—Cómo la comunidad científica brasileña rastreó el mercurio en el mayor bosque tropical del mundo.—
La selva amazónica, el mayor bosque tropical del planeta, ocupa una superficie de unos 5,5 millones de kilómetros cuadrados en América del Sur, con aproximadamente el 60% situado en territorio brasileño. Reconocida por su inmensa biodiversidad y su papel fundamental en la regulación climática global, la Amazonía siempre ha despertado el interés de viajeros, naturalistas y científicos. Desde el siglo XVIII, se convirtió en un objeto privilegiado de observación y estudio por parte de diversas expediciones científicas y misiones de exploración. Además de su valor natural, el bosque también fue concebido como un espacio de imaginación, exotismo y construcción de saberes sobre el mundo tropical.
A lo largo de los siglos XVIII y XIX, naturalistas europeos como Alexandre Rodrigues Ferreira, Carl Friedrich Philipp von Martius y Alfred Russel Wallace recorrieron la Amazonía, describiendo sus ecosistemas, catalogando especies y produciendo conocimiento científico alineado con los intereses coloniales, económicos e ilustrados de la época. Sus diarios de viaje, herbarios y mapas sentaron bases importantes para la botánica, la zoología y la geografía física. En el siglo XX, el bosque continuó siendo objeto de estudio por parte de científicos brasileños y extranjeros. Fue destacado el papel de instituciones como el Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonía (INPA), fundado en 1952, y el Instituto Evandro Chagas, creado en 1936. Estas instituciones desarrollaron estudios sobre la biodiversidad amazónica, los sistemas fluviales, las enfermedades tropicales y los impactos ambientales de la ocupación humana.
A partir de las décadas de 1970 y 1980, la Amazonía pasó a ocupar el centro de los debates ambientales a escala internacional. El avance de la deforestación, la construcción de grandes proyectos de infraestructuras y la intensificación de la explotación de recursos naturales alertaron a la comunidad científica, movimientos ambientalistas y organismos multilaterales sobre los riesgos de degradación del bosque y sus impactos socioambientales. En este contexto, se consolidó una nueva sensibilidad ecológica que articulaba ciencia, política y ética ambiental. En el campo de las humanidades, emergió la ecocrítica: un enfoque que analiza las representaciones de la naturaleza y los problemas ambientales en las producciones culturales. En Brasil, esta perspectiva pasó a dialogar con la historia ambiental, los estudios culturales y la antropología, promoviendo lecturas críticas de las narrativas de progreso y civilización basadas en la dominación de la naturaleza. En este bosque, espacio marcado por disputas epistemológicas, políticas y culturales, más allá de las amenazas concretas a su existencia como bioma, científicos formados y organizados en torno al Instituto de Biofísica Carlos Chagas Filho (IBCCF) de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), iniciaron en 1985 una duradera agenda de investigaciones.
En 1956, se creó el Laboratorio de Radioisótopos del Instituto de Biofísica, en la Universidad de Brasil. La coordinación estuvo a cargo del joven químico Eduardo Penna Franca (1927-2007), técnico del Instituto Oswaldo Cruz, quien había recibido formación entre 1953 y 1955 en los principales laboratorios estadounidenses sobre el uso de radioisótopos en biología. El Laboratorio de Radioisótopos respondía a una demanda del director del Instituto de Biofísica, Carlos Chagas Filho (1910-2000), que estaba alineado con la ciencia global y con el Consejo Nacional de Investigación, un organismo nacional entonces centrado en cuestiones nucleares.
El Laboratorio de Radioisótopos tuvo inicialmente una función protocolar, aunque articuladora. Su primer programa de investigación se desarrolló a comienzos de la década de 1960. Procedía de la preocupación de la comunidad científica —y de agencias como el Comité Científico de las Naciones Unidas sobre los Efectos de las Radiaciones Atómicas (UNSCEAR)— acerca de las consecuencias de los ensayos nucleares iniciados en los años cincuenta. En colaboración con físicos de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, los padres Francisco Roser y Thomas Cullen, y el científico de la Universidad de Nueva York Merril Eisenbud, se desarrolló un gran proyecto entre 1961 y 1975 en regiones brasileñas con alta radiactividad natural.

