—Los espacios donde se conservó, debatió y elaboró el conocimiento durante la Edad Media.—
Después de la desintegración del sistema educativo romano, durante la Edad Media se solapan tres fases que caracterizan el desarrollo de las instituciones educativas en el mundo latino: las escuelas monásticas (siglos VI-IX), las escuelas urbanas (siglo XI) y las universidades (siglos XII-XV). Antes del siglo XI, las casas monásticas, pequeños recintos aislados, cimentadas sobre la regla benedictina, se convirtieron en auténticos focos de conservación del conocimiento gracias a sus escritorios y bibliotecas. Los monasterios poseían el monopolio absoluto de la educación en Europa. Las familias que pretendían consagrar a sus hijos a la vida religiosa los llevaban a estas escuelas internas. En estas escuelas la lectura y el aprendizaje eran individuales, de forma contemplativa y silenciosa. Pero aquellas familias que querían para sus hijos una proyección social, los llevaban a las escuelas monacales para externos. Estas escuelas, a las que se sumaron las catedralicias, formaban, a entre otros, a los miembros del clero secular. Con el crecimiento de las ciudades, estas últimas eclipsarían a las monásticas a partir del siglo XI. A este fenómeno contribuyó, en el mundo franco, el intento de Carlomagno (786-814) de promover, de una forma más sistemática, la enseñanza en todo su vasto imperio y el estímulo para la creación de escuelas monásticas y catedralicias, en paralelo a sus reformas administrativas. Las iniciativas institucionales de Carlomagno elevaron el nivel del discurso científico, hicieron crecer las bibliotecas y promovieron el acceso a especies botánicas poco accesibles, entre otros importantes logros.
El caudal de textos estudiados era escaso y procedente de la tardía Antigüedad. Se incorporaban elementos útiles de la educación secular romana, desde la gramática hasta unas matemáticas elementales. Progresivamente se introducirían novedosos tratados de filosofía natural, matemáticas y medicina. Cenobios como Bobbio (norte de Italia), Fulda (Alemania occidental) o Saint Gall (norte de Suiza) mantuvieron contacto e intercambiaron conocimientos. Se estableció una red de visitas entre ellos que permitió tomar prestados libros, intercambiar recetas médicas o desplazar semillas de plantas medicinales a otras localizaciones. Además, estos contactos estimularon la copia de manuscritos en los escritorios, lo que expandió las librerías monásticas con libros religiosos y seculares, a la vez que se crearon jardines medicinales con plantas autóctonas y exóticas.
En el efervescente mundo reurbanizado desde el siglo XI, florecieron algunas escuelas. Organizadas alrededor de un maestro carismático, un grupo de alumnos era entrenado en un conjunto de conocimientos que muchas veces dependían de la particular formación del maestro. Tal fue el caso del maestro de Reims, Gerberto de Aurillac. Después de conocer las matemáticas y la astronomía árabes en Catalunya e importar objetos científicos como la esfera armilar, el ábaco o el astrolabio, junto con los textos del quadrivium, estableció una famosa escuela que atrajo alumnos de procedencias lejanas. Otras escuelas como la de Monte Casino alcanzarían una fama extraordinaria, particularmente por su gran actividad traductora y el acceso a numerosos textos de carácter médico, traducidos por el monje Constantino el Africano. Sus textos seguirían siendo fundamentales en las universidades hasta el siglo XVI.
Durante el siglo XII, se produjo una recuperación fundamental de textos latinos sobre jurisprudencia, historia, ciencia, medicina y filosofía antiguas a través de un proceso de traducción del griego y del árabe. Aquel corpus fundamental de conocimiento se transmitió a través de una nueva institución: el Studium Generale o universidad. A partir de la fundación de las más antiguas en Bolonia y París, en el siglo XII, la creación de estos centros fue incesante por toda la geografía europea. En 1378 había en funcionamiento unas treinta. En todos los estados, y en sus ciudades más importantes, hubo una preocupación por contar con un lugar que se considerara un eje motor del progreso social, entendido no en un sentido democrático, sino desde el feudalismo imperante. Resulta imposible el estudio de la evolución del pensamiento científico sin tener en cuenta la que fue la más genuina y afortunada de las instituciones y logros de la Edad Media, si atendemos a su duración y su extensión como modelo de educación superior en todo el mundo. Ahora bien, debemos entender el término «universidad» en el sentido de su estatus corporativo legal, que le daba control sobre la enseñanza y la certificación a sus miembros.
