—Sobre cómo la historia se construye, también, a través de personajes sin voz.—

 

Las hormonas, sustancias secretadas en la sangre por glándulas específicas, actúan en diferentes lugares del cuerpo.

El estradiol es la hormona sexual femenina más importante. Se sintetiza en los ovarios en compañía de la progesterona. Ambas regulan el ciclo menstrual y la implantación del óvulo fecundado. También ayudan a definir características sexuales secundarias, como el crecimiento del busto. Específicamente la progesterona evita la ovulación durante el embarazo.

La testosterona es la hormona sexual masculina más importante. Se sintetiza en los testículos y promueve su crecimiento, así como la aparición de las características sexuales secundarias, que en los varones son el cambio de voz y la presencia de pelo corporal.

Tanto en mujeres como en hombres están presentes ambas hormonas. La mayor cantidad de una respecto a la otra definen las características sexuales del individuo. La actividad biológica de las hormonas sexuales es muy alta: bastan pequeñas cantidades para que actúen. Por su estructura química son identificadas como esteroides.

Fórmulas químicas desarrolladas de los esteroides: a la izquierda, estradiol (Wikimedia); en el centro, progesterona (Wikimedia); a la derecha, testosterona (Wikimedia).

A finales de la primera mitad del siglo XX, científicos y compañías farmacéuticas de diversos lugares del mundo se involucraron en la carrera por producir hormonas a partir de materias primas que las contuvieran en mayores cantidades que las entonces conocidas, o que fueran convenientes precursoras de las mismas. En los años treinta del siglo pasado se requerían toneladas de ovarios de puercas o miles de litros de orina de novillos para obtener unos cuantos miligramos de dichas sustancias. Las hormonas eran un producto farmacéutico escaso y extremadamente caro.

Fue en esa época cuando el químico estadounidense Russell Marker desarrolló una serie de reacciones químicas que permitieron convertir productos vegetales que contenían la sustancia conocida como diosgenina en hormonas humanas, gracias a lo cual se pudo reducir de manera importante el tiempo y el costo de la producción de hormonas. Las plantas de la familia Dioscorea fueron identificadas como una promisoria materia prima de diosgenina. Marker reclutó a varios botánicos y realizó extensos viajes de recolección de plantas principalmente en el suroeste de Estados Unidos y México. En Veracruz estudió la Dioscorea mexicana, llamada localmente cabeza de negro, cuya raíz pesaba hasta 100 kilos. En 1943, a partir de diez toneladas de la barata y abundante cabeza de negro, Marker sintetizó tres kilos de progesterona. Nunca antes se había reunido tal cantidad de esa hormona, cuyo valor en la actualidad equivaldría aproximadamente a tres millones de dólares. Al año siguiente, Marker se unió a los emigrantes europeos Emerik Somlo y Frederico Lehman para fundar en la Ciudad de México la compañía Syntex (de las palabras synthesis y México). Inmediatamente se convirtió en la principal productora de progesterona del mundo.

En 1951, los laboratorios norteamericanos Upjohn desarrollaron un método para producir cortisona, la poderosa hormona antiinflamatoria, a partir de progesterona, por lo que solicitaron a Syntex diez toneladas de esta última en el transcurso de un año. Antes de esta fecha la producción mundial de progesterona era de unos cuantos kilos, por lo que el pedido representó la consolidación de Syntex como empresa transnacional. Ese mismo año se sintetizó la norentidrona, sustancia sintética análoga a la progesterona, que fue patentada en 1956 en los Estados Unidos y que se convirtió en el principal componente de una de las diferentes pastillas anticonceptivas que después se comercializarían. Dicha patente, que el muy estadounidense National Inventors Hall of Fame atribuye únicamente a uno de sus tres autores, el emigrante austriaco Carl Djerassi, es considerada una de las más importantes en la historia de la ciencia y la tecnología a nivel mundial.

La píldora anticonceptiva, que “no se identificó como tal en el momento en que se creó… puede reconocerse como el primer producto farmacéutico que diseñó el estilo de vida del siglo XX” (Marks 2001). Diez años después de su fundación, Syntex era la más importante compañía farmacéutica en el mundo relacionada con la producción de esteroides, con 3 000 empleados que incluían a 150 químicos y técnicos. Estos desarrollos contradecían la imagen habitual entre los directivos de las compañías farmacéuticas norteamericanas, que pensaban que era imposible que tales avances se produjeran en un país “subdesarrollado” como México.

