—Familias, instrumentos y controversias en búsqueda de la autoridad científica.—
El análisis de aguas se ha configurado, a lo largo de la historia, como una “zona de contacto” en la que han confluido estudios e intereses compartidos entre diferentes comunidades de expertos. Su relevancia creció durante el siglo XIX en una gran variedad de contextos pedagógicos, científicos y comerciales. Por un lado, las marchas analíticas de muestras de aguas se convirtieron en una herramienta formativa central de la enseñanza de la química. Estas marchas son series pautadas de reacciones y procesos químicos que permiten identificar los componentes de una muestra, por ejemplo, en una disolución acuosa. Asimismo, los análisis de aguas se emplearon en el control de calidad del agua potable y en la prevención de brotes de cólera. También se emplearon para legitimar “científicamente” las supuestas virtudes terapéuticas de las aguas de los balnearios. Dentro de las investigaciones químicas y farmacéuticas, el análisis químico era fundamental para el estudio de las aguas minerales, tanto de las de fuentes naturales como las preparadas artificialmente y embotelladas para su comercialización. Fue una actividad marcada por intereses económicos, preocupaciones sociales y debates sobre la salud pública, en un contexto marcado por la interdisciplinariedad y la colaboración, más o menos problemática, entre diversos tipos de expertos. Tal y como apunta el historiador estadounidense Christopher Hamlin, la delimitación del grupo de expertos relacionados con los análisis de aguas fue una tarea ardua durante todo el siglo XIX, una actividad casi imposible de desarrollar sin incurrir en el riesgo de generar controversias. Las personas aspirantes a tener voz autorizada en el tema movilizaron diferentes recursos para demostrar su pericia, tanto frente a colegas y rivales como ante las autoridades y el público en general.
Los recientes estudios sobre expertos han mostrado que sus fuentes de legitimidad y credibilidad son diversas. Dependen, en gran medida, del entorno social y cultural de la actividad científica. El entorno familiar tiene un papel fundamental en este sentido, a pesar de la consideración de la ciencia como una actividad netamente meritocrática. Las relaciones familiares han resultado decisivas para la consolidación de numerosas trayectorias científicas. Estas colaboraciones podían implicar a parejas (como la familia Curie), hermanos (como el caso de los Broglie) o padres e hijos (como sucede en los casos de la familia Darwin, Bragg o Thomson). En el caso de los análisis químicos, uno de los casos más conocidos es el de la familia Fresenius, una saga de químicos alemanes entre la que se encuentran Carl Remigius Fresenius (1818-1897), Heinrich Remigius Fresenius (1847-1920) y Theodor Wilhelm Fresenius (1856-1936). Como editores, durante cinco generaciones, de la prestigiosa revista titulada Zeitschrift für Analytische Chemie, fueron capaces de vincular su apellido con la experiencia en análisis químicos de calidad.
En otra escala, la familia Casares es otro ejemplo que muestra la transferencia de autoridad científica entre diferentes familiares. Antonio Casares Rodríguez (1812-1888) se convirtió en un experto en análisis de aguas a mediados del siglo XIX. Realizó contribuciones originales gracias a sus estudios sobre aguas minerales y balnearios. Adquirió así lo que Collins y Evans denominan “contributory expertise”, es decir, una pericia basada en un largo proceso formativo, saberes tácitos y experiencia práctica que lo habilitaba para hacer contribuciones originales en este terreno. Su prestigio fue hábilmente aprovechado por su hijo José Casares Gil (1866-1961), que heredó la autoridad de su padre en análisis químico y amplió su campo de acción a temas en desarrollo como el análisis de alimentos y otras sustancias realizados en laboratorios universitarios y aduaneros. Se podría decir que se trata de un ejemplo de lo que Collins y Evans denominan “referred expertise”, es decir, una autoridad experta capaz de ampliarse a otros territorios académicos y prácticos. Igualmente, Román Casares López (1908-1990) conectó la tradición analítica familiar con otro tipo de actividades: la publicación de libros y tratados sobre análisis y bromatología iniciados por sus predecesores. En todos estos casos, no sólo intercambiaron conocimientos teóricos y prácticos sino que también heredaron la autoridad y el prestigio científico de sus familiares y su consideración pública como expertos, así como muchos de los cargos académicos e institucionales que ocuparon a lo largo de sus vidas.
