—Las tensiones entre ciencia pública y ciencia privada a través de las políticas y prácticas del intercambio de datos meteorológicos.—

 

La meteorología es un asunto de datos. El valor económico de estos datos comenzó a capitalizarse en la década de 1920, cuando el uso generalizado del telégrafo permitió transmitir datos en tiempo casi real. Algunos meteorólogos crearon consultorías privadas que ofrecían previsiones del tiempo dirigidas a diversas áreas agrícolas, energéticas, pesqueras, de transportes o recreativas, una actividad que se denominó habitualmente meteorología industrial.

Meteorología industrial: Previsión realizada por Irving Krick Associates Inc. Encargada por unos estudios cinematográficos, 8 de diciembre de 1938. Bulletin of the California Institute of Technology (1938) 47(1).

Fue después de las grandes guerras, sin embargo, cuando el excedente de meteorólogos formados para cubrir las necesidades de la aviación suscitó la explosión del sector privado en este ámbito. Por ejemplo, en los Estados Unidos, en 1951, la Du Pont Company, que había colaborado previamente con el Proyecto Manhattan, estableció un departamento de meteorología para planificar los trabajos exteriores (excavaciones, pintura e instalaciones eléctricas) necesarios para construir la planta atómica de Savannah River. En 1953, 17 de sus plantas situadas en regiones costeras disponían de un servicio meteorológico propio que procuraba previsiones de grandes olas, mareas, ventadas o huracanes. En otras plantas, se calculaba la velocidad y dirección del viento para predecir la dispersión de contaminantes. A diferencia de las previsiones que ofrecían los servicios meteorológicos públicos a través de la Agencia Federal de Meteorología (National Weather Bureau, NWB), los departamentos de Du Pont conocían íntimamente tanto el terreno como el funcionamiento de cada planta, de modo que proporcionaban una información meteorológica ajustada a sus necesidades específicas. Tan lucrativo se proyectaba el negocio, que en 1953 Du Pont fundó una sucursal propia (Severe Weather Advisory Service) dedicada a la meteorología industrial. En los Estados Unidos, hacia 1960 había 36 registradas; 81 alrededor de 1980, y más de 2200 en 1996.

Meteorología industrial: Esquema de la dispersión de gases y control de la polución del aire y del agua. George F. Collins (1953). Meteorology in a Chemical Industry, Weatherwise 6(2), 34-35.

En los Estados Unidos, el NWB fue clave para el despliegue de la meteorología industrial privada. Las diversas estaciones gubernamentales en la superficie, aéreas, marítimas y, a partir de los sesenta, también los satélites, recopilaban datos que eran distribuidos mediante los circuitos de teletipo de esta agencia federal. En 1953, la agencia adquirió el mandato jurídico de garantizar “el acceso sin restricciones”, decía la ley, a los datos meteorológicos recopilados con recursos públicos. Con un argumentario que nos recuerda a las promesas del open data en la actualidad, la ley reconocía los beneficios que la libre circulación de datos tenía para la ciencia y para la transparencia del Estado, al mismo tiempo que admitía que el objetivo principal de esta política era apoyar la creciente industria meteorológica privada. Precisamente para evitar que el sector público compitiera con el sector privado, la misma ley separaba las tareas del NWB de las del sector privado: los servicios meteorológicos federales se encargarían de preparar previsiones de tipo general, publicar alertas de fenómenos severos y mantener las infraestructuras de recopilación y distribución de datos. Por su parte, el sector privado ofrecería, según estas regulaciones, previsiones personalizadas dirigidas a sectores y actividades bien concretas.

Estaciones de superficie. Meteorólogo observando los datos de la estación del National Wather Bureau del Castillo de Belvedere, Central Park de Nueva York, 1961. National Weather Service.

La distinción entre el tipo de información meteorológica producida por el gobierno y por el sector privado se tradujo en un lenguaje que oponía los términos datos básicos a los productos o servicios. Esta distinción resonaba con la oposición entre ciencia básica y ciencia aplicada, una dicotomía prevalente en la política científica de la época. Era un planteamiento que correspondía más a una herramienta discursiva para justificar la comercialización de la información meteorológica que no a una distinción esencial entre diferentes tipos de datos. Mientras las primeras se consideraban como bienes públicos –es decir, objetos de interés general a cuyo acceso todo el mundo tiene derecho–, los segundos fueron reservados al beneficio privado.

