—Espacios y protagonistas en la fabricación de los medicamentos galenistas en tiempos medievales.—
“Com en lo dit hospital sia stada construhida e ordonada una casa o obrador d’especiayria, e aquesta casa o obrador necessàriament se haja a comanar a una persona àbil en l’art d’especiayria, per fer exerops, conserves, compostes de materials e totes altres coses medecinals.”
(Traducción al castellano: “Dado que en dicho hospital se ha construido y ordenado una casa u obrador de especiería, y esta casa u obrador tiene que encomendarse necesariamente a una persona hábil en el arte de especieria, para hacer jarabes, conservas, compuestos y todo tipo de cosas medicinales.”)
Ordinacions de l’Hospital de la Santa Creu de Barcelona (1417)
¿Fueron los especieros y boticarios de época medieval los principales productores y dispensadores de medicamentos? Es realmente difícil responder esta pregunta. Las fuentes nos muestran que existía una importante tradición de medicina doméstica, de remedios hechos en casa para las afecciones más comunes. No hay que olvidar que entonces, como aún ahora, se encontraba la primera instancia de cuidado de la salud en la propia casa, en la familia, muy a menudo en sus mujeres, que atesoraban un saber antiguo empírico de conocimiento de tratamientos y remedios “naturales”. También está documentada la existencia de una medicina de curanderos y curanderas, de personas sin una formación reglada, pero que conocían las propiedades de plantas y otras sustancias. A estos sanadores acudían no solo los estamentos populares, sino incluso a veces los monarcas, si el curandero o curandera iban precedidos de buena fama. Finalmente, consta el recurso a curaciones vinculadas a la religión: entre los registros de los notarios no resulta raro encontrar de vez en cuando alguna receta anotada para utilidad de la familia, pero aún son más frecuentes los ensalmos, oraciones destinadas a curar de “enfermedades” tan diversas como los gusanos intestinales o la lujuria.
Todas estas otras formas de conseguir remedios se sabe que existían, pero por su carácter privado o alternativo han dejado un rastro pequeño y difícil de recorrer. Por el contrario, de la existencia de especieros y boticarios y de su dedicación a la producción de medicinas sí que hay constancia y documentación abundante, que nos permite saber bastantes detalles del funcionamiento de sus obradores.
También consta que, a medida que el galenismo se fue imponiendo como sistema de referencia para controlar la salud y poner remedio a las enfermedades, se consolidó y reforzó el papel de los boticarios como productores y distribuidores de medicamentos. En este sentido, la figura del boticario se incorporó al binomio médico-paciente, que se convierte así en un trinomio, médico-paciente-boticario. Al enfermar, el enfermo acude al médico, que lo visita y le ordena un tratamiento que generalmente incluye prescripciones dietéticas y la necesidad de tomar algún medicamento. Aunque se documentan médicos que elaboran las medicinas que prescriben, lo más habitual es que extiendan una receta destinada a un boticario. Receta en mano, el enfermo (o más probablemente alguien de su entorno) se dirige a la especiería o botica de confianza y allí pide los remedios. Si son tratamientos comunes, seguramente el boticario ya tenga existencias de ellos y se los dará al momento. Si son extraordinarios, el boticario tiene los saberes necesarios para hacerlos a partir de las indicaciones del físico.
La práctica médica unió a médicos y boticarios, pero la formación de ambos era diferente y eso los distinguía y los alejaba. La formación de los boticarios se basó siempre en la relación maestro-aprendiz (como en la mayoría de oficios artesanales), mientras que los médicos cada vez más tenían una formación universitaria. Seguramente esta formación diferente explica que en algunas ciudades las autoridades obligaran a los médicos a redactar las recetas en lengua vulgar y sin usar palabras técnicas.
La consolidación del boticario como profesional sanitario implica que la formación sea cada vez más compleja y dure más. En Barcelona, en 1433, unas ordenanzas establecen la obligación de estar diez años como aprendiz, que en 1445 se reducen a ocho –a pesar de ello, uno de los aprendizajes de oficio más largos–; de otro modo, no se podrá ejercer. Además, se añade la obligación de superar un examen. La voluntad de los boticarios –y de las autoridades municipales y de los médicos– es que la práctica de la botica en la ciudad sea lo más homogénea posible: si un médico receta un medicamento, todos los boticarios lo deben producir exactamente igual y con las mismas características.
Conocemos el funcionamiento interno de algunos obradores de especiería del siglo XIV. Se componen de dos ámbitos complementarios, la botica y el obrador. La botica es donde se guardan los simples y compuestos ya elaborados, dispuestos en enormes estanterías que llenan todas las paredes de la habitación o casi. Medicamentos, perfumes, confites, confituras, tintes, fruta seca y especies esperan allí la llegada del comprador dentro de cajas, botes, sacos, botellas, jarras (hechos de cerámica, vidrio, metal, madera o piedra, según cuáles fueran las características propias del producto que han de contener). En un lugar destacado de la sala, un tablero, cubierto con un tapete con el sello del boticario, donde están las balanzas y los libros contables donde se registran tanto las compras como, si procede, las recetas. Es la imagen arquetípica de la “farmacia medieval”, que hallamos reproducida en el arte, especialmente en miniaturas, pero que también conservan algunas farmacias privadas más modernas que han sobrevivido al paso del tiempo, como la Farmàcia Esteve de Llívia, o algunas farmacias hospitalarias, como la del Hospital de Santa Caterina de Girona. Aunque posteriores cronológicamente y a menudo mucho más suntuosas que las medievales, estas farmacias permiten hacerse a la idea de cómo debían de ser sus antepasadas medievales –aunque seguramente fueran más sencillas–.
