—Un viaje por los orígenes de la biología como disciplina científica más allá de mitos y «padres fundadores».—

 

A lo largo del siglo XIX se dieron toda una serie de acontecimientos que precipitaron el establecimiento de la biología como disciplina académica. Así, por ejemplo, al inicio del siglo autores como el botánico alemán Gottfried Reinhold Treviranus (1776-1837) y el naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) acuñaron el término «biología», atribuyéndole su significado moderno. Lo hicieron en dos obras publicadas ambas en 1802: Biologie, oder Philosophie der lebenden Natur (Biología o Filosofía de la naturaleza viva) de Treviranus y Hydrogéologie (Hidrogeología) de Lamarck. En los años siguientes se desarrollaron los elementos que conforman una disciplina particular, tales como unos contenidos propios y organizados expresados con un vocabulario específico y que responden a determinadas preguntas; un territorio institucional (centros de investigación y enseñanza) y, en definitiva, unos espacios cuyas características pueden identificarse y que favorecen determinadas formas de conocimiento; una literatura propia (en forma de revistas y libros de texto) y, por tanto, unas vías específicas de comunicación; y una memoria colectiva compartida, en forma de la habitual sucesión de héroes e hitos. La «invención de la tradición», una expresión con la que historiadores como Eric Hobsbawm hacían referencia a los usos políticos de la historia en la construcción de la nación, fácilmente se puede trasladar al análisis de las disciplinas. Estas, como las naciones, no son entidades naturales sino construidas y absolutamente contingentes.

Gregor Mendel (1822-1884). Museo Virtual de la Ciencia (CSIC).

Los contenidos de las ciencias biológicas se articularon alrededor de tres pilares que todavía hoy resultan fundamentales: la teoría celular, la teoría de la evolución y, a finales del largo siglo XIX, la teoría de la herencia. En relación a esta última, es sabido que se fijó a posteriori su origen en los trabajos que Gregor Mendel desarrolló en la década de 1860. Sin embargo, los estudios históricos han mostrado que el propio Mendel nunca pretendió proponer dichas leyes de la herencia. Sus coetáneos tampoco interpretaron sus trabajos en este sentido, pero todavía resulta difícil establecer la finalidad concreta de sus famosas investigaciones sobre híbridos. Mientras que en algunas investigaciones históricas se considera que la comprensión de los procesos de hibridación era la finalidad perseguida por Mendel, en otras se interpretan sus trabajos sobre los híbridos como un medio para explicar procesos «evolutivos», dentro de una tradición que podría remontarse a Carl von Linné. En cualquier caso, el vínculo que décadas más tarde se estableció entre la teoría de la herencia y la obra de Mendel no responde a las fuentes históricas, sino más bien a la construcción artificiosa de héroes y padres fundadores, tan habitual en la consolidación institucional de nuevas disciplinas científicas. En realidad, la teoría de la herencia se desarrolló a principios del siglo XX con los trabajos de Carl Correns (1864-1933), Hugo De Vries (1848-1935), Erich Von Tschermak (1871-1962) así como las contribuciones de muchos otros autores como Wilhelm Johannsen (1857-1927), Raphael Weldon (1860-1906) o William Bateson (1861-1926).

Matthias Jakob Schleiden (1804-1881). Wikipedia.

La teoría celular, por su parte, se desarrolló en gran medida con la revalorización del uso del microscopio y la creación de espacios de investigación dentro del nuevo modelo universitario alemán. En este modelo institucional, que a menudo se denomina humboldtiano, se estableció una conexión más clara entre docencia e investigación. La clase magistral, sin desaparecer completamente, fue dejando paso al seminario y el trabajo práctico en el laboratorio. En aquellos nuevos espacios fue posible el encuentro entre el fabricante de instrumentos de óptica Carl Zeiss (1816-1888) y el botánico Matthias Jakob Schleiden (1804-1881), lo que favoreció el desarrollo técnico de la microscopía y la superación de parte de los problemas producidos por las aberraciones ópticas de microscopios anteriores. La importancia de esta contribución resulta especialmente notoria si tenemos en cuenta que estas aberraciones habían devaluado sustancialmente el uso del microscopio en algunos ámbitos como, por ejemplo, en el estudio del mundo animal. Junto con estas transformaciones técnicas se dieron muchas otras aportaciones que favorecieron el desarrollo de la teoría celular. En este desarrollo resuenan nombres de un buen número de científicos vinculados a aquel modelo universitario alemán, como Jakob Henle, Jan E. Purkinje, Robert Remak y Rudolph Virchow, pero especialmente los de Jakob Schleiden y Theodor Schwann.

A estos dos últimos, Schleiden y Schwann, se les suele atribuir la autoría de la teoría celular, pero la investigación histórica ha mostrado que tal atribución no es más que otra construcción interesada basada en la figura de héroe. Hoy se sabe que Schelieden y Schwann no fueron los primeros en plantear los principales postulados de la teoría celular y, de hecho, ni siquiera los llegaron a asumir completamente. Postulados como «todas las plantas y animales están hechos de células» y como «las células poseen todos los atributos de la vida (asimilación, crecimiento y reproducción)» ya los habían planteado con más o menos éxito autores anteriores. El tercer postulado «todas las células provienen de la división de células preexistentes» no fue ni siquiera postulado por ellos, ni tampoco asumido una vez lo hicieron Remak y Virchow. Así, la autoría de la teoría queda claramente en entredicho y este episodio vuelve a plantear las dificultades reales para asignar «autoría» a las teorías y «paternidad» a las disciplinas. Se ponen así de relieve los procesos de construcción artificiosa que operan en el establecimiento de una memoria colectiva que sustenta la identidad disciplinar.

