—La apertura de los cadáveres en la Edad Media y el Renacimiento, un problema mal planteado y peor interpretado.—
Una de las imágenes más persistentes, relacionadas con el pretendido freno de la religión al avance del conocimiento, es la supuesta prohibición de la Iglesia católica a la disección anatómica del cuerpo humano. Todavía hoy, obras de divulgación, y algunas otras que quieren ser más que eso, reiteran este mito una y otra vez. Y, por mucho que se repita, esta prohibición del catolicismo no tuvo lugar en ningún momento de la historia. Por eso, muchos historiadores de la medicina y de la ciencia se han afanado en demostrar que tal afirmación no tiene ningún fundamento. Muchas personas consideran que el origen de esta idea hay que buscarla dentro del positivismo científico de finales del siglo XIX e inicios del XX. Sorprendentemente, tan fuerte es el arraigo de la imagen de una institución eclesiástica oscura y retrógrada, muy en particular en la época medieval, que valló el paso a la claridad de la ciencia, que resulta extraordinariamente complicado convencer al público de la necesidad de otro enfoque más adecuado para entender problemas históricos tan complejos como la apertura del cuerpo humano.
En primer lugar, hay que liberarse de la visión actual para entender que durante la Edad Media y el Renacimiento existieron una variedad de usos y prácticas en torno a la disección y la autopsia, así como un amplio abanico de escenarios donde tuvieron lugar estas prácticas, individuos interesados y propósitos perseguidos. Todos estos rasgos fueron, a menudo, bastante diferentes de los del presente. Incluso, conviene señalar que muchos de los objetivos no tenían nada que ver con la instrucción de los futuros practicantes de la medicina. Durante mucho tiempo, las disecciones no eran consideradas indispensables para conocer el funcionamiento del cuerpo. Hubo que esperar hasta la segunda mitad del siglo XVI para observar un cambio en esta tendencia. Hay que señalar, por el contrario, que hubo una amplia y rica cultura alrededor del fenómeno disector. Se puede afirmar, por lo tanto, que abrir un cuerpo no fue, prioritariamente, un procedimiento médico. Y, dejemos claro aquí, de una vez por todas, que la religión fue una de las razones que condujeron a la apertura, la manipulación, la evisceración y la desmembración de cuerpos humanos. A pesar de ser el del hombre el referente de perfección de la obra creadora de Dios, fue el cuerpo femenino el que suscitó más interés en los inicios, entre los siglos XIII y XV, o al menos así lo muestran las fuentes conservadas.
Hay una larga tradición dentro de la historia de la Iglesia de manipulación de cuerpos muertos. Un ejemplo son los embalsamamientos, extremadamente cuidadosos, de los cuerpos de prelados y papas. Muchos famosos tratados de cirugía recogían la forma más adecuada de hacerlo. Extraer las vísceras y rellenar el cuerpo de materiales que lo preservaban y permitían su contemplación ha sido una labor propia de expertos conocedores de la medicina, puestos al servicio de las figuras más señaladas de la jerarquía católica. Otro grupo de casos fueron los cadáveres de hombres y mujeres con una vida especial, digna de recuerdo e imitación, fallecidos, como se solía decir, «en olor de santidad», que eran susceptibles, por aclamación popular, de elevarse a la corte de santos y santas. Esta percepción suponía, a menudo y de inmediato, la conservación de una o de muchas partes del cuerpo, las cuales se convertían en reliquias debidamente engastadas en recipientes ornamentados con metales preciosos y joyas. Los preciados relicarios, que se han conservado desde los primeros tiempos del cristianismo, alcanzaron su máximo esplendor en tiempos medievales y modernos, hasta puntos inusitados. Huesos, dientes o piel, cualquier fragmento de estos hombres y mujeres de Dios fueron esparcidos y mercadeados por toda la cristiandad y venerados como objetos de culto.
Las primeras autopsias, entendidas como apertura del cuerpo para obtener una información concreta más allá del conocimiento médico, de las que se tiene noticia en tiempos medievales están relacionadas con presuntos casos de santidad. Cuando, en agosto de 1308, murió Chiara de Montefalco en el monasterio del que era abadesa, las monjas, conmovidas por la bondad de la difunta y su plácida muerte, procedieron a embalsamarla, considerando su cuerpo como una reliquia a preservar. Convencidas de que Chiara podía conservar en sus entrañas los signos que identificaban su vinculación íntima con Dios, los estigmas, escrutaron todas las cavidades hasta que encontraron tres pequeñas estructuras rodeando la vesícula. El médico del monasterio les confirmó que tales anomalías no eran propias del cuerpo humano y, de este modo, fueron asociadas con la Santísima Trinidad. La autopsia sacra había dado el resultado esperado, aunque infructuoso, puesto que la autopsia y el singular hallazgo no fueron suficientes para canonizar a la difunta.