Tras esta sala había el obrador propiamente dicho, la “cocina” (ahora lo llamaríamos “laboratorio”), donde se preparaban los simples y se elaboraban los compuestos. Con todo el utillaje necesario para las diferentes operaciones necesarias: morteros, ollas, cazuelas, alambiques, cuchillas, rayadores, espumaderas, decantadores, etc. Y también los fogones, que le daban el aspecto de una cocina, ya que las destilaciones, decocciones, sublimaciones y otros procesos a menudo requerían el calor del fuego. Es el espacio que seguramente cuesta más de imaginar, ya que se conservan menos muestras y son menos representados en el arte.
A estos dos espacios principales se podían añadir otros secundarios, especialmente todo tipo de almacenes y despensas, pero también a veces salas especializadas en la elaboración de ciertos productos –aunque a partir del nombre, por ejemplo “cámara del azúcar” o “cámara del regaliz”, resulta difícil saber si se refieren a una sala para almacenar estos productos o para trabajarlos–.
En los dos espacios principales el movimiento de gente es grande. Evidentemente el negocio lo dirige el maestro especiero. No era fácil llegar a serlo, ya que no sólo se tenía que haber acabado con éxito la formación, sino también disponer del capital necesario para abrir una botica, que, por definición, era una instalación cara –tanto por el utillaje específico que necesitaba como por las materias primas con que trabajaba, en general de precio elevado–. Por eso muchos boticarios ya formados se tenían que conformar con servir en el obrador de otro, como trabajadores asalariados. Algunos, los más afortunados, cuando el maestro moría sin disponer de sucesor dentro de la familia o cuando por alguna razón el maestro se tenía que ausentar, podían llega a gestionar la botica, pero sin llegar a ser sus propietarios. Y entre estos, una minoría podía aprovechar alguna ocasión para instalarse por su cuenta, como hizo Llorenç Bassa. Este boticario, siendo muy joven, servía en la botica de Guillem Metge, que murió dejando a la viuda sola con los hijos muy pequeños –entre ellos, Bernat Metge, el futuro escritor–; inicialmente, la viuda, Agnès, estableció una compañía con Llorenç Bassa, en la que la primera aportaba el obrador y el segundo la mano de obra; de este modo, con solo 22 años, Llorenç Bassa pasó a regir una botica; más adelante, al casarse Agnès de nuevo, ahora con Ferran Saiol, que trabajaba en la Cancillería real, decidió venderle el obrador entero, de forma que Llorenç Bassa se pudo acabar estableciendo con una botica propia.
Por debajo de los boticarios asalariados, estaban los aprendices. Los maestros acostumbraban a tener como mínimo un aprendiz, que les servía en el obrador a cambio de la posibilidad de aprender un oficio. Las condiciones podían ser muy duras, ya que se encontraban totalmente supeditados al maestro, y a cambio recibían poco más que comida y ropa, a veces un pequeño estipendio. De hecho, algunos incluso llegaban a pagar para ser aceptados como aprendices.
Si con esta mano de obra no había suficiente, no era rara la presencia de sirvientes sin formación que debían de ayudar tanto en el obrador como en la casa del maestro. Y también la de esclavos, seguramente en condiciones similares a las de los otros sirvientes no cualificados o, incluso, de los aprendices. En algunas ocasiones algunos de estos sirvientes, también los esclavos, podían llegar a aprender suficientemente el oficio como para verlos actuando al mismo nivel que los boticarios asalariados, aunque no debía de ser lo habitual.
Sin embargo, una presencia que tenía que ser constante y que, desgraciadamente, la documentación a menudo esconde era la de las mujeres de la casa. En primer lugar, la esposa del maestro. Que durante el siglo XV casi en todas partes se les prohíba mantener abierto el obrador del marido difunto, no hace más que mostrar que, antes del veto, esta situación debía de ser bastante habitual. Esto, no obstante, solo quería decir que antes de enviudar ya tenían una presencia activa en los obradores, que les permitía conocer el oficio. Pero no sólo las esposas eran “especieras”; por los obradores también se movían otras mujeres de la familia, sirvientas sin cualificación y esclavas.
Aunque hay otros motivos relacionados con cambios en la sociedad y en la mentalidad de la época, la “medicalización” de las boticas seguramente ayudó en la progresiva expulsión de las mujeres del control de aquellas y en su progresiva invisibilización, como también pasaba en la profesión médica.
Carles Vela Aulesa
Universitat de Barcelona
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Serrano, Fernando. “Por apoticarias, medezinas et espeçierias tomadas”. Aproximación al oficio de boticario en el reino de Navarra (siglos XIV-XV). 2012. Anuario de estudios medievales; 42/2: 837-865. Disponible en este enlace.
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Estudios
Gallent Marco, Mercedes (ed.). Herbes per a guarir. Un receptari medieval valencià del segle XV. València: PUV, 2020.
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Páginas de internet y otros recursos
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Concòrdia i patrimoni. Tresors de la farmàcia catalana. Commemoració del 5è centenari de l’edició del llibre de la Concòrdia dels apotecaris de Barcelona, 1511-2011 [Catàleg d’exposició]. Disponible en este enlace.
Figuerola i Pujol, coord. Pharmakoteka. Base de dades de medicaments antics. Disponible en este enlace.
Museu de la Farmàcia Catalana, Facultat de Farmacia i Ciències de l’Alimentació, Universitat de Barcelona. Disponible en este enlace.
Museu Cusí de Farmàcia, Reial Acadèmia de Farmàcia de Catalunya. Disponible en este enlace.