—La peste humana y la identidad de las pestilencias en la Europa prebacteriana.—
Los éxitos del siglo XX de la biomedicina han facilitado la naturalización de sus representaciones de las enfermedades y sus causas no solo en el mundo occidental, sino también en el resto del planeta bajo su hegemonía. De hecho, tiende a asumirse que tales representaciones naturalizadas constituyen la culminación de un largo proceso histórico a través del cual la moderna investigación biomédica ha alcanzado la mejor comprensión de la enfermedad y la naturaleza humanas, cuando no la única aceptable.
Esta percepción, derivada de las nuevas prácticas médicas establecidas a lo largo del siglo XIX, tuvo un enorme impacto en la reconceptualización de las enfermedades humanas. También condujo a la posterior reconstrucción de la historia de la medicina como un proceso de adquisición de conocimientos y prácticas que conducen al presente de manera lineal, progresiva e inexorable. Pese a su gradual reemplazo a partir de la década de 1920 de resultas de diferentes corrientes renovadoras de las ciencias humanas y sociales, la perspectiva positivista de la historia ha perdurado hasta muy recientemente e incluso cobrado en las últimas décadas nuevos bríos en determinadas áreas de investigación histórico-médica, como en el caso de las enfermedades infecciosas. En esta área, en efecto, el peso de los estudios paleogenómicos no ha dejado de crecer desde la década de 1980, impulsados por innovadoras tecnologías de secuenciación paralela masiva de ADN antiguo: desde la PCR (polymerase chain reaction), inventada en 1983, hasta las más recientes de NGS (next-generation sequencing), comercializadas desde 2005. De ahí que la identidad de este grupo de afecciones del pasado continúe siendo una cuestión historiográfica y epistémica sometida a interminables controversias.
En el transcurso del siglo XIX, se produjo en la tradición médica universitaria un cambio de paradigma en el que jugaron un papel esencial dos grandes procesos epistémicos: la sustitución del sistema causal aristotélico por el newtoniano-laplaciano y el desarrollo de una nueva forma de medicina basada en la investigación experimental de laboratorio tanto o más que en la práctica clínica objetivada. Esta nueva “ciencia médica”, construida y practicada en las sociedades burguesas conforme a los principios filosóficos del positivismo científico, reemplazó de modo gradual entonces a la medicina universitaria propia de las sociedades del Antiguo Régimen.
La “vieja” medicina se ajustaba a un patrón de prácticas relacionadas con la enfermedad y la salud que había despegado a partir del siglo XI con la reintroducción en la Europa latina del derecho romano, la filosofía aristotélica y la tradición médica hipocrático-galénica. A través de sucesivas reformulaciones posteriores, este paradigma médico mantuvo una hegemonía indiscutible en Europa hasta finales del siglo XVI, y algunos de sus ingredientes (por ejemplo, el vitalismo y sus nociones de la causalidad) mantuvieron una influencia persistente hasta bien entrado el siglo XIX.
La nueva medicina consolidó su hegemonía apoyándose en las ciencias naturales (física, química y biología), un conjunto de disciplinas experimentales crecientemente matematizadas que surgieron de la transformación de las condiciones sociales e intelectuales del cultivo de la filosofía natural entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Por primera vez en su dilatada tradición histórica, la medicina universitaria se fundamentó entonces en conceptos y métodos unánimemente asumidos, en lugar de sujetarse a los criterios de escuelas y profesores diversos. Tales rasgos constitutivos siguen siendo reconocibles en la ciencia biomédica actual.
El contraste de identidades entre las pestes/pestilencias históricas y la peste humana de nuestro tiempo permite apreciar mejor las diferencias entre el paradigma hipocrático-galénico y el propio de la ciencia médica actual. La historia de la peste se ha construido predominantemente conforme a la conceptualización médica moderna de la peste humana. Ello ha llevado a identificar de modo más o menos espontáneo las pestes/pestilencias históricas con la infección bacteriana causada por Yersinia pestis, una zoonosis primariamente propia de roedores tanto salvajes como domésticos, y transmisible a los seres humanos por artrópodos vectores, sobre todo a través de la picadura de la pulga de la rata (Xenopsylla cheopsis) alimentada con sangre de un roedor infectado.
