—Tiempo, viajes e imperio en la era de la industrialización.—
Se suele denominar “Revolución Industrial” a toda una variedad de cambios en la industria, la ciencia, la agricultura, las comunicaciones y la política que transformaron algunas regiones europeas en algún momento entre 1600 y 1800. Se pasó de modos de vida predominantemente feudales a otros principalmente capitalistas con sistemas estrictos de regulación del tiempo de trabajo que comenzaron a estructurar la vida de la mayoría de la población. Ciertas tecnologías como la máquina de vapor son centrales para entender esta transformación, pero se ha subrayado también la importancia de la estandarización del tiempo o, para expresarlo de otra manera, la implantación de una relación entre humanos y trabajo regulada por el tiempo mecánico en vez de por otras estructuras organizadoras de las rutinas diarias y estacionales de las personas como, por ejemplo, el clima. Este interés en el “tiempo cronométrico” promovió la producción y uso de complejos relojes mecánicos, especialmente del siglo XVIII en adelante. Como ha señalado el historiador Peter Linebaugh, la frase más larga en los tres volúmenes del Capital de Marx se refiere a un pasaje sobre el número de artesanos calificados que eran necesarios para construir un cronómetro. Desde entonces, mucho se ha escrito sobre relojes y relojeros. Un ejemplo reciente es el best-seller de Dava Sobel Longitud, que trata justamente sobre un artesano y su esfuerzo por obtener reconocimiento por la construcción de un reloj especializado para la navegación. Sin embargo, la mayoría de historias sobre el tiempo cronométrico reproducen puntos de vista sesgados sobre los relojes mecánicos y adolecen de una concepción heroica tanto de su invención como de su uso.
Primero se abordará el mito de la “invención heroica” de los cronómetros a través de la figura de John Arnold. Arnold fue un maestro artesano inglés especializado en la construcción de relojes y cronómetros en la segunda mitad del siglo XVIII. Arnold y otros relojeros han ganado notoriedad en la historia de la tecnología por su participación en las tentativas británicas de encontrar un método para medir la longitud en alta mar. En particular, sus logros fueron registrados y controlados por la Junta de Longitudes (The Board of Longitude, en inglés), una institución gubernamental que existió entre 1714 y 1828, compuesta por astrónomos, filósofos naturales, oficiales navales y políticos. Encontrar una manera de medir la longitud (cartográfica) en la que se encontraba una nave en alta mar era considerado un problema fundamental en los siglos XVIII y XIX. La combinación de un crecimiento en el comercio y de una expansión global cada vez más agresiva condujeron a la necesidad de que los buques fueran capaces de determinar de forma precisa su posición en el mar. La Junta de Longitudes fue una de las muchas instituciones establecidas para este fin por estados europeos en este período de revolución industrial (¡y política!).
La Junta, en su época, ofrecía una enorme recompensa para aquellos que idearan una solución para medir la longitud en el mar de una embarcación con un margen de error de entre 30 y 60 millas. Los que llegaron más lejos en esas competiciones fueron relojeros como John Arnold, cuyos logros les granjearon grandes sumas de dinero. La producción de cronómetros marítimos de precisión, incentivada por las importantes recompensas monetarias otorgadas por el jurado de expertos científicos y oficiales navales de la Junta, se ha tomado como evidencia de lo que algunos historiadores han llamado la “Ilustración Industrial”: la idea de que los inventos que impulsaron la Revolución Industrial y la expansión global europea fueron fomentados por un clima de colaboración libre y solidaria entre artesanos, experimentalistas y filósofos.
Muchos historiadores actuales han defendido o aceptado que los cronómetros fueron el resultado de esa supuesta asociación entre artesanos y científicos del siglo XVIII. Los argumentos a favor de esta idea tienden a apoyarse en los registros históricos más visibles y accesibles, como los cronómetros antiguos conservados en museos nacionales así como los testimonios de un reducido número de artesanos premiados. Lo que es menos visible en estos vestigios materiales y textuales son las voces y los sentimientos de aquellos otros artesanos, maestros y trabajadores con muchos menos medios o alicientes para discutir con astrónomos, matemáticos y filósofos naturales de la alta sociedad.