El manejo de instrumentos científicos, al igual que la publicación de libros y revistas científicas, fue otra herramienta fundamental en la construcción de la autoridad experta. En la Inglaterra victoriana se produjeron intensos debates sobre la calidad del agua potable y acerca de las personas encargadas de controlarla. Los debates sobre el papel de los seres vivos microscópicos en las enfermedades y el control de la salud pública fueron intensos en el último cuarto del siglo XIX. Nuevas disciplinas como la bacteriología pretendían abrirse hueco enfatizando la necesidad de vigilar los patógenos del agua. La microscopia, mediante lentes más potentes y con menos aberraciones ópticas, trató de relacionar diferentes partículas diminutas con el peligro tóxico. Las personas con formación química enfatizaban que los métodos de alta sensibilidad convertían esta disciplina en la mejor herramienta para los controles necesarios. Algunos debates se centraron en el manejo del aparato de Marsh para la detección del arsénico en el agua. Este método, introducido a finales de la década de 1830, permitía detectar cualitativamente pequeñas concentraciones de arsénico en agua, lo que generaba nuevos debates sobre sus riesgos y virtudes.
En la segunda mitad del siglo XIX, nuevos instrumentos ópticos como el espectroscopio y el polarímetro cambiaron muchos aspectos de los análisis químicos, no sin generar también fuertes controversias. El espectroscopio permitía observar líneas de colores que, al compararse con escalas adecuadas, hacían posible identificar los elementos químicos presentes en el agua. Sin embargo, su uso requería de familiaridad con las técnicas espectroscópicas, tales como la producción de las llamas necesarias, y el entrenamiento de la vista para reconocer los colores. Un título universitario no transformaba a las personas poseedoras en expertas en espectroscopia. Se requería destreza en el trabajo de laboratorio y capacidad para ofrecer soluciones rápidas con creatividad y experiencia. Más allá de las cuestiones técnicas, la selección de la disciplina y el personal experto más apropiado iba de la mano del apoyo político y social conseguido por cada grupo.
Existían diferentes tradiciones vinculadas al análisis de aguas. Una de ellas era el criterio clínico, según el cual las aguas tenían que ser clasificadas en función de sus efectos terapéuticos. La otra era la perspectiva química o farmacéutica, que las ordenaba según sus propiedades fisicoquímicas y su composición. En la España de mediados del siglo XIX estas dos formas de abordar la calidad de las aguas se representan por la Junta Superior Gubernativa de Medicina y Cirugía y el Real Colegio de Farmacia, respectivamente. A estos dos actores tradicionales se sumó el cuerpo de médicos directores de baños, establecido en 1816 con el fin de regular y controlar los balnearios. La existencia de este cuerpo especializado no contribuyó a disminuir las controversias sobre las propiedades de las aguas de cada balneario.
El lucrativo mercado surgido en torno a las aguas minerales generó nuevas disputas en la prensa según avanzaba el siglo XIX. Junto con la pulcritud de las instalaciones y la belleza del entorno, las virtudes de las aguas se convirtieron en una herramienta publicitaria fundamental de los balnearios para atraer bañistas y visitantes. Más que una batalla entre expertos de diversas disciplinas, lo que estaba en juego era la exaltación de las propiedades de las aguas pertenecientes a un balneario en particular con el fin de distinguirlo de la competencia. En ocasiones, los análisis eran encargados por autoridades locales o por propietarios de los terrenos de un manantial, con la esperanza de convertirlo en balneario. Otras veces eran encargados por párrocos, vecinos o incluso enfermos que habían usado las fuentes y deseaban conocer la composición de las aguas. También fue frecuente la publicación de topografías médicas, en las que las tareas solían dividirse: el médico director del balneario describía las propiedades terapéuticas del agua mientras que el farmacéutico se ocupaba del análisis de las aguas.