Todavía se puede añadir, para abundar en el argumento, que muchas aperturas de cuerpos fueron realizadas en lugares sagrados, por ejemplo, en las iglesias. Este sería el caso de una autopsia practicada en 1370 en Barcelona sobre el cadáver de una esclava muerta de peste. En el convento de los franciscanos, y por orden de las autoridades municipales, se reunió la flor y nata de la medicina barcelonesa para que se procediera a la apertura del cadáver y se pudiera así escribir un tratado sobre las causas de la peste que asolaba el país. No sabemos por qué fue escogido este convento, pero no está de más subrayar el gran interés por la filosofía natural demostrado por los frailes menores.
Otros interesados en abrir cuerpos fueron los jueces. Determinar la causa de una muerte durante un juicio era, a menudo, demasiado difícil para los que solo tenían formación en leyes. Por eso, desde el siglo XIII, se puede encontrar por primera vez en Bolonia la determinación, amparada por el derecho romano, de hacer autopsias para obtener información sobre posibles sospechas de envenenamiento, uno de los grandes quebraderos de cabeza para la justicia. La extensión del derecho romano por todos los estados del Mediterráneo provocó la difusión de los expertos en los tribunales. La situación en los países del norte de Europa, donde esta influencia no se hizo notar, sería muy diferente, y la intervención de los expertos tomaría otro cariz.
La práctica de la disección con motivos didácticos, esto es, para la formación de los médicos, físicos y cirujanos, empezó a ser ampliamente visible en algunas universidades italianas a partir del siglo XIII, para hacerse habitual de forma paulatina en los siglos siguientes. Este interés y fascinación se extendieron y fueron compartidos por toda Europa, tanto por católicos como por protestantes. Las funciones de los actores implicados se hicieron muy patentes. El físico (un médico experto en lo que podría denominarse medicina interna, entendido en el funcionamiento del cuerpo, el diagnóstico y el pronóstico, con conocimientos de la filosofía natural, y conductor de las decisiones clínicas a los cirujanos y los boticarios) dirigía el proceso de la disección que era ejecutado manualmente por un barbero-cirujano. Hay que tener en cuenta que las funciones de este último personaje permanecieron inseparables durante siglos y que intervinieron sobre todo tipo de enfermedades externas. Si un buen número de los físicos no se formaban en las universidades hasta el siglo XVI, los cirujanos continuaron fuera de estas instituciones durante todo el periodo estudiado. Su aprendizaje fue artesanal, junto a un maestro cirujano.
La postura adoptada por las autoridades eclesiásticas fue la de autorizar las disecciones y regularlas mediante un marco normativo. La Iglesia tenía poder en el gobierno de las universidades, si bien fue variable. Mientras no se fundaron los teatros anatómicos, a finales del siglo XV, a menudo las disecciones de cadáveres fueron desarrolladas en los hospitales, lugares dedicados a la caridad, donde la presencia de la religión era muy fuerte. Los hospitales estuvieron ligados durante siglos a la curación del cuerpo y del alma, inseparables el uno de la otra. Todos disponían de capilla, donde se celebraban los sacramentos cada día.
Sabemos que las disecciones practicadas durante la Baja Edad Media (ss. XIII-XV) fueron escasas, pero no fue por ningún tipo de prohibición ni persecución vinculadas a la Iglesia. Este reducido número de disecciones en las facultades de medicina y otras instituciones educativas relacionadas con la enseñanza del arte de curar hay que atribuirlo a la relevancia de las grandes autoridades, particularmente de los clásicos, en la enseñanza de la medicina, lo que se constituyó como una de las razones que hicieron innecesaria la disección. Hay que sumar también los problemas para obtener cuerpos y conservarlos. Como esto último era imposible, la disección debía realizarse toda de una vez, desde el principio hasta el final. También existían problemas para aprender correctamente solo con el recurso del cadáver. A menudo se recurrió a mecanismos paralelos y alternativos que ayudaban mejor en el estudio de la anatomía humana, como por ejemplo el uso de cuerpos de animales, con órganos de mayor tamaño, que permitían una observación más cuidadosa. Los modelos en diferentes tipos de materiales, los muñecos anatómicos, también fueron una realidad habitual en la enseñanza. Y, por supuesto, los atlas anatómicos también jugaron un papel determinante.
