—Los estudios de los últimos años han revisado las relaciones entre ciencia y religión a lo largo de la historia.—
Cuando pensamos en la relación entre ciencia y religión, la idea que con más rapidez cruza nuestra mente es probablemente la de choque y conflicto. Nos vienen a la cabeza casos como el de Galileo Galilei retractándose de la teoría heliocéntrica ante un tribunal inquisitorial; o los creacionistas, que niegan la teoría de la evolución por una interpretación literal de las Sagradas Escrituras. Una de las historias clásicas de este relato del conflicto es el enfrentamiento que tuvo lugar en 1860, siete meses después de la publicación del libro El Origen de las Especies, de Charles Darwin, entre Thomas Huxley, ferviente defensor de Darwin y su teoría, y el obispo Samuel Wilberforce, entre otros presentes. La versión más difundida dice que este último preguntó a Huxley si era por parte de madre o de padre que proclamaba su descendencia de un simio. Huxley contestó que no se avergonzaría de tener un simio por antepasado, pero sí de estar emparentado con alguien que usaba sus dones para obstruir la verdad. La escena, que quedaría capturada en ilustraciones como un enfrentamiento apasionado, tuvo lugar en el Museo de la Universidad de Oxford donde varios científicos, filósofos y personalidades británicas de la época se habían reunido para escuchar una conferencia del científico John W. Draper, quien, dos años más tarde de la icónica escena, escribiría uno de los relatos más influyentes de la llamada “tesis del conflicto” entre ciencia y religión.
Las dos construcciones culturales, la ciencia y la religión, se formulan alrededor de preguntas existenciales, tales como qué es la vida, qué somos los humanos, cómo nos relacionamos o qué leyes rigen la naturaleza. La ciencia en los países occidentales es presentada como un conocimiento objetivo, neutro, fiable y racional, características idolatradas en este contexto. De este modo, la ciencia se ha impuesto, sin lugar a dudas, al corpus de saberes de las instituciones religiosas como autoridad con capacidad para influir en muchas agendas políticas de los gobiernos, como por ejemplo las sanitarias. Ahora bien, en otros momentos de la historia, la situación era muy diferente y este monopolio de la verdad ha sido ejercido por instituciones o poderes religiosos, tales como la Iglesia católica, la anglicana o los líderes protestantes, islámicos o judíos. ¿Debería concluirse, por lo tanto, que no había actividad científica en los momentos en que la autoridad religiosa decidía efectivamente sobre lo que era o no fuente aceptable de saber? ¿O que, si había, se encontraba en permanente conflicto con la esfera religiosa? Nada más lejos de la realidad. Durante buena parte de la historia, la ciencia ha sido la herramienta a través de la cual la religión ha intentado dar respuestas a algunas de las cuestiones existenciales que la ocupan.
Este era el marco contextual en el cual vivían y actuaban, dentro de la Inglaterra anglicana del siglo XVII, personajes considerados tan relevantes en la ciencia experimental como los filósofos naturales Robert Boyle y Robert Hooke, o el ídolo de la ciencia moderna Isaac Newton. Todos ellos entendían el conocimiento científico como una manera de descifrar el libro de la Naturaleza escrito por Dios. Esta era también la idea que inspiraba la famosa obra Teología Natural (1802) del clérigo anglicano William Paley. De Robert Boyle es la frase “solamente se puede ser ateo si no se ha estudiado la naturaleza”. En este sentido, se podría entender que la religión cristiana espoleó el adelanto de las ciencias e, incluso, si se acepta la frase de Boyle, que el estudio de la naturaleza era un fundamento sustancial para la religión.
Durante la Edad Media, el Islam promovió el conocimiento del mundo natural con mucha energía y recursos. Así, las matemáticas y la astronomía eran particularmente cultivadas para calcular, entre otras cosas, los tiempos correctos de plegaria y la dirección a la Meca. Gracias a sabios islámicos se recolectaron, preservaron, aplicaron, comprobaron y mejoraron los conocimientos griegos en áreas como la medicina, la óptica y la astronomía. Y, de este modo, estos saberes llegaron a Europa para acabar siendo la chispa del Renacimiento europeo. Este trabajo se llevó a cabo con especial intensidad desde la famosa Casa de la Sabiduría de Bagdad, entre los siglos IX y X, donde el lema era “aquel que no conoce la astronomía y la anatomía es deficiente en el conocimiento de Dios”. Y precisamente durante el Renacimiento, la Iglesia católica romana se erigió como uno de los principales benefactores de la investigación científica a través de la inversión en observatorios astronómicos y equipos experimentales para los jesuitas. Las principales religiones monoteístas comparten la idea de que Dios es el autor de dos libros, el de la Naturaleza y la Biblia. Cada religión, a su manera y en su momento, ha espoleado el conocimiento de la naturaleza como herramienta para aproximarse a Dios.