En 1956, después de la gran presión que ejerció el gobierno norteamericano al gobierno mexicano acusando de monopolio a Syntex, la compañía fue vendida a la norteamericana Ogden Corporation. Tres años más tarde trasladó sus principales instalaciones de la Ciudad de México a Palo Alto, California. Pocos años antes, bajo la dirección del médico estadounidense Gregory Pincus, la experimentación realizada, entre otras, con mujeres puertorriqueñas pobres, o prisioneras, y pastillas anticonceptivas que contenían norentidrona o sustancias similares había demostrado su capacidad para evitar el embarazo. En 1960, la FDA (Food and Drug Administration) autorizó el uso de las pastillas anticonceptivas en los Estados Unidos, con lo que se cambió la forma de vivir de millones de mujeres en todo el mundo. El caso de Syntex demuestra que se llevó a cabo con éxito durante más de una década investigación original de la más alta calidad en México. Sin embargo, cuando dicha compañía se convirtió en una empresa transnacional con sede en el extranjero, México perdió una oportunidad clave para mantenerse en la industria internacional.

Hasta aquí el relato oficial de la pastilla anticonceptiva. Este relato oculta e ignora otros dos. El relato oculto detrás de la pastilla anticonceptiva se puede rastrear siguiendo la circulación del modelo universitario alemán del siglo XIX, que combinó la investigación y la enseñanza como apoyo y beneficio mutuo para estudiantes y profesores-investigadores. Este modelo puede identificarse en los orígenes de Syntex. Una extraordinaria coincidencia histórica colocaría a dos químicos exiliados europeos en la Ciudad de México a principios de la década de 1940: el judío húngaro George Rosencranz con el republicano español Antonio Medinaveitia, ambos herederos de la misma tradición alemana que aprendieron en el Politécnico Federal de Zurich. El primero fue responsable de investigación en Syntex, mientras que el segundo se convirtió en flamante director del Instituto de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ambos establecieron una intensa relación con gran cantidad de jóvenes universitarios ansiosos de aprender análisis y síntesis química. El momento era el adecuado.

Syntex adquirió costosos equipos para realizar el análisis de las sustancias, mientras que la investigación básica sobre los esteroides se hacía en el Instituto de Química. Los principales participantes aparecían como autores de los artículos y las patentes, mientras que muchos estudiantes colaboradores, tanto hombres como mujeres, únicamente figuraron en los agradecimientos y su contribución quedó oculta. Syntex y la UNAM produjeron alrededor del 54% de los artículos relevantes publicados en revistas internacionales, los cuales generaron más del 80% de las citas (Hernández et al., 2016). Syntex registró todas las patentes industriales del sector entre 1950 y 1965, entre ellas la de la norentindrona. En el documento de patente de esta última también aparecen, además de Djerassi, Rosencranz y un estudiante mexicano, Luis Miramontes. Esta forma de trabajar es una descripción precisa de la construcción de una relación academia-industria en la que participaron activamente muchas mujeres. Ellas también han sido olvidadas en los relatos hegemónicos, tal y como han mostrado otras muchas investigaciones sobre ciencia, tecnología y género.

La ingestión de plantas para controlar la natalidad es una práctica ancestral en una gran cantidad de culturas del mundo. El saber de las propiedades anticonceptivas de algunos vegetales, y en general de otros tipos de propiedades como su toxicidad, fue transmitido a través de redes de mujeres. Ocasionalmente ese saber fue compartido por brujos o médicos varones. Su uso generalmente no fue bien aceptado y el hecho de que pocas recetas proporcionen suficientes detalles sugiere que la mayoría de ellas se transmitieron oralmente. Los estudios botánicos, químicos y antropológicos actuales han confirmado su eficacia.

No resulta extraño que sea a través de documentos de la Santa Inquisición que se tenga información sobre el tema, muchas veces relacionado con acusaciones de brujería. Tampoco resulta extraño suponer que las parteras en la Nueva España poseían conocimientos sobre el control de la natalidad y que compartieron esta información con sus clientas. A pesar de que en Tenochtitlán el aborto era considerado un acto criminal gravísimo, castigado con la muerte de las mujeres involucradas (tanto la abortante como la curandera), en ocasiones se toleraba por razones políticas relacionadas con la legitimidad de los hijos de los gobernantes. Por ello, las prácticas anticonceptivas coloniales parecen haberse derivado en gran medida de la preservación de prácticas anteriores a la conquista. Hay un amplio consenso sobre el saber que se tenía de las plantas en el México prehispánico, particularmente sobre aquellas que permitían controlar el embarazo.

