—Saberes, representaciones y rivalidades.—

 

“La filología tiene los brazos muy largos,
pues pasea por el campo de todas las ciencias”

Francisco Cascales, Cartas philológicas (1634)

 

Si se piensa en la relación entre literatura y ciencia desde la perspectiva de la primera, se puede caer en la tentación de decir que la ciencia es tan solo un relato que nos informa sobre el universo y, por lo tanto, otra forma más de narrativa. Sin embargo, si esta reflexión se hace desde la segunda, se puede pensar o bien que la literatura de creación está llena de falsedades, o bien que depende de la ciencia para poder plasmar un determinado saber acerca del universo y, consecuentemente, la sigue. Evidentemente, ninguna de estas dos afirmaciones es completamente cierta. Las interacciones entre literatura y ciencia son muy diversas y, más importante aún, la relación entre ambas ha cambiado a lo largo del tiempo, y existe una historia conjunta propia de la literatura y la ciencia.

En términos generales, la ciencia busca explicar los fenómenos naturales mientras que la literatura pretende dar significado a esos fenómenos. Ambas, ciencia y literatura, implican tres nociones: una comunidad, un método y una forma de comunicación. Históricamente interactúan en las tres áreas. No obstante, las tentativas para tratar de explicar estas interacciones se han basado, erróneamente, y muy a menudo, en la percepción que se tiene del prestigio en un determinado momento de la ciencia o de la literatura, en lugar de tratar de explicar las diferentes formas en que han influido la una en la otra a lo largo del tiempo. Así, aunque las posibles relaciones entre ambas son diferentes y variadas, se pueden establecer algunas de las más comunes:

[1] Las representaciones literarias de fenómenos naturales o representaciones imaginarias de tecnologías aún no descubiertas (como en la ciencia ficción) pueden inspirar la investigación científica; la ciencia puede tomar como objeto las ideas difundidas en la literatura, ya sea para corregir errores o para explorar las posibilidades imaginadas.

Representaciones de tecnologías aún no descubiertas como en la ciencia ficción pueden inspirar la investigación científica. Captain Science, Joe Orlando y Wally Wook. Wikipedia.

[2] La escritura científica puede basarse en el lenguaje figurado que a menudo se asocia con la representación literaria, como cuando «editamos» un gen o pensamos que un gen posee cualidades humanas (por ejemplo, el egoísmo genético) o imaginamos procesos biológicos en términos metafóricos tomados de las artes (por ejemplo, la enjuta evolutiva).

[3] La literatura puede representar aspectos de la actividad científica que no suelen estar incorporados a la escritura resultado de esta actividad. La generación de una hipótesis, por ejemplo, es a menudo un trabajo imaginativo no capturado en una publicación científica. Sin embargo, la literatura puede representar el asombro o la emoción que rodean a un resultado positivo en el proceso experimental o la decepción de los resultados negativos, y, en las ciencias médicas, la angustia asociada con la muerte de un paciente o participante en un ensayo clínico.

[4] La literatura puede difundir o popularizar ideas científicas, ayudando en cierta medida a la aceptación de las mismas, tal y como se analiza en el artículo de John Slater incluido en esta sección.

[5] La literatura puede criticar (a menudo a través de la sátira) los problemas éticos de la comunidad científica, la calidad de su escritura o la destrucción de las formas de vida a la que se puede llegar por las consecuencias no previstas de los descubrimientos científicos.

[6] Los científicos, históricamente, han satirizado y caricaturizado a sus rivales profesionales, porque al atacar el estatus social de un rival, se pretende y espera minimizar la aceptación de sus ideas.

El lenguaje figurado forma parte del discurso científico desde sus inicios, como se ve en el frontispicio del Tyrocinium chymicum de Béguin (1656). Biblioteca Nacional de España.

