—«Rodear el mundo» surcando los océanos fue un logro extraordinario, fruto de una peculiar conjunción de saberes y prácticas protagonizada por la figura del cosmógrafo.—
Ser cosmógrafo en el Renacimiento suponía el dominio de saberes (matemáticas, astrología, astronomía, geografía) elaborados principalmente en las universidades, pero también el correcto dominio de una serie de prácticas vinculadas a la cartografía, la construcción de instrumentos, la observación de los cielos y el llamado “arte de navegar”, las cuales no pertenecían al escenario universitario, sino que procedían de culturas artesanales de diverso origen y tradición.
En esta conjunción de saberes eruditos y artesanos, la cosmografía se constituyó en un ámbito original, especialmente atractivo y decisivo para la ciencia cortesana de los poderes europeos implicados en la expansión colonial. De hecho, la corte fue muchas veces el espacio que actuó de vínculo entre saberes académicos y prácticas de navegación. Esa especial simbiosis se dio, a finales del siglo XV, en la corte de Portugal y en la de Castilla, lo que dio pie a la génesis y la consolidación de una cosmografía ibérica, sin duda una de las realizaciones científicas y tecnológicas más sobresalientes de la cultura renacentista europea. Pero el fomento del cultivo de la cosmografía no fue una actitud exclusiva de las cortes ibéricas, sino que, en ocasiones antes y en la mayoría de los casos después, se dio también en otros entornos, desde Venecia a Londres, desde Génova a Ámsterdam, desde México a Manila, desde Omán a Goa, desde Malaca a Bahía.
El elogio que el cosmógrafo Pedro de Medina dedicó en su obra Arte de navegar, publicada en Valladolid en 1545, a los resultados que la cosmografía permitía obtener, no deja lugar dudas sobre su transcendencia: «Es una sutileza tan grande que un hombre con un compás y unas rayas señaladas en una carta sepa rodear el mundo, y sepa de día y de noche a dónde ha de allegar, y de dónde ha de apartar, y cuánto ha de andar a una parte y a otra; y que acierte a caminar por una cosa tan larga y espaciosa como es el mar, donde no hay camino ni señal de él». La gran sutileza, pues, se apoyaba inexcusablemente en unos instrumentos precisos y en una técnica cartográfica que permitía leer en el cielo y en el papel los caminos para navegar el globo terrestre. Y el cosmógrafo –como Pedro de Medina, por eso su elogio era también una reivindicación– era el personaje que hacía posible esa proeza, a la vez teórica y experimental.
Conocemos nombres y carreras de más de más de un centenar de cosmógrafos que, en un momento u otro, trabajaron al servicio de las cortes portuguesa o española. Sus trayectorias biográficas nos proponen un perfil típico del científico cortesano, bajo cuya supervisión, además, se reunía toda una serie de los llamados oficios matemáticos, que dependían del poder real: cartógrafos, topógrafos, constructores de instrumentos, pilotos, etc.
Un excelente representante de estos cosmógrafos de su majestad fue Rodrigo Zamorano. Nació en Medina de Rioseco en 1542 y murió en Sevilla en 1623. Fue nombrado en 1575 catedrático de “cosmografía y arte de navegar” de la Casa de Contratación de Sevilla. Se había formado como matemático en Valladolid y Salamanca y era bien conocido en la corte, donde había enseñado matemáticas y astronomía a diversos nobles castellanos. Durante treinta y ocho años, Zamorano mantuvo la cátedra de Sevilla, jubilándose en 1613. Desde 1586 fue, además, Piloto mayor, encargado entre otras cosas de examinar a los pilotos de la Carrera de Indias.
Las tareas de Zamorano, de hecho, fueron ingentes y sobrepasaron las teóricas obligaciones de sus dos oficios. En 1582, le recordaba a Felipe II algunas de estas cosas, esperando una recompensa económica, ya que excedían lo estipulado en su nombramiento (el científico cortesano era también un estricto burócrata): «observé algunos eclipses para la averiguación de las longitudes en todos los lugares, así de España como de todas las Indias […] gasté muchos dineros en hacer algunos instrumentos […] en la armada que fue al estrecho de Magallanes, asistí a la descripción del padrón, por donde se hicieron las cartas de marear […] hice yo solo, por no haber otros cosmógrafos, todos los astrolabios, ballestillas, agujas de marear y regimiento de la navegación y todos los demás aparejos tocantes al arte de marear». Rodrigo Zamorano fue, además, el autor de la primera traducción al castellano de Los seis primeros libros de la Geometría de Euclides, obra impresa en Sevilla, en 1576. También publicó un Compendio de la Arte de navegar en 1581 y una Cronología, repertorio y razón de los tiempos en 1585, siempre en Sevilla. Otras obras suyas de astronomía, pero también de arquitectura y matemáticas, quedaron manuscritas.
Todos estos cosmógrafos de su majestad tuvieron una sólida formación matemática y, antes de obtener el nombramiento real para alguno de los oficios, presentaban una experiencia probada. Cabe destacar que todos ellos dejaron una enorme cantidad de escritos de matemáticas, astronomía, cronología astrología, cartografía, náutica y geografía, aunque sólo una pequeña parte lograron llegar a la imprenta. Y es que los escritos científicos de los cosmógrafos de su majestad no podían hacerse públicos sin orden expresa del monarca. En cierto modo, los manuscritos elaborados mientras se trabajaba desempeñando un oficio cortesano, en calidad de criados del rey como eran llamados, pertenecían al monarca; por eso, cuando alguno de estos oficiales moría, normalmente todos sus papeles se quedaban en el Alcázar madrileño, en poder del Consejo de Indias, o en Sevilla, en la Casa de la Contratación, y pasaban a su sucesor.
En ese sentido, la materia cosmográfica era un asunto de estado, porque de ella dependía la eficacia de la empresa colonial. Por eso, se tenía que preservar de la rapacidad de los rivales. En más de un aspecto, la cosmografía ibérica fue, en efecto, una «ciencia secreta», como la denominó hace unos años la historiadora de la ciencia María Portuondo. La paradoja es que, en otros aspectos, fue la ciencia más pública del momento, como lo demuestran los miles de ejemplares de los manuales de navegar publicados, las traducciones de los mismos a las principales lenguas europeas, la extensión y el éxito de la producción de globos terráqueos, mapas y atlas y la prosperidad que acabó teniendo la industria artesana de la fabricación de instrumentos de navegación.
José Pardo Tomás
IMF-CSIC
Cómo citar este artículo:
Pardo Tomás, José. Rodrigo Zamorano, cosmógrafo. Sabers en acció, 2020-12-14. https://sabersenaccio.iec.cat/es/rodrigo-zamorano-cosmografo/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Carrió Cataldi, Leonardo Ariel. Temps, science et empire. Conceptions du temps au XVIe siècle dans les monarchies ibériques. París: Scuola Normale Superiore et École d’Hautes Études en Sciences Sociales; 2015.
Portuondo, Maria. Ciencia secreta. La cosmografía española y el Nuevo Mundo. Madrid: Marcial Pons; 2013.
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Estudios
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Páginas de internet y otros recursos
Descripción y grabados de instrumentos cosmográficos en el Whipple Museum of the History of Science, Cambridge. Disponible en este enlace.
Santa Cruz, Alonso de. Islario general de todas las islas del mundo. Disponible en este enlace.
Zamorano, Rodrigo. Compendio del arte de Navegar. Disponible en este enlace.