—Las dimensiones psicológicas, sociales y políticas de las enfermedades.—
“La salud es algo más que la ausencia de enfermedad: la palabra salud implica algo positivo, es decir, el bienestar físico, mental y moral. Esa es la meta que debemos alcanzar, aunque vaya más allá de las posibilidades de la medicina curativa y preventiva”. Esta frase forma parte del texto fundacional de la Organización Mundial de la Salud de 1948 y recoge una idea programática del salubrista suizo Raymond Gautier, director en funciones de la Sección de Higiene de la Sociedad de Naciones entre 1939 y 1942. Escrita en 1944, la declaración de Gautier -quien procedía en sus orígenes de la investigación fisiológica de laboratorio- suponía asumir un principio básico: que la enfermedad no solo es una pérdida de equilibrio orgánico, la llamada homeostasis, sino también un problema psicológico, una fractura biográfica y un trastorno de la integración social de la persona enferma. Esa dimensión múltiple de la enfermedad encierra numerosas facetas. Más allá de su dimensión biológica, el escritor argentino Adolfo Bioy Casares le atribuyó un sentido teleológico cuando afirma a través de uno de sus personajes que «la enfermedad es el pretexto que da el cuerpo para morir». Se ha escrito mucho sobre el significado y el sentido de la enfermedad. La escritora norteamericana Susan Sontag, en su ensayo Illness as Metaphor (1978) la definió como el lado oscuro de la vida, ese que, tarde o temprano, todos tenemos que afrontar.
El antropólogo, político y médico alemán Rudolf Virchow afirmaba que «la medicina es una ciencia social, y la política no es más que la medicina a gran escala» (1848). Todas estas referencias expresan hasta qué punto la enfermedad posee una dimensión psicológica, social y política. La enfermedad se manifiesta en ocasiones como una percepción subjetiva, otras veces surge a raíz de un hallazgo exploratorio causal, o a veces se presenta como un accidente inesperado. El afectado reconoce unos síntomas (malestar, dolor, cansancio…) que el personal sanitario trata de traducir en signos de enfermedad mediante pruebas exploratorias (análisis, radiografías…) y todo ello sucede siempre en un entorno familiar y comunitario que otorga un significado a lo que sucede. En función de su estado y de sus actitudes, el enfermo decide si, a pesar de su situación, desea preservar su vida normal o si, por el contrario, asume el rol de paciente y sigue un itinerario terapéutico visitando el centro de salud, y tal vez suspendiendo su actividad laboral. Por eso la enfermedad puede tener una huella biográfica más allá de su dimensión corporal. Esto sucede especialmente en casos de enfermedades graves como el cáncer, las enfermedades degenerativas, los accidentes cardiovasculares, o ciertas enfermedades estigmatizadas por los valores culturales como el SIDA, la tuberculosis o la sífilis. La enfermedad no solo tiene una dimensión orgánica o biológica, también psicológica, social y laboral.
Más allá de los mitos religiosos y las leyendas literarias sobre paraísos originales, que se extienden por todas las culturas, transportando el tiempo a un pasado mítico cuando supuestamente el ser humano vivía en armonía con el orden sagrado de la naturaleza, ausente de pecado, enfermedad y muerte, sabemos que la enfermedad es consustancial a la vida. La vida es la verdadera enfermedad mortal, diría Hölderlin. Pero el modo cómo la enfermedad se manifiesta en las colectividades humanas es muy diverso en función de factores sociales y culturales. Si en el Antiguo Régimen las enfermedades dominantes eran infecciosas y provocaban grandes catástrofes epidémicas como la peste o la viruela, que junto con las hambrunas y las guerras eran causa de altísima mortalidad, en cambio en nuestras sociedades postindustriales la mortalidad es más baja y es causada principalmente por el cáncer, los accidentes cardiovasculares y de tráfico, enfermedades víricas, y otras asociadas al envejecimiento, el deterioro medioambiental y los hábitos: el tabaquismo, la polución, las adicciones, los trastornos mentales. Vemos, pues, que la enfermedad es un estado universal que se manifiesta de modo distinto en contextos y períodos históricos diferentes.