Según dicha interpretación, la peste golpeó repetidamente las comunidades humanas en el curso de tres grandes pandemias extendidas a lo largo de ciclos temporales prolongados. La primera pandemia (siglos VI al VIII) debutó con la llamada Peste de Justiniano (Constantinopla, 542). La segunda pandemia (siglos XIII al XVIII) discurrió en Europa entre la Peste Negra de 1348 y la Peste de Marsella (1720-1721). La tercera y última pandemia (de finales del siglo XIX a mediados del XX) es aún hoy responsable de brotes esporádicos de peste humana en varios continentes de resultas de reservorios de roedores salvajes. Junto con estas tres pandemias se ha postulado recientemente la existencia de una cuarta que, durante el Neolítico tardío/Edad del Bronce, se habría difundido en las primeras ciudades con el comercio desde las estepas de Eurasia a Europa.
A partir de la década de 1970, esta “historia oficial” de la peste se vio crecientemente contestada desde dos ángulos. Por una parte, se cuestionó, en términos clínicos y epidemiológicos, que todas estas pestes/pestilencias históricas se identificaran con la actual peste humana, proponiéndose diversos diagnósticos alternativos de enfermedades transmisibles de carácter bacteriano o vírico. Por otra parte, se enfatizó la radical historicidad de la peste y, consecuentemente, la inconmensurabilidad entre las pestes/pestilencias del Antiguo Régimen y la actual peste humana, por responder a conceptualizaciones propias de sistemas médicos dispares. Sirva para apreciar la distancia conceptual entre unas y otra la definición de pestilencia/peste proporcionada por un diccionario médico muy popular en Europa durante los siglos XVI, XVII y XVIII (Bartholomaeus Castelli, Lexicon medicum Graecum-Latinum, Rotterdam, 1657, p. 384):
Los vocablos pestilentia, febris pestilens, morbus pestilens y Λοιμὀϛ significan lo mismo. Se trata de una enfermedad no endémica sino epidémica, contagiosa, muy perniciosa, común y ocasionada por una causa común, adventicia, de amenaza sumamente inmediata, capaz de deteriorar, por su podredumbre maligna y envenenada, los humores, los espíritus vitales y la sustancia del corazón. Así pues, el aire pútrido y corrompido en la totalidad de su sustancia, provoca la peste (pestem), bien porque, al permanecer cerrado no se dispersa, bien por proceder de cadáveres no enterrados, o emanar de vapores y exhalaciones pútridas no disipadas. En cuanto a si los aspectos infaustos de los cuerpos celestes y sus influencias convierten el aire en pestilente, es algo de lo que prefiero dudar más que creer. Sobre todo, teniendo en cuenta que, para el médico que se atiene más a los sentidos, las mutaciones del aire van por delante de cualquier astrología, según puede conjeturarse a partir del aforismo 3º, del comienzo de los Pronósticos y del libro Sobre el agua, el aire y los lugares de Hipócrates.
La inconmensurabilidad entre las descripciones de enfermedades humanas infecciosas –y más en general, de afecciones internas– pasadas y presentes obedece a varias razones cuya relevancia no cabe ignorar ni trivializar. Por una parte, unos y otros relatos se inscriben en marcos conceptuales diferentes (galenismo médico versus teoría bacteriana), cuando la racionalidad del diagnóstico solo cobra sentido en función de la teoría aplicada. Por otra, en la era prebacteriana, las descripciones clínicas de enfermedades y los relatos de los padecimientos de sus víctimas cambiaban con frecuencia de significado a ojos de los contemporáneos. Se consideraba, por ejemplo, que una determinada causa podía ocasionar múltiples enfermedades y que una determinada enfermedad podía deberse a múltiples causas; que los enfermos podían padecer enfermedades “mixtas”; e incluso que en el curso de una determinada enfermedad la “materia morbífica” podía moverse libremente dentro del cuerpo enfermo, cambiar de asiento y hasta transformarse en materia propia de otra enfermedad.
