El conocimiento científico es resultado de su continua circulación a través de la sociedad, desde el mundo académico a la cultura popular y viceversa.

 

Hemos heredado del siglo XX una imagen seguramente algo ingenua de la divulgación científica. Se trata de una visión que podríamos denominar como “tradicional”, en la que las personas científicas profesionales, o expertas en general, parecen poseer verdades indiscutibles, que deciden después, de manera unilateral, difundir a la sociedad en forma de conocimiento simplificado. Seguramente esta imagen tópica coincide con la idea de que el conocimiento se crea primero en espacios cerrados inaccesibles al público (como el laboratorio) y, sólo en una segunda etapa, se abren las puertas y se divulga a la sociedad. Además, esta visión tradicional otorga al público en general, a las personas profanas, un papel secundario, casi irrelevante. Se las suele considerar, con frecuentes lamentaciones, casi analfabetas en cultura científica. De ahí la necesidad de una comunicación científica jerárquica y vertical entre expertos y profanos. Dicho en otras palabras: los que realmente saben deben ilustrar a los que no saben, para que éstos últimos tomen conciencia de la importancia de la ciencia moderna y comprendan, sin hacerse demasiadas preguntas, la necesidad de invertir grandes sumas de dinero público en investigación.

La sala “Making the Modern World”, del Science Museum de Londres, 2012. Wikipedia.

Este esquema se conoce como el “modelo del déficit”. Se desarrolló en los países occidentales en los años setenta y ochenta del siglo pasado, junto con el movimiento que afirmaba buscar la “comprensión pública de la ciencia” (“Public Understanding of Science”). Hay que tener en cuenta que se trata de propuestas surgidas en el contexto del final de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría para proporcionar a la sociedad una imagen positiva de la ciencia, una valoración seriamente amenazada por el Holocausto y la posterior carrera nuclear entre las dos grandes potencias. Se trataba de presentar la ciencia como un saber elitista, neutro y objetivo, cuya calificación moral solamente podía atañer a sus aplicaciones prácticas en la industria o en la guerra, no a otros aspectos. Con la esperanza de que una mayor información factual sobre los grandes logros de la ciencia, tanto en el pasado como en el presente, acabara revirtiendo en una mayor aceptación de la investigación científica y de la ciencia en general por parte de la población, el movimiento de Public Understanding of Science en el fondo reforzaba la idea, todavía hoy muy extendida, de la inferioridad epistemológica por parte de los supuestos profanos en relación a la supuestamente incuestionable autoridad científica de los expertos.

“La ciencia es divertida”. Divulgación de experimentos para niños, 2016. Autor: Evgrafov Lev. Wikipedia.

La realidad, sin embargo, parece mucho más compleja, especialmente en las primeras décadas del siglo XXI. A pesar de la creciente especialización y profesionalización de los dos últimos siglos, la supuesta “conquista social” de la ciencia no ha sido nunca efectiva del todo. Resistencias populares, tradiciones familiares, remedios caseros, visiones alternativas de la naturaleza, prácticas supuestamente heterodoxas, etc. han convivido históricamente con la ciencia “oficial”. Los profanos han aceptado, en ocasiones, esa ciencia oficial como “verdad útil”, aunque sin llegar a interiorizarla entre sus creencias más íntimas y sus prácticas cotidianas. De hecho, la polarización entre expertos y profanos ⎯o entre una ciencia académica/elitista y otra ciencia popular⎯ remite inevitablemente a la aparente separación, casi irreconciliable, entre sus respectivas visiones del mundo. Tal perspectiva conduce a un modelo rígido, y seguramente distorsionado, que ignora la riqueza de la cultura científica en todas sus manifestaciones y la relevancia de todos los actores históricos, con independencia de su formación reglada o de su estatus social. Además, el modelo del déficit relega a la ciencia supuestamente “popular” a un estatus inferior al de la ciencia académica. Es, por lo tanto, un planteamiento poco operativo en nuestro presente. Ni los expertos parecen estar en posesión de la “verdad” (véanse, por ejemplo, las controversias en la comunidad científica internacional a raíz de la crisis del covid-19), ni los profanos parecen estar desprovistos de conocimientos. Por el contrario, hoy se acepta que las personas denominadas profanas son poseedoras de determinados saberes relevantes, que suelen interactuar e influir en la manera en que los expertos construyen el conocimiento desde sus atalayas académicas.

Divulgación de experimentos de física y química, 2020. Autor: Evgrafov Lev. Wikipedia.

Se precisa, por lo tanto, una nueva mirada más dinámica y flexible al problema de la divulgación científica. En lugar de asumir una divulgación rígida, de arriba abajo, se deben analizar, con mayor flexibilidad, los procesos de circulación de conocimiento entre expertos y profanos, sus tensiones, negociaciones y contradicciones. Debemos fijarnos en los propios protagonistas históricos y sus formas variadas y cambiantes de definir determinadas fronteras entre conocimiento académico “ortodoxo” y conocimiento popular “heterodoxo”, entre los saberes del profesional y los del amateur. Se debe dar voz y matizar, al mismo tiempo, el papel de expertos y profanos en épocas y lugares diversos. De hecho, las múltiples iniciativas de “ciencia ciudadana” son buena prueba de esta nueva tendencia, aunque a menudo todavía reproducen de manera más o menos explícita los patrones del modelo del déficit.

