—El telescopio de Galileo, los usos del cristal y los límites de la ficción en la España del siglo XVII.—

 

Portada del libro de Benito Daza de Valdés Uso de anteojos para todo género de vistas. Impresso en Sevilla por Diego Perez, 1623. Biblioteca Nacional de España.

¿Qué impacto tuvo la nuova scienza en la prosa de ficción del Siglo de Oro? La España del Barroco disfrutó de una tradición literaria en la que abundaron las referencias a las maravillas de la ciencia. El cristal, por ejemplo, había sido utilizado como ya herramienta didáctica en el Renacimiento al hablar de ley y educación en los famosos espejos de príncipes, y fue extraordinariamente útil durante el XVII para tratar cuestiones de identidad, destino y pasión amorosa; piénsese, por ejemplo, en el mito de Narciso y su extendido uso en las letras castellanas desde Garcilaso a Calderón. Cuando los primeros telescopios llegan a la Península Ibérica, reciben el nombre de anteojo —la palabra telescopio no empezó a usarse hasta 1710, a pesar de que los florentinos ya la tenían como suya para 1611—.

Galileo intentó mudarse al menos tres veces a Madrid, pero el edicto promulgado contra él por el Cardenal Roberto Belarmino en 1616, así como ciertos recelos de sus protectores, hicieron que fracasaran unas negociaciones que fueron en algunos momentos facilitadas por agentes como el poeta Bartolomé Leonardo de Argensola. Sin embargo, ya desde 1623 tendremos muestras de su impacto en la Península: el catedrático de oftalmología de la Universidad de Sevilla y notario de la Inquisición Benito Daza de Valdés (1591-1634) incluyó en su Uso de anteojos para todo género de vistas las tesis galileanas expuestas en el Sidereus Nuncius, aunque sin mencionar su nombre.

Fases de la luna, Galilei, Galileo. Sidereus, nuncius magna longeqve admirabilia spectacula pandens, suspiciendaque proponens vnicuique praesertim vero philosophis, atque astronomis. Publicado por primera vez en Venecia, 1610, p. 88. Wellcome Collection, United Kingdom – CC BY.

Para 1630 se ha abierto ya un estimulante diálogo entre la ficción del momento y los avances en óptica provenientes del extranjero. Se produce entonces una verdadera explosión en la prosa y poesía del momento una vez que las nuevas lentes se utilizan para denunciar el lamentable estado de cosas. Paralelamente, la influencia italiana se manifiesta en la figura del virtuoso, como será el caso de Juan de Espina, un aristócrata admirado, envidiado e incluso idolatrado por su colección de obras de arte, instrumentos musicales, libros raros y un telescopio galileano encaramado en una silla giratoria. Pero la sospecha que dicho objeto genera como instrumento de dominación se discute abiertamente en dos testimonios de estos años en los que su uso provoca un comentario de índole política.

A mediados de década Francisco de Quevedo escribe La Hora de todos y la Fortuna con seso (publicada en 1650), una violenta sátira en la que denuncia la política del Conde Duque de Olivares así como el supuesto espionaje a los venecianos, dado que, si estos eran conocidos como cristaleros, los españoles por su parte estaban ‘soplando’ con una meta diferente: “nuestra razón de Estado es vidriero que con el soplo da las formas y hechuras a las cosas, y de lo que sembramos en la tierra a fuerza de fuego fabricamos hielo”. La frase puede leerse de dos formas dependiendo del valor que le asignemos a soplo: literalmente, se alude a las artes diplomáticas de los españoles en el extranjero; pero al leer soplo en su sentido coloquial, lo que se realiza entonces es una burla que apunta al éxito del espionaje al enemigo.

Más fascinante aún resulta en esta pieza el capítulo XXXVI, titulado “Los Holandeses en Chile”, en donde Quevedo narra la llegada de un grupo de piratas holandeses a las costas de Valdivia, donde son recibidos por una comitiva de indios. Los visitantes les ofrecen un “tubo óptico, que llaman antojo de larga vista”, instrumento con el cual Quevedo estaba probablemente familiarizado tras su misión diplomática en Roma en la primavera de 1617, es decir, unas semanas después de que Galileo fuera obligado a presentar sus teorías como hipotéticas hasta que hubiera pruebas de lo contrario. Mediante este instrumento los nativos podrán ver barcos en la distancia y maravillas celestiales como manchas en el sol y “la boca y ojos de la luna”. Su reacción, sin embargo, pilla a los holandeses desprevenidos: el líder local, tras un primer intento sujetando el telescopio con la mano izquierda, grita enfadado:

“Instrumento que halla mancha en el sol, y averigua mentiras en la luna, y descubre lo que el cielo esconde, es instrumento revoltoso, es chisme de vidrio, y no puede ser bienquisto del cielo. Traer a sí lo que está lejos es sospechoso para los que estamos lejos; con él debisteis de veros en esta grande distancia, y con él hemos visto nosotros la intención que vosotros retiráis tanto de vuestros ofrecimientos.”