Las controversias científicas suponen un escenario muy interesante para estudiar las relaciones entre personas expertas. Muchas de las tensiones propias de la práctica científica son discutidas abiertamente en este tipo de debates, a menudo espoleados por el interés social del problema. La pieza teatral En folkefiende (Un enemigo del pueblo, 1882) del dramaturgo noruego Henrik Ibsen describe los enfrentamientos de un médico rural con las autoridades locales debido a sus informes acerca de la mala calidad de las aguas de un futuro balneario en construcción. Sus análisis describen la contaminación de las aguas y sus efectos en la salud pública y le enfrentan a las autoridades locales y a los vecinos que lo consideran un “enemigo del pueblo” y de su prosperidad económica. Era más común que sucediera lo contrario: los esfuerzos por promocionar las aguas de un balneario o por mejorar las ventas de un agua mineral eran los motivos ocultos en la realización de un análisis químico y la posterior publicidad de sus resultados. La existencia de análisis previos realizados por otros expertos o de nuevos análisis encargados por balnearios rivales podían causar disputas, sobre todo si los resultados obtenidos eran sustancialmente diferentes. En estos casos, la disputa económica se transformaba en una controversia científica que podía afectar peligrosamente al prestigio científico de los analistas. Podía iniciarse así una serie de discusiones en sociedades científicas, en revistas especializadas y en la prensa en general, de consecuencias imprevisibles.
En estas disputas acerca de las virtudes de las aguas se movilizaron argumentos técnicos con aspectos relacionados con la autoridad de los expertos. Entre los primeros figuraban frecuentemente cuestiones problemáticas relacionadas con la recolección, conservación y representatividad de las muestras, así como discusiones acerca de la oportunidad de las técnicas analíticas escogidas o la fiabilidad de los instrumentos utilizados. Estas disquisiciones técnicas se entremezclaron con valoraciones diversas acerca de los méritos, los títulos científicos y otros aspectos de la autoridad del personal elegido, tales como sus puestos académicos, la experiencia previa y los reconocimientos logrados. Se trataba, en definitiva, de dirimir en la esfera pública las voces que podían intervenir con autoridad en la materia y lograr ganar la confianza pública de los peritos. En este sentido, el apoyo de las autoridades y de la prensa fue un elemento clave para que se pasara de puntillas por las cuestiones más técnicas e incomprensibles para el gran público. Aunque la retórica girara en torno a lo que se presentaba como “hechos” o “verdades científicas”, la discusión se centraba, por lo general, en defender la autoridad, la confianza y la credibilidad de las partes en conflicto. Se podría decir, en cierto modo, que los balnearios y los laboratorios se transformaron en “espacios de credibilidad” (o “truth-spots” según la expresión del sociólogo Thomas F. Giery) para legitimar las prácticas científicas y discutir las reivindicaciones y aseveraciones científicas.
El análisis de aguas, por tanto, permite reflexionar críticamente sobre las fuentes de legitimidad y los problemas de delimitación de la comunidad experta. Estos últimos problemas fueron todavía más complejos debido a la movilización de saberes locales aportados por un amplio abanico de personas colaboradoras que proporcionaban noticias sobre el entorno físico de los balnearios y valoraciones acerca de las virtudes medicinales y el prestigio de los diferentes especialistas. Las fuentes de autoridad tenían procedencias diversas: saberes tecnocientíficos, relaciones de poder (ayuntamientos, parlamentos, tribunales), intereses creados, desequilibrios epistemológicos y de rangos académicos, apoyos ideológicos, políticos y mediáticos e, incluso, la salvaguarda de la religión, debido al vínculo entre algunas fuentes y el supuesto poder sanador divino. Su identificación puede ayudar a resituar el papel de los expertos en las deliberaciones públicas y a integrar nuevas cuestiones y actores en la producción de saberes y en la toma de decisiones acerca de asuntos de ciencia, tecnología, medicina y medio ambiente, tales como los involucrados en los análisis de aguas y en la creación de balnearios.
