—La terapia electroconvulsiva y los tratamientos somáticos de la enfermedad mental.—
“Hice que volvieran a aplicar los electrodos y se emitió una descarga de 110 voltios durante 0,5 segundos. Se volvió a ver el calambre inmediato y breve de todos los músculos; después de una pequeña pausa, comenzó a observarse un típico ataque epiléptico. Lo cierto es que todos tenían el corazón en la boca y estaban verdaderamente angustiados durante la fase tónica […]; hasta que, a la primera inhalación profunda y los primeros estremecimientos clónicos, la sangre también circuló más libremente por las venas de los presentes; por último, y para inmenso alivio de todos, se produjo un despertar característico y gradual. El paciente se incorporó por su propia voluntad y miró tranquilamente a su alrededor […]. Le pregunté: ‘¿Qué te ha pasado?’, a lo que respondió, sin más galimatías: ‘No sé, tal vez me he quedado dormido’. Fue así como se desarrolló el primer ataque epiléptico inducido experimentalmente en el ser humano mediante estímulos eléctricos. Así nació el electroshock, porque tal fue el nombre que inmediatamente le di”.
Con estas palabras narraba el psiquiatra italiano Ugo Cerletti la primera aplicación de la terapia electroconvulsiva en un paciente de la Clínica de Enfermedades Mentales y Nerviosas de la Universidad de Roma el 18 de abril de 1938. No obstante, antes de referir las circunstancias en las que se produjo y las consecuencias que tuvo este célebre episodio de la historia de la psiquiatría, es necesario recordar que, aunque durante mucho tiempo se ignorase su naturaleza, los ensayos terapéuticos con la electricidad son muy antiguos. Figuras relevantes de la medicina antigua y medieval como Escribonio Largo y Avicena ya describieron en sus obras la utilización de rayas y anguilas eléctricas con la finalidad de tratar la locura y padecimientos como la cefalea o la gota. Posteriormente, a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX, el desarrollo de artefactos como los generadores electrostáticos, la botella de Leyden, la pila de Volta y los aparatos de inducción electromagnética propiciaron una experimentación más sistemática sobre las aplicaciones terapéuticas de la electricidad. Así, por ejemplo, el polímata norteamericano Benjamin Franklin consideró a finales del siglo XVIII la posibilidad de utilizarla en el tratamiento de la melancolía al experimentar un ligero efecto euforizante tras una descarga accidental de electricidad estática en su cabeza. Y justamente eso es lo que al parecer hizo poco después el físico italiano Giovanni Aldini, gran estudioso y demostrador público del galvanismo, que aseguró haber curado a un paciente melancólico mediante la aplicación craneal de corriente eléctrica proveniente de una pila de Volta.
En estas coordenadas, la segunda mitad del siglo XIX asistió a la proliferación de numerosos instrumentos y técnicas de electroterapia como la faradización localizada introducida por el neurólogo francés Guillaume Duchenne de Boulogne. Fundamentalmente, el uso de este tipo de procedimientos se centró en el tratamiento de parálisis, déficits sensitivos y neuralgias de diverso signo, pero no faltaron los ensayos en casos de agotamiento nervioso, neurastenia, inhibición depresiva y, sobre todo, histeria. De este modo, algunos establecimientos de prestigio como el Hospital de la Salpêtrière en París crearon en la década de 1870 servicios de electroterapia y electrodiagnóstico que, a juicio de Jean-Martin Charcot –la gran autoridad de la época en el estudio de las enfermedades nerviosas– iban a permitir “la curación de un gran número de afecciones”. No obstante, la electroterapia desempeñó entonces un papel muy marginal en el tratamiento de los cuadros psicóticos y neurodegenerativos que poblaban los grandes manicomios y asilos para enfermos mentales, impregnados de un clima de desesperanza y notable pesimismo con respecto a sus posibilidades de recuperación.
De hecho, el primer impulso en el desarrollo de tratamientos somáticos de una cierta eficacia en el ámbito de la psiquiatría se produjo en 1917, cuando el vienés Julius Wagner-Jauregg empezó a inocular sangre infectada con los plasmodios de la malaria a pacientes afectados de parálisis general progresiva, una condición muy temida que frecuentemente conducía a la demencia. Perseguía provocar accesos febriles, inactivar los microorganismos causantes y detener la progresión de la enfermedad. A pesar de su elevado coste, de sus notables riesgos y de su falta de utilidad en otros cuadros clínicos, el procedimiento de Wagner-Jauregg, que se completaba con la administración de quinina para tratar el paludismo inducido a los pacientes, le valió en 1927 la concesión del Premio Nobel de Medicina. Se abrió así el camino para la introducción de nuevos remedios y estrategias más o menos “heroicas” (y agresivas) para el tratamiento de las enfermedades mentales.
