—El cartelismo y el cinematógrafo tuvieron un papel protagonista en la lucha antivenérea, al mismo tiempo que avanzaba la quimioterapia.—
En otoño de 1909, microbiólogo Jean Comandon (1877-1970) presentó al mundo las primeras imágenes cinematográficas del Treponema pallidum, el agente etiológico asociado a la sífilis. Habían pasado apenas cuatro años desde que Fritz Schaudinn (1871-1906), junto con Erich Hoffmann (1869-1959), realizara las primeras observaciones microscópicas de esta bacteria espiroqueta en unas muestras de sangre de pacientes del Hospital de La Charité, pero la película de Comandon lograba un nuevo hito, aunque de otro alcance, en el avance científico en torno a esta enfermedad de transmisión sexual.
De algo más de tres minutos de duración, la filmación Spirochaeta Pallida (Agent de la Syphilis) se realizó mediante un aparato compuesto por 25 elementos tecnológicos que, grosso modo, combinaba el ultramicroscopio con la cámara cinematográfica. Con el fin de que las muestras biológicas no murieran a causa del calor de la luz de la cámara, el aparato constaba de componentes protectores, como cortinillas y sistemas de enfriamiento, y se construyó gracias a la financiación del empresario cinematográfico Charles Pathé (1863-1957). Como resultado, esta tecnología ofrecía imágenes en movimiento inéditas del agente bacteriano de la sífilis, tomadas de la córnea de un conejo con queratitis sifilítica, que ayudarían a entender, entre otras cuestiones, su conducta motriz. Además, esta pequeña película supuso la consolidación de un nuevo régimen visual de la ciencia inaugurado por los daguerrotipos de Alfred Donné (1801-1878), médico, microscopista y pionero de la fotomicrografía, realizados en París junto con su asistente León Foucault (1819-1868), que abriría las puertas a nuevas narrativas visuales sobre la enfermedad y la salud.
Si bien es cierto que el trabajo de Comandon continuaba los postulados del fisiólogo y pionero de la cronofotografía Étienne-Jules Marey (1830-1904), en otro importantísimo paso de cara a definir lo patológico desde lo visual, la utilización del cinematógrafo en el marco de la ciencia no se circunscribirá únicamente a su uso en el laboratorio fisiológico o microbiológico, como tampoco en la sala de operaciones o en el interior de las estructuras del hospital psiquiátrico. Pocos años después de la presentación comercial del cine en 1895, en el famoso acto de los hermanos Lumière en el Salon Indien de París, y cuando comience a establecerse un modelo de narración cinematográfica, nacerán los filmes de propaganda sanitaria.
Junto con las posteriores películas biográficas sobre los prohombres de la medicina, los filmes propagandísticos ayudarán, primero, a difundir prácticas higiénicas de cara a controlar socialmente ciertas patologías, en un momento en que se producía una transición entre la visión de la enfermedad como pecado individual a otra entendida como un ataque a la sociedad y, por tanto, como un peligro social.
Del mismo modo, los filmes propagandísticos ayudarán a legitimar unas prácticas médicas profesionales todavía no generalizadas en las sociedades industriales de finales del siglo XIX y principios del XX. El objetivo de estas producciones radicaba en el refuerzo de las creencias y prácticas de salud pública, pero también cumplían distintos y variados propósitos de las organizaciones o individuos que los promovieron, realizaron y distribuyeron. En su mayoría, agentes considerados autoridad científico-médica.
Como sucede con los filmes tempranos, en parte debido a que mucho patrimonio cinematográfico ha desaparecido, es difícil señalar cuál es la primera película de propaganda sanitaria de la historia. De las producciones que han sobrevivido al paso del tiempo y a los avatares de la historia, Victimes de l’alcoolisme (1902), de la compañía francesa Pathé, puede considerarse la primera cinta propagandística europea; mientras que A Drunkard’s Reformation (1909), a cargo de David Wark Griffith (1875-1948), sería la primera realizada en Estados Unidos. No hay duda alguna, por otra parte, de que el grueso de estas piezas se produjo al amparo de las oficinas estatales ligadas a la Medicina Social y a la Higiene Pública, disciplinas que tenían entre sus focos de atención la lucha contra las enfermedades venéreas, la tuberculosis y el alcoholismo. Junto con la atención a la infancia o la epidemia de gripe española, buena parte de este tipo de películas que se conservan hoy en día en filmotecas y otras instituciones están, no en vano, centradas en estos tres ítems patológicos.