Estas cuestiones pueden analizarse a través de la “lámina de calibración” reproducida en la figura adjunta. Era una parte esencial del mecanismo de un cronómetro y también el medio de comunicación principal por el que unos ciento cincuenta artesanos especialistas en el Reino Unido se comunicaban instrucciones precisas y diseños especializados para el proceso de manufactura de esas complejas y delicadas máquinas. La comunicación secreta se realizaba mediante las series de agujeros y líneas de la lámina. Además, las láminas de calibración tenían otra función: proteger al gremio de los relojeros de lo que ellos percibían como una intrusión destructiva contra su medio de vida y una indeseada vigilancia por parte de experimentalistas y filósofos naturales.
La labor de filósofos “ilustrados” como Denis Diderot y su Encyclopédie es bien conocida. Son muchas menos las informaciones acerca de la enorme resistencia que les opusieron los artesanos. Desde los inicios del siglo XVIII, las estructuras tradicionales de la actividad de los artesanos se vieron sometidas a una gran presión por parte de gobiernos y comerciantes que veían a los gremios como una institución demasiado poderosa y opaca, pendiente de una reforma en profundidad. Los gremios, según Diderot, Bentham, Voltaire y otros, estaban rodeados por misterios y secretos que impedían la producción de mecanismos de precisión con una organización más racional. El declive de los gremios significó para artesanos y obreros la destrucción de la garantía de derechos consuetudinarios relativos al pago de salarios y al control sobre el producto de su trabajo. Uno de los modos para protegerse de las “luces” brillantes de la ciencia fue la comunicación por medios no verbales entre artesanos: la lámina de calibración era una tecnología innovadora de resistencia contra la Ilustración.
¿Cómo veían estos artesanos resistentes a personas como John Arnold, que se presentaban entusiastas ante los jurados de científicos y astrónomos y que adquirían una gran visibilidad? Sus voces son difíciles de recuperar, pero se pueden rastrear en ocasiones en los archivos históricos. En respuesta a las ambiciones de relojeros ricos, orgullosos de sus relaciones con instituciones como la Junta de Longitudes, un relojero llamado George Muston cuestionó que artesanos como Arnold reclamaran recompensas por invenciones que no eran exclusivamente individuales: “Puede que engañen a quienes están imbuidos de ciertas ideas sobre la manufactura, pero significaría que la única propiedad particular que distinguiría a un trabajador calificado de un comerciante sería que el segundo posee capital”. Lo que Muston argumentaba era que la noción del inventor heroico estaba reemplazando la idea de la producción colectiva por el mero hecho del acceso a la riqueza. Pero la producción colectiva era indispensable para la manufactura de instrumentos de alta precisión en la que necesariamente participaban múltiples artesanos.
El segundo mito recurrente sobre los cronómetros europeos (y, en general, sobre muchas tecnologías europeas) es que se usaban para funciones “heroicas”. Un ejemplo famoso permitirá cuestionar esta imagen. En julio de 1772, el capitán James Cook asumió el comando de una expedición para circunnavegar el globo financiada por el estado británico. De los millares de objetos a bordo, pocos han recibido tanta atención como el cronómetro que Cook llamó su “amigo de confianza” y su “guía infalible”.
En su segundo viaje, a James Cook le fueron asignados tres cronómetros. Se los proporcionó la Junta de Longitudes con instrucciones precisas sobre la necesidad de guardarlos en cajas especiales provistas de “tres buenos candados… para asegurar cada caja”. Las llaves se debían repartir entre los oficiales de mayor rango que debían estar presentes cada vez que se les diera cuerda y se sincronizaran entre sí. Candados y llaves tenían un significado muy concreto en esos años porque eran una parte esencial de la “lógica de cercamiento” del capitalismo que se estaba acelerando en la Inglaterra de finales del siglo XVIII. Este sistema de cercamiento abarcaba desde la propiedad privada de casas hasta artículos personales como cómodas y cajas de joyas, todas ellas bajo llave y candado. El hecho de que la Junta de Longitudes no hubiese simplemente confiado las llaves a Cook, como comandante de los dos buques, dice mucho de la “red de desconfianza” generalizada que caracterizaba al tráfico transoceánico europeo. Esta desconfianza se veía exacerbada cuando estaban involucrados instrumentos caros.