Es fácil entender que la salud está íntimamente relacionada con el estilo de vida: la dieta, el ejercicio físico, el consumo de alcohol, tabaco, medicamentos, la higiene del medio y de las viviendas… Son factores que se añaden a la predisposición que transmite la herencia biológica. Por eso la información y la educación son esenciales. Pero también influyen en la enfermedad las condiciones de vida que suelen estar también vinculadas al nivel social y la profesión, el clima y la cultura, que son distintos en cada rincón del planeta, en las sociedades mediterráneas, escandinavas, asiáticas o centroafricanas. Además, los países han establecido regulaciones para proteger la salud de la población, por ejemplo, restringiendo el consumo de drogas, tabaco o alcohol, y normas legales que establecen las condiciones de salubridad exigibles a los establecimientos públicos, las condiciones laborales, las industrias contaminantes y muchos otros. Todo ello define un contexto social más o menos saludable que se traduce en los niveles de salud de una población.
El artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Ginebra, 1948) proclama el derecho universal a la salud y lo hace del siguiente modo: «Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios…». La Declaración Universal fue consecuencia de un proceso histórico en el que, desde finales del siglo XIX, las luchas emancipadoras de los trabajadores y las mujeres, y el reformismo social dieron respuesta política al derecho a la salud, algo que se plasmó en la mayoría de constituciones democráticas de las naciones. Especialmente en los núcleos de desarrollo industrial y también en las ciudades, las organizaciones obreras promovieron las primeras iniciativas, sistemas de igualas, sociedades de socorros mutuos, que sentaron las bases para la participación del Estado y la administración pública en la asistencia sanitaria. El estado prusiano de Bismark, desde la segunda mitad del siglo XIX creó un sistema de las llamadas Krankenkassen o cajas de enfermos, y la Rusia zarista difundió el sistema Zetsvo para dar asistencia a los campesinos de las amplias zonas rurales de Rusia. Eran los primeros pasos del llamado Estado Providencial, que superando la idea de caridad y beneficencia para pobres trataba de garantizar el acceso a la salud y a la protección social frente a la pobreza y el desamparo en las sociedades contemporáneas desde finales del siglo XIX. Pero fue a partir de la Segunda Guerra Mundial (1945) cuando los sistemas nacionales de salud trataron de universalizar la atención sanitaria en el marco del modelo social del estado de bienestar. En función del modelo de organización política y económica dominante, durante la Guerra Fría se configuró una pluralidad de sistemas asistenciales. Europa occidental, Canadá, Japón, Australia, Nueva Zelanda crearon servicios públicos financiados con fondos estatales. El National Health Service (1948) británico fue pionero y un modelo a imitar. Sin embargo, en Estados Unidos la atención sanitaria se basa aún hoy en el contrato de servicios con compañías privadas de seguros médicos, de manera que el estado solo interviene en el Medicaid, que es una ayuda sanitaria mínima para desempleados y excluidos, y el Medicare, asistencia básica para pensionistas. Por otra parte, durante la Guerra Fría, el bloque socialista desarrolló modelos estatales de atención sanitaria, que, a excepción de Cuba y Corea del Norte, se hundieron con la crisis de los países comunistas a principios de los años 1990 y la globalización del neoliberalismo desregulado, lo que provocó en muchos casos el caos sanitario en un proceso de transición sin planificación, donde los excluidos de la previa protección estatal quedaron inermes. Además, en la mayoría de los países pobres que se extienden por amplias regiones de África, Asia y Latinoamérica, la asistencia sanitaria es reflejo de la desigualdad: formas tradicionales de medicina popular, curanderismo y ayuda humanitaria internacional conviven con centros hospitalarios occidentales para las élites y los directivos de empresas multinacionales.
Josep Lluís Barona Vilar
IILP-UV
Cómo citar este artículo:
Barona Vilar, Josep Lluís. La economía política de la salud. Sabers en acció, 2021-02-05. https://sabersenaccio.iec.cat/es/la-economia-politica-de-la-salud/.
Para saber más
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