Cuando Andreas Vesalio (1514-1564) publicó un libro tan influyente como el De humanis corporis fabrica (1543), la disección ya era un hecho habitual en Europa. Es cierto que entonces empezó un movimiento, conocido como «revolución anatómica», que tuvo una fuerte trascendencia en muchas facultades de medicina europeas. Se crearon cátedras de anatomía, se construyeron fastuosos teatros anatómicos, se publicaron muchos trabajos que seguían y completaban el iniciado por el médico flamenco. Ahora bien, la mayoría de los cirujanos del siglo XVII apenas tenían en cuenta la obra vesaliana, más bien al contrario, confiaban más firmemente que nunca en Galeno y sus enseñanzas. La disección, en definitiva, no se puede entender como un pretendido elemento de innovación científica, ni para físicos ni para cirujanos. No es que Galeno no hubiera sido contradicho y criticado, o que no se hubiera cuestionado partes de sus obras, pero de aquí a renunciar a la aportación global del médico de Pérgamo había un abismo. De hecho, como se ha dicho, las disecciones pretendían a menudo corroborar, más que nada, los conocimientos tradicionales, también los indicados en las obras de Galeno.
Los motivos que impulsaron la apertura del cuerpo fueron, por lo tanto, muy diversos y tuvieron que ver con los diferentes públicos interesados. La información ofrecida por el cuerpo como un libro abierto para el estudio era muy diversa. En este sentido, un público que se sumó al interés anatómico fueron los artistas del Renacimiento, que encontraron en la disección del cuerpo humano una vía para su mejor comprensión y plasmación. Podemos afirmar que el hombre de Vitruvio nació también en los teatros anatómicos. Otros eran filósofos y teólogos que pretendían contemplar y entender la obra de Dios. Pero también hubo un grupo de curiosos, ávidos de conocimientos innovadores, que se reunieron en los teatros alrededor del maestro anatomista.
En definitiva, escrutar cadáveres con la ayuda del escalpelo no debería parecer natural y su ausencia, una especie de anomalía. Por el contrario, en lugar de esta naturalización implícita de las disecciones, hay que entender su desarrollo como una invención, como el resultado de un proceso de transformación que condujo a la instauración de una mirada diferente sobre el cuerpo. Porque el anatomista, más que descubrir, inventó un cuerpo de acuerdo con los principios intelectuales y epistemológicos que inspiraron el conocimiento de su tiempo. Y estos principios no eran otros que la conexión entre el macrocosmos, todo aquello que nos rodea, y el microcosmos, el propio reflejo del universo en el cuerpo humano. Esta conexión permaneció inalterable durante siglos y explica, entre otras cosas, la relevancia de la astrología y su relación con la práctica médica porque, desde estos planteamientos, el ser humano, tanto si gozaba de salud como cuando padecía una enfermedad, se encontraba influenciado por los movimientos de los astros. En este sentido, es innegable el vínculo entre la disección y la contemplación y la admiración de la obra del Creador, presente en las obras de los artífices de la disección, visible en los escritos de los anatomistas, en las representaciones iconográficas de los tratados y en el propio ceremonial que rodeaba la disección en público.
Carmel Ferragud
IILP-UV
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Numbers, Ronald L. Galileo fue a la cárcel y otros mitos acerca de la ciencia y la religión. Barcelona: Biblioteca Buridan; 2010.
Pardo Tomás, José. Un lugar para la Ciencia. Escenarios de práctica científica en la sociedad hispana del siglo XVI. Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia (Materiales de Historia de la Ciencia, 11); 2006.
Pardo Tomàs, José. Abrir cadáveres, un experimento singular. Investigación y Ciencia. Scilogs – Ciencia y Sociedad; 2020. Disponible en este enlace.
Estudios
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Mandressi, Rafael. Le regard de l’anatomiste: Dissections et invention du corps en Occident. París: Seuil; 2003.
Park, Katharine. Secrets of Women. Gender, Generation, and the Origins of Human Dissection. New York: Zone Books; 2010.
Páginas de internet y otros recursos
Historical Anatomies on the Web. Disponible en este enlace.
Anatomy in the Renaissance. Disponible en este enlace.