—La cultura material de la ciencia salvará a la historia de la ciencia pasando por la museología científica y la historia social de la tecnología.—
Le hemos otorgado demasiado poder al lenguaje. El giro lingüístico, el giro semiótico, el giro interpretativo, el giro cultural: parece que últimamente, a cada giro cualquier “cosa” —incluso la materialidad— se vuelve una cuestión de lenguaje o alguna otra forma de representación cultural. Los habituales retruécanos con palabras como “materia” [en inglés también sinónimo de “cuestión” e “importar”], desafortunadamente no implican un replanteamiento de los conceptos clave (materialidad y significado) y la relación entre ellos. Más bien, parece ser sintomático del grado en que cuestiones de facto son reemplazadas por cuestiones de significado. El lenguaje importa. El discurso importa. La cultura importa. En gran medida lo único que ya no parece importar es la materia.
Karen Barad, Posthumanist Performativity (2003)
El estudio clásico de Leviatan y la bomba de vacío ha sido encuadrado por algunos historiadores de la ciencia y filósofos de la técnica como un producto académico valioso, pero al mismo tiempo diluido por su gesticulación retórica, localismo, una reticencia tradicionalista a utilizar fuentes materiales y un ensimismamiento que disuelve cualquier compromiso con la explicación de los impactos políticos y sociales de la tecnología. Con su libro, Shapin y Schaffer trajeron aires de renovación conceptual a un campo de estudios en cierta medida caracterizado por la descripción anticuaria de los objetos materiales, pero también por una estrecha relación con las historiografías de la tecnología, la economía o el trabajo. Al mismo tiempo que escogían un estudio de caso típico, con el objetivo de hacerlo paradigmático, y descartaban cualquier teoría social anterior al socioconstructivismo, despistaban la abundancia de evidencia material que les rodeaba en, por ejemplo, el Whipple Museum, los National Museums de Escocia u otros museos británicos, europeos y americanos. Mientras ofrecían una interpretación sociopolítica del papel del experimento en la construcción de los saberes y los regímenes, vaciaban la tecnología de significado político y social al limitarla a ser testigo de papel en disputas filosóficas de altos vuelos. En el camino aprendimos sobre la relevancia de los técnicos invisibles, la comunicación, la disensión y el consenso, y también sobre la solidez de una monarquía británica que pudo resistir hasta al vacío.
El giro material y práctico no emergió de la nada en los años 80 del siglo XX. En el trabajo de los investigadores de la cultura material de la ciencia, desde los años 50 existió un interés marcado por recuperar las aportaciones de trabajadores manuales de la ciencia que la historiografía tradicional representada por portentos de la historia de la ciencia textual no consideraba pertinente integrar. Entre ellos, la reivindicación de los hombres prácticos de ciencias (fabricantes y practicantes de la ciencia instrumental en la navegación o la topografía) liderada por Eva G. R. Taylor, primera catedrática de geografía en una universidad británica. Asimismo, el análisis económico, social y científico de los orígenes de la industria de instrumentos científicos en Francia desarrollado por Maurice Daumas. E igualmente, los estudios de Silvio Bedini sobre los primeros fabricantes de instrumentos y cultivadores de ciencia en Estados Unidos, y el papel capital del matemático, astrónomo y topógrafo afroamericano George Banneker. También la insistencia de Derek Price en desplatonizar la historia de la ciencia griega dando mayor relevancia a sus máquinas y modelos físicos, así como el interés —compartido con Daumas— en los cambios en los materiales y su impacto epistemológico, en el marco de una historia de la ciencia derivada de la historia de la tecnología.
Algunas de estas líneas de trabajo han sido desarrolladas y sofisticadas posteriormente por investigadores como Jim Bennett (en su estudio de las matemáticas prácticas en Inglaterra), Gerald l’E. Turner (en su análisis del diseño y fabricación de microscopios), Alison Morrison-Low (en su caracterización de los talleres de instrumentos científicos en Inglaterra, Escocia e Irlanda), Paolo Brenni (en sus biografías de los principales fabricantes franceses del siglo XIX), Svante Lindqvist (en su contextualización de la fabricación del vidrio como eje motor de la historia de las ciencias fisicoquímicas) o Pamela Smith (en su apuesta metodológica por “meter las manos en la masa” en The Making and Knowing Project). Durante la segunda mitad del siglo XX este tipo de contribuciones se pudieron llevar a cabo gracias al fortalecimiento, en algunos países de Europa y Norteamérica, de museos nacionales y universitarios y su asociación en redes de trabajo como la Scientific Instrument Commission, Artefacts y Universeum. En este ámbito ha sido fundamental el papel de un número reducido de profesionales que han podido sostener carreras profesionales integradoras del trabajo de comisariado y comunicación museística con la investigación en historia de la ciencia. El colectivo, sin embargo, ha crecido a duras penas, debido a las dificultades y presiones (económicas, políticas, culturales) habituales en los contextos institucionales de la mayoría de museos, la falta de definición y actualización en muchos países del perfil de sus profesionales, la presión bibliométrica y las tradiciones escolásticas del perfil oficial del investigador académico, o el desprecio agresivo con que los centros de ciencias tratan a la historia profesional.
