—Gaspar Melchor de Jovellanos y el vitalismo en la España ilustrada: una visión poética y reformista de la naturaleza.—
Los complejos cambios ideológicos en las ciencias que transformaron la consideración de la fuerza vital de la naturaleza durante el siglo XVIII tuvieron un impacto significativo en las esferas literarias e intelectuales de España. A lo largo de este periodo, se puso de manifiesto hasta qué punto los tradicionalistas y los apologistas religiosos de todo tipo se resistieron a la expansión de la ciencia vitalista. Pioneros de la ciencia vitalista como Ignacio María Ruiz de Luzuriaga (1763-1822) fueron condenados por haber desarrollado enfoques innovadores para dilucidar el dinamismo del cuerpo. Estos planteamientos no sólo redefinían el orden vital de la naturaleza y el lugar del individuo en él, sino que también subvertían la metafísica teológica del cuerpo/alma y el dogmatismo intelectual en general.
Para el magistrado, diplomático, ensayista, poeta, reformista e ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), la ciencia vitalista fue una fuente de inspiración para considerar cómo la naturaleza abría nuevas posibilidades para explorar los misterios de la vida. Tal y como él lo entendía, el vínculo vital del cuerpo con la naturaleza se hacía patente cuando se prestaba a una interpretación organicista del universo y ofrecía atisbos de la inmensidad del Absoluto, o del devenir infinito, activo y vivo. Al analizar la poesía, los cuadernos de viaje, los diarios y las oraciones de Jovellanos, resulta evidente que no sólo estaba familiarizado con la ciencia vitalista, sino que se apropió de las creencias vitalistas para prefigurar lo que Robert J. Richards ha denominado la “concepción romántica de la vida”.
Sin duda, Jovellanos desarrolló la tradición ilustrada de la escritura de viajes. En sus Cartas del viaje de Asturias (cartas a Ponz) de 1782, es consciente de su tarea de textualizar el paisaje para los responsables políticos de Madrid. Sin embargo, queda claro que cuanto más interactúa con las remotas y verdes regiones de Asturias, más exhibe una simpatía por la naturaleza que se resiste a la lógica instrumentalizadora de lo que él denominó “la observación analítica”. Así, sus impresiones manifiestan una mayor consideración subjetiva de la naturaleza, ya que los juicios estéticos y los sentimientos íntimos colorean progresivamente sus observaciones. Estas impresiones tienen el efecto de desplazar la voz objetiva por la del excursionista y del entusiasta de la naturaleza, o lo que él mismo describe como “[un] curioso contemplador de la naturaleza”. Uno de estos casos se produce durante su viaje de León a Oviedo, cuando se adentra en un frondoso valle y se queda asombrado por su pródiga vida. La experiencia sobrecogedora trasciende toda clasificación y la razón es impotente para transmitir el poderoso sentimiento que le provoca esta visión de la naturaleza:
Es inexplicable cuán grata sensación causa su amenidad en el ánimo de los que le ven viniendo desde los áridos campos de Castilla. Un estrecho y fresco valle que el río Bernesga atraviesa y fertiliza corriendo de Norte a Sur … y sobre todo cierta frescura y fragancia, que de todos estos objetos participa el ambiente, hieran de tal manera los sentidos del caminante, que excitan en su alma agradables sensaciones, y la llenan sin arbitrio de paz y de alegría.
Esta parte del viaje solicita al poeta en Jovellanos. En la “Epístola a Bátilo”, ofrece una imagen de la exuberante naturaleza del valle del Bernesga. Las convenciones poéticas neoclásicas del idilio, basadas en la tradición del locus amoenus arcádico, estructuran los primeros versos de la epístola. Los versos iniciales pintan una imagen del entorno concreto del valle del Bernesga, y la voz poética emana de su entorno y apela directamente a los sentidos:
Verdes campos, florida y ancha vega,
donde Bernesga próvido reparte
su onda cristalina; alegres prados,
antiguos y altos chopos, que su orilla
bordáis en torno, ¡ah, cuánto gozo, cuánto
a vuestra vista siente el alma mía!
¡Cuán alegres mis ojos se derraman
sobre tanta hermosura!
