—El inicio de un viaje a través de la producción de conocimiento sobre la naturaleza en las civilizaciones de la Antigüedad: Mesopotamia, Egipto y la Grecia clásica.—
El término «ciencia» tiene distintos significados, todos ellos legítimos. No es nada fácil distinguir la ciencia de otras formas de conocer. Pero si se quiere comprender las diferencias entre la ciencia y otras formas de construir conocimientos, es de gran interés la comprensión de las transiciones y las interacciones continuas entre estas diferentes vías hacia el saber. La ciencia ha experimentado grandes cambios en cuanto a su contenido, forma, método y función. No es posible escrutar en el pasado para encontrar los orígenes de la ciencia moderna, dado que en tiempos pretéritos la forma de estudiar la naturaleza fue muy diferente a la actual. En definitiva, la «ciencia» no es un concepto situado por encima del tiempo y del espacio. No puede entenderse fuera de una sociedad y cultura concreta. El recorrido histórico es, por lo tanto, una perspectiva privilegiada para comprender los diferentes significados atribuidos a la palabra “ciencia”.
La ciencia no emergió de un solo golpe a resultas de una coyuntura histórica particular. Es por ello que no se puede erigir un momento fundacional particular. Por el contrario, se trató más bien de desarrollos parciales y ambiguos, dentro del marco complejo de los sistemas de creencias tradicionales. Cuando aparecieron, las nuevas ideas y los nuevos métodos se encontraban más o menos entrelazados en esta situación previa, o bien en conflicto más o menos abierto con ella, como se puede comprobar especialmente durante el período que se extiende del VI al IV siglo a. C. Desde diferentes puntos de vista, este período marca el comienzo de la racionalidad científica occidental.
En el pasado, el estudio de este período ha sido obstaculizado por una visión puramente eurocéntrica, según la cual habría existido algo único entre el pueblo heleno o en el espíritu griego que hizo nacer esta nueva forma de pensar. De hecho, la creencia en un «milagro», un hecho sin parangón y único, ha bloqueado las investigaciones. Por un lado, hay que tener en cuenta que otras civilizaciones situadas todavía más al Oriente (en China y la India, por ejemplo) realizaron desarrollos similares, a los que hay que sumar los saberes médicos, matemáticos o astronómicos de los diversos pueblos de América. Por otra parte, a pesar de que en el pensamiento griego antiguo contiene aspectos originales, el desarrollo de una nueva ciencia estuvo marcada por vínculos sólidos con saberes antiguos. En este sentido, hay que subrayar el papel de las civilizaciones egipcia y mesopotámica y su influencia en Grecia. Las semejanzas entre las producciones características del pensamiento griego y la de sus vecinos del Próximo Oriente son tan importantes como sus diferencias. Las continuidades y las discontinuidades en los diferentes dominios son igualmente fundamentales. En este sentido, el paso del mito al logos no fue un proceso de corte radical, sino más bien un producto de la convivencia de ambos sistemas de pensamiento.
Gracias a la conservación de escritos sobre tabletas cuneiformes procedentes de Mesopotamia y papiros del antiguo Egipto, ha sido posible conocer los diversos intereses que tuvieron estos pueblos en una gran diversidad de áreas del saber. Un grupo de escribas especializados, vinculados a los templos, eran formados en escuelas donde se transmitían conocimientos básicos para el funcionamiento de los grandes complejos urbanos surgidos en las civilizaciones fluviales deudoras del Nilo y del Tigris y el Éufrates. Se necesitaban numerosos saberes para la organización y el desarrollo de esas comunidades urbanizadas y densamente pobladas. En Mesopotamia, la necesidad de la parcelación de campos, el registro el volumen de las cosechas acumuladas o la recaudación de impuestos propiciaron el desarrollo de las matemáticas, la geometría y la aritmética. En Egipto, la práctica de determinados sacrificios de grandes animales, como bóvidos, estimuló el conocimiento de su anatomía y el estudio de sus enfermedades y sus remedios, un aprendizaje de gran valor en una sociedad agraria.
Una de las principales preocupaciones de todas las civilizaciones antiguas fue la predicción del futuro, el devenir de los pueblos y sus gentes. Los sistemas de predicción y adivinación fueron múltiples y variados. Uno de los más comunes a todas las civilizaciones, tanto de Oriente como de Occidente, se basó en el escrutinio del cielo y el estudio de sus regularidades. Fue el germen de la astrología. En el caso de Babilonia, por ejemplo, se convirtió en un aliciente que acabó por propiciar una observación sistemática durante siglos y la acumulación de amplios conocimientos sobre el firmamento, planetas y estrellas que fueron aprovechados posteriormente. La división de la bóveda celestes en los 12 signos zodiacales y la elaboración de un calendario son rasgos de estas primeras aproximaciones que han persistido hasta la actualidad en nuestros calendarios. En realidad, la producción de estos saberes estuvo guiada por intereses diferentes a los que hoy empujan el desarrollo de la ciencia. Pero lo cierto es que configuró una masa muy importante de información necesaria para el posterior desarrollo del conocimiento en el mundo griego.
La medicina ofrece un buen ejemplo del cambio producido en el pensamiento heleno. Los autores médicos griegos insistieron repetidamente en el hecho de que la medicina era un arte basado en un método bien definido, el cual permitía realizar importantes descubrimientos. El debate no implicaba únicamente cuestiones relativas al mejor tratamiento que debía adoptarse ante la enfermedad, sino también cuestiones sobre el propio método de la medicina y el tipo de verificación más exacto. Los griegos definieron un dominio «mágico» y, de modo explícito, lo excluyeron de la medicina. Nadie llegó tan lejos en este sentido como el médico Hipócrates de Cos (ca. 460-370 a. C.), que ejercería una influencia trascendental sobre Galeno de Pérgamo (ca. 129-207) y toda la medicina occidental hasta el siglo XX, con la recuperación de ideas ambientalistas relacionadas con la mejora de la salud. La polémica iniciada por los escritos médicos muestra que era posible superar las creencias populares y las autoridades tradicionales. Todo ello se consiguió, entre otros motivos, por la competencia entre muchas teorías y grupos de pensadores en el seno de un sistema donde el funcionamiento de la polis griega fomentaba todo lo relativo al arte de la discusión y de la persuasión
Alrededor de finales del siglo IV a.C., la medicina y las ciencias de la vida ofrecían buenos ejemplos de práctica y de investigación empírica. Es cierto que todavía quedaban pendientes ingredientes sustanciales, tales como la relevancia de la experiencia para una investigación sistemática. Sin embargo, la argumentación fomentada por la cultura helena, así como las prácticas y los saberes producidos por las primeras civilizaciones del Próximo Oriente, generaron un fértil sustrato en el que germinó, modelado por el paso de los siglos, ese conjunto amplio de actividades humanas colectivas que hoy se reúnen bajo el concepto «ciencia». Las próximas entradas de Saberes en acción permitirán viajar en el tiempo para conocer mejor estos cambios.
Carmel Ferragud
IILP-UV
Cómo citar este artículo:
Ferragud, Carmel. De la oscuridad a la luz: una falsa metáfora. Sabers en acció, 2020-11-04. https://sabersenaccio.iec.cat/es/de-la-oscuridad-a-la-luz-una-falsa-metafora/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Lloyd, Geoffrey. Le scienze biomediche nell’antichità greco-romana. In: Storia delle scienze. Natura e vita. Dall’antichità all’Illuminismo. Torino: Giulio Einaudi Editore; 1993, 14-101.
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Estudios
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Fuentes
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Páginas de internet y otros recursos
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