No obstante, lo que encontramos más a menudo es una relación de diálogo entre formas literarias de escritura interesadas en lo imaginario y las formas científicas de escritura que documentan procesos experimentales, porque ambas están profundamente preocupadas por la certeza de lo que se percibe por los sentidos y lo que se puede conocer. En consecuencia, es natural que el conocimiento científico de lo que realmente es, y la representación literaria de lo que sólo se imagina, se comuniquen mutuamente en aspectos epistemológicos y ontológicos. Asimismo, como demuestra Nicolás Fernández Medina, conceptos como “fuerza vital” —una teoría sobre los orígenes orgánicos de la vida— suponían un diálogo mutuamente enriquecedor entre ciencia y literatura: autores como Gaspar Melchor de Jovellanos utilizaron la fuerza vital para comprender el lugar del individuo en el universo; a la inversa, los científicos de la Ilustración se inspiraron en la representación literaria del vitalismo.

Durante la mayor parte de la historia no ha habido una clara línea de división entre lo que era literatura y lo que era ciencia: ambas compartían unos mismos conocimientos, estilos de escritura y valores. En la tradición oral, tanto la lectura colectiva en voz alta de poemas, discursos y sermones, como la transmisión oral continuada de relatos que codificaban ideas sobre la naturaleza, o las representaciones de obras de teatro, difundieron lo que en la actualidad llamamos ideas científicas entre todos los estratos sociales. Durante el siglo XVII, por ejemplo, los actores declamaron complejas teorías sobre el universo, y la epistemología era recitada con frecuencia por los actores ante las audiencias que asistían en pueblos y ciudades a las representaciones de los autos sacramentales de Pedro Calderón de la Barca.

Así, la escritura literaria y científica eran, a menudo, indistinguibles. Desde la época de Platón hasta el Renacimiento, géneros como la poesía o el diálogo, actualmente asociados a la literatura, eran habitualmente importantes vehículos de comunicación científica. La representación literaria de plantas y animales en las obras de poetas como Ovidio o Virgilio formaron habitualmente parte de la historia natural de vegetales y minerales hasta el siglo XVIII. Poemas como De rerum natura de Lucrecio o la temprana enciclopedia de Plinio Naturalis historia, ambas redactadas durante el siglo I, fueron leídas durante miles de años, tanto porque eran obras fundamentales para informarse sobre el mundo natural, como porque eran escritos agradables, entretenidos y sorprendentes de leer. De igual modo, el aforismo, en el que se piensa como una forma concisa y elegante de resumir conocimientos, comenzó como un género médico atribuido a Hipócrates.

De rerum natura de Lucrecio, poema redactado durante el siglo I, era fundamental para informarse sobre el mundo natural además de ser un poema sublime. Rijks Museum.

Estas similitudes estructurales o genéricas entre las formas de escritura científica y literaria comenzaron a desaparecer de forma acentuada durante el siglo XVI, cuando los autores de obras científicas empezaron a utilizar convenciones de escritura que divergían de la representación literaria. Sin embargo, incluso obras aparentemente técnicas, como la Obra de agricultura (1513) de Alonso de Herrera (1470-1539), han llevado a los historiadores de la ciencia a preguntarse si estos libros fueron realmente útiles como manuales técnicos o como epifenómenos de la imprenta: agradables colecciones de sabiduría y conocimiento intencionados para ser leídos como literatura.

Cuando, en los Hechos de los Apóstoles, Pablo cura a un hombre que no podía andar, le llamaban Mercurio, dios de la elocuencia y por lo tanto la literatura, y considerado el inventor de la medicina y de la química. Rijks Museum.