El espacio abordado mediante el tropo del locus amoenus (“lugar idílico”) dentro de la poética neoclásica se restringe en gran medida al entorno inmediato y presente que rodea al hablante. En la Epístola a Bátilo, sin embargo, el espacio idílico retratado al principio se vuelve inestable a medida que la imaginación del hablante sobrepasa sus límites espaciales para percibir una dimensión mucho más elevada y abstracta: el universo animado. El hospitalario río Bernesga y su entorno inmediato aparecen ahora como pretexto para contemplar el diseño de la naturaleza y las fuerzas de la vida que surgen en ella:
Es más noble su esfera: el universo
es un código; estúdiale, sé sabio.
Entra primero en ti, contempla, indaga
la esencia de tu ser y alto destino.
Conócete a ti mismo, y de otros entes
sube al origen. Busca y examina
el orden general, admira el todo,
y al Señor en sus obras reverencia.Estos cielos, cual bóveda tendidos
sobre el humilde globo, esa perenne
fuente de luz, que alumbra y vivifica
toda la creación…
Los Diarios de Jovellanos, que abarcan el periodo comprendido entre agosto de 1790 y enero de 1801, ofrecen valiosos esbozos de su continua apreciación de la vitalidad de la naturaleza. En los Diarios se destaca no sólo el concepto de misterio de la naturaleza que tanto atraía a los románticos, sino también la idea de que no puede haber respuestas seguras (o puramente científicas) a las preguntas sobre las fuerzas inmanentes de la vida que vinculan al ser subjetivo con el reino natural. Por consiguiente, no tiene reparos en reconocer “la flaca razón del hombre”. La visión de Jovellanos en los Diarios sobre la relación entre el yo y la naturaleza es más dialogante e integral de lo que parece a primera vista. En otras palabras, la naturaleza es esquiva, enigmática, presente y viva precisamente en aquellos espacios conceptuales que aparentemente transmiten su carácter legible, científico y pasivo. Lo cierto es que el estudio de la naturaleza se desplegó para Jovellanos a lo largo de un gradiente que va de lo finito a lo infinito, de lo conocible a lo incognoscible, de lo particular a lo universal y de lo analítico a lo subjetivo. La naturaleza podía ser captada a través de las mediciones de las “ciencias útiles”, pero estas mismas mediciones científicas, al ir avanzando en sus objetos de investigación e intentar determinar mayores unidades vitales, apuntaban hacia el insondable Absoluto. Reconoce, en su Oración pronunciada en el Instituto Asturiano, sobre el estudio de las ciencias naturales de 1799, que este estudio sintético más amplio, concebido en su mayor amplitud y totalidad, puede considerarse como una nueva ciencia de la fuerza vital de la naturaleza; una nueva ciencia, además, capaz de guiar a la humanidad hacia un conocimiento más perfecto de sí misma.
Jovellanos abre la Oración invocando a los antiguos que contemplaron por primera vez la naturaleza como una extensión del universo. A continuación, admira a varias figuras científicas, como Francis Bacon y Joseph Priestley. Sin embargo, reserva sus mayores elogios para “el inmortal [Conde de] Buffon”, y queda claro en la Oración que conocía bien la Historia Natural de Buffon. Esta obra enciclopédica estimuló el avance de la teoría vitalista en las ciencias de la vida. La visión orgánica del mundo que Jovellanos examina a lo largo de la Oración está impregnada de los conceptos vitalistas de los que se hace eco la obra de Buffon y aspira a trazar una nueva ciencia de la fuerza vital de la naturaleza. Su lenguaje está plagado además de alusiones a la terminología vitalista que se había infiltrado en las ciencias de la vida a finales del siglo XVIII gracias en gran medida a Buffon. Mientras que Jovellanos emplea términos como “escala de la naturaleza” e “inmensa cadena de los seres” que evocan la composición jerarquizada y estática de la naturaleza asociada a la gran cadena del ser, amplía igualmente el significado de términos como “gran sistema”, “vitalidad”, “animación” y “movimiento” para transmitir el devenir vital de la naturaleza. Es evidente que su admiración por Buffon en la Oración es más que casual, sobre todo a la luz de sus referencias a otros naturalistas de renombre, como Jacob Theodor Klein, Bernard Germain de Lacépède, Ferchault de Réaumur y Carl Linnaeus.