Aunque existen sobresalientes filmes propagandísticos sobre la lucha contra la tuberculosis y el alcoholismo, las enfermedades venéreas generaron un corpus propagandístico de un volumen y calidad notables. La revisión de este corpus permite explorar el entramado de discursos dominantes acerca de la salud, la enfermedad y, muy especialmente, la sexualidad en un período con numerosos cambios, muchos de índole moral. También permite constatar la forma en que el relato cinematográfico se ha ido armando de manera paulatina con técnicas narrativas y audiovisuales cada vez más complejas, en estrecha relación con las transformaciones de las sociedades industriales durante el primer tercio del siglo XX. Medicamentos como el Salvarsán, que Paul Ehrlich y Sachahiro Hata presentaron a la comunidad médica en 1910, serían clave para frenar la expansión de la sífilis, pero la propaganda antivenérea, junto con otras estrategias asistenciales, tuvieron un rol tan importante como estas innovaciones terapéuticas en la lucha antisifilítica.
En el caso de Francia, la producción de películas propagandísticas sanitarias arrancó de pleno al finalizar la Primera Guerra Mundial, cuando el Comité Nacional de Asistencia para la Tuberculosis Auxiliar solicitó a Jean Comandon la puesta en marcha de una serie de películas cinematográficas para la propaganda sanitaria. De las distintas series y docenas de cortometrajes, producidos por la compañía Pathé, destaca On doit le dire (1918), una película de propaganda antivenérea a cargo del reconocido dibujante y publicista Marius O’Galop (1867-1942), creador del emblemático muñeco de la casa de neumáticos Michelin.
On doit le dire es una pieza de seis minutos de duración sobre dos soldados que, tras una noche en un prostíbulo, contraen el virus de la sífilis. Si el primero acudirá a pedir la ayuda de un profesional médico, el segundo optará por la opción contraria, de la que se derivarán consecuencias nefastas. La obra alterna fragmentos de dibujos animados con secuencias filmadas de una forma innovadora incluso para las convenciones de la época. Aparte de esa combinación de recursos audiovisuales, On doit le dire también incluye una escena microscópica de espiroquetas de la sífilis filmada por Comandon diez años antes. La incorporación de este tipo de imágenes microscópicas de gérmenes, bacterias o virus en películas de propaganda sanitaria, e incluso en filmes biográficos de grandes personalidades de la ciencia, será una constante en obras posteriores a la Primera Guerra Mundial. Su función en el relato es de amplio alcance, ya que operaban tanto como recurso iconográfico y narrativo como para distinguir estas producciones en cuanto películas del ámbito científico.
En Estados Unidos, The American Social Hygiene Association nació en 1913 con una estrategia higienista desplegada en diversos frentes y, como sus homólogas internacionales, adoptó un mensaje dirigido a grupos específicos sensibles a la contracción de enfermedades sociales, como soldados, trabajadores y mujeres prostitutas. La organización también entendió el papel instrumental del nuevo medio cinematográfico y produjo en 1917 el filme propagandístico antivenéreo Fit to Fight, retitulado dos años después como Fit to Win en una versión revisada y ampliada. Dirigida por el teniente Edward H. Griffith (1888-1975), la cinta sigue la suerte de cinco hombres aptos para el servicio militar, cuatro de los cuales sucumben ante “contrabandistas y prostitutas”, en una narrativa similar a la propuesta por la pieza francesa On doit le dire.
Tanto Fit to Fight como Fit to Win han desaparecido. Se conserva de esos años la película propagandística antivenérea The End of the Road (1919), también realizada por Griffith para The American Social Hygiene Association. Cuenta la historia de la distinta suerte de dos chicas con una educación sexual opuesta y estaba dirigida a un nuevo público. A diferencia de los anteriores ejemplos, cuyo mensaje se enfocaba a jóvenes soldados que regresaban a casa desde los frentes de la Primera Guerra Mundial, The End of the Road se orientó a las mujeres en unos años marcados por el incremento de la población femenina en centros urbanos e industriales norteamericanos. Por ello, y de cara a lograr un mensaje lo más eficaz posible, el relato tomaba prestadas convenciones del melodrama del primer cine de Hollywood: mujeres como protagonistas, puesta en escena que realzaba el rostro de las heroínas, una narrativa más pendiente de las emociones que de la acción, etc.