Precisamente, debido a que no fueron culturas históricamente distintas, el concepto de “literatura y ciencia” es bastante moderno. A pesar de su modernidad, es común pensar que la división es antigua y que la literatura se limita a difundir el conocimiento científico. En otras palabras, se cree que el conocimiento científico precede a la representación literaria. Asumir esta idea puede llevar a los historiadores a resultados esclarecedores. Por ejemplo, Enrique García Santo Tomás ha demostrado que la llegada de telescopios venecianos a la Monarquía Hispánica causó sensación entre los autores de obras literarias. Del mismo modo, Thomas Glick ha documentado cómo la llegada de Einstein a España hizo que los autores y poetas de ese momento se plantearan nuevas consideraciones sobre la relatividad.

Durante el Renacimiento se produjeron tres novedades que empezaron a diferenciar claramente la literatura de creación de los escritos médicos. La primera fue, gracias a la aparición de la imprenta, el crecimiento de las audiencias. En segundo lugar, y estrechamente relacionado, la literatura comenzó a ser escrita predominantemente en lenguas vernáculas, mientras que los trabajos de carácter científico eran publicados habitualmente en latín para un público internacional. Esta diversificación supuso que la creciente audiencia literaria tendió a concentrarse por grupos idiomáticos en cada región o reino, mientras que los lectores de textos científicos estaban mucho más dispersos. No obstante, como ha señalado José Pardo Tomás, hubo otras razones que explican la aparición de un sector muy diverso de lectores de libros y revistas científicas. Por último y, en tercer lugar, la divergencia geográfica de estos lectores y el creciente ritmo de difusión llevaron al desarrollo de unas convenciones de escritura diferentes en cada tipo de texto. Así, hacia 1600, había una clara diferencia entre la escritura científica y la literatura. La importancia de estas divergencias y diferencias han sido objeto de estudio tanto para los historiadores de la ciencia como para los historiadores de la literatura durante gran parte del siglo XX.

A lo largo del último tercio del siglo XX, algunos historiadores de la ciencia la han entendido, fundamentalmente, como una forma convencionalizada de comunicación o de escritura, mientras que los sociólogos han entendido el conocimiento científico como algo “construido” y determinado por el poder y los valores sociales. Centrarse en la ciencia como un conjunto de convenciones lingüísticas, metáforas o constructos sociales hizo que pareciera un tipo de narración demasiado formalizada para ser interpretada utilizando recursos literarios. Por otro lado, los historiadores de la literatura comenzaron a centrarse en la medida en que ésta podría ampliar los límites imaginativos del conocimiento —en géneros como la ciencia ficción— y conducir a nuevas formas de abordar la investigación científica, especialmente en áreas como la física teórica. En esta misma línea continuaron con la tradición decimonónica de tratar de dilucidar qué libros científicos habían leído los autores para analizar cómo se representaron las ideas científicas en la literatura.

Naturaleza muerta con un libro de contabilidad, una calavera y otros objetos. Pintura al óleo, 1766. Wellcome Collection.

La cultura institucional y académica ha jugado un importante papel en el desarrollo de esta historia. Las grandes narrativas de la historia de la ciencia redactadas a mediados del siglo XX han sido consideradas recientemente como intentos de otorgar a la ciencia un mayor prestigio. Mientras la ciencia ganaba poder institucional, los denominados “science studies”, los “cultural studies” y los estudios literarios analizaron la ciencia como otro artefacto cultural más que estaba determinado histórica y socialmente, según enfoques que podrían parecer antitéticos a los valores científicos básicos de replicabilidad y confiabilidad predicativa. No obstante, a pesar del creciente prestigio institucional de la ciencia, sigue existiendo un profundo escepticismo entre gobiernos y población sobre la fiabilidad de los hallazgos científicos y las motivaciones de los propios científicos. Esta tensión entre el poder de la narrativa y la capacidad de persuasión de las ciencias indica una de las relaciones más importantes que han existido históricamente entre ciencia y literatura: la rivalidad.

Tanto en la literatura como en el arte, son frecuentes las sátiras de la medicina y de la presunción de los médicos. Rijks Museum.

