura del agua y la combustión del fuego.—
En los años en los que se gestaba el estallido de la Revolución Francesa, las explosiones provocadas en los laboratorios por experimentadores de diferentes ciudades europeas estaban a punto de descomponer los cuatro elementos sobre los que se habían apoyado las explicaciones sobre la materia y sus cambios desde la antigüedad clásica. El aire se había disuelto en un número creciente de fluidos elásticos – los «aires» – con los que famosos experimentadores de Italia, Gran Bretaña o Francia y otros menos famosos de muchos países europeos experimentaban para conocer sus propiedades físicas y químicas y determinar su naturaleza. Se trataba de fenómenos novedosos que durante un tiempo siguieron siendo explicados con conceptos ya entonces antiguos. Saber lo que sus colegas hacían, observaban y decían desde sus laboratorios era tan importante o más para estos experimentadores que hacer llegar al resto sus propias observaciones e interpretaciones. Las cartas y las publicaciones circularon, pero el dibujo y la escritura se adaptaban mal a la hora de describir esos nuevos fenómenos, formalizar explicaciones todavía confusas y, sobre todo, reproducir experimentos hechos con extraños instrumentos de diseños cambiantes y complicado manejo. Es por ello que los viajes fueron esenciales en estos años de experimentos e interpretaciones, y lo siguieron siendo cuando hubo que convencer a los más reticentes y a los menos interesados de la validez de las explicaciones y demostraciones que cada uno creía haber encontrado en sus gabinetes y laboratorios.
En esos años se pudo ver a Alessandro Volta viajar por media Europa con su eudiómetro; a Charles Bladgen, colaborador de Henry Cavendish, cruzar el canal para dar a conocer en París las experiencias neumáticas de su maestro y contrastarlas con las de Antoine Lavoisier y Pierre-Simon Laplace; o a viajeros como el portugués Joao Jacinto de Magalhâes recorrer varias capitales para asistir a demostraciones experimentales y conocer y dar a conocer las novedades vistas y escuchadas en otros lugares. París fue un destino inevitable para todos ellos. Allí se localizaban los más diestros artesanos que ayudaban a diseñar y a construir los instrumentos les solicitaban y pagaban experimentadores de la talla de Lavoisier. En París se encontraba también el célebre salón donde Madame Lavoisier organizaba demostraciones experimentales y discusiones sobre los más sorprendentes y novedosos fenómenos. El paso por París de todos estos filósofos experimentales fue crucial para lo que en esta ciudad estaba a punto de ocurrir.
Muchos de los químicos neumáticos que estaban indagando en la composición del aire atmosférico habían comprobado que al hacer saltar una chispa dentro del eudiómetro de Volta y provocar la combinación explosiva del aire inflamable y el aire desflogisticado (los que unos años más tarde se denominarían hidrógeno y oxígeno, respectivamente), en las paredes del recipiente se formaba un rocío incoloro, inodoro e insípido que «parecía agua pura». Dentro de los marcos explicativos vigentes, muchos pensaron que el agua debía de estar en los aires reaccionantes, siendo éstos por tanto mezclas de agua y flogisto en diferentes proporciones. Otros idearon formas de deshidratar los aires y sugerir como posible explicación la transmutación del aire en agua. Las viejas interpretaciones todavía eran capaces de dar cabida a los nuevos fenómenos. El análisis y la síntesis eran las operaciones fundamentales de la química, conocidas y reconocidas como tales por todos los que practicaban esta ciencia y para algunos, un arte.
Lavoisier se apoyó en ellas para defender que, si fuera posible descomponer el agua en aire inflamable y aire vital y volver a sintetizar después agua a partir de esos dos fluidos elásticos, no habría duda de que el agua era un compuesto y que estos dos aires eran sus dos componentes. Algo tan fácil de enunciar resultó mucho más complicado de hacer y, no menos, de convencer. Lavoisier movilizó todos los recursos materiales y humanos a su disposición para diseñar un experimento crucial que no dejara lugar a dudas. El prestigioso constructor de instrumentos Pierre Mégnié convirtió en aparatos de latón y vidrio los diseños realizados por el equipo de experimentadores formado por Lavosier, Monge, Laplace y el ingeniero militar Jean-Baptiste Meusnier. Lavoisier incorporó al diseño experimental una técnica aprendida en su trabajo como recaudador de impuesto: los balances contables. Convertidos en balances de masas, este método contable debía servir para demostrar que las cantidades de producto coincidían con la suma de los reactivos, sin que nada se escapara o se añadiese.