Muchas películas propagandísticas de lucha antivenérea adoptaron las convenciones de este género cinematográfico para transmitir un mensaje higienista que incidía en los problemas sanitarios y que también abordaba cuestiones de índole moral. Especialmente, como se ha visto, los filmes orientados al público femenino. Los estudios de historia del cine señalan el mensaje innovador, e incluso polémico para la época, de The End of the Road, en cuanto que abordaba un asunto tan espinoso entonces como la sexualidad de las mujeres, que, hasta el momento, aparecía en el ámbito de lo público solo mediante retratos de mujeres prostitutas. Un buen ejemplo de ello son los discursos higienistas promovidos en los carteles propagandísticos realizados al amparo de los organismos competentes.
Sífilis. Curación absoluta y radical en el sanatorio para sifilíticos (1900), del artista noucentista Ramón Casas (1866-1932), es uno de los carteles más conocidos en materia de propaganda antivenérea. Se trata de un anuncio del sanatorio especializado del doctor Abreu, en el barrio barcelonés de Sant Gervasi – La Bonanova. Muestra a una mujer pálida y semidesnuda, con un mantón de Manila cubriendo su espalda, en una pose insinuante, que ofrece una flor con su mano izquierda mientras que su mano derecha parece esconder entre el mantón una serpiente, cuya forma sibilina cabe interpretar como metáfora de la sífilis. Esta elaborada construcción alegórica se repetiría en los carteles de Ximénez & Herráiz y de Manchón, premiados por el Comité Ejecutivo Antivenéreo en el concurso de 1927, y refleja, en cualquier caso, el imaginario del miedo ligado a esta enfermedad propio de la época.
En la película La terrible lección (1927), dirigida por Fernando Delgado (1891-1950) para el Comité Ejecutivo Antivenéreo, también la mujer prostituta es el vector de la infección y de la enfermedad de la sífilis. No obstante, como sucedía en los ejemplos previos, el mensaje pedagógico y propagandístico de este largometraje no pretende únicamente alertar a los hombres jóvenes de las fatales consecuencias de una conducta sexual “peligrosa” sino también ensalzar el arsenal científico de la medicina de ese momento que devolverá a la mujer y al hijo del protagonista, infectados a causa de las relaciones del marido con mujeres sexualmente activas, “la salud y la alegría”.
El uso del cine y del cartelismo como armas profilácticas modernas en la lucha antivenérea continuaría durante décadas, con especial énfasis en los albores de la Segunda Guerra Mundial. En Estados Unidos, los lazos entre autoridades sanitarias e industria cinematográfica produjeron filmes propagandísticos como With these Weapons. The Story of Syphilis (1939) o biopics como La bala mágica (1940), de William Dieterle, y su versión reducida Magic Bullets para el Public Health Service, que ayudarían a definir para el gran público el rol del médico y del científico junto con el de las instituciones sanitarias en el avance del bienestar social.
Con el paso del tiempo y con el incremento de las estrategias narrativas de las artes gráficas y cinematográficas, los carteles y películas de propaganda sanitaria articularían de manera más compleja el mensaje profiláctico contra las enfermedades venéreas. Uno de los logros de estas herramientas fue, sin duda, su contribución al debate público de unas patologías situadas en el ámbito de lo privado, ya que, con ello, se abrieron posibilidades de intervenir jurídica y asistencialmente estas enfermedades. A pesar de la continua producción de filmes y carteles propagandísticos en estas primeras décadas del siglo XX, cabe poner en duda su eficacia real para erradicar la expansión de la enfermedad. La producción industrial de penicilina a partir de 1943 mejoró sustancialmente su tratamiento, aunque la patología aún no ha podido ser erradicada.
Paula Arantzazu Ruiz
Universidad de Castilla-La Mancha
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