Uno de estos tratamientos fue desarrollado por el médico austríaco Manfred Sakel: la denominada insulinoterapia de la esquizofrenia. Tras constatar la mejora producida por estados de coma transitorio en casos de adicción a la morfina y agitación psicótica, Sakel propuso en 1933 la administración de insulina para inducir un coma hipoglucémico rápidamente reversible en pacientes esquizofrénicos. Un año después, y partiendo de un supuesto “antagonismo biológico” entre la epilepsia y las psicosis, el psiquiatra húngaro Ladislas von Meduna propuso tratar estas últimas por medio de la administración de una sustancia proconvulsivante, el pentilenotetrazol (conocido en Europa con el nombre comercial de Cardiazol y en los Estados Unidos con el de Metrazol). El llamado shock cardiazólico conseguía aliviar, en efecto, algunos síntomas de la esquizofrenia y otros cuadros similares, pero tenía el grave inconveniente de provocar en los pacientes una angustiosa sensación de colapso y muerte inminente. En sus Memorias de abajo (1944), la pintora Leonora Carrington relató con gran dramatismo la “atroz experiencia” de terror y postración que supuso para ella este tratamiento antes y después de padecer las convulsiones.
Es pues en el contexto del desarrollo de estos tratamientos en el que hay que situar el referido episodio acaecido en Roma en abril de 1938. Con la colaboración de su asistente Lucio Bini, y tras ensayar el procedimiento en perros y cerdos tanto en su laboratorio como en un matadero de la ciudad, Cerletti se decidió a provocar un shock semejante al cardiazólico mediante una descarga eléctrica en las sienes del paciente. Muy pronto, el equipo italiano advirtió el potencial de la nueva técnica, que resultaba más barata, segura, sencilla de administrar y –al tener un efecto inmediato– también menos desagradable para los enfermos. En apenas dos años, el médico alemán Lothar Kalinowsky, presente en Roma durante los primeros ensayos con el procedimiento, lo dio a conocer en su huida del régimen nacionalsocialista en Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos, donde fue acogido con gran entusiasmo.
Lo mismo ocurrió en la España de la inmediata posguerra, donde, a pesar del aislamiento internacional del país, los psiquiatras tuvieron pronta noticia de la técnica y en poco tiempo se construyeron diversos electroconvulsores autóctonos. Este fue el caso de Valencia, donde a partir de 1940 la empresa familiar de electromedicina Millás Mossi desarrolló, en colaboración con el radiólogo José María Rius Vivó y el psiquiatra Francisco Marco Merenciano (director a la sazón del manicomio de la ciudad), una serie de prototipos que alcanzaron una notable difusión.
Comenzó así el periodo de lo que ha venido en llamarse psiquiatría de pulsador (pushbutton psychiatry), hasta el punto de que las décadas de 1940 y 1950 asistieron al uso masivo de una caja negra que se mostró particularmente eficaz en el tratamiento de los estados catatónicos y los cuadros depresivos con un fuerte componente de inhibición psicomotriz. Con el paso de los años, la técnica se refinó añadiendo relajantes musculares (curare y succinilcolina) con el fin de paliar los efectos traumatológicos de las convulsiones, y, posteriormente, con la utilización de anestesia general y ventilación forzada.
No obstante, a partir de los años sesenta, la imagen pública del electroshock se deterioró rápidamente y, en el marco de las crecientes críticas y protestas sobre las condiciones imperantes en los hospitales psiquiátricos promovidas por el clima de efervescencia ciudadana y emancipación política de la época, el procedimiento se convirtió en el epítome de una psiquiatría brutal, represora e irrespetuosa con los derechos de los pacientes. Ciertamente, la terapia electroconvulsiva fue utilizada durante décadas sin un protocolo básico que contemplara restrictivamente las indicaciones clínicas o el consentimiento expreso de los enfermos (o sus familiares), constituyendo en ocasiones más un medio de control de conductas disruptivas que un verdadero recurso terapéutico. Este clima de rechazo social culminó con la difusión de obras literarias y películas como Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), en la que un atípico paciente interpretado por Jack Nicholson es sometido a una sesión de electroshock con el fin de modificar su comportamiento rebelde y adaptarlo al régimen imperante en la institución.