La confusión que provoca esta tensión entre lo nuevo y lo heredado proviene de la cultura oral, o al menos de una cultura oprimida por la cultura escrita, que se siente alejada de los centros urbanos de poder (“lejos… lejos”) y de la voz de un Quevedo hegemónico y poco amigo de la conquista, una voz que ni siquiera puede sujetar el instrumento propiamente. Y dado que los primeros telescopios fueron perfeccionados en Holanda, este Quevedo aislacionista ve a los holandeses no solo como piratas, sino también como una amenaza judía ahora que Ámsterdam es ya la nueva Jerusalén del norte. Por lo tanto, el peligro no solo es protestante, sino también semita.

Telescopio galileano. PNGWING.

Si este apunte ofrece una visión transatlántica del fenómeno del telescopio, el uso que hace Diego de Saavedra Fajardo en su obra maestra Empresas Políticas. Idea de un príncipe político cristiano podría considerarse su equivalente transpirenaico. La actividad del murciano en Europa fue, sin duda, fascinante: ordenado sacerdote en su juventud, tuvo el privilegio de asistir a los cónclaves que eligieron a Gregorio XV (1621) y a Urbano VIII (1623) en plenas controversias galileanas, y fue nombrado en 1631 embajador en Roma. A partir de entonces, su actividad diplomática no cesó, ya que estuvo a cargo de una parte muy sustancial de la política exterior de Felipe IV durante sus 25 años en Italia, Alemania y Suiza.

La séptima de sus Empresas presenta un telescopio con el siguiente lema: “Reconozca las cosas como son, sin que las acrescienten o mengüen las pasiones. Auget et minuit. [Affectibus crescunt, decrescunt]”. Pero la explicatio que la acompaña nos dice, entre otras cosas, que “La diversidad de juicios y opiniones” (y) “la estimación varia de los objetos” (resultan siempre de) “la luz a que se los pone […] No de otra suerte nos sucede con los afectos que cuando miramos las cosas con los antojos largos, donde por una parte se representan muy crecidas y corpulentas, y por la otra muy disminuidas y pequeñas. Unos mismos son los cristales y unas mismas las cosas”. Este es, una vez más, un tratamiento muy cauteloso de las posibilidades del telescopio, una aproximación que no condena el objeto per se sino más bien su uso incorrecto. Después de todo, concluye el propio Saavedra Fajardo, “no siempre las novedades son peligrosas. A veces conviene introducillas. No se perficionaría el mundo si no innovase”.

Empresa 7, Empresas políticas. Saavedra Fajardo, Diego de. Idea de vn principe politico christiano: rapresentada en cien empresas, dedicada al principe de las Españas nuestro señor. Monaco-Milán, 1640-1642, p. 67. Biblioteca Nacional de España.

Quiero cerrar este breve recorrido con un ejemplo final, Luis Vélez de Guevara (1579-1644) y su El Diablo Cojuelo. El de Vélez de Guevara es un viaje que penetra por las casas y edificios urbanos a través de la mirada de Cojuelo y su amigo el estudiante don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, dilatando las lindes formales de la sátira del momento al incluir jugosas opiniones sobre astronomía. La novela está condimentada con alusiones constantes a los usos del cristal: se abre con el rescate de la redoma del diablo en el gabinete de un astrólogo regoldano que ha estado leyendo a Galileo; continúa con una visita a la “Calle de los Gestos” en donde los cortesanos pasan el tiempo mirándose al espejos y haciendo muecas que luego llevaran fijas en el rostro todo el día; y finaliza con una visita de nuestros protagonistas a una academia literaria a la que acuden con anteojos robados para parecer más distinguidos. Pero la parte más interesante tiene lugar sin duda a mitad de libro, cuando los protagonistas se tumban a descansar en un prado y observan el cielo estrellado, reflexionando entonces sobre los recientes avances en astronomía a cargo de Galileo. Es entonces cuando leemos cómo el Diablo critica este fervor nuevo por hablar de estrellas, exculpando—no sabemos muy bien si de forma irónica—la labor llevada a cabo por el pisano y por el ya citado Juan de Espina:

—Don Cleofás, nuestra caída fue tan apriesa que no nos dejó reparar en nada; y a fe que si Lucifer no se hubiera traído tras de sí la tercera parte de las estrellas […] aún hubiera más en que hacernos más garatusas la Astrología. Esto, todo sea con perdón del antojo del Galileo y el del gran don Juan de Espina, cuya célebre casa y peregrina silla son ideas de su raro ingenio; que yo hablo de antojos abajo, como de tejas…”.

