—El paisaje visual del flâneur, el paseante urbano, en el siglo de la industrialización era un continuo mecanismo de educación científico-técnica.—

 

Para el urbanita euroamericano del siglo XIX, las calles de la ciudad se convirtieron en escenarios donde se desplegaba un rico surtido de imágenes, que permitían la visibilización de las mercancías elaboradas por la nueva economía industrializada. Ese variado surtido de estímulos visuales incluía un repertorio de imágenes que, explícita o implícitamente, estaban destinadas a la instrucción visual del paseante. Y, en menor medida, aunque de forma creciente con el cierre del siglo, también de la paseante, cuyas miradas a la cultura visual de la ciencia y la tecnología del momento no eran –no podían ser, como algunos estudios se están encargando de mostrar– iguales a las del paseante.

Instrucción en el sentido de aprendizaje, pero también en el sentido de normativización: enseñanza de cómo ver para conocer, adquirir y asumir un saber necesario para responder adecuadamente al reto de la modernidad en la nueva sociedad industrial, cuyo espacio propio eran las calles y plazas de la ciudad. Un espacio empleado tanto para el consumo como para la protesta. Porque el flâneur puede materializarse en un paseante despreocupado, pero también en un conspirador; esa doble vida de un personaje que conviene no perder de vista si queremos entender la nueva cultura visual nacida de la sociedad industrial.

“Bulevar en París”, El Americano, 1874.

En efecto, es en la calle de la ciudad decimonónica donde comienzan a proliferar las terrazas de los cafés, las colas para entrar a los espectáculos, los escaparates y los pasajes, ese original dispositivo arquitectónico que prolonga el escaparate y despliega la mercancía como en la vitrina de un museo, otra institución inseparable de la ciudad del siglo XIX. Y es también en esas calles donde se levantan las barricadas, se lanzan las octavillas para llamar a la huelga y las bombas al paso de los cortejos reales.

“El parque de los Tilos en Berlín”, El Americano, 1874.

Flâner [deambular, pasear] es una ciencia, es la gastronomía del ojo”, escribió Balzac en su Fisiologie du mariage [Fisiología del matrimonio, 1829]. En este título, no por casualidad, se usaba en sentido metafórico el término “fisiología” tomado de la nueva ciencia médica para dotar de apariencia de objetividad científica sus finas observaciones, cargadas de misoginia, sobre el matrimonio burgués. La misma proliferación de términos médicos, matemáticos, físicos o químicos usados para la construcción de metáforas, símiles y analogías en el mundo literario o teatral y en la retórica política de la sociedad burguesa decimonónica es una prueba de la eficacia de esos mecanismos de instrucción. Enseñanza mediante la nueva cultura visual de una Ciencia que, precisamente entonces, empezó a escribirse con mayúscula e incluso sustantivizó por vez primera el adjetivo “científico” para designar con él a un nuevo individuo profesionalmente dedicado a su cultivo.

Por eso no debe olvidarse que también en calles y plazas de la ciudad, donde el paseante encontraba la mercancía a la vista, le salía al paso –literalmente, le saltaba a la vista– otra mercancía, tanto en forma tangible como intangible, que le abría una vía de adquisición de una cultura científica y técnica acorde con la nueva sociedad burguesa y sus mecanismos de explicación y transformación de la realidad. Mercancías tangibles como las que le ofrecían los escaparates de las tiendas de máquinas e instrumentos, los talleres y tiendas de taxidermia o de modelos para la enseñanza de ciencias naturales; o mercancías más intangibles, como los espectáculos callejeros de ilusionistas, hombres-luz, artistas del hambre, domadores de serpientes y magnetizadores.

“Bulevares de París a la salida de los periódicos de la noche”, El Americano, 1873. Hemeroteca digital española.

Ciertamente, además de la calle y sus dispositivos visuales, otros espacios e instituciones contribuyeron al éxito de esa nueva instrucción científica o, dicho de otro modo, al éxito de la creación y el desarrollo de unos nuevos públicos para la ciencia en espacios más o menos convencionales (aulas, teatros, museos), más o menos insólitos. Lo que se persigue aquí es salir al encuentro de alguno de esos dispositivos que el paseante urbano encontraba en su deambular por la ciudad.

“Sortida del Liceu”, oli de Romà Ribera, ca. 1902. Museu de Montserrat. Wikipedia.