Debido en gran medida a las reminiscencias de su repudio popular y a la incontestable hegemonía actual de los tratamientos psicofarmacológicos, mucha gente se sorprende al saber que el electroshock se sigue utilizando hoy en día. De hecho, constituye el tratamiento de elección en depresiones severas y resistentes a la terapia farmacológica, y es administrado en la forma modificada antes indicada. El electroshock ha sido asimismo la técnica precursora de otras terapias como la estimulación magnética transcraneal, la terapia magnética convulsionante, la estimulación del nervio vago o la estimulación craneal profunda. De este modo, y aunque siguen sin conocerse los mecanismos concretos de su acción benéfica, es probable que a la electricidad todavía le aguarde un largo futuro en el tratamiento de los trastornos mentales.
Enric Novella
IILP-UV
Javier Balaguer
IILP-UV
Para saber más
Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.
Lecturas recomendadas
Braslow, Joel. Mental Ills and Bodily Cures: Psychiatric Treatment in the First Half of the Twentieth Century. Berkeley CA: University of California Press; 1997.
Shorter, Edward; Healy, David. Shock Therapy: A History of Electroconvulsive Treatment in Mental Illness. New Brunswick NJ: Rutgers University Press; 2013.
Estudios
Balaguer, Javier. Aparatos de electroshock fabricados en la Valencia de mediados del siglo XX. Universitat de València: Trabajo de Fin de Master; 2018.
Berrios, Germán E. The scientific origins of electroconvulsive therapy: A conceptual history. History of Psychiatry. 1997. 8; 105-119.
Gawlich, Max. Eine Maschine, die wirkt. Die Elektrokrampftherapie und ihr Apparat, 1938–1950. Paderborn: Schöningh; 2018
Kneeland, Timothy; Warren, Carol A.B. Pushbutton Psychiatry: A Cultural History of Electric Shock Therapy in America, Walnut Creek CA: Left Coast Press; 2002.
Rzesnitzek, Lara. ‘A Berlin psychiatrist with an American passport’: Lothar Kalinowsky, electroconvulsive therapy and international exchange in the mid-twentieth century. History of Psychiatry. 2015. 26(4); 433-451.
Sadowsky, Jonathan. Beyond the metaphor of the pendulum: Electroconvulsive therapy, psychoanalysis, and the styles of American psychiatry. Journal of the History of Medicine and Allied Sciences. 2006. 61(1); 1-25.
Fuentes
Aldini, John. An Account of the Late Improvements in Galvanism. Londres: Cuthell, Martin and J. Murray; 1803.
Bersot, Henri. Auto-observation de l’électro-choc. En: Congrès des médecins alienistes et neurologistes de France et des pays de langue française. XLIII Session. París: G. Masson; 1942; p. 309-312.
Carrington, Leonora. Memorias de abajo. Barcelona: Alpha Decay; 2017 [1944].
Cerletti, Ugo. Old and new information about electroshock. American Journal of Psychiatry. 1950. 2; 87-94.
Charcot, Jean-Martin. De l’emploi de l’électricité statique en médecine. Revue de Médecine. 1881. 1; 147-157.
Duchenne de Boulogne, Guillaume D. De l’Électrisation localisée et de son application à la physiologie, à la pathologie et à la thérapeutique. París: J.B. Baillière; 1855.
Marco Merenciano, Francisco; Rius Vivó, José María. El electroshock en psiquiatría. Primeras experiencias con un aparato español. Actas Españolas de Neurología y Psiquiatría. 1940. 1(3-4); 193-198.
Páginas de internet y otros recursos
Caire, Michel. Portal “Histoire de la psychiatrie en France”. [Accedido 28 Nov 2020]. Disponible en este enlace.
Martínez Azumendi, Óscar. Blog “Imágenes de la psiquiatría. Usos y utilidades de la fotografía en el ámbito psiquiátrico” [Accedido 10 Nov 2020]. Disponible en este enlace.
The National Library of Medicine. “Recent Modifications of Convulsive Shock Therapy (University of Nebraska-Omaha, 1941)” [Accedido 30 Nov 2020]. Disponible en este enlace.
Wiseman, Frederick, Documental Titicut Follies (1967), expone las condiciones de un hospital de Massachusetts para criminales dementes [Accedido 10 Nov 2020]. Disponible en este enlace.