¿Qué concluir entonces? ¿Que todo han sido días de vino y rosas? ¿Se puede decir que la religión y la ciencia se han edificado conjuntamente, nutriéndose la una de la otra en perfecta armonía? ¿O que han crecido paralelas sin apenas molestarse, por lo que la tesis del conflicto es una forma pionera de fake new? En modo alguno. Los casos mostrados como ejemplos al principio, clásicos de la tesis del conflicto, son totalmente reales y apuntan a choques entre personajes, instituciones, teorías y dogmas. La cuestión que se debe valorar es si estos casos pueden explicarse simplemente como conflictos entre “ciencia” y “religión”.
“Ciencia” y “religión” no son ladrillos sólidos y rígidos que se puedan identificar a lo largo de los tiempos en diferentes épocas, contextos, líneas de pensamiento, actividades y espacios. Sus fronteras no solo son difíciles de definir para momentos y contextos determinados, sino que han cambiado con los siglos; a veces han producido solapamientos prácticamente totales entre ambas actividades y, en otras ocasiones, las han situado en universos paralelos. Es necesario reflexionar, por lo tanto, si resulta provechosa, para entender estos acontecimientos, una aproximación fundamentada en las etiquetas “ciencia” y “religión” o si, por el contrario, estas dos categorías ofuscan más que iluminan. Las categorías historiográficas que se emplean para analizar el pasado tienen que servir para entenderlo mejor, no para introducir confusiones. Y las categorías históricas, las que utilizan los propios actores históricos, deben definirse bien en términos de su propio tiempo y contexto, porque pueden haber cambiado de significado con el paso de los años y en contextos geográficos, sociales o culturales diferentes, de modo que no significan lo mismo para las personas que investigan en historia y para sus personajes objeto de estudio. Esto es exactamente lo que pasa con las categorías “ciencia” y “religión”. Además, el hecho de encorsetar el estudio de caso en un conflicto entre ciencia y religión puede no dejar ver otros conflictos implicados, tales como las agendas de los protagonistas o los intereses institucionales o profesionales en juego, ingredientes que pueden ser mucho más relevantes para entender la situación de forma mucho más profunda y matizada.
En el ejemplo del inicio de este texto, Huxley tenía buenos motivos para querer atacar a Wilberforce en público y defender la ciencia —y por tanto, a los científicos— como la autoridad más acreditada para producir y diseminar conocimientos sobre el mundo natural. Se encontraba inserto en un proceso de transformación de la ciencia, que hasta entonces había sido una actividad de hidalgos adinerados, en profesión liberal. En este sentido, Huxley estaba compitiendo como científico por un nicho profesional, el de las universidades y la educación, hasta entonces ocupado por el estamento eclesiástico. Hay que recordar también que el término “científico” se había creado apenas en 1833 con esta finalidad. En este contexto se deben pensar las famosas e influyentes obras de historia de la relación entre ciencia y religión generadas por Draper y Andrew D. White, iconos de la tesis del conflicto. También en este contexto se tiene que situar la reseña que Huxley escribió del Origen de las Especies de Darwin donde se expresaba así:
“Teólogos extinguidos yacen en la cuna de toda ciencia como las serpientes estranguladas junto a la de Hércules; y la historia registra que, siempre que la ciencia y la ortodoxia se han opuesto justamente, esta última se ha visto obligada a retirarse, ensangrentada y aplastada, si no aniquilada; herida, si no muerta”.
Tampoco el caso de Galileo se entiende sin ponerlo en el contexto de la Contrarreforma cristiana, que hizo endurecer la vertiente autoritaria y dogmática de la Iglesia católica romana para diferenciarse del protestantismo, y de un momento político en el que el Papa debía mostrarse como digno garante de aquel giro dogmático. Y no se debe olvidar la manera temeraria, podría decirse que casi burlesca, de Galileo de presentar sus conclusiones. Por otro lado, en la época de Boyle y Hooke, se percibió en las prácticas e ideas de estos científicos una amenaza a la ortodoxia. Se les acusaba de actuar como si fueran dioses con sus experimentos para descubrir los misterios insondables de la naturaleza. Por eso también era muy importante para estos hombres de ciencia asegurar a sus lectores que el conocimiento que estaban extrayendo, así como los métodos experimentales que utilizaban para hacerlo, procedían de semillas plantadas por Dios. Justificaban lo que ellos realizaban como una lectura del libro de la Naturaleza era posible gracias a la floración de las herramientas que Dios había plantado en los hombres (hombres en masculino consciente, en este caso), para poderlo descifrar.
