La investigación científica en los zoos durante los últimos dos siglos ha oscilado entre las promesas incumplidas y la generación de conocimientos inesperados.

 

Cuando se fundaron los primeros jardines zoológicos en la primera mitad del siglo XIX parecía que se inauguraba una nueva era en la historia natural. En declaraciones muy parecidas, los zoos de París (fundado en 1793), Londres (1828), Dublín (1831), Ámsterdam (1838) y Berlín (1844) destacaban la promesa científica de su institución. Era un compromiso que, en principio, no puede extrañar, si tenemos en cuenta las instituciones responsables de esas fundaciones: el Muséum national d’histoire naturelle de París, la Zoological Society of London (ZSL), la Royal Zoological Society of Ireland y la Sociedad Zoológica de Ámsterdam, Natura Artis Magistra

El zoo de Berlín fue promocionado por Alexander von Humboldt (1769-1859), quien, en una carta al rey de Prusia, hizo hincapié en que se trataba de “un instituto que promete tanto para las ciencias”. En su declaración fundacional, la ZSL concebía los animales “como objeto de investigación científica, no de admiración vulgar”. Así pues, el nuevo zoo decimonónico quería distanciarse tanto de las menageries de la aristocracia como de los espectáculos itinerantes de fieras. De golpe, los naturalistas iban a tener la posibilidad de observar numerosos animales exóticos sin salir de las metrópolis. 

Pero la realidad fue diferente y la agenda científica del zoo pronto se reveló como una promesa incumplida. Ya a mediados del siglo XIX, muchos naturalistas se mostraban decepcionados. En 1864, el famoso divulgador de la historia natural alemán Alfred Edmund Brehm (1829-1884) advertía: “En general, no se puede ignorar que los jardines zoológicos han contribuido muy poco a la ciencia”.

Pero… ¿por qué? Se pueden ofrecer varias razones para explicarlo. La promesa científica del zoo fue sobre todo un tópico para justificar su costosa financiación. Los naturalistas de la época estaban más acostumbrados a diseccionar animales muertos que a observar bichos vivos. En la zoología, reinaban la taxonomía y la anatomía comparada, así es que parecía que el principal beneficio del zoo para la ciencia era el suministro de cadáveres de criaturas exóticas. Por desgracia, además, la mortalidad en las jaulas era altísima.

Observaciones darwinistas ante de la casa de los monos del Zoo de Viena, 1875. Dibujo de Palm. Tiergarten Schönbrunn, Archiv.

Lo que sonaba bien en la teoría resultaba muy difícil en la práctica. En 1889, el zoólogo inglés Ray Lankester (1847-1929) consideraba que los zoológicos eran una oportunidad perdida para la investigación científica: “Aquí y allá se publican observaciones de vez en cuando, pero aún no se han realizado grandes avances, probablemente debido al hecho de que los animales son extremadamente difíciles de mantener bajo observación”. También se argumentaba que el comportamiento de los animales en cautiverio no era “natural” y, por ende, las observaciones hechas en el zoo eran de escaso valor científico. Pero había una razón más.

Desde sus inicios hasta hoy, el zoo ha sido siempre una institución híbrida. Como los zoos dependían económicamente de la venta de entradas, sus gestores tenían que adaptarse a los deseos de los visitantes. Así, el ocio “ganó” frente a la ciencia. A partir de la mitad del siglo XIX, el zoo se “democratizó” contra su propia voluntad. Satisfacer la curiosidad de los visitantes se convirtió en la misión suprema. Así es que observar el comportamiento de un mono en medio de un público ruidoso, con niños riéndose, estaba muy lejos de la tranquilidad de un laboratorio o de una estación biológica fuera de la ciudad.

¿Triunfó la anatomía sobre la ciencia de los seres vivos? ¿El entretenimiento popular sobre la generación de nuevo conocimiento? En realidad, tal y como ocurre con otros espacios de ciencia, la historia del zoo del siglo XIX resulta más compleja. A pesar de las dudas de los naturalistas más “clásicos” y las condiciones aparentemente adversas, había investigación alrededor de las jaulas, aunque no seguía un plan bien meditado y ejecutado como prometían los fundadores de los zoos. El saber generado era más bien fruto de la casualidad, eran conocimientos eclécticos y oportunistas, no tan sistemáticos como quizá hubiera gustado a sus promotores. Los datos obtenidos dependían de las circunstancias de cada momento y de las iniciativas de personas particulares.