Ignacio Suay Matallana
IILP-UMH
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Collins, Harry; Evans, Robert. The Third Wave of Science Studies. Studies of Expertise and Experience. Social Studies of Science. 2002; 32, (2): 235-296.
Hamlin, Christopher. A Science of Impurity: Water Analysis in Nineteenth Century Britain. Berkeley: Univ. of California Press; 1990.
Suay-Matallana, Ignacio. Expertos, química y medicina: Antonio Casares (1812-1888), José Salgado (1811-1890) y la controversia en torno al análisis de las aguas del balneario de Carratraca. Dynamis. 2016; 36 (2): 419-441.
Estudios
Bertomeu Sánchez, José Ramón; García Belmar, Antonio. Spanish chemical textbooks (1788-1845). A Sketch of the Audience for Chemistry in Early Nineteenth-Century Spain”. In: Bensaude-Vincent, B.; Lundgren, A. eds. Communicating Chemistry: textbooks and their audiences 1789-1939. Canton, Science History Publications; 2000, p. 57-91.
Collins, Harry. Are We All Scientific Experts Now? Cambridge: Polity Press; 2014.
Gieryn, Thomas. Truth-Spots. How Places make People Believe. Chicago: Chicago University Press; 2018.
Hamlin, Christopher. Chemistry, Medicine, and the legitimization of English Spas, 1740-1840. Medical History, Supplement. 1990; 10: 67-81.
Nye, Mary J. Scientific Families: Biographies and ‘Labographies’ in the History of Science. Historical Studies in the Natural Sciences. 2009; 39: 104-114.
Suay-Matallana, Ignacio. Antonio Casares Rodríguez (1812-1888) y José Casares Gil (1866-1961). Ann Arbor: ProQuest UMI Dissertations Publishing; 2014.
Suay-Matallana, Ignacio. Scientific families, and the shaping of an expertise in analytical chemistry in modern Spain. HOST – Journal of History of Science and Technology. 2017; 11: 97-116.
Fuentes
Casares Rodríguez, Antonio. Tratado práctico de análisis química de las aguas minerales y potables. Madrid: Ed. Librería de D. Ángel Calleja; 1866.
Casares Gil, José. El espectroscopio y sus principales aplicaciones. Barcelona: Hijos de Jaime Jepús; 1897.
Fresenius, Carl Remigius. Tratado de análisis química cualitativa; vertido al castellano de la última edición alemana y adicionado con notas por Vicente Peset. Valencia: Librería de Pascual Aguilar; 1885.
Reglamento que a propuesta de la Real Junta Superior Gubernativa de Medicina manda observar S. M. para la inspección, gobierno, uso de los directores, enfermos y sirvientes de todas las aguas y baños minerales de España. Madrid: Francisco de la Parte; 1817.
Rubio, Pedro María. Tratado Completo de las Fuentes Minerales de España. Madrid: Establecimiento Tipográfico de Ribera; 1853.
Páginas de internet y otros recursos
Collins, Harry, Politics, Expertise and the Two Cultures. Disponible en este enlace.
Colección digital de baños y aguas minero-medicinales de España (S. XIX y XX). Disponible en este enlace.
100 años haciendo ciencia: La Cátedra de Hidrología Médica de la Universidad Española (1912-2012). Facultad de Medicina. Universidad Complutense de Madrid. Disponible en este enlace.
Estudio 1 – Un enemigo del pueblo. Autor: Henrik Ibsen, 1981. Disponible en este enlace.