Además, tampoco debe pasarse por alto que el diagnóstico retrospectivo de enfermedades infecciosas descritas en la Europa del Antiguo Régimen suele conllevar una doble traducción cultural, en la medida que los tratados prebacterianos de epidemiología histórica redactados en los siglos XVIII y XIX han constituido fuentes complementarias esenciales en dicha tarea. Se trata de obras de dimensiones con frecuencia enciclopédicas que recogen un ingente volumen de información documental referente a grandes epidemias del pasado: peste negra, cólera, viruela, tifus, fiebre amarilla, tuberculosis y “enfermedades venéreas”, entre otras. No obstante, sus autores –médicos como Joaquín de Villalba, Antonio Hernández Morejón, Alfonso Corradi, August Hirsch o Charles Creighton– las redactaron, tanto o más que movidos por su interés por la historia, con el propósito de comprender mejor las enfermedades objeto de unas inquietudes epidemiológicas que se situaban en la órbita de un higienismo prebacteriano de corte ambientalista y fundado en la teoría miasmática.
Resta, finalmente, examinar el creciente impacto de nuevas tecnologías biomoleculares en el estudio de los restos orgánicos del pasado prehistórico o histórico como nueva vía para conocer las condiciones de vida, salud y enfermedad de aquellas poblaciones. Mis consideraciones se ceñirán al análisis, mediante distintas tecnologías de secuenciación paralela masiva, de ADN antiguo procedente de restos humanos y animales del pasado, usualmente preservado en tejidos, huesos, dientes, coprolitos y otros residuos orgánicos, al objeto de diagnosticar retrospectivamente la identidad de las enfermedades de las correspondientes poblaciones.
El uso crítico y riguroso de esta y otras tecnologías biomoleculares puede suministrar valiosas pruebas en las investigaciones dirigidas a reconstruir, siempre en términos médicos actuales, la historia epidemiológica de aquellas poblaciones. En concreto, tales nuevos datos, debidamente correlacionados con los procedentes de diferentes tipos de fuentes históricas (escritas, gráficas o epigráficas, archivísticas o bibliográficas, manuscritas o impresas) y arqueológicas (vestigios materiales de la actividad humana y de su impacto en el medio ambiente), pueden ayudarnos a revisar sustancialmente el pasado histórico y prehistórico de la humanidad, su alimentación y sus enfermedades prevalentes, tal como han puesto de manifiesto los trabajos de Piers D. Mitchell, Osamu Muramoto y Anne L. Grauer, entre otros.
Ahora bien, estas tecnologías paleogenómicas no siempre se emplean con el debido rigor metodológico por parte de distintos grupos de investigadores: historiadores, arqueólogos, antropólogos, paleoepidemiólogos, paleopatólogos y, por supuesto, paleogenetistas, entre otros. En ocasiones, sus resultados se extrapolan de forma abusiva, absolutizándose su valor con respecto a los procedentes de las demás disciplinas cuyos resultados se ningunean aprovechando el impacto mediático, habitualmente elevado, de los “descubrimientos” paleogenómicos. Ello está conduciendo a lecturas simplistas de la historia cultural de las poblaciones humanas, con inferencias que tergiversan el significado de los resultados paleogenómicos y hasta los instrumentalizan al servicio de agendas políticas inquietantes, tal como recientemente se ha denunciado en un editorial de la revista Nature.
Otras veces, se han alimentado expectativas excesivas sobre la fiabilidad de los análisis paleogenómicos para diagnosticar retrospectivamente los patógenos implicados en las pestilencias del pasado, lo que ha conducido a resultados engañosos. María Alejandra Nieves Colon y Anne C. Stone, por ejemplo, han examinado los procedimientos de obtención, preservación y manejo de las muestras, subrayando la importancia de variables como la procedencia orgánica del material analizado, su cantidad y el locus genético examinado; el alto riesgo de contaminación de cualquier fase del proceso; y, por supuesto, la fragilidad inherente al ADN que se degrada fragmentándose con rapidez tras la muerte celular. Estas autoras han destacado también el alto coste de estas tecnologías, el conocimiento bioinformático requerido para analizar los datos resultantes, la necesidad de datos comparativos para dar plena respuesta a muchas cuestiones y la importancia del diseño experimental.