La idea de los datos como bien público y la política de acceso sin restricciones penetró en la Organización Meteorológica Internacional de las Naciones Unidas (WMO) a finales de los años cincuenta de la mano de los representantes de los Estados Unidos. Algunas instituciones ya habían comenzado a practicar el intercambio de datos ocasional y bilateral a través de la Organización Internacional de la Meteorología creada el año 1873, cuando los datos eran relativamente baratos de recopilar y tenían poco valor económico –porque a menudo llegaban cuando la tormenta ya había pasado–. Ahora se trataba de organizar un intercambio sistemático a gran escala: todos los Estados ofrecerían sus datos a la WMO y estos podrían ser usados libremente por cualquier Estado. La expectativa de tener acceso a datos se convirtió en un incentivo importante para formar parte de la WMO, especialmente para aquellos Estados con infraestructuras de recopilación de datos vulnerables o inexistentes. Más allá de los ideales internacionalistas que a menudo acompañan el imaginario de la práctica meteorológica, para los gobiernos de los Estados Unidos era una manera de conseguir datos meteorológicos de todo el planeta necesarios para sus campañas militares y para su transporte comercial aéreo y marítimo, que no podía recopilar de otro modo dado que no disponía de recursos financieros suficientes ni de autoridad política para poderlo hacer.

Uno de los esfuerzos más sonados de la WMO para promover el acceso a los datos sin restricciones fue el World Weather Watch (WWW) puesto en marcha en 1963. La ambición del WWW era construir las infraestructuras de comunicaciones y los centros de procesamiento de datos necesarios para distribuir, analizar y almacenar los datos recopilados por todos los observatorios del mundo. La gran puesta en escena del WWW tuvo lugar en 1978-1979, cuando se llevó a cabo el Experimento Meteorológico Global (con el nombre oficial de First GARP Global Experiment). Diseñado a imagen del Año Geofísico Internacional de 1957-1958, los datos recopilados por más de 3100 estaciones en la superficie, 1300 globos sonda, 200 boyas, 110 barcos, 80 aviones y 9 satélites (sí, también Meteosat), se almacenaron en 3 centros de cálculo y se distribuyeron entre todos los solicitantes de los más de 150 países participantes. Esta infraestructura se convirtió, de facto, en la piedra angular de la que surgiría el Global Climate Observing System que actualmente coordina la recopilación y distribución de datos sobre la atmósfera, los océanos y las superficies continentales.

First Global GARP Experiment. Esquema del archivo y distribución de datos recopilados por barcos, boyas y aviones. General Plan and Implementation Program, 1977-1982. Intergovermental Oceanographic Commission Technical Series 16, 1977. UNESCO.

Este modelo favorecía el acceso a los datos por parte de Estados, organizaciones e individuos que de otro modo no tendrían acceso a ellos. Sin embargo, el énfasis en la producción y la distribución de datos eclipsaba los problemas asociados con su uso. Durante el Experimento Meteorológico Global, el uso de datos fue altamente desigual porque solo algunos gobiernos, corporaciones y élites académicas disponían de recursos técnicos, logísticos, financieros y humanos para procesarlas y analizarlos y, por lo tanto, obtener algún tipo de beneficio de ellos. Este argumento estaba en la base de algunas voces opositoras al intercambio de datos, verbalizadas sobre todo por representantes de Estados en desarrollo a lo largo de los setenta y ochenta: había que acompañar el acceso sin restricciones a los datos con políticas que favorecieran su uso.

Otras voces también se oponían a este modelo, pero por razones muy diferentes, especialmente en Europa. Por ejemplo, desde los años cincuenta, el servicio meteorológico nacional británico (el actual Met Office) entendía el valor comercial de los datos como una forma de recuperar el coste de producción de datos y del mantenimiento de las infraestructuras. Las organizaciones meteorológicas francesa, belga y alemana tenían visiones similares. Usando lenguaje meteorológico, estas organizaciones tenían el mandato de producir tanto datos básicos como servicios, compitiendo así con el sector privado. En el Reino Unido, estas políticas se catapultaron con la llegada de Margaret Thatcher y su obstinación por generar un sector público más eficiente, que instaba al gobierno a justificar las inversiones demostrando el valor no solo de las previsiones industriales realizadas por el Estado, sino también de los propios datos. Así, por ejemplo, a parte de la previsión para cada localidad concreta, en 1985 el Met Office comenzó a ofrecer datos sobre la temperatura máxima por £1. La frontera entre las funciones del Estado y las del sector privado, así como entre los conceptos datos básicos y productos de valor añadido, o entre bien público y mercancía, era bien escurridiza.

Otro signo de la difusa frontera entre datos públicos y privados fue la llamada Resolución 40 que se aprobó unánimemente en 1995 en la WMO y que aún es vigente hoy en día. El objetivo de este acuerdo era cerrar los debates internacionales estableciendo un marco común para la distribución de datos. En continuidad con las prácticas previas, distinguía entre datos esenciales y adicionales y, tal y como pasa a menudo en las organizaciones internacionales, fue deliberadamente ambigua a la hora de definirlos.