En cuanto la teoría de la evolución, la referencia obligada es la publicación de On the Origin of Species por Charles Darwin a mitad del siglo XIX. Pero, tal y como ya advirtió hace algunos años el historiador Jonathan Hodge, los relatos tradicionales sobre la supuesta revolución darwiniana son muy discutibles. Por un lado, las ideas evolucionistas ya se habían plasmado en obras de autores anteriores, algunos tan conocidos como el mismo Jean-Baptiste Lamarck. Pero, por otro lado, si se relaciona la evolución con un concepto más amplio como una visión dinámica de la naturaleza, se podría incluso encontrar huellas de esta aproximación en autores de la Antigüedad clásica. En su crítica al concepto de revolución darwiniana, Hodge proponía la búsqueda de otra categoría para enmarcar las ideas evolucionistas y seguir su desarrollo en un período histórico más extenso. La distinción entre visiones estáticas (o fijas) y dinámicas (o cambiantes) de la naturaleza podría servir correctamente a este planteamiento y permitiría contextualizar mejor los desarrollos del siglo XIX y matizar nuevamente el relato heroico imperante en manuales y textos divulgativos. En este mismo sentido también hay que destacar que, si después de Darwin hubo un claro repunte en las ideas evolucionistas, inicialmente este evolucionismo no fue eminentemente darwiniano. En otras entradas de Saberes en acción se retomará esta visión más completa, y a la vez más compleja, del desarrollo de las grandes teorías de las ciencias biológicas (como fue el caso de aquella de la herencia y de la evolución).

La biología también adquirió un mayor carácter experimental a través del desarrollo de ámbitos como el de la fisiología experimental de mitad siglo XIX y su énfasis en la vivisección animal como metodología básica. Dicho cambio fue acompañado de la creación de nuevos espacios, como los laboratorios de fisiología alemanes, que siguieron modelos específicos, como fue el caso del laboratorio creado por Carl Ludwig (1816-1895) en Leipzig. Con espacios bien caracterizados como este laboratorio que en breve inspiró nuevos laboratorios en los territorios germánicos y en Norte América, así como en otros territorios, se favoreció una aproximación a la fisiología que combinaba la vivisección y las aproximaciones basadas en la química y la mecánica, consideradas como «ciencias auxiliares». Tal y como se ha visto en otros apartados y para otras disciplinas, los nuevos espacios condicionaron el tipo de aproximaciones o de preguntas formuladas desde la comunidad científica, así como los parámetros definitorios de los procesos vitales estudiados. Junto a la creación de nuevos espacios también se dieron otras novedades importantes que contribuyeron a construir la disciplina. Surgió en aquel momento una nueva retórica sobre el método experimental, impulsada con especial éxito por autores como Claude Bernard (1813-1878) en obras como su Introduction à l’étude de la médecine expérimentale (1865).

Claude Bernard impartiendo una de sus clases en 1889. Wikimedia.

El método imaginado de Claude Bernard podía resumirse en tres etapas: observación de fenómenos; comparación de hechos observados y emisión de un juicio hipotético; experimentación y contrastación de la hipótesis con los resultados obtenidos. Bernard ofreció una imagen ideal del método experimental, o del método científico en general, la cual, como en otros intentos similares, estaba lejos de recoger la complejidad de las actividades desarrolladas en el laboratorio. De hecho, ni siquiera era un buen reflejo del curso de sus propias investigaciones, tal como ha mostrado el estudio de sus cuadernos de laboratorio realizado por autores como Mirko Grmek o Frederic L. Holmes. Su reconstrucción del método experimental tampoco permitía distinguir en la práctica aquello que ocurría en un laboratorio de lo ocurrido en otros espacios no identificables como científicos o, más concretamente, como parte de las nuevas ciencias biológicas experimentales. Sin embargo, como todavía sigue ocurriendo, el ideal del método experimental retratado por Bernard se transformó en una herramienta retórica de gran valor para demarcar de manera artificiosa la disciplina. Con todo ello, la biología fue adquiriendo la identidad diferencial que permitiría su consolidación como disciplina. Aun así, algunos de los grandes «biólogos» de aquel siglo no se identificaron nunca con esta nueva identidad disciplinar y, de hecho, ni siquiera se autodefinieron como biólogos. Éste fue el caso, por ejemplo, de Charles Darwin.

 

 

Ximo Guillem Llobat
IILP-UV

 

Cómo citar este artículo:
Guillem Llobat, Ximo. La ciencia de la vida. Sabers en acció, 2021-01-25. https://sabersenaccio.iec.cat/es/la-ciencia-de-la-vida-es/.

 

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

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Estudios

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Fuentes

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Biologie, oder Philosophie der lebenden Natur  [Accedido el 06/07/2017]. Disponible en este enlace.

On the Origin of Species [Accedido el 06/07/2017]. Disponible en este enlace.