Tal proceso no hubiera sido posible sin la difusión del derecho (civil y canónico). Este propició la organización de las instituciones medievales en corporaciones o gremios (communio, societas o universitas), hecho que se extendió al gobierno urbano y a la organización del trabajo y los negocios. Este mismo modelo de desarrollo corporativo, idéntico al de muchas instituciones medievales, fue clave para la expansión del conocimiento en la Europa medieval con respecto a la enseñanza. Efectivamente, maestros y estudiantes, organizados en pequeñas comunidades, adoptaron esta vía para establecer el futuro modelo universitario. Las circunstancias locales fueron diversas, pero en todos los casos se pudo establecer una organización particular sobre el currículum, los exámenes o los grados, que desencadenó un modelo expansivo por todo el Occidente europeo. Cerca de todos los centros pioneros (París, Oxford o Bolonia) había maestros de gran reputación que generaron un ambiente propicio a la creación de escuelas. Estos antiguos centros cedieron su protagonismo a la naciente universidad.
Antes de llegar a la universidad, sin embargo, era necesaria una formación básica, que se podía adquirir de varias maneras. Por un lado, estaban los maestros privados, que eran un privilegio de la aristocracia. Por otro, para la mayoría, se crearon las escuelas de gramática, extendidas por todo el Occidente europeo, incluso en los núcleos rurales. Aquí se formaban los futuros notarios, escribanos o secretarios de municipios o de cancillerías que no necesitaban formarse en la universidad. Cada vez más, los hijos de mercaderes, artesanos e incluso agricultores acomodados que vieron en la instrucción un instrumento de promoción profesional y personal, una sustancial mejora en sus actividades, acudieron a ellas. Durante los siglos XII y XIII, las universidades adquirieron unos rasgos peculiares. En primer lugar, fueron concebidas para proporcionar el aprendizaje de materias especialmente útiles para la sociedad; en segundo lugar, se convirtieron en corporaciones reconocidas legalmente, con derechos y responsabilidades detalladas en cartularios y documentos; por último, establecieron un currículum fijo, que permitía obtener un grado académico.
Desde sus inicios, la universitas designó una pluralidad de escolares y maestros que residían en aquel espacio con el propósito de formarse. Ambos, estudiantes y enseñantes, tenían procedencias lejanas, pero consiguieron reunirse un conjunto de maestros de acreditada valía, especialistas en las disciplinas ofrecidas, con aquellos que querían aprender ávidamente unos conocimientos determinados. Los alumnos accedían con unos catorce o quince años y finalizaban hacia los 20. Eso sí, las circunstancias para ellos eran muy variables; algunos apenas duraban un año, o dejaban los estudios y volvían pasado el tiempo. Estos alumnos, debido a su origen diverso, se organizaban en naciones, núcleos desde donde se mantenían vínculos de solidaridad y se ejercía influencia institucional. Pronto aparecieron también los colegia como casas que permitían alojarlos, pero también ejercieron labores pedagógicas y proporcionaron libros, ya que las universidades no disponían de bibliotecas propias, y cubrieron otras necesidades de los estudiantes. La formación recibida permitía que los estudiantes pudieran enseñar después en cualquier otra universidad.
Las universidades fueron organizadas en facultades, con una división habitual en artes, teología, derecho y medicina. No todas las universidades dispusieron de las cuatro. Algunos centros se especializaron en leyes o medicina y, además, las artes fueron vistas como una enseñanza propedéutica para la medicina, lo que obligaba a su asociación. La estructura de la universidad canalizó un enorme caudal de filosofía natural, lógica y matemáticas hacia las facultades mayores. Los que avanzaban a las facultades de teología y matemáticas tenían una gran formación en filosofía natural que continuaban utilizando. En realidad, las facultades de artes proporcionaban las técnicas analíticas y las herramientas conceptuales a las facultades mayores. Ni siquiera las lecciones sobre la Biblia permanecían inmunes a estas enseñanzas de conocimientos científicos, que eran aplicadas con sumo detalle para interpretar los pasajes bíblicos. Lo mismo ocurría con la medicina, ya que las matemáticas, la astronomía y la astrología médica formaban parte tradicionalmente de los estudios de los futuros galenos. De hecho, la medicina se convirtió precisamente en una scientia cuando se fundamentó sobre la filosofía natural, trascendiendo así la mera labor mecánica.
Las funciones de la universidad medieval solamente se hacen inteligibles dentro del escolasticismo, que se convirtió en la única herramienta pedagógica. El foco central en este método se puso sobre los textos de las autoridades, ya fueran legales, médicos, filosóficos o teológicos, sometidos a la lectura y discusión (lectio, questio y disputatio). Los estudiantes aprendían escuchando los materiales discutidos y los argumentos, que diseccionaban repetidamente desde distintos ángulos. La Universidad demostró ser una institución con una resiliencia remarcable frente a la guerra, las epidemias, el hambre y las disputas personales e intelectuales durante siglos.
Carmel Ferragud
IILP-UV
Cómo citar este artículo:
Ferragud, Carmel. Monasterios y universidades. Sabers en acció, 2020-11-18. https://sabersenaccio.iec.cat/es/monasterios-y-universidades/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
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Estudios
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Fuentes
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Páginas de internet y otros recursos
Sciència.cat DB Base de datos de la ciencia y la técnica en catalán en la Edad Media y el Renacimiento. Disponible en este enlace.