Aunque las tres aproximaciones han usado la historia para fundamentarse, tanto detrás de la tesis del conflicto, como de la de la aparente armonía o la de la separación absoluta entre ciencia y religión, se han escondido agendas variadas y motivos diversos, que se han hecho todavía más invisibles gracias a la simplificación del análisis del problema en estos términos. Conviene recordar en este punto que la historia de la ciencia no pretende justificar una u otra versión del mundo o explicación de los fenómenos naturales. Su interés es desentrañar cómo ciertos discursos consiguen ser denominados ciencia y otros no, cómo tal situación cambia con el tiempo y el espacio social y cultural. Las personas que investigan en historia se interesan por los procesos que permiten que las sociedades se pongan de acuerdo para confiar en un grupo de expertos —a menudo diferentes a lo largo del tiempo: chamanes, sacerdotes, filósofos naturales, científicos— la producción de explicaciones fiables. También se analiza el funcionamiento de estos sistemas de confianza y creencia que son imprescindibles detrás de cualquier régimen de saber.
En este sentido, para la historia de la ciencia resultan muy interesante aquellos momentos en que actores históricos, instituciones y diferentes poderes entran en conflicto por la hegemonía en una sociedad determinada, y se ponen así en escrutinio y, a menudo, en entredicho los sistemas de confianza y creencia de cada uno de los regímenes de saberes implicados. A veces, como se ha visto, reducir el análisis histórico al estudio de la interacción entre dos etiquetas, “ciencia” y “religión”, sea en conflicto, armonía o mutua ignorancia, ha permitido apoyar y promover agendas políticas, profesionales o religiosas. Pero esta simplificación puede desviar la mirada de factores cruciales que hicieron que los hechos ocurrieran como lo hicieron en aquel contexto histórico, al mismo tiempo que se olvida la complejidad del problema y, por lo tanto, se impide una comprensión histórica más pormenorizada. Esta comprensión histórica más profunda no es solo importante para entender mejor el pasado, sino que también puede ayudar a analizar, con más tonalidad de matices, situaciones actuales caracterizadas como conflictos entre “ciencia” y “religión”.
Carmel Ferragud
IILP-UV
Clara Florensa
CIUHCT-UL
Para saber más
Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.
Lecturas recomendadas
Brooke, John. The changing relations between science and technology. Disponible en: http://www.counterbalance.org/perspevo/brooke1-frame.html
Bowler, Peter; Morus, I. Panorama general de la ciencia moderna. Barcelona: Crítica; 2007 [capítol 2 (La Revolución Científica), pp. 31-69; capítol 15 (Ciencia y Religión), pp. 429-462].
Dixon, Thomas. Science and religion. A very short introduction. Oxford, Oxford University press; 2008.
Fara, Patricia. Breve Historia de la Ciencia. Barcelona; Ariel; 2009 [II. Interacciones. Capítol 5. Europa, pp. 110-122; III. Experimentos. Capítol 3. Astronomía, pp. 167-179].
Estudios
Brooke, John Hedley. Science and religion. Some historical perspectives. Cambridge: Cambridge University Press; 1991.
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Ferngren, Gary B. Science and Religion: A Historical Introduction. Johns Hopkins University Press; 2002.
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Olson, Richard G., ed. Science & Religion, 1450-1900. From Copernicus to Darwin. Baltimore: The Johns Hopkins University Press; 2004.
Fuentes
White, Andrew D. A History of the Warfare of Science with Theology in Christendom, 2 vols (1896). Disponible en este enlace.
Draper, John W. History Of The Conflict Between Religion And Science (1875). Disponible en este enlace.
Galileu Galilei. Diàleg Sobre els Dos Grans Sistemes del Món, Ptolemaic i Copernicà (1632). Disponible en este enlace.
William Paley. Natural Theology (1802). Disponible en este enlace.
Páginas de internet y otros recursos
De Cruz, Helen. Science and Religion. Stanford Encyclopedia of Philosophy [Actualizada 2017]. Disponible en este enlace.
Relationship between religion and science. Wikipedia [Actualitada 26 Feb 2021]. Disponible en este enlace.