Portada del libro de Diego Saavedra Fajardo, Idea de vn principi politico christianoBiblioteca Nacional de España.

Se trata de un pasaje único, y no sólo por su audacia en nombrar a Galileo, en un momento en que había sido ya condenado a arresto domiciliario por el Papa Urbano VIII tras el juicio de 1633. También lo es porque Vélez se vale del adjetivo “gran”, así como esa ya citada silla giratoria para estudiar el firmamento. La segunda parte de la cita de Cojuelo resulta más ambigua. Vélez, maestro del concepto, escribe sobre “la óbtica [sic] de esos señores antojadizos, que han descubierto al Sol un lunar en el lado izquierdo, y en la Luna han linceado montes y valles, y han visto a Venus cornuta”. El término lincear, ver de lejos, alude sin duda a la famosa Accademia dei Lincei, de la cual Galileo era su sexto miembro, habiéndole financiado publicaciones suyas como el famoso Il Saggiatore (1623). El virtuosismo léxico le permite a Vélez expresar dos tipos de ideas casi contrapuestas: por una parte, admite sentir respeto por el telescopio o anteojo de Galileo al introducir las tesis del Sidereus Nuncius (1610) en torno a la rugosidad de la luna; por otra, advierte contra la llamada “astrología judiciaria” y sus pronósticos, que se plasman aquí en un juego casi infantil en donde los astrólogos pueden crear sus propias caras. Como escritor de su tiempo, Vélez es al mismo tiempo curioso (como el joven estudiante Cleofás) y prudente (como el viejo diablo Cojuelo). El propio Diablo defiende que la astrología judiciaria es un antojo del ocioso, tal y como el antojo de Galileo puede ser tan engañoso como las gafas de los intelectuales de academia: ambos son, en su punto de vista, antojadizos, lo peor de la sociedad cortesana de su tiempo.

Las décadas que he cubierto aquí coinciden con la publicación de una serie de textos capitales escritos en Inglaterra, Francia e Italia que arrinconaron la antigua filosofía natural de sesgo aristotélico impartida en las universidades, al tiempo que construyeron los cimientos de una “nueva casa”, tal y como escribió José Ortega y Gasset en su colección de conferencias titulada En torno a Galileo (1933): “ya está hecha la casa, el edificio de cultura según el nuevo modo”. Estas breves calas responden, por tanto, a la pregunta planteada al principio y apuntan la existencia de un campo literario permeable a lo nuevo y juguetón también a la hora de enfrentarse a los límites de lo permitido.

 

 

Enrique García Santo-Tomás
University of Michigan, Ann Arbor

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas
García Santo-Tomás, Enrique. La musa refractada. Literatura y óptica en la España del Barroco.

Madrid-Frankfurt am Main: Iberoamericana-Vervuert; 2015.

Estudios
Aït Touati, Frédérique. Fictions of the Cosmos: Science and Literature in the Seventeenth Century. Chicago: University Press; 2011.

Aracil, Alfredo. Juego y artificio. Autómatas y otras ficciones en la cultura del Renacimiento a la Ilustración. Madrid: Cátedra; 1998.

Beltrán Marí, Antonio. Talento y poder. Historia de las relaciones entre Galileo y la Iglesia católica. Pamplona: Laetoli; 2006.

Clark, Stuart. Vanities of the Eye: Vision in Early Modern European Culture. Oxford: OUP; 2009.

Eamon, William. Science and the Secrets of Nature: Books of Secrets in Medieval and Early Modern Culture. Princeton: University Press; 1996.

Gal, Ofer y Raz D. Chen-Morris. Baroque Science. Chicago: University Press; 2013.

Gaukroger, Stephen. The Emergence of a Scientific Culture: Science and the Shaping of Modernity, 1210-1685. Oxford: OUP; 2007.

Lafuente, Antonio. Guía del Madrid científico. Ciencia y corte. Madrid: CSIC; 1998.

Reeves, Eileen. Galileo’s Glassworks. The Telescope and the Mirror. Cambridge: Harvard University Press, 2008.

Fuentes
Ortega y Gasset, José. En torno a Galileo. Madrid: Revista de Occidente, 1998.

Quevedo, Francisco de. La Hora de todos y la Fortuna con seso. Jean Bourg, Pierre Dupont y Pierre Geneste, eds. Madrid: Cátedra, 1987.

Saavedra Fajardo, Diego de. Empresas políticas. Sagrario López Poza, ed. Madrid: Cátedra, 1999.

Vélez de Guevara, Luis. El Diablo Cojuelo. Ramón Valdés, ed. Barcelona: Crítica, 1999.