—Los saberes científicos han circulado a lo largo del tiempo por espacios tan diversos y cambiantes que, en algunos casos, pueden parecer insólitos.—
La ciencia es una actividad estrechamente ligada al lugar en el que se practica. Su supuesta universalidad contrasta con la fuerte dependencia de los contextos locales donde se produce y circula. La historiografía de la ciencia ha insistido tradicionalmente en la importancia del contexto histórico para entender una teoría, un descubrimiento, un invento o la vida de esas grandes figuras que constituyen el peculiar panteón de “padres” de la ciencia, al que solo de forma reciente se han añadido también algunas “madres”. En esta manera de contar la historia, que tiene como mínimo dos siglos de desarrollo, el marco temporal es lo que determina de forma decisiva las condiciones de posibilidad de un hecho histórico.
Solamente en las últimas décadas, por el contrario, ha surgido de forma decidida un interés por estudiar el espacio como factor condicionante –incluso, determinante, en muchos casos– del conocimiento científico. Este retraso contrasta con otras especialidades históricas, en las que las coordenadas espacio y tiempo no se hallaban tan disociadas a la hora de analizar los fenómenos históricos correspondientes. Las causas del retraso del denominado “giro espacial” en historia de la ciencia pueden quizá explicarse por la condición feudataria de vasallaje que tuvo esta especialidad con respecto a la configuración de las disciplinas científicas y a la formación de sus cultivadores hasta la segunda mitad del siglo XX. Pese a ello, en las últimas tres décadas se ha configurado un floreciente conjunto de estudios acerca de los espacios de la ciencia que han aportado nuevas perspectivas sobre temas clásicos y, sobre todo, han permitido renovar de modo decisivo el elenco de escenarios, temas, agentes y materiales de la visión actual de la ciencia y su historia.
En otros capítulos de Saberes en acción se pueden encontrar ejemplos de esos espacios más conocidos, creados o transformados a lo largo de la historia con el propósito de adecuarlos para producir o comunicar conocimientos científicos. La configuración de las aulas universitarias bajomedievales –con su cátedra elevada como un púlpito y los bancos corridos dispuestos frente a ella– consagraba de modo eficaz el poder de la autoridad conferida a los textos clásicos y a sus intérpretes, por encima de las cabezas de quienes se esforzaban por comprenderlos. Los gabinetes de curiosidades condicionaron de manera decisiva las propuestas de nomenclatura y clasificación de las criaturas animadas e inanimadas que poblaban aquellas colecciones dispuestas en espacios domésticos que trataban de reproducir, en otra escala espacial, la naturaleza sublunar. Los jardines botánicos, con sus plantas geométricas, aplicaron una plantilla arquitectónica al mundo vegetal creada en función de la necesidad de disponer, debidamente “localizadas”, las plantas medicinales como método para facilitar su reconocimiento y el aprendizaje de sus propiedades. Los teatros anatómicos, inspirados en una estructura arquitectónica clásica, albergaron durante tres siglos la exhibición del interior del cadáver ante un público cada vez más numeroso y variado, que adquiría un saber científico, pero también filosófico y religioso, a partir de la contemplación del cadáver abierto sobre la mesa de disección. La palabra laboratorium adquirió su significado moderno como espacio de investigación en los mismos tratados donde la chymia se postulaba como la nueva ciencia de la materia en la Europa del tránsito entre los siglos XVI y XVIII. Los museos decimonónicos consagraron una relación concreta entre la ciencia y sus públicos que condicionó la adquisición de un conocimiento eurocéntrico y colonialista del mundo natural, basado en la contemplación pasiva determinada por el deambular a lo largo de unas salas que reflejaban una taxonomía de la naturaleza más estática que dinámica, más fija que cambiante. La segregación del público femenino en muchos de estos espacios para la ciencia ha marcado hasta fechas muy recientes un acceso diferenciado a un conocimiento científico que se producía desde una misoginia profunda.
La enumeración de espacios de práctica y producción científica sería casi interminable: laboratorios, aulas, museos, gabinetes, industrias, observatorios, tribunales, hospitales, teatros, hogares, plazas, etc. En los apartados de este capítulo, sin embargo, se opta por visitar cuatro espacios no demasiado transitados por los estudios históricos de la ciencia: montañas, prisiones, leproserías y zoológicos. En todos estos casos, su condición de lugares de ciencia no resulta, a priori, tan obvia como la de un laboratorio o una nave espacial, razón por la que, en general, han sido percibidos socialmente como ajenos a la actividad científica.