Tras varios meses empleados en la construcción y ajuste de los aparatos, en la comprobación de los resultados y en su demostración pública en diversos espacios privados, a finales de febrero de 1785, Lavoisier reunió en su laboratorio del Arsenal a una treintena de químicos, notables y comisionados elegidos por la Academia de ciencias para realizar ante su atenta mirada una demostración pública de los experimentos de análisis y síntesis del agua. Los convocados vieron cómo el agua se descomponía en el aparato diseñado por Meusnier y cómo los dos gases desprendidos fueron cuidadosamente conducidos hasta los nuevos gasómetros, una pieza fundamental del dispositivo, diseñada por Meusnier y realizada por Mégnié, con la que pudieron calcular las cantidades de gases, medidas mediante sofisticadas balanzas de precisión. A través de tubos controlados por válvulas vieron cómo los gases eran conducidos hasta un recipiente esférico en cuyo interior se habían colocado dos electrodos. La chispa desencadenó la combustión y los asistentes vieron como el recipiente esférico se llenaba de ese líquido inodoro, incoloro e insípido que tanto se parecía al agua. Tras dos días enteros de experimentos y cálculos, Lavoisier demostró ante sus asistentes que 100 partes de agua habían dado 82 de aire vital (nuestro actual oxígeno) y 18 de aire inflamable (nuestro actual hidrógeno), mientras que 86 partes de aire vital se habían combinado con 14 de aire inflamable para dar 100 partes de lo que él defendía ser agua.
El experimento, por espectacular y concluyente que pareciera, lejos de convencer a todos por igual, dio pie a un amplio abanico de interpretaciones de lo más dispares. Mientras que Lavoisier y su equipo atribuyeron la acidez del agua obtenida por síntesis a posibles impurezas, para otros este dato mostraba que lo producido no era agua sino ácido nítrico. También fueron objeto de polémica las diferencias observadas entre las proporciones de los gases producidos en el análisis y los consumidos durante la síntesis. Otros, aun estando de acuerdo con los resultados, pensaban que eran perfectamente explicables desde las teorías vigentes, sin que fuera necesario cambiarlas por otras fundadas en puras conjeturas. Hubo, en fin, quienes dudaron de la fiabilidad de unos resultados que sólo Lavoisier era capaz de producir con unos sofisticados y costosos instrumentos fuera del alcance del común del resto de experimentadores.
Las resistencias, al igual que los apoyos, respondieron a circunstancias e intereses muy diversos. Los sentimientos nacionales jugaron un papel importante en la oposición generalizada de los químicos alemanes, aferrados a la teoría de su venerado Georg Stahl. Las nuevas teorías abrieron también una brecha generacional, enfrentando a los que veían derrumbarse las concepciones con las que habían trabajado durante décadas y los que vieron en esas nuevas ideas una forma de disputar el poder a sus mayores. Tampoco respondieron del mismo modo las diferentes comunidades científicas y profesionales, muchas de las cuales se ocupaban de asuntos muy alejados de los que eran objeto de debate. En la resolución de esta controversia, fueron muy importantes los instrumentos y las estrategias de persuasión. Cada «conversión» de un químico prestigioso fue anunciada como una victoria de la «nueva química» frente a las viejas teorías, dentro de una batalla por la autoridad científica y académica. Las conversaciones y demostraciones con los viajeros que pasaban por París o los cursos públicos abiertos en la capital fueron claves para hacer llegar las nuevas ideas a otros territorios. Como también lo fue la escritura de nuevos libros de texto, que garantizaran que los nuevos practicantes de la química fueran instruidos desde el inicio en el nuevo marco explicativo. Fue en ese terreno de la enseñanza y la divulgación donde se diseñaron las versiones simplificadas de los instrumentos y experimentos cruciales que han llegado hasta nuestros libros de texto actuales.
Antonio García Belmar
IILP-UA
Cómo citar este artículo:
García Belmar, Antonio. Experimentos viajeros. Sabers en acció, 2020-12-28. https://sabersenaccio.iec.cat/es/experimentos-viajeros/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
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Páginas del cuaderno de clase en el que el estudiante de farmacia Nicolas-Jean-Baptiste-Gaston Guibourt anotó y dibujó la demostración experimental de la descomposición y la recomposicón del agua mostradas en el anfiteatro del Collège de France por Jacques Louis Thenard en los primeros años del siglo XIX (Bibliothèque Interuniversitaire de Pharmacie de Paris, Mss. 22 – 23, Vol. 1, 118-119. Disponible en este enlace. Para consultar la página 118 visítese este enlace. La página 199 está disponible aquí.
Páginas de internet y otros recursos
Panopticon Lavoisier. Disponible en este enlace.
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Sèvres – Manufacture et Musée nationaux. Disponible en este enlace.