—Las lesiones, las alteraciones funcionales y el estudio de otras causas morbosas estuvieron en el centro de la revolución médica del siglo XIX.—

 

La enfermedad ha estado siempre presente en la vida del ser humano. La forma en que se ha entendido, sin embargo, ha cambiado sustancialmente a lo largo del tiempo: qué la produce, por qué lo hace, como se manifiesta, de qué manera se puede saber que alguien la padece y de qué forma es posible prevenirla y tratarla. A partir del siglo VI d.C. es posible identificar con bastante certeza las enfermedades descritas en diversas fuentes históricas. Con anterioridad a esta época solamente se dispone de información fragmentada acerca de enfermedades infecciosas. En la selva tropical, el clima cálido y húmedo propició el contacto con microorganismos como el plasmodio de la malaria. Cuando el hábitat pasó a ser la sabana, un clima cálido pero seco abrió la puerta a nuevos parásitos como el tripanosoma causante de la enfermedad del sueño, le parasitaran. En el Neolítico, las nuevas actividades desarrolladas por la humanidad, como la agricultura y la ganadería, la pusieron en contacto con gérmenes que vivían en el agua, como el anquilostoma, que penetraba por la planta del pie cuando empezó a cultivarse el arroz. También se produjo el paso de parásitos de animales a los seres humanos, particularmente cuando se produjo incrementaron los contactos con la domesticación y la ganadería. Así ocurrió con el bacilo tuberculoso, que inicialmente infestaban a animales como el cerdo, y pasó ser causa de enfermedad humana cuanto este animal fue domesticado. Otras enfermedades fueron propiciadas por cambios tecnológicos. Por ejemplo, el descubrimiento del fuego permitió cocinar alimentos que llevaron a un aumento del consumo de hidratos de carbono y de la presencia de caries.

A lo largo de la historia se encuentran interpretaciones diferentes del hecho de enfermar según se fundamenten en el empirismo, las creencias o la ciencia. La enfermedad se puede abordar desde el empirismo, cuando se asume aquello que se repite sin necesidad de darle una explicación racional; desde las creencias, si se basa en la existencia de fuerzas sobrenaturales (creencias mágicas) o de seres superiores (creencias religiosas) que actúan sobre el hombre y son responsables de sus enfermedades; o desde la ciencia, cuando cualquier aspecto de la enfermedad se basa en la lógica y en la razón. Nuestra medicina científica actual proviene de la medicina griega clásica, basada en la llamada teoría humoral según la cual, en el organismo humano existían cuatro humores o fluidos: la sangre, la bilis amarilla, la bilis negra y la flema. Cuando estos humores estaban equilibrados, es decir, en la cantidad adecuada, su composición —resultado de la mezcla de los cuatro elementos (aire, agua, fuego y tierra) en proporciones determinadas— era la idónea y podían fluir sin obstáculos por el organismo. Por ello, el individuo estaba sano, libre de enfermedad. Cuando alguno de estos parámetros se desequilibraba, aparecía la entidad morbosa. Esta forma de interpretar la patología humana se mantendrá con pocos cambios hasta mediados del siglo XIX, cuando se produjo una auténtica revolución clínica.

Bacteria Staphylococcus aureus. Wellcome Collection.

La teoría humoral resultó insuficiente para explicar las causas y las manifestaciones de la enfermedad, mientras que la consolidación de disciplinas como la física y la química proporcionaron nuevos procedimientos diagnósticos y terapéuticos. El desarrollo de la anatomía desde el siglo XVI había permitido conocer la estructura del cuerpo sano mediante el uso frecuente de la disección de cadáveres desde la Baja Edad Media en las facultades de medicina de las universidades europeas. En el primer tercio del siglo XIX cuando la alteración morfológica o lesión comenzó a relacionarse con enfermedades concretas para convertirse en el centro de la enfermedad: su causa, la responsable de los signos y síntomas que presenta el paciente, la prueba para establecer un diagnóstico y aquello que el médico tendrá que eliminar para obtener la curación. El desarrollo de una disciplina científica específica para su estudio, la anatomía patológica, permitió explorar no solo las lesiones macroscópicas, sino también las microscópicas, con la ayuda de las mejoras introducidas en instrumentos ópticos como el microscopio. En otras cosas, gracias a estas mejoras, se pudo interpretar la lesión orgánica como la suma de las células alteradas de la zona afectada, tal y como Rudolph Virchow afirmó en 1858 en su obra La Patología celular. Las técnicas exploratorias desarrolladas al efecto perseguían, como en la medicina actual, localizar la lesión en el cuerpo del enfermo mediante las huellas o señales objetivas que producía, sin necesidad de esperar a la autopsia. Entre ellas destacan aquellas que consiguen localizarla mediante el tacto, como la palpación; las que recogen los cambios de sonido producidas en la zona donde la lesión se asienta, como hacen la percusión y la auscultación; o aquellas que logran visualizarla mediante diversos recursos, por ejemplo, las endoscopias o las técnicas de diagnóstico por imagen, como la radioscopia y más recientemente, la tomografía axial computarizada o la resonancia magnética.

Estetoscopio (Londres, 1891, National Library of Medicine). U.S. National Library of Medicine.