Jovellanos pasa a continuación a considerar los movimientos del sistema solar y las infinitas galaxias que llenan los cielos. Una ubicua “naturaleza activa”, propone, impulsa el universo: es una fuerza vital generada en la incesante actividad de reproducción y conservación que vincula a todo organismo vivo:
¿No veis esa dilatada región que se extiende entre los cielos y la tierra? A vuestros ojos se presenta vacía; pero ¡cuál será vuestro asombro cuando os convenzáis de que está henchida y penetrada de aquella naturaleza activa, benéfica, y a la que se da el nombre de elemental, porque parece ocupada perennemente en la sucesiva reproducción de los entes y en la conservación del todo!
El término “naturaleza activa” en este contexto de las ciencias naturales y de la vida evoca el principio vitalista activo que no sólo Buffon, sino también John Needham y Jean-Baptiste Lamarck teorizaron dirigiendo la fuerza vital de la naturaleza. Dentro de esta naturaleza activa, el sol para Jovellanos “vivifica cuanto existe”, y sus rayos penetran en todo organismo y le proporcionan un calor vivificante. Cuando reflexiona sobre “el activo y oficioso reino animal”, plantea la cuestión de la vida humana específicamente. Con la microscopía y la embriología en mente, sostiene que la vida engendra vida, dado que el propio cuerpo humano es un sistema extraordinariamente complejo y maravilloso sostenido por su fuerza vital inherente. Cada parte del cuerpo, y cada célula minúscula, contiene en su interior su propio cosmos de relaciones vitales:
La vida misma es alimento de la vida, y los vivientes de otros vivientes. Nosotros mismos, nuestra carne, nuestra sangre, nuestros huesos encierran dentro de sí numerosas familias de otros vivientes, que acaso encerrarán también en sí y darán morada y alimento a otros y otras vivientes.
La construcción del cuerpo, pues, no sólo refleja, sino que participa íntimamente de la fuerza vital de la naturaleza. Jovellanos exclama: “[¡]cuán portentosa es su fuerza!”. Al considerar la naturaleza como un “imperio de la existencia” unificado, como lo denomina Jovellanos, el individuo estaría bien equipado para contemplar un mundo dinámico formado y sostenido por una fuerza vital unificadora. También en la Oración utiliza el término “éxtasis” en todo su poder trascendente para indicar el sentimiento apasionado que se despierta en el individuo que es capaz de conectar con la naturaleza y aprehender, aunque sea fugazmente, el alcance de esta fuerza. Hay también un significado moral y socio-epistemológico en la captación de la conectividad de la naturaleza. Como sugiere Jovellanos, una reevaluación de la fuerza vital unificadora de la naturaleza ofrece una perspectiva privilegiada de los complejos procesos del entorno concreto del individuo, de las relaciones interpersonales, de los vínculos con las comunidades sociales y, en última instancia, del ideal del yo subjetivo que se infiere a través del Absoluto. En contacto con la naturaleza, pues, el individuo podía trabajar hacia modelos ulteriores y mejorados de la sociedad y adquirir un conocimiento cada vez más amplio y extracientífico de los lazos que unían lo particular y lo universal. Gracias a Jovellanos, podemos apreciar hasta qué punto una epistemología vitalista en España no sólo desempeñó un papel en la expresión de una subjetividad expansiva con respecto a la naturaleza, sino que también desafió la autoridad de la razón ilustrada al revelar cómo las maravillas inefables del universo animado ofrecían un nuevo tipo de comprensión sobre la vida.
Nicolás Fernández-Medina
Pennsylvania State University
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Fernández Medina, Nicolás. Life Embodied: The Promise of Vital Force in Spanish Modernity. McGill-Queen’s UP, 2018.
Estudios
Álvarez-Valdés y Valdés, Manuel. Jovellanos: vida y pensamiento. Oviedo: Nobel, 2012.
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Gracia Noriega, Ignacio. “Jovellanos, viajero de cercanías y prosista romántico”. Boletín Jovellanista 5.5 (2004): 115-25.
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Fuentes
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Jovellanos, Gaspar Melchor. Diarios. Vols. 1-3. Julio Somoza, ed. Oviedo: Diputación de Asturias, 1953.
Jovellanos, Gaspar Melchor. Obras completas IX. Escritos asturianos. Elena de Lorenzo Álvarez y Álvarez Ruiz Peña Solar, eds. Oviedo: Ayuntamiento de Gijón e Instituto Feijóo, 2005.