Debido a que tienen diferentes formas de explicar la importancia de los fenómenos naturales, la literatura y la ciencia chocan y compiten. Los recursos literarios como la sátira y la parodia se utilizan a menudo para denigrar la ciencia y la medicina. Francisco de Quevedo (1580-1645) escribió una parodia de un “libro de secretos”, un género al que se le atribuye la popularización de la experimentación, titulado El libro de todas las cosas. Las sátiras de los médicos de Quevedo criticaron las terapias médicas dolorosas, como la cauterización, y pudieron haber ayudado a cambiar las prácticas médicas. De esta forma, la literatura glosa sobre la práctica científica o médica, interviene en los debates científicos y reorganiza el conocimiento científico (a menudo de acuerdo con criterios no científicos). De hecho, muchas de las publicaciones españolas de la década de 1680, que los historiadores alguna vez consideraron indicativas de avances cruciales en el conocimiento científico, parecen, desde un punto de vista literario, panfletos polémicos, a menudo satíricos, típicos de las publicaciones del siglo XVII. Los científicos se satirizaron e insultaron unos a otros en publicaciones aparentemente científicas, citando poemas o haciendo alusiones literarias. Jerónimo de la Fuente Pierola (c.1600-1671), al final de un breve tratado sobre la identificación adecuada de coloquíntida, satirizó a un rival en un poema, citó a Esopo, citó a Lope de Vega (“coscorrón de la hornera no tiene pena”). Además, en una nota marginal, se insultó la mala redacción en latín de su rival.

Paracelso (Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim). Wellcome Collection.

Despreciar la escritura de un rival científico, ya sea en latín o en español, era común. Incluso después de que los géneros literarios y los científicos pudieran distinguirse claramente entre sí, los criterios del juicio literario continuaron aplicándose a la escritura científica y médica. Por ejemplo, Theophrastus von Hohenheim (1493-1541), conocido como Paracelso, jugó un papel importante en la introducción de estudios protoquímicos o alquímicos en las escuelas de medicina. Lope de Vega escribió en 1625 que Paracelso era simplemente un ejemplo de un mal escritor con ideas inverosímiles sobre “gnomos” y “pigmeos”. Las críticas de Lope de Vega al estilo de escritura de Paracelso reflejaban una actitud hacia la publicación científica que era común hasta bien entrado el siglo XIX: la mala escritura (“oscuridad y bárbaro estilo”) indica una falta de estudio (“poca erudición”), lo que lleva a pensar mal (“flacas fuerzas del ingenio”) y, necesariamente, a una mala ciencia. Estas ansiedades no son difíciles de encontrar incluso hoy en día: se cree que la ciencia no es más persuasiva porque la ciencia a menudo está mal escrita (de acuerdo con estándares no científicos) en un género, los artículos de revistas altamente convencionalizados, que es aburrido de leer.

Leer textos científicos solo para enfatizar su literariedad o leer textos literarios simplemente como una especie de ciencia tardía o deformada no explica ni la ciencia ni la literatura. El creciente y decreciente poder institucional de ambas en las universidades lleva a los académicos a intentar defender su disciplina o sugerir incluso que es superior a otras. Los cambios en el estatus social de los poetas o los químicos pueden llevar a la gente a tratar de identificar a los ganadores y los perdedores, como si “ciencia y literatura” fueran una batalla por la supremacía. Sin embargo, lo que uno ve a lo largo de los siglos, y todavía hoy, es que el teatro, las novelas y los poemas, géneros que amplían el poder de nuestro lenguaje figurativo o nuestras capacidades imaginativas, y el trabajo de los científicos, ya sea el que encontremos en una revista científica, por medio de relacionarlos con una comunidad científica o como participantes en el proceso científico, se influyen mutuamente, de manera que moldean profundamente lo que sabemos y lo que imaginamos que podemos saber.

 

 

John Slater
Colorado State University

Maríaluz López-Terrada
INGENIO (CSIC-Universitat Politècnica de València)

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

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Fuentes

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