—La ciencia en las alturas produjo nuevas miradas sobre las montañas, al mismo tiempo que cuestionó formas de saber y hacer imperantes en otros espacios de ciencia.—

 

Las montañas, como espacios de producción de conocimiento, han sido objeto de interés para la historia de la ciencia de las últimas décadas. A partir de diversos estudios de caso sobre investigaciones de historia natural, geografía, medicina, astronomía y astrofísica, se ha demostrado en diversas publicaciones que las montañas constituyeron espacios propicios para la investigación científica, a la vez que objetos científicos en sí mismas. Además, estos trabajos muestran que el interés científico en las montañas fue parte de percepciones culturales y experiencias de diversa índole vinculadas a las mismas. De igual manera, la ciencia contribuyó a conformar una manera de entenderlas e imaginarlas. Desde esta perspectiva, en esta entrada de Saberes en acción se propone una revisión del papel de las montañas en la ciencia, a través del ejemplo particular de la cordillera de los Andes, que permitirá salir de las miradas eurocéntricas hegemónicas.

Geografía de las plantas de la región andina, según la altura. Dibujo de Alexander von Humboldt que se publicó por vez primera en francés, en 1805. Wikipedia.

Dado lo afirmado anteriormente, no es exagerado decir que el interés científico en los Andes constituye un antecedente de lo más relevante. Ya en el siglo XVI, las montañas de los Andes fueron objeto de escrutinio por parte de cronistas e historiadores naturales europeos que llegaron a esas tierras a raíz de la conquista, sin olvidar, por supuesto, los conocimientos acumulados por las civilizaciones que las habían habitado y aún habitaban. Tal y como se ha visto en otros apartados, los conocimientos del mundo natural en esta época se nutrieron en buena medida en el intercambio de saberes, a pesar de que se dieron en medio del dominio colonial.

Mapa de la región andina del antiguo Virreinato del Perú donde tuvieron lugar las mediciones de Godin, Bouguer y La Condamine, ca. 1736. Wikipedia.

De finales del siglo XVI, destacan los tratados de historia y filosofía natural del Nuevo Mundo del jesuita español José de Acosta (1539-1600). Tras sus casi dos décadas habitando y estudiando la naturaleza, el clima y el cosmos que se podía admirar desde estas tierras, Acosta cuestionó preceptos de la física y la cosmología clásicas: llegó incluso a afirmar que la física aristotélica se volvía patas arriba en los Andes. Como él, otros sabios europeos que estudiaron la biogeografía, la meteorología y la cosmología desde los Andes en el siglo XVII situaron el paraíso terrenal en las montañas andinas, dando cuenta detalladamente de la riqueza natural del lugar e inspirando futuras expediciones, locales o foráneas, que cubrieron la cordillera de norte a sur. Enviados de la corona como José Celestino Mutis (1732-1808) y criollos del Nuevo Mundo como Francisco José de Caldas (1768-1816) continuaron el estudio de la diversidad botánica, geográfica y climática de estas montañas en el siglo XVIII, atentos a los saberes desarrollados en Europa, aunque también reivindicando el conocimiento único y original producido localmente.

Durante los siglos XVIII y XIX hubo grandes expediciones científicas en las montañas andinas procedentes de diferentes lugares del continente europeo. Algunas de ellas fueron tan célebres como la del francés Charles Marie de La Condamine (1707-1774) en 1735, la del prusiano Alexander Von Humboldt (1769-1859) a finales de ese siglo o la del inglés Charles Darwin (1809-1882) en 1831. Todos estos naturalistas fueron conscientes antes o después de la producción científica local. Sabían, o supieron estando ahí, que en estas tierras había mucho más que salvajes y naturaleza. Sus conocimientos se transformaron tras la experiencia, sin duda impactante, de atravesar, escalar, estudiar y ver en los Andes. De estas montañas se extrajeron colecciones botánicas, especímenes, ilustraciones y datos que circularon por el continente europeo. El estudio científico en los Andes contribuyó con conocimientos de diversa índole geológica, botánica, biológica, astronómica, climática, geofísica, geográfica y médica. Entre otras cosas, gracias a la ciencia producida en los Andes, se conoció la ubicación terrestre más próxima al Sol, la forma de la Tierra, las mayores elevaciones terrestres (el Chimborazo fue considerado el pico más alto del mundo hasta que fue desbancado por el Everest en 1800), la relación clima, altura y nichos ecológicos y, claro está, la formación geológica de las montañas.

Mapa para la inteligencia, del Atlas de la historia física y política de Chile de Claudio Gay, 1854. Memoria Chilena.

El conocimiento científico de las montañas andinas también contribuyó a la construcción de las naciones independientes sudamericanas en el siglo XIX. Los gobiernos de las nacientes repúblicas comisionaron nuevas exploraciones para cartografiar sus territorios, como las encabezadas por Agustín Codazzi (1793-1859) en Colombia y por Claudio Gay (1800-1873) en Chile a mediados de siglo. Los intereses políticos nacionales se vieron reforzados con estas nuevas representaciones geográficas de la región andina. En el primer caso, para establecer diferencias entre tierras altas y bajas asociadas con prejuicios raciales y sociales que justificaron científicamente el dominio político desde el altiplano. En el segundo, para ubicar en los Andes el límite oriental del territorio chileno.