Durante las décadas de 1980 y 1990, también en los Estados Unidos la relación público-privado y la política de distribución de datos establecidas en los años cincuenta rechinaban. El abaratamiento de los instrumentos de medida y la introducción de métodos computacionales, apoyados con políticas neoliberales de la época, incentivaron un nuevo mercado: el de la propia recopilación de datos. Parte de la capacidad gubernamental de producir datos básicos o esenciales se privatizó gradualmente. Un ejemplo significativo atendía al sistema meteorológico por satélite que Ronald Reagan planteó privatizar en 1981, hasta entonces operado de manera exclusivamente pública por la NASA, la Administración Nacional de los Océanos y de la Atmósfera (National Oceanic and Atmospheric Administration, NOAA) (sucesora del NWB) y el Departamento de Defensa. El congreso se opuso a ello, argumentando que más del 95% del mercado de datos satélite pertenecía al propio gobierno a través de agencias como la NOAA, las Fuerzas Armadas, el Departamento de Agricultura, el de Energía o la Asociación Federal de Aviación (Federal Aviation Association), entre otras. Emplear dinero de una parte del gobierno para financiar otra parte del gobierno era contrario a la organización de recursos americana, en contraste con la visión británica donde el hecho de que los compradores de datos fueran mayoritariamente administraciones públicas no era problemático. Además, los críticos con la privatización argumentaban que los derechos de propiedad sobre datos pondrían en peligro el intercambio internacional necesario para muchas actividades militares y comerciales de interés para los Estados Unidos. El debate se cerró con una ley de 1992 que prohibía la privatización de cualquier elemento del sistema meteorológico por satélite.

Además de la privatización progresiva de sistemas de producción de datos públicos (del que el sistema satélite se escapó), en esos años se crearon diversas empresas privadas de recopilación de datos que tenían como principal cliente diversas administraciones públicas. Por ejemplo, desde 1995, y es una cifra que se ha mantenido bastante estable desde entonces, la NOAA invierte unos $20 millones anuales en la compra de datos a corporaciones privadas que operan redes de medida en la superficie, aéreas y satélites: datos sobre rayos, cobertura de nieve, velocidad de las olas, entre otros. Cabe decir, sin embargo, que, si bien este tipo de datos contribuye a la inteligencia sobre la atmósfera, los océanos y las superficies continentales, no se usan directamente para hacer previsiones del tiempo.

Eso sí, esta base corporativa constituyó un precedente para las siete empresas operadoras de satélites que en 2007 iniciaron las negociaciones para poder vender a la NOAA perfiles de temperatura, humedad y presión atmosférica, el tipo de datos que sí que se usa para hacer previsiones. Dos empresas en particular, GeoOptics y Spire Global, iniciaron sus ventas en 2020 y cuentan, a fecha de hoy, con más de 120 satélites en órbita. La NOAA opera 19 satélites, solo dos de los cuales producen este tipo de datos. Estas empresas no esconden sus aspiraciones a sustituir parte del sistema gubernamental de meteorología por satélite en un futuro cercano. Ahora bien, ¿cómo controlar la calidad de los datos, si por razones de confidencialidad industrial los métodos con los que han sido procesados son intrazables? ¿Cómo casar el acceso restringido vía licencias y cuotas con tendencias crecientes hacia el open data? ¿Y si la información sobre un huracán devastador solo llega a los que la han pagado? ¿Y si un dato no tiene valor comercial, pero tiene valor científico, estético, ético o social?

Producción privada de datos: Satélites meteorológicos en una de las salas blancas de los laboratorios de Spire Global. Spire Global.

En meteorología, como en otros ámbitos, la autoridad epistémica para producir datos navega constantemente entre la ciencia y el mercado. A medida que el acceso a los datos queda sujeto a licencias, tarifas y suscripciones, se desestabiliza la frontera entre bien común y mercancía o entre datos básicos o esenciales y servicios o datos adicionales. Y es que lo que consideramos un dato es, en el fondo, una cuestión de relaciones. Importa cómo se han construido, qué valores, juicios y jerarquías codifican, por qué han sido pensados de esa manera, cómo varían y qué implicaciones tienen para la meteorología y la sociedad.

 

 

Gemma Cirac-Claveras
Institut d’Història de la Ciència (iHC-UAB)

 

 

Cómo citar este artículo:
Cirac-Claveras, Gemma. Datos, meteorología y comercio. Sabers en acció, 2022-03-21. https://sabersenaccio.iec.cat/es/datos-meteorologia-y-comercio/.

 

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

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