Wolfgang Christian Pfeiffer (1942–2017). IBCCF/UFRJ.
Con la experiencia adquirida en ese proyecto, el laboratorio participó activamente entre 1974 y 1979 en el proceso de dar la licencia ambiental de la primera planta nuclear en Angra dos Reis (RJ). Posteriormente inició estudios pioneros sobre contaminación acuática por metales pesados. Los científicos Wolfgang Christian Pfeiffer y Luiz Drude de Lacerda desarrollaron un papel fundamental en este proceso al adaptar métodos de estudio de la radiación para el análisis de metales pesados. Así, el centro, que mantuvo el nombre de Laboratorio de Radioisótopos, ganó nuevo impulso al mapear sitios de contaminación en casi todos los cuerpos de agua de Río de Janeiro. Comenzó de esta manera una prolífica serie de publicaciones sobre la toxicología ambiental de esas regiones.
Gracias a estas publicaciones, investigadores de la recién creada Universidad Federal de Rondônia (UNIR), en plena región amazónica, contactaron a los científicos del Instituto de Biofísica de Carlos Chagas y los invitaron a estudiar la situación crítica del mercurio y la minería de oro en el río Madeira. En este río, que se convirtió en una de las regiones más estudiadas por el laboratorio, la minería comenzó en 1978 y se concentró principalmente en la zona alta de su cuenca (Alto Madeira), una zona con numerosas cascadas que se encontraba principalmente en el estado de Rondônia, hasta la frontera con Bolivia. La explotación aurífera en la región retomaba una larga tradición en la que el mercurio fue un insumo central para la amalgamación del oro, conectando la Amazonia con circuitos históricos más amplios de contaminación. Este uso intensivo del mercurio no solo respondía a necesidades técnicas de separación del mineral, sino que también prolongaba una dependencia que había marcado la minería desde el periodo colonial. Así, la reactivación de estas prácticas en el Madeira evidenciaba cómo viejos métodos extractivos seguían moldeando economías y paisajes amazónicos en el siglo XX.
El alza del precio del oro en el mercado internacional a finales de los años setenta intensificó el interés por la explotación de esta zona, lo que resultó en el surgimiento por toda la Amazonía de garimpos artesanales, es decir, pequeñas explotaciones informales de buscadores de oro. El preciado metal se encontraba de forma aluvial, o sea, en pequeñas partículas dispersas entre suelos y sedimentos. El procedimiento de obtención requería amalgamar estas partículas con mercurio metálico para posteriormente someterla a calentamiento y volatilizar el mercurio que se desprendía hacia la atmósfera.

Minería ilegal en Parauapebas, Pará. Foto: Policía Federal, Organização do Tratado de Cooperação Amazônica (OTCA).
Las estimaciones optimistas de Pfeiffer y Lacerda indicaban que, por cada quilogramo de oro, se liberaban 1,4 quilogramos de mercurio al ambiente. Es importante tener en cuenta que el mercurio se bioconcentra en la cadena alimentaria, de modo que se acumula en niveles tróficos superiores hasta llegar al ser humano. El mercurio metálico se transformaba en los sistemas acuáticos en metilmercurio (CH3Hg), una sustancia soluble y, al menos, cien veces más tóxica. Tiene efectos especialmente graves en el desarrollo neurológico de fetos y niños pequeños —reducción de la capacidad cognitiva, deterioro del lenguaje, la atención y la memoria—, además de causar problemas cardiovasculares y alteraciones inmunitarias en exposiciones crónicas en adultos. Estudios recientes han demostrado déficits neuroconductuales, efectos citogenéticos, alteraciones inmunológicas y cardiovasculares en adultos y niños de la región. Regiones como Tapajós y Madeira presentan variaciones estacionales y niveles crecientes de contaminación en los últimos 40 años, evidenciando que se trata de un problema histórico, creciente y multifactorial.