Los museos son una institución más en el marco de las sociedades en que vivimos, constituidas por regímenes políticos que articulan relaciones sociales, económicas o culturales particulares. Los objetos coleccionados, investigados y publicitados desde los museos son productos de culturas del pasado marcadas por variedades particulares de esas relaciones. Para comprenderlos es necesario conectar la materialidad de su producción con sus asociaciones y lugares sucesivos en el mundo. Que la materialidad, la práctica y las relaciones de producción encuentran un aliado histórico en la teoría social del marxismo y sus sucesivas reformulaciones no es ningún secreto para la historiografía de la ciencia y la técnica. Ya en el segundo congreso internacional de historia de la ciencia y la técnica (Londres, 1931), la delegación soviética desplegó una aproximación marxista cuyo énfasis residió en la materialidad del conocimiento científico, la primacía de la práctica (frente a la teoría) y el papel de la organización del trabajo y la producción en el marco del orden económico del capitalismo. A pesar del objetivo propagandístico que en relatos como los de Nikolái Bukharin o Boris Hessen conectaron la ciencia occidental de los siglos XVIII y XIX con la actualidad de las políticas científicas en la U.R.S.S. y de la carga retórica de su lenguaje, sus aportaciones desde el materialismo dialéctico como método de conocimiento para la historia calaron hondo en historiadores como Joseph Needham o Joseph Bernal. Las máquinas, los instrumentos, las tecnologías están afectadas por el fetichismo de las mercancías, según el cual asignamos a los objetos materiales propiedades intrínsecas y un valor de intercambio en la economía, borrando al mismo tiempo el conjunto de relaciones humanas, sociales y políticas que han llevado a su producción en el taller o en la fábrica. En este marco, el mundo deviene un espacio de relación económica de las cosas con las cosas, del cual son expulsados el trabajador, su trabajo y las relaciones de producción que lo caracterizan.
Las personas que investigan la cultura material de la ciencia tienen la obligación de recuperar las relaciones históricas de los objetos coleccionados en los museos, que han sido descartadas por la mercantilización o el olvido interesado. Esto comporta también recuperar actores y prácticas que habitualmente quedan fuera de las corrientes dominantes en la historia de la ciencia y su preferencia sociopolítica por las élites. A pesar del auge teórico del método etnográfico propugnado por los estudios sociales de la ciencia, las investigaciones que abordan la fábrica o el taller desde la perspectiva del trabajador son todavía muy escasas.
Si bien existe un número creciente de historias de instituciones y empresas productoras de instrumentos y tecnologías para la ciencia, ingeniería y biomedicina, escasean las investigaciones y publicaciones independientes. En las universidades, la producción académica y museística se ve afectada por compromisos económicos e institucionales. En el marco de la economía neoliberal, en los museos de ciencias y de historia de la ciencia son cada vez más las actividades directamente financiadas por empresas privadas. Exposiciones permanentes o temporales sobre alimentación pueden ser costeadas por empresas nacionales de supermercados o de especias, y exposiciones de medicina, química, física o ingeniería espacial son susceptibles de serlo por multinacionales farmacéuticas y tecnológicas, o por agencias militares.
En 2021, el Deutsches Museum (Múnich) recibió en préstamo proveniente del Deutsches Optisches Museum (Jena) uno de los primeros modelos de microscopio Zeiss diseñados según la teoría óptica de Abbe (1879). La cesión formó parte del acto público en que la empresa Zeiss donó al primero 5 millones de euros, en presencia del ministro de ciencia y arte de Baviera. La donación está dirigida a rediseñar la exposición permanente de física, y a través de ella Zeiss compró su escaño en la Fundación del Deutsches Museum.
Ambos museos fueron fundados en las primeras décadas del siglo XX. Con la división de Europa y Alemania en dos bloques tras la Segunda Guerra Mundial, quedaron a un lado y otro del telón de acero, al tiempo que del lado occidental se creaba una nueva fábrica Zeiss para contrarrestar la original situada en la República Democrática Alemana. La Fundación Zeiss original y otras empresas ópticas ubicadas en Jena y mantenidas durante el comunismo habían tenido durante las dos guerras mundiales un papel fundamental en el diseño y fabricación de instrumentos científicos para el ejército —lo que motivó a las potencias rivales a bombardearlas intensivamente—.
La escisión de Zeiss y de la historia y museología cientificotécnica alemana en dos campos rivales creó asimismo historias e historiografías paralelas con visiones conflictivas sobre cuestiones tan variadas como el papel de la cultura material en la generación del conocimiento científico, las raíces económicas, tecnológicas y militares de la filosofía natural, o la valoración de los fundadores Carl Zeiss y Ernst Abbe, como desinteresados filántropos y avanzados reformadores sociales o, por el contrario, capitalistas monopolísticos, irresponsables militaristas y explotadores de trabajadores.
En la cuantiosa donación económica de la multinacional Zeiss en relación con uno de los museos de ciencia y tecnología más poderosos del mundo confluyen estos aspectos. El compromiso económico e interés de una empresa tecnológica en divulgar sus productos a través de su historia es evidente e incluso loable teniendo en cuenta la penuria económica por la que pasan la mayoría de museos de historia de la ciencia. El régimen del compromiso político y epistemológico que ahora liga al gran museo con la gran empresa no es sin embargo transparente. A tenor de la temperatura de la actual museología científica, comporta riesgos obvios de derivar en propaganda empresarial y relatos de historia banal, que política, social y culturalmente siempre benefician a las mismas esferas de la sociedad.
Josep Simon
IILP-UV
Cómo citar este artículo:
Simon, Josep. Materialismo. Sabers en acció, 2023-12-13. https://sabersenaccio.iec.cat/es/materialismo/.
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