En el Popol Vuh (libro clásico de la cultura maya) se describe a pescadores utilizando raíces para capturar a sus presas. Los ñames conforman una familia de esas plantas conocidas bajo el nombre científico de Dioscorea. Como muchos ñames silvestres, la cabeza de negro y el barbasco (Dioscorea composita) pueden ser letales si se ingieren sin calentar. La variedad venenosa de crecimiento silvestre se usó en la farmacopea tradicional mesoamericana como un remedio para el reumatismo, las mordeduras de serpientes, el dolor muscular y enfermedades de la piel, así como un veneno para matar peces. En el conocido como Códice De La Cruz-Badiano, editado en 1552, aparecen 227 plantas medicinales, entre ellas la imagen del Chichic Texcalamatl, semejante a lo que hoy conocemos como barbasco.

A la izquierda, dibujo del Chichic Texcalamatl (1552). Códices de México. A la derecha, fotografía de R. Marker (1951) con una planta de barbasco. American Chemical Society.

Hace poco más de cinco siglos, en la región del río Papaloapan, al sur de Tenochtitlán se desarrolló la Gran Chinantla, una zona autónoma sujeta a tributo por los aztecas. Allí se encuentra el Valle Nacional, una rica zona agrícola que ha proporcionado a lo largo de su historia diversidad de productos vegetales: plátanos, hule, algodón, café, tabaco y ñames. En la década de 1960, una vez aprobado el uso de las pastillas anticonceptivas, aproximadamente 25 000 familias se dedicaron a extraer estos tubérculos. Mujeres, hombres, niños y niñas, más de 100 000 personas que terminaron llamándose barbasqueros se internaban en la selva para arrancarlo de la tierra, muchas veces sin más herramientas que sus manos y su propio saber. En su camino se encontraron todo tipo de animales peligrosos y muchos sufrieron accidentes graves y mortales.

El valor de cada tubérculo dependía de la cantidad de diosgenina que podía extraerse y que variaba del 4 al 7% de su peso. Había que saber escogerlos. Para ello, los barbasqueros utilizaron su saber de los patrones de lluvia, los diferentes colores de las raíces y las variaciones en el ancho de la enredadera para determinar cuándo y dónde podrían desenterrar las mejores raíces. En grandes terrenos fuera de la selva conocidos como beneficios los tubérculos se cortaban, fermentaban, secaban y empacaban en sacos que posteriormente se enviaban a la Ciudad de México. En los momentos de mayor demanda se extraían diez toneladas de barbasco por semana, procedentes de las selvas de Veracruz, Oaxaca y también de Tabasco y Chiapas. Este es el relato olvidado acerca de las pastillas anticonceptivas.

Fotografías de estudiantes en Syntex y barbasqueros afuera de la selva (1950-1960). Fotografías de Ezra Stoller (Soto Laveaga 2020).

El reconocimiento de nuevos protagonistas en los relatos históricos, en este caso los estudiantes y los barbasqueros, ayuda a entrelazar los hilos de la misma historia, recuperando otras voces. Como lo han indicado diferentes autores, se puede contribuir así al principio de “equidad epistémica” (Velasco 2011) a través de “la recuperación del escrúpulo” (Latour 2013) y de “ampliar el círculo del nosotros” (Singer 2011). Así, con nuevas geografías y personajes, se pueden cuestionar las historias coloniales al servicio de las relaciones de poder imperantes.

 

 

José Antonio Chamizo
Universidad Nacional Autónoma de México

 

 

Cómo citar este artículo:
Chamizo, José Antonio. Tres relatos sobre las pastillas anticonceptivas: el oficial, el oculto, el olvidado. Sabers en acció, 2024-03-06. https://sabersenaccio.iec.cat/es/tres-relatos-sobre-las-pastillas-anticonceptivas-el-oficial-el-oculto-el-olvidado/.

 

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

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Riddle, John, M. Contraception and Abortion from the Ancient World to the Renaissance. Cambridge: Harvard University Press; 1992.

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Estudios

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Fuentes

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Páginas de internet y otros recursos

National Inventors Hall of Fame. https://www.invent.org/museum

The Pill History. https://www.youtube.com/watch?v=AMU2Sxr2eco

Museum of Contraception and abortion. https://muvs.org/en/museum/beginning/