Todos los miembros de la tripulación eran agudamente conscientes de la tensión entre las órdenes, la movilidad y la culpabilización. En efecto, durante los siglos XVIII y XIX, los marineros europeos de barcos hacia el hemisferio sur realizaban una importante ceremonia de pasaje de la línea del Ecuador. Los marineros ya experimentados se encargaban de dirigir la ceremonia para los que entraban al hemisferio sur por primera vez. Los oficiales y los miembros de la sociedad europea refinada y racional de la época solían mostrarse extremamente hostiles hacia esas ceremonias de pasaje. Diderot las describía como aborrecibles y ridículas, mientras que el capitán William Bligh las consideraba inhumanas y brutales. Sin embargo, existía un importante significado detrás de este ritual. No solo marcaba el tránsito entre hemisferios, sino que también apuntaba a las formas brutales de la disciplina naval y de la coacción sobre la mano de obra marinera.
La línea del Ecuador era también importante simbólicamente porque significaba cruzar hacia un tiempo y lugar futuros donde las convenciones del mundo europeo se podían desmoronar. Una forma menos simbólica de desbaratar expediciones era a través de los motines. En abril de 1789, el capitán Bligh, compañero del capitán Cook en su tercer viaje, fue forzado por parte de su tripulación a abandonar su buque, quedando en una pequeña embarcación a mil millas al oeste de Tahití. Después de la insurrección, los amotinados, quienes se habían hecho con un cargamento de mapas, un sextante y un cronómetro, se “salieron de la cuadrícula”, una metáfora para describir la huida a una isla fuera de los mapas europeos, donde quemaron su barco.
Los historiadores afirman frecuentemente que la medición de la longitud en alta mar era importante porque sin ella el riesgo de naufragar era muy alto: sin el equipamiento especial de los cronómetros, los navegantes no podían saber “dónde estaban”. Sin embargo, la longitud era importante para los capitanes de la Compañía Británica de las Indias Orientales para asegurarse de que los oficiales viraban en un punto específico al este del Cabo de Buena Esperanza a fin de aprovechar los vientos estacionales de los monzones que los llevaran en dirección norte. Sin tierra a la vista y con pocos recursos para orientarse, ser capaz de saber la longitud en la que uno se encontraba era considerado esencial. Perder los vientos significaba retrasar el regreso al Reino Unido de los buques y sus valiosas cargas, lo que podía provocar importantes pérdidas comerciales. Si ocurría un incidente de este tipo, los miembros de la tripulación debían rendir cuentas sobre sus errores a través del diario de bitácora. En definitiva, el registro de la longitud tenía por objetivo principal establecer la magnitud del error y de la responsabilidad.Para capitanes de viajes de descubrimiento como James Cook, la necesidad de imaginar a los cronómetros como un “amigo de confianza” era igualmente vital. A fin de poder declarar el éxito del viaje, mapas, apuntes y diarios debían ser creíbles. Cuando Cook entregaba sus documentos de vuelta al almirantazgo, el grado de éxito debía ser calibrado en relación al grado de fiabilidad de lo que declaraba: ¿había sucedido realmente lo que Cook decía? El uso de instrumentos caros como los cronómetros otorgaba credibilidad a las afirmaciones de Cook, así como también generaban confianza en los métodos de control de la Armada Real para comprobar sus aseveraciones. Por lo tanto, el uso de instrumentos de precisión estaba ciertamente relacionado con el transporte de cosas, pero también con la necesidad de estimar el grado de fracaso cuando la empresa no llegaba a buen puerto.
Los anteriores ejemplos muestran los peligros de las aproximaciones históricas que asumen que las tecnologías siempre funcionan por medios y para fines “heroicos”. Con tales perspectivas se tienden a privilegiar relatos focalizados en torno a los que ambicionan el poder. Hay que comenzar a medir, analizar y valorar el tiempo pasado con otros “relojes” y “cronómetros”.
Eóin Phillips
Universitat Ramon Llull
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Lecturas recomendadas
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Páginas de internet y otros recursos
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Cambridge University Digital Library. The Board of Longitude Papers [documentos de la Junta de Longitud, para aquellas personas interesadas en la relación entre tecnología, invención y regulación estatal; citada 1 May 2021]. Disponible en este enlace.
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The Proceedings of the Old Bailey, 1674-1913 [relatos de la experiencia diaria en la Inglaterra del siglo XVIII; citada 1 May 2021]. Disponible en este enlace.