En 1988, Pfeiffer y Lacerda publicaron el primer artículo sobre contaminación por mercurio en la Amazonía. Revelaron, entre otras cosas, que el 55% del mercurio usado en los garimpos era liberado a la atmósfera, mientras que el restante permanecía en los ríos. Esta investigación alertaba así sobre los riesgos para la cadena alimentaria y la salud humana, colocando a la Amazonía en el centro del debate global sobre la biogeoquímica del mercurio. El estudio señalaba que los escasos datos disponibles sobre la región amazónica podían ser decisivos para comprender el ciclo global del mercurio, mostrando también cómo las lagunas de conocimiento podían formar parte de una producción activa de ignorancia.

Minería ilegal en Tierra Indígena Munduruku, Pará. Foto: Marizilda Cruppe/Amazônia Real/Watch, Organização do Tratado de Cooperação Amazônica (OTCA).
En los años siguientes, el grupo amplió las investigaciones. En 1989 publicaron un estudio con concentraciones alarmantes de mercurio en aguas, sedimentos y peces en zonas mineras de Rondônia. Esta línea de investigación fue fortalecida con el ingreso de Jean Remy Davée Guimarães, un biólogo especializado en radioisótopos que realizó un doctorado en 1992 centrado en la metilación y la volatilización del mercurio en ambientes tropicales mediante el uso de técnicas radioquímicas innovadoras. Guimarães demostró que, al contrario de lo que se pensaba, la conversión del mercurio metálico en metilmercurio no tenía lugar principalmente en los sedimentos, sino en el seno de comunidades bacterianas adheridas a las raíces de plantas acuáticas, unos conglomerados conocidos como perifiton.
La década de 1990 estuvo marcada por alianzas que ampliaron el alcance de la investigación. Una de las más controvertidas involucró al banco Goldmine, principal comprador de oro de estas minas. A través de la recién creada Fundación Ecológica Goldmine, se lanzó el proyecto “Agua Limpia”, que buscaba reducir las emisiones de mercurio mediante la distribución de retortas que supuestamente podrían recuperar el metal durante la quema de la amalgama. También diseñaron acciones formativas con los sindicatos de mineros. A pesar del discurso ambiental, el proyecto no se implementó de forma consistente, lo cual lo identifica como un caso de greenwashing, es decir, una estrategia para mejorar la imagen de la empresa, directamente implicada en la cadena del oro contaminado. Aunque financió parte de la investigación y dio visibilidad al problema, el proyecto fracasó en su objetivo declarado de eliminar el uso indiscriminado del mercurio.

Minería ilegal en el Valle del Yaraví, Amazonas. Foto: Ibama, Organização do Tratado de Cooperação Amazônica (OTCA).
Durante los años noventa, el grupo estableció colaboraciones con instituciones internacionales, entre ellas el proyecto Chemical Time Bombs, coordinado por Lacerda con el investigador holandés Wim Salomons. Sus informes mostraron que, a diferencia de los ecosistemas templados, en los trópicos el mercurio circulaba sobre todo por la biomasa, lo que llevó a sustituir la imagen de “depósito definitivo” por la de “esponja”, subrayando la redistribución del contaminante en el bosque. Hacia finales de la década, nuevos estudios —como el proyecto CARUSO, en asociación con la Universidad de Quebec— cuestionaron la idea de que la minería fuera la principal fuente de mercurio, al revelar altos niveles de contaminación también en áreas sin actividad minera, lo que apuntaba a fuentes naturales, transporte atmosférico y procesos de removilización.
El grupo del IBCCF, a lo largo de quince años, desempeñó un papel decisivo en la construcción de una ecología de ecosistemas tropicales en Brasil. Sus estudios combinaron análisis técnicos, disputas interpretativas, colaboraciones internacionales y negociaciones con el sector privado. La trayectoria de estos científicos muestra cómo la Amazonía desafió paradigmas, permitiendo pensar la contaminación por mercurio como un problema global, cuyas causas y efectos cruzan fronteras entre naturaleza y sociedad, ciencia y política, lo local y lo planetario.
Jorge Tibilletti de Lara
Departamento de Investigación en Historia de la Ciencia y de la Salud (DEPES)
Casa de Oswaldo Cruz – Fundación Oswaldo Cruz (COC/Fiocruz)
Cómo citar este artículo:
Tibilletti de Lara, Jorge. Un gran bosque de mercurio. Sabers en acció, 2025-08-06. https://sabersenaccio.iec.cat/es/un-gran-bosque-de-mercurio/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
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