Un ejemplo llamativo de lo que decimos son las visitas de Charles Darwin al Regent’s Park Zoo, en Londres. En 1838, observando el comportamiento de un joven orangután, destacó su parecido con el comportamiento humano, todo ello veintiún años antes de la publicación de El origen de las especies. Más tarde, y con la ayuda de cuidadores, Darwin llevó a cabo experimentos con el águila volatinera, el búho nival, los pergoleros y los conejos del Himalaya, para completar así su teoría de la evolución. Para su libro La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872), Darwin encargó al artista Joseph Wolf dibujos de un macaco negro crestado del zoo para captar las expresiones de calma y alegría.

Expresiones de calma (a la izquierda) (Wikipedia) y alegría (a la derecha) (Wikipedia) en un macaco negro crestado del Zoo de Londres. Dibujos de Joseph Wolf para La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872) de Charles Darwin

Otro ejemplo: dos naturalistas de primer orden como Étienne Geoffroy Saint-Hilaire (1772-1844) y Richard Owen (1804-1892) intentaban solucionar el gran enigma de cómo el canguro daba a luz o, mejor dicho, cómo el embrión diminuto llegaba de la vagina a la bolsa de la madre. Ambos reclutaron, ya en el primer tercio del siglo XIX, a “sus” respectivos zoológicos en París y Londres para diseñar un programa de investigación con el fin de resolver el problema ex visu. Se generó así una discusión con la participación de otros muchos zoos europeos.

El carácter híbrido del zoo también era un espacio ideal para llevar a cabo el programa de aclimatación que perseguía adaptar especies de utilidad económica al clima de Europa. Se podría definir como un programa de “ciencia aplicada” desde supuestos lamarckistas: la introducción de nuevas especies proporcionaría fuerza de tracción (camellos), lana (llamas, cabras de Angora), plumas y huevos (avestruces, faisanes y otras aves) y carne (nuevas especies de cerdo, entre otras).

El ornitólogo Oskar Heinroth, uno de los ‘padres’ de la etología. Retrato con lechuzas. Klaus Nigge, Staatsbibliothek zu Berlin.

La aclimatación fue otra promesa que el zoo del siglo XIX nunca logró cumplir. Sin embargo, a pesar del fracaso de este programa “oficial”, emergió de manera informal otra agenda de investigación en historia natural. En oposición a la zoología académica, con su enfoque en la anatomía y la sistemática, este “movimiento de reforma” postulaba enfocarse en el animal vivo, sus hábitos y comportamiento. Para estos naturalistas, el zoológico fue un sitio clave, junto con los museos de historia natural y las asociaciones de aficionados. Un caso destacado en esta línea fue el ornitólogo Oskar Heinroth (1871-1945), a quien el Zoologische Garten de Berlín ofreció la posibilidad de investigar durante muchos años un gran número de anátidas. Sus observaciones continuas del crecimiento de los patos y de su interacción social no hubiera sido posible en la naturaleza. Hoy se considera a Heinroth como uno de los padres de la etología, si bien hay que destacar el papel clave que jugaron en sus investigaciones sus dos mujeres, Magdalena (1883-1932) y Katharina (1897-1989).

Las enormes dificultades de los zoológicos para mantener vivos los animales exóticos y crear condiciones de vida adecuadas para ellos (nutrición, reproducción, hábitat) llevaron al desarrollo de una nueva disciplina: la “biología del zoo”. Su formulador principal fue el suizo Heini Hediger (1908-1992). Su concepto de “territorio” tuvo gran influencia y condujo a intentos de adaptación, al máximo nivel posible, del recinto en el zoo al hábitat natural del animal, para dejarlo vivir en grupos sociales y facilitar el “enriquecimiento ambiental”. El zoo del siglo XX se “cientifizó” con ingredientes procedentes de la medicina veterinaria (vacunas incluidas), la cría organizada (a través de un registro de individuos compartido entre los zoos) y la reproducción asistida (fecundación in vitro incluida).

Heini Hediger, fundador de la “Biología del Zoo”. Zoo Zürich, Archiv.

