—Entre conocimientos empíricos y supuestos hechizos transcurre la biografía de la curandera María Sánchez de la Rosa en Madrid alrededor de 1700.—
En la Castilla de la Edad Moderna, como en otras regiones europeas, fueron pocas las mujeres que actuaron como profesionales dentro de lo que se consideraba “medicina oficial”. Aunque muchas sabían y ejercían prácticas curativas, en la mayoría de los casos lo hacían fuera del sistema reglado. Un grupo eran las curanderas, personas reconocidas colectivamente por su capacidad de curar, aunque sin título oficial para ello. Se trata de una categoría muy amplia y poco concreta, con muchas diferencias en cuanto a su origen social y geográfico, su nivel educativo, sus prácticas y su clientela. A pesar de, o precisamente por, la pluralidad de identidades, las curanderas atendían a enfermos de ambos sexos, de todo tipo de condición social y lugar de vida.
La presencia de las prácticas sanadoras populares en la Edad Moderna no solo fue debida a la falta de profesionales médicos titulados, que es como la historiografía más tradicional ha justificado el recurso al curanderismo. También hubo otras razones culturales más complejas. Solamente si se estudian los motivos que condujeron a los pacientes a acudir a las curanderas se puede entender adecuadamente su ubicuidad como parte de la pluralidad asistencial y su convivencia, con y sin conflictos, con los representantes de la medicina oficial. Con el fin de desmontar el mito que asocia a las curanderas con gente ignorante y del ámbito rural, en este capítulo se seguirá a una curandera que ejerció en el centro de Madrid hacia 1700 y que, como se verá, atendía tanto a cortesanos como a personas humildes.
Seguir las huellas de estas sanadoras irregulares no es tarea fácil para la investigación histórica. Se precisa recurrir a fuentes como los pleitos judiciales. Dadas las muchas limitaciones jurisdiccionales del Real Tribunal del Protomedicato, diversos tribunales de justicia –locales, regionales, reales– se ocuparon de la práctica de la medicina de diversos agentes. En el caso de las curanderas, la Inquisición desempeñó un destacado papel en el control de sus prácticas, a menudo situadas en los límites de lo considerado como ortodoxo para el catolicismo. De este modo, en su vigilancia sobre una correcta y ortodoxa vida religiosa, la Inquisición también persiguió a las personas que ejercían prácticas sanadoras con ingredientes supuestamente supersticiosos. La amplitud y la complejidad de la propia expresión “superstición” permitió que se incluyeran bajo tal etiqueta las prácticas de muchas curanderas.
Por ello, los pleitos de los tribunales inquisitoriales son los que, en mayor medida, incluyen información detallada sobre las actividades de las curanderas: permiten reconstruir, aunque de forma fragmentada, sus vidas, saberes y prácticas médicas, así como la relación con sus pacientes. Un buen ejemplo es el de María Sánchez de la Rosa (ca. 1642-1717). Fue conocida desde pequeña como “la Rosa” y pasó treinta años de su vida en Madrid, donde consiguió una buena y sólida reputación como curandera, capaz de sanar un amplio abanico de enfermedades. Sus actividades se extendieron hasta 1696, año en que fue imputada por primera vez por el tribunal madrileño de la Inquisición.
El caso de Sánchez de la Rosa casi puede leerse como una novela policíaca, ambientada en la ciudad de Madrid a finales del siglo XVII y principios del XVIII. La extendida creencia de la época en los fenómenos sobrenaturales proporcionó a María algunos clientes, pero también dificultó seriamente su vida. Acusada de hechicería y de regentar un burdel, Sánchez de la Rosa fue procesada en un total de tres ocasiones: dos veces por la Inquisición y una vez por la justicia civil. Fue capturada y amenazada en la casa de un familiar de una paciente y fue encarcelada en tres prisiones diferentes de Madrid. Este variado itinerario judicial produjo una documentación excepcional para “recapturar aquello no escrito”, en este caso la biografía, los encuentros y saberes médicos de una persona que sabía curar, pero no escribir.
Era originaria de Torrijos (Toledo) y se crió, tras la muerte de su madre, en una familia de boticarios en Getafe, un pueblo de la actual provincia de Madrid. Aquel entorno doméstico fue la base para una futura ampliación de sus conocimientos médicos. Tras ejercer de curandera en Getafe se trasladó a Madrid hacia 1675, en compañía de sus tres hijos y su marido, Juan de Tordesillas. Instalados en la calle de Los Preciados, cerca de la Plaza de Santo Domingo, María continuó con sus curaciones, junto con los variados servicios y negocios a los que se dedicaba la familia: tenería, lavandería, venta de vino, confección de botones y cintas, etc. En la Edad Moderna, tener múltiples ocupaciones y una cierta flexibilidad laboral era característico de las mujeres del sector artesanal en general y de las curanderas en particular.