Dar con localizaciones aptas para la vida y la civilización en las alturas andinas fue una de las preocupaciones de construcción nacional de las autoridades y la élite costeña peruanas de finales del siglo XIX. Consideraban como inferiores racialmente a los pobladores de los Andes y, en cambio, buscaban atraer la inmigración europea, para lo cual solicitaron estudios geográfico-médicos detallados que señalaran las ubicaciones más saludables en las alturas tropicales. Según los resultados obtenidos, las mejores ubicaciones se daban entre 1.600 y 3.600 metros sobre el nivel del mar. Se buscaba así contrarrestar las afirmaciones formuladas en Europa acerca de la imposibilidad de aclimatación de altura y los problemas de la oxigenación insuficiente que limitaban las capacidades físicas y mentales de los individuos. Tanto en Perú como también en México se realizaron estudios para refutar estas teorías, tal es el caso del fisiólogo mexicano Daniel Vergara-Lope Escobar (1865-1938). En el siglo XX, los médicos peruanos aportaron sus conocimientos sobre la fisiología de altura, incluso argumentando la existencia de una raza de las alturas con características únicas, propuesta defendida por Carlos Monge Medrano (1884-1970).

Vista aérea de la Cordillera de los Andes, 2008. Wikipedia.

Nuevos campos de investigación científica se sumaron al interés en los Andes en el siglo XX. Destaca el estudio de los rayos cósmicos, para lo cual, a la variedad de alturas se le sumó otra característica fundamental de los Andes: su ubicación alrededor del ecuador geomagnético. Físicos estadounidenses, tan famosos como los premios Nobel Robert Millikan (1868-1953) y Arthur Compton (1892-1962), fueron nuevos exploradores en las montañas andinas en sus respectivas indagaciones acerca de la composición de los rayos cósmicos. Para estas investigaciones fue fundamental la infraestructura de estaciones científicas localizadas en los Andes. Estaban al servicio de fundaciones como la Smithsonian Institution, en Chile, y la Carnegie Institution of Washington, en Perú. Asimismo, en estaciones como la de Huancayo (Perú) se agregó el estudio de los rayos cósmicos a sus registros de la actividad solar y del magnetismo terrestre. Previamente, otras instituciones habían establecido sus observatorios astronómicos en los Andes, como la Universidad de Harvard en Arequipa (Perú) y la Universidad de California en la montaña de San Cristóbal (Chile). La mencionada estación de Huancayo fue más tarde donada al gobierno de Perú y allí se instaló el Instituto Geofísico de Huancayo a mediados del siglo XX. Por entonces, otra estación para la investigación de los rayos cósmicos fue instalada en la montaña Chacaltaya, ubicada a 5.000 metros de altura en los Andes bolivianos, gracias al acuerdo de colaboración bilateral entre Brasil y Bolivia. Se convirtió más adelante en un espacio de cooperación científica internacional donde confluyeron científicos de Estados Unidos y Japón, entre otros países.

Observatorio de Física Cósmica, Chacaltaya, Bolivia. Wikipedia.

Así pues, las montañas constituyen una realidad física, geográfica y cultural con diferentes significados y configuraciones en relación a los proyectos realizados en ellas. Tal como se ha visto de manera panorámica aquí, desde hace siglos, las montañas de los Andes han sido espacios que han atraído el interés científico y confrontado los conocimientos, las prácticas, los instrumentos y las estrategias de validación científica que imperaban en cada momento. Sus características biológicas, geológicas, climáticas, geográficas, geomagnéticas y astronómicas, así como las de sus pobladores y culturas que las han habitado, conocido y dotado de significados, fueron fundamentales para la producción de conocimientos científicos en diversos campos, las más de las veces vinculados con proyectos políticos de construcción imperial o nacional. Asimismo, se ha podido comprobar que, al mismo tiempo, la actividad científica dotó a estas montañas de nuevas asociaciones, representaciones y significados. Es evidente que las montañas estuvieron ya ahí antes de cualquier empresa científica y que ahí continuarán, a pesar del asedio y las desventuras humanas.

 

 

Adriana Minor
Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

Charlotte Bigg, David Aubin y Philipp Felsch. “Introduction: The Laboratory of Nature. Science in the Mountains”, Science in Context 22 (3), 2009, 311–321.

Bernard Debarbieux y Gilles Rudaz. The Mountain: A Political History from the Enlightenment to the Present, Chicago: The University of Chicago Press, 2015.

Mark Thurner y Jorge Cañizares-Esguerra. “Andes,” en: New World Objects of Knowledge, ed. Mark Thurner y Juan Pimentel, Londres: University of London Press, 2021, 217–224.

Estudios

Catherine Nisbett Becker. “Professionals on the Peak”, Science in Context 22 (3), 2009: 487–507.

Laura Cházaro García y Ana Cecilia Rodríguez de Romo. A 2774 Metros de Altitud: La fisiología de la respiración de Daniel Vergara-Lope Escobar (1865-1938), Ciudad de México: CONACyT e Instituto de Investigaciones Filosóficas-UNAM, 2006.

Jorge Lossio. El peruano y su entorno: Aclimatándose a las alturas andinas, Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2012.

Adriana Minor. “Up and down journeys: The making of Latin America’s uniqueness for the study of cosmic rays”, Centaurus 62 (4), 2020: 697-719.

Rafael Sagredo Baeza. “De la naturaleza a la representación. Ciencia en los Andes Meridionales”, Historia Mexicana 67 (2), 2017: 759–818.

Neil Safier. Measuring the New World: Enlightenment Science and South America: Enlightenment Science and South America, Chicago: The University of Chicago Press, 2008.

Bárbara Silva Avaria. Estrellas desde el San Cristóbal: La singular historia de un observatorio pionero en Chile, Santiago de Chile: Catalonia, 2019.

Fuentes

Entrevista a Jorge Lossio sobre su libro El peruano y su entorno. Aclimatándose a las alturas andinas. Disponible en este enlace.