Por último, a los tres pilares mencionados del zoo (investigación, ocio y educación), se sumó la conservación, aunque de formas muy distintas. En el período entre las dos guerras mundiales, directores de zoos en Alemania y Austria, como Lutz Heck (1892-1983) en Berlín y Otto Antonius (1885-1945) en Viena, ambos nazis de primera hora, tuvieron la pretensión de recrear la megafauna extinguida de Europa Central. La idea (que después se mostró científicamente errónea) era cruzar “hacia atrás” el ganado y los caballos domésticos para recrear el aurochs o uro euroasiático (el toro primigenio) y el tarpán (el caballo salvaje).

¿Recrear especies extinguidas? Un uro euroasiático [aurochs] en el Zoo de Berlín, hacia 1935. Zoologischer Garten Berlin, Archiv.

Esta concepción del zoo como repositorio para (re)crear especies sobrevivió, aunque con métodos distintos, basados en los avances de la genética. Primero la sangre y más tarde los tejidos de los animales exóticos aportaron el material orgánico para crear y alimentar “bancos biológicos”. El “zoo congelado”, la criopreservación del ADN con nitrógeno líquido a 196 grados bajo cero, es la última tecnología para aprovechar la masa biológica del zoo. Así, anticipando los deseos de una ciencia del futuro, se alimenta el sueño de que un día más o menos lejano se podrán recrear especies.

Durante el siglo XX, la agenda científica del zoológico fue invocada una y otra vez. Aunque con matices, la conservación de especies amenazadas cobró cada vez más protagonismo. Esta tendencia a definirse cada vez más como una moderna “Arca de Noé” se ha intensificado en las últimas décadas del siglo pasado y hasta la actualidad, cuando el zoológico se ha enfrentado a severas críticas por parte de grupos de defensa de los derechos de los animales, que veían el zoo como una “prisión de animales”. Al ver su legitimidad cuestionada, el zoo ha apuntado a sus intentos de reintroducir en la naturaleza especies en peligro de extinción, como por ejemplo el caballo de Przewalski en Mongolia. Pero, para los animalistas, el compromiso del zoo para salvar la biodiversidad del planeta es, simplemente, una afirmación infundada, que apenas produce resultados viables, solo una licencia para tratar de justificar su existencia. Estos grupos afirman que mantener animales exóticos en zoológicos es totalmente inadecuado para sus necesidades específicas. Por tanto, deberían cerrarse o convertirse en ecoparques.

Ahora mismo, de hecho, no está claro cuál será el futuro de los zoos. Como ha tratado de mostrar esta mirada al pasado, en los últimos dos siglos, la diferencia entre la formulación de un programa sobre el papel de la ciencia en el zoo y su puesta en práctica ha sido enorme. El zoo ha tenido siempre que negociar su desarrollo en un contexto sociocultural en permanente cambio. Esta adaptación ha determinado también la investigación de animales exóticos en los recintos. Veremos cómo evoluciona esta dinámica relación en una realidad marcada hasta ahora por promesas incumplidas y sorpresas inesperadas. 

 

 

Oliver Hochadel
IMF-CSIC

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

Carandell Baruzzi, Miquel. De les gàbies als espais oberts. Història i futur del Zoo de Barcelona.  Barcelona: Alpina; 2018.

Hochadel, Oliver. Watching exotic animals next door. ‘Scientific’ observations at the zoo (ca. 1870-1910). Science in Context 2011; 24 (2): 183-214.

Estudios

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Fuentes

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Recursos audiovisuales online

Nature PastCast, June 1876: Gorillas, man-eating monsters? [Podcast sobre el primer gorila (vivo) de Europa]. 16’30” (consultado 20 jul 2021). Disponible en este enlace.

L’Avi, el primer elefant del Zoo de Barcelona. 1926 [Audiovisual] 20” (consultado 20 jul 2021). Disponible en este enlace

The origins of ZOO Science. Zoo Science. 2018 [Documental] 3’53” (consultado 20 jul 2021). Disponible en este enlace.

Zoo de Jerez, espacio de ocio e investigación. Tierra y Mar & Espacio Protegido Canal Sur. 2020  [Documental] 8’26” (consultado 20 jul 2021). Disponible en este enlace.

Why do science at the zoo. Paul Rose. 2020 [Presentación] 15’22” (consultado 20 jul 2021). Disponible en este enlace.