María era capaz de curar tanto enfermedades de carácter sobrenatural (por ejemplo, podía deshacer hechizos) como otras de causa natural, tales como el mal de orina o las hernias. Se especializó en el tratamiento del “morbo gálico”, una enfermedad venérea cuya variante actual se conoce como sífilis. María curaba a estos enfermos con píldoras fabricadas por ella misma a partir de simples vegetales y minerales que guardaba en casa: hojas de sen, anís, mercurio dulce, aguafuerte, azogue y acíbar. Según declaró ante el tribunal, esta composición procedía de una receta comprada a un hombre extranjero por cuarenta y dos doblones. La presencia en esta composición de azogue (o mercurio) no es sorprendente porque era un ingrediente común para el tratamiento del morbo gálico en el marco de la medicina académica. Otro remedio que María empleaba frecuentemente era el ungüento de unciones (mercuriales) que conseguía del Hospital Antón Martín, una institución asistencial madrileña especializada en enfermedades venéreas, que dio nombre a una conocida plaza de la ciudad.
Se ha visto que la formación de María en la preparación de remedios medicinales había empezado en la botica de sus tíos en Getafe. Pudo desarrollar estas habilidades en su entorno doméstico, un espacio antes menospreciado y hoy considerado por la historiografía médica como un contexto fundamental para el aprendizaje de actividades curativas. Su caso indica que para las mujeres existían otras formas de ampliar su saber fuera del contexto familiar, a las que no se accedía necesariamente de forma gratuita.
La clientela de María era muy variada. Incluía tanto a personas humildes, procedentes de pueblos cercanos a la ciudad, como a miembros del círculo cortesano, como don Francisco de la Fuente, limosnero y confesor del Cardenal Portocarrero. ¿Qué motivo tenían las personas residentes en la Corte con acceso a la medicina oficial para consultar a alguien como la Rosa? Dominga Peláez, una de las muchas personas que testificaron en el proceso inquisitorial, declaró que padecía de una enfermedad rara (unos bultos muy grandes que le habían salido en la cabeza y el pecho) y que había sido desahuciada por los cirujanos y médicos modernos (químicos) a los que consultó. Al enterarse de los éxitos que había tenido María en casos difíciles, y siendo vecina suya, se puso en contacto con la curandera, que le dio las píldoras fabricadas por ella misma junto con algunas recomendaciones dietéticas. Según la paciente, en tan solo siete días ya estaba curada de sus achaques. Un conjunto complejo de múltiples factores pudo haber influido en la decisión de Dominga de consultar a la Rosa: el fracaso terapéutico de otras instancias asistenciales, la recomendación de amigos, la reputación de la curandera, la esperanza de curación o, de forma más trivial, la simple proximidad vecinal.
El primer proceso inquisitorial de 1696 puso fin a la carrera como agente de salud de María Sánchez de la Rosa. Acusada de haber estado implicada en el supuesto hechizo del Duque de Camiña, fue condenada a diez meses de cautiverio y, cuando salió de la cárcel Casa Galera, tenía la prohibición expresa de realizar curaciones. A su reputación dañada se unió la desdicha de la muerte de su marido.
En las fechas cuando María fue puesta en libertad, enfermó gravemente la prima de Juan de Ochoa, capellán del Duque de Osuna. La enfermedad se complicó tanto que el médico se vio obligado a remitir el caso a religiosos. Se convocó a un exorcista que, al igual que los restantes clérigos, concluyó que la paciente había sido víctima de un profundo hechizo. Las sospechas recayeron sobre la recién procesada María Sánchez de la Rosa y su hija Elena de Tordesillas. Bajo la creencia común de que quien hace el daño puede curarlo, el capellán Juan de Ochoa suplicó a María y a su hija Elena que deshicieran el hechizo. Cuando ambas se negaron, sobre todo María porque se le había prohibido curar, el capellán las encerró en su casa, las maltrató, abusó de ellas y las amenazó con torturas para imponer su voluntad. Al no conseguirlo, el capellán llamó a las autoridades para procesarlas en la Sala de los Alcaldes, tribunal de justicia civil y criminal de la Corte, con el pretexto de que las acusadas regentaban un burdel. Durante la instrucción del proceso se ordenó un inventario de la casa de la curandera y se encontraron gran cantidad de objetos y sustancias terapéuticas, por lo que se pidió la valoración de un experto, el boticario Juan de Armunia. En su informe, Armunia describió claramente la imagen de una casa cuya dueña era una buena conocedora del arte de curar, basado en principios galénicos y empíricos, con influencias de la alquimia. De forma simultánea, la Inquisición abrió un segundo proceso por hechicería contra María y su hija Elena. En enero de 1700 las trasladaron de la cárcel real a la inquisitorial. Las acusaciones no pudieron probarse en el riguroso escrutinio inquisitorial y, finalmente, el caso fue suspendido. Sin embargo, a María la obligaron a servir seis meses en un hospital y a una pena de destierro. La Rosa murió en algún momento anterior a 1717.
El caso de María Sánchez de la Rosa es extraordinario por la riqueza de la documentación judicial que nos permite reconstruir tantos detalles de su vida, pero sería un error considerarla como un caso excepcional y singular en su época. Como María, fueron muchas las mujeres artesanas y trabajadoras que se dedicaron, entre otras cosas, a curar en el centro de las capitales y ciudades europeas.
Carolin Schmitz
University of Cambridge
Para saber más
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Lecturas recomendadas
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Páginas de internet y otros recursos
Proceso de fe (Inquisición) de María Sánchez, La Rosa, digitalizado. Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 96, Exp. 2. Disponible en este enlace.