Todo un repertorio de espectáculos callejeros atraía la mirada del transeúnte para exhibir fenómenos dispares relacionados con los imparables “avances de la ciencia”: el paradigma del progreso vinculado a la ecuación múltiple de inventos y descubrimientos científicos se reforzaba con un correlato visual a nivel de la calle. Exhibiciones callejeras del poder de la electricidad y sus efectos (terapéuticos o no) en el cuerpo humano; pero también la capacidad de ese mismo cuerpo humano para resistir el ayuno o el dolor; la domesticación de animales exóticos (boas, simios) o insólitos (pulgas, cabras); las nuevas fuentes de energía (vapor, gas, electricidad) aplicadas a artefactos de transporte urbano o a la iluminación de las calles. Y los anuncios de otros espectáculos urbanos, como los panoramas, los museos ambulantes o las funciones científicas en teatros y auditorios; un tipo de publicidad que desarrolló un lenguaje visual sofisticado que marcó el paisaje visual urbano durante toda una centuria. Todo eso se ofrecía a la mirada del transeúnte, aunque no todo tuviera su reflejo en las primeras guías y sus anuncios para atraer al forastero o al ocioso.

Con ocasión de las exposiciones –y las había de todo tipo y escala: universales, regionales, comerciales, industriales, coloniales, misionales, etc.– la ciudad se dotaba, a lo largo de los itinerarios que conducían a los recintos donde tenían lugar, de espectáculos, anuncios y otros acontecimientos, organizados o surgidos espontáneamente, en parques, bulevares y barracones improvisados en plazas o solares. Pero la celebración de una exposición no era condición indispensable. Con o sin certamen industrial y comercial que aglutinara o densificara los contenidos tecnológicos y científicos, tanto el parque, como el bulevar o el paseo –y así se denominan muchos de los nuevos viales urbanos destinados al ocio y la exhibición de los y las paseantes– se convierten en espacios para el despliegue visual de la pedagogía científica, por un lado, y de la apropiación de ingenios, artefactos y conocimientos por parte de los diferentes grupos sociales, por el otro.

Les flâneurs”, El Americano, 1874.

El Londres de The Man of the Crowd [El hombre de la multitud, 1840] de Edgar Allan Poe o el París de Les foules [Las multitudes, 1862] de Charles Baudelaire describen la soledad individual en medio de una multitud en continuo movimiento; un movimiento que reproduce más bien los movimientos de las máquinas de las que se sirve para trasladarse, para fabricar sus bienes de consumo, para exhibir –hacer ver, visualizar– sus producciones.

Sin embargo, no todo se reduce, ni mucho menos, a París y Londres. Aunque los estudios sigan prefiriendo referirse a las grandes metrópolis europeas, lo cierto es que cada vez sabemos más y conocemos mejor la construcción de una cultura científica visual en otras ciudades europeas (de Lyon a Barcelona, de Turín a Lisboa o Madrid) y americanas (de Montevideo a Chicago, de México a Buenos Aires o Río de Janeiro). En las calles de esas ciudades, no solo hay escaparates, anuncios o artistas callejeros, sino que también son el lugar de intercambio y adquisición de multitud de imágenes en los soportes más variados. Por copiar una enumeración de un estudio acerca de la cultura visual de las ciudades latinoamericanas del siglo XIX: “tarjetas postales, boletos de tranvía, sellos, cajas de cigarrillos y de fósforos, cupones, calendarios, envoltorios, álbumes de cromos o láminas, álbumes de señoritas, estampas”; en todos ellos, las evocaciones explícitas o implícitas a las novedades científicas y técnicas son continuas.

Dispositivos visuales, artefactos callejeros, imágenes estáticas o en movimiento sin las que es imposible entender la fuerza seductora, así como las contradicciones y las tensiones creadas en torno a la cultura científica y técnica de la ciudad industrial en el largo siglo XIX, que, en este como en otros muchos aspectos, se prolongará hasta la civilización de masas de la primera mitad de la siguiente centuria.

 

 

José Pardo Tomás
IMF-CSIC

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

Tester, Keith (ed.) The Flaneur, Londres-Nueva York: Routledge, 1994.

Rodríguez Lehmann, Cecilia; Bouzaglo, Nathalie (eds.) Miradas efímeras. Cultura visual en el siglo XIX, Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 2018.

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Estudios

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Tavoni, Maria Gioia. Storie di libri e tecnologie. Dall’avvento della stampa al digitale, Roma: Carocci Editore, 2021.

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Fuentes

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Walter Benjamin. Libro de los pasajes. Edición de Rolf Tiedemann, Madrid: Akal, 2009.

Páginas de internet y otros recursos

Hemeroteca Digital, Biblioteca Nacional de España. Disponible en este enlace.

Organización dedicada al estudio, restauración y conservación de los panoramas. Disponible en este enlace.

Lectura interactiva de la obra de Walter Benjamin. Disponible en este enlace.