Para aquellas enfermedades en las que esta explicación estructural resultó insuficiente, se abordaron mediante el estudio de las alteraciones de las funciones orgánicas (o disfunciones), en ocasiones mediante mediciones basadas en análisis físicos y químicos. De este modo, se aportó soluciones a la comprensión de enfermedades como la diabetes en las décadas centrales del siglo XIX. Un análisis de orina, por ejemplo, permitía detectar la presencia de glucosa o su aumento en sangre de pacientes con una disfunción pancreática. Por otra parte, la aplicación del termómetro permitió detectar incrementos de la temperatura corporal, una variable fisiológica cuya regulación forma parte de las funciones básicas del organismo. Otro ejemplo es el cardiograma que permite visualizar las alteraciones de la actividad eléctrica del corazón, responsable de su funcionamiento, de modo semejante a como el electroencefalograma lo hace con la actividad eléctrica cerebral.

A pesar de todos estos logros, un importante grupo de alteraciones morbosas quedaron fuera de este marco explicativo y se buscó su causa como hilo conductor de todas sus manifestaciones y posibilidades terapéuticas. Se analizaron causas patógenas externas al organismo de origen físico (el agua, el frío, el calor, la electricidad), químico (los tóxicos o venenos) y biológico (parásitos, bacterias), así como causas internas, como la constitución biológica y la dotación genética del individuo. Este enfoque causal o etiopatológico resultó especialmente fértil en el terreno de las enfermedades infecciosas: el descubrimiento de los microorganismos como sus agentes causales permitió abordar su diagnóstico, prevención y tratamiento a partir del último cuarto del siglo XIX.

Lesión pulmonar por tuberculosis miliar. Flickr.

De este modo, el laboratorio se convirtió en un espacio indispensable para el diagnóstico clínico, por ser el lugar donde se realizaban los análisis de fluidos orgánicos o de muestras anatomopatológicas. También desempeñó un papel crucial en el tratamiento de enfermedades como espacio de fabricación de medicamentos. Un laboratorio especializado, el laboratorio bacteriológico, se convirtió en una pieza esencial en el diagnóstico, prevención y tratamiento de las enfermedades infecciosas con el desarrollo de las técnicas de cultivo de los microorganismos, de detección de anticuerpos y la fabricación de sueros, vacunas y antibióticos.

El lavado de manos, una acción rutinaria antes de explorar a un enfermo, marcó el inicio de las técnicas de desinfección en dos campos de la medicina. En la obstetricia fue esencial la contribución del médico húngaro Ignaz Semmelweis en la prevención de la infección postparto mediante la utilización del lavado de las manos con desinfectantes antes de explorar a las parturientas. En la cirugía, Joseph Lister, tras leer los primeros trabajos de Louis Pasteur sobre los fermentos como microorganismos responsables de las fermentaciones, consideró que estos seres vivos microscópicos eran los causantes de la gangrena hospitalaria, gravísima infección que aparecía con elevada frecuencia después de un traumatismo o de una operación quirúrgica y comenzó a utilizar desinfectantes para eliminarlos de los quirófanos y del material quirúrgico.

Muestras en un laboratorio (Adrian Wressell). Wellcome Collection.

El tratamiento farmacológico de las enfermedades infecciosas se orientó a la búsqueda de medicamentos que eliminaran el microorganismo específico que las causaba. El médico alemán Paul Ehrlich acuñó el término “bala mágica” para referirse a la sustancia dirigida a impactar contra el microbio y destruirlo. Diseñó así el salvarsán, un compuesto arsenical que aparentemente eliminaba el Treponema pallidum, agente etiológico de la sífilis. El desarrollo posterior de los antibióticos tuvo el mismo objetivo, la eliminación del microorganismo responsable de la infección. Fue especialmente significativo el cambio del paradigma causal de las enfermedades infecciosas, que condujo a la constitución de la microbiológica médica como disciplina científica y permitió avanzar en su control y erradicación. El recorrido por los anteriores apartados permite conocer el cambio habido en la explicación de las enfermedades y la comprensión de su etiología, diagnóstico, prevención y tratamiento, una auténtica revolución clínica desarrollada a lo largo del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX.

 

 

Mª José Báguena Cervellera
IILP-UV

 

Cómo citar este artículo:
Báguena Cervellera, Mª José. Revolución clínica. Sabers en acció, 2021-01-13. https://sabersenaccio.iec.cat/es/revolucion-clinica/.

 

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

Duffin, Jacalyn. History of Medicine: A Scandalously Short Introduction. Toronto: University of Toronto Press; 2010.

Jackson, Mark. The Oxford Handbook of the History of Medicine. Oxford: Oxford University Press; 2011.

Estudios

Laín Entralgo, Pedro. Clásicos de la medicina: Laënnec. Madrid: CSIC; 1954.

Fuentes

Bernard, Claude. Edición a cargo de José Luis Barona. Barcelona: Península; 1989.

Cajal. Antología. Edición a cargo de José María López Piñero. Barcelona: Península; 1986.

Páginas de internet y otros recursos

Fresquet Febrer, José L. La mentalidad anatomopatológica [actualizada junio 2010; citada 1 Jul 2020]. Disponible en este enlace.

Fresquet Febrer, José L. La mentalidad fisiopatológica [actualizada junio 2010; citada 1 Jul 2020]. Disponible en este enlace.