Por otra parte, en un amplio y agudo reportaje publicado en The New York Times Magazine (2019), se preguntaba Gideon Lewis-Kraus si los resultados de los sofisticados análisis de ADN antiguo aportados por laboratorios internacionales cuya labor en los estudios paleogenómicos está siendo crucial, nos están llevando a alcanzar nuevas verdades, o más bien a caer en viejas trampas. Tampoco facilita las cosas el formato de artículos “super-star”, que condensan en 6-8 páginas de texto toda la información analítica sustentadora del título del trabajo, sin apenas espacio para la discusión y ninguno para la reflexión en profundidad.
En el campo de las enfermedades epidémicas, Yersinia pestis, el bacilo de la peste humana, constituye con toda probabilidad el agente patógeno cuya historia evolutiva se ha estudiado más detenidamente hasta la fecha. La exhaustiva revisión de Monica Green (2020) sobre su filogenia y sus presumibles relaciones con las cuatro grandes pandemias permite hacernos una idea de la magnitud de estos esfuerzos.
Conviene, no obstante, observar que la identidad de las pestes/pestilencias del pasado de ninguna manera cabe reducirla a la cuestión de identificar el patógeno presuntamente causal en cada caso. Los factores que perfilan las peculiaridades clínicas y epidemiológicas de las enfermedades infecciosas en las comunidades humanas son numerosos, complejos y dinámicos, en la medida que las infecciones son expresiones bioevolutivas de interacciones parásitas entre seres vivos dentro de ecosistemas específicos y se encuentran, por tanto, siempre sujetas a potenciales factores de cambio de carácter bien dispar (clima, desastres naturales, acción humana, etc.). Por si ello fuera poco, cualquier reconstrucción histórica se enfrenta a una restricción ineludible: la imposibilidad de reproducir experimentalmente las condiciones de todo orden que pudieron acompañar el surgimiento y desarrollo de una epidemia histórica.
De ahí que no debiera sorprendernos que, más allá de acercamientos reduccionistas a esta cuestión y/o de interpretaciones abusivas de resultados de análisis paleogenómicos, la identidad y vías de transmisión de las pestes/pestilencias históricas sigan siendo objeto de recurrentes debates entre “creyentes” y “escépticos”, tal como de modo reiterado han señalado, entre otros, Nutton, Cohn y Pobst.
En resumidas cuentas, no está de más subrayar, ante la inquietante tendencia a convertir la prehistoria y la historia en una ciencia natural más, prescindiendo de cualquier dato o relato ajeno a los parámetros metodológicos de la paleogenómica, que sus análisis no explican nada por sí mismos, fuera de un informado metadiscurso histórico que permita contextualizarlos.
Jon Arrizabalaga
IMF-CSIC
Cómo citar este artículo:
Arrizabalaga, Jon. Historia de las enfermedades y paleogenómica. Sabers en acció, 2024-04-04. https://sabersenaccio.iec.cat/es/historia-de-las-enfermedades-y-paleogenomica/.
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Arrizabalaga, Jon. El léxico médico del pasado: los nombres de las enfermedades. Panace@, 2006; 7(24): 242-249. http://www.medtrad.org/panacea/IndiceGeneral/n24_tribunahistorica-arrizabalaga.pdf
Arrizabalaga, Jon. Pestis/pestilentia: los nombres médicos de la enfermedad epidémica de alta letalidad en la Europa pre-industrial. En: Matteo De Beni, Matteo; Sartor, Elisa (eds.). Lengua de la ciencia y pensamiento lingüístico. A Coruña, Anexos de la Revista de Lexicografía, 2024 (en prensa).
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En temps de Covid-19, Canal de comunicación YouTube de la Societat Catalana d’Història de la Ciència i de la Tècnica (SCHCT): https://blogs.iec.cat/schct/en-temps-de-covid-19/
Taula redona: «¿Hay que reescribir la historia de la peste?: en torno a las aportaciones de la paleogenómica al estudio histórico de las enfermedades transmisibles»: https://www.uv.es/uvweb/institut-universitari-historia-medicina-ciencia-lopez-pinero/ca/videos/taula-redona-hay-reescribir-historia-peste-torno-las-aportaciones-paleogenomica-estudio-historico-las-enfermedades-transmisibles–1285901090268/Recurs.html?id=1286311027650