Los espacios de exclusión social han actuado como escenarios propicios para la producción de nuevos saberes científicos, a menudo gracias a un diseño adecuado para la producción y el registro de los datos experimentales obtenidos de los cuerpos de los seres recluidos en esos espacios. Los apartados dedicados, respectivamente, a las cárceles y a las leproserías hablan de esta situación en el caso de los seres humanos, mientras que el apartado dedicado a los zoológicos establece, mutatis mutandi, un patrón similar para los animales. No es, por tanto, forzado evocar aquí la triste historia de los manicomios, ni la de los llamados “zoos humanos” que tanto éxito de crítica y público cosecharon desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Recordemos que todavía en 1958 se exhibían en un parque de Bruselas un grupo de niños congoleños confinados en un cercado para sorpresa y deleite de los viandantes que podían acercarse para contemplarlos.
Por otro lado, el conjunto de casos aquí reunido muestra el carácter híbrido de estos espacios. En unos se alterna la ciencia con el entretenimiento sin solución de continuidad; en otros se justifica políticamente su utilidad por su capacidad de domesticación de la vida salvaje, en el sentido de no “civilizada” o de desafío humano a las fuerzas de la naturaleza; otros, en fin, se conciben a sí mismos como lugares ideales para comprobar la eficacia del castigo, entendido como instrumento de regeneración o de reproductibilidad de los patrones de disciplina social a escala microespacial.
En todos los casos revisados se podrá comprobar la fluida configuración de diferentes saberes que nacen, se consolidan o se reconfiguran precisamente en esos espacios. Estos saberes pertenecen a ramas, a veces dispares, del universo de disciplinas académicas: anatomía y etología, psiquiatría y farmacología, microbiología y psicología, geología, fisiología y astrofísica, por citar solo algunos de los saberes reconfigurados gracias a alguno de estos cuatro espacios insólitos.
Se trata, por otra parte, de espacios en los que los saberes científicos se confrontan con realidades que ponen a prueba la capacidad humana para dominar lo que le asusta: la vida salvaje, la conducta violenta, la enfermedad invisible, la fuerza de un volcán o el vértigo de las alturas. Son espacios donde los saberes científicos entran en acción para conjurar esos miedos, para domesticar al salvaje, reformar al violento, aislar la enfermedad, conquistar los confines verticales de la tierra u observar, en condiciones adecuadas, el cosmos circundante. Son espacios, en definitiva, socialmente cuestionados, en alguno de los cuales los derechos civiles pugnan con ambiguas afirmaciones de utilidad pública y los sujetos recluidos o confinados, observadores y observados, luchan contra las consecuencias de las promesas científicas incumplidas. Son, por lo tanto, cuatro espacios que permiten, desde sus particularidades y con sus similitudes, constatar muchas de las tendencias actuales en una historia de la ciencia marcada por el denominado “giro espacial”.
Antonio García Belmar
IILP-UA
José Pardo Tomás
IMF-CSIC
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Markus, Thomas A. Buildings and power: Freedom and control in the origin of modern building types, London: Routledge, 1993.
Schlögel, Karl. En el espacio leemos el tiempo. Sobre historia de la civilización y geopolítica, Madrid: Editorial Siruela, 2007.
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Estudios
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Páginas de internet y otros recursos
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Zoo (Volkerschau). Un día en la vida de una niña africana exhibida en el Zoo Humano de la Feria Internacional de Bruselas, en 1958. [Documental] Monda Raquel Webb (Dir.). 11 min. [actualizada 20 jul 2021]. Tráiler visualizable en este enlace.
La locura, cien años después. Vídeo con una breve presentación de la exposición sobre la historia de La Castañeda, el gran manicomio de ciudad de México, agosto de 2010. 3’ 50’’ [actualizada 20 jul 2021]. Visualizable en este enlace.
Nostalgia de la luz [Documental] Patricio Guzmán (Dir.) [actualizada 20 jul 2021]. Tráiler visualizable en este enlace.
Lugares de ciencia, proyecto de la Universidad Andrés Bello, de Chile [actualizada 20 jul 2021]. Disponible en este enlace.
Rutes científiques, proyecto de la Societat Catalana d’Història de la Ciència i la Tècnica [actualizada 20 jul 2021]. Disponible en este enlace.