Si en vez de modelos unidireccionales y polarizados, se adopta una aproximación horizontal y multidireccional, se descubre una nueva forma de analizar la divulgación científica como fenómeno cultural. A pesar de las reticencias frecuentes de los expertos ante la creciente influencia de la opinión pública y de los medios de comunicación (incluyendo en los últimos años el enorme impacto de Internet y las redes sociales) en la difusión del conocimiento científico a la sociedad, parece evidente que la vieja imagen del método científico como camino objetivo y neutral para descubrir las “verdades” de la naturaleza (del individuo y de la sociedad) ya no volverá. Es necesaria, por lo tanto, una nueva concepción del conocimiento como fenómeno cultural complejo y dinámico, resultado de valores, creencias, intereses personales y profesionales, etc. en el que intervienen diferentes actores históricos, todos ellos relevantes. Los grupos ecologistas, y los activistas ambientales en general, influyen en determinadas decisiones industriales, tales como el desarrollo de ciertos organismos modificados genéticamente o el uso de fuentes de energía alternativas a los combustibles fósiles para combatir los peligros potenciales del cambio climático. Determinadas asociaciones de pacientes se organizan para condicionar con sus reivindicaciones los tratamientos médicos e incluso las prioridades de investigación de una determinada enfermedad. Los ciudadanos de una determinada región presionan a las autoridades locales para condicionar el trazado o el diseño de una determinada obra pública, en función de sus intereses, su identidad y su particular visión de la naturaleza circundante. Otros activistas protestan ante laboratorios biotecnológicos por el uso de animales en la investigación y sus consecuencias éticas negativas según su punto de vista. En todos estos casos, los expertos han dejado de tener el control exclusivo del conocimiento, mientras que los supuestos profanos deben ser escuchados ante su capacidad de influencia creciente en la toma de decisiones científicas. Además, a menudo los medios de comunicación aparecen como terceros actores relevantes, que recogen y se apropian de argumentos de unos y de otros, hasta tejer una compleja red de discursos e intereses públicos y privados, que no acaban de encajar con una imagen demasiado ingenua de una ciencia supuestamente objetiva y desinteresada.

Libro de divulgación sobre virus. Centro de Comunicación de las Ciencias – Universidad Autónoma de Chile, 2020. Wikipedia.

Todo lo que sabemos hoy (y en el pasado) sobre la naturaleza (y también sobre la sociedad) se ha construido lentamente a través de complejos procesos de exposición de ideas (“expository science”). El conocimiento científico nunca se produce desde el aislamiento y la soledad, para posteriormente ser difundido a la sociedad. Por el contrario, nuestras vidas son una continua emisión y recepción de mensajes que se entrecruzan y realimentan. Grandes expertos en física nuclear o cambio climático explican sus saberes a públicos diversos (estudiantes, lectores, colegas académicos, periodistas, etc.) y, a cambio, siempre reciben algún tipo de reacción  que puede llegar a cuestionar sus propios itinerarios intelectuales. Los mensajes circulan, se entrecruzan, se realimentan, mientras nosotros ocupamos papeles muy diversos en nuestra vida social, desde expertos respetables en nuestra profesión hasta profanos en otros campos y actividades en las que podemos considerarnos legos. Es precisamente en este intercambio continuo de papeles y mensajes donde se forja el conocimiento de un determinado campo, siempre de manera dinámica y provisional. Más allá de académicos respetables, protegidos en sus torres de marfil, la batalla del saber se juega en arenas movedizas, públicas, abiertas, mediáticas, en las que entre las múltiples voces e intereses sólo algunas logran devenir hegemónicas, y siempre de manera temporal.

Sólo superando explicaciones polares como las de expertos-profanos, profesionales-amateurs, académico-popular, ortodoxo-heterodoxo, etc., se logrará comprender la riqueza de matices de la circulación del conocimiento y la naturaleza escurridiza de los públicos de la ciencia en nuestras sociedades contemporáneas.

 

 

Agustí Nieto-Galan
IHC-UAB

Oliver Hochadel
IMF-CSIC

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

Nieto-Galan, Agustí. Los públicos de la ciencia. Expertos y profanos a través de la historia. Madrid: Marcial Pons; 2011

Gregory, Jane; Miller, Steve. Science in Public Communication, Culture and Credibility. New York: Basic Books; 1998.

Shinn, Terry; Whitley, Richard (eds.). Expository Science. Forms and Functions of Popularization. Dordrecht: Reidel; 1985.

Estudios

Bensaude-Vincent, Bernadette. In the name of science. in J. Krige, D. Pestre (eds.) Science in the twentieth century. Amsterdam: Harwood Academic; 1997, 319-338.

Knight, David. Public Understanding of Science: A History of Communicating Scientific Ideas. London: Routledge; 2006.

Nieto-Galan, Agustí. Science in the Public Sphere. A History of Lay Knowledge and Expertise. London: Routledge; 2016.

Felt, Ulrike. Why Should the Public ‘Understand’ Science? A Historical Perspective on Aspects of the Public Understanding of Science. in Dierkes, Meinolf; Von Grote, Claudia (eds). Between Understanding and Trust: The Public, Science and Technology. Harwood: Amsterdam; 2000, 7-38.

Bucchi, Massimiano. When scientists turn to the public: Alternative routes in Science Communication. Public Understanding of Science 1996; 5: 375-394.

Fyfe, Aileen; Lightman, Bernard (eds). Science in the Marketplace: Nineteenth-Century Sites and Experiences. Chicago: Chicago University Press; 2007.

Hilgartner, Stephen. The dominant view of popularisation: conceptual problems, political issues. Social Studies of Science. 1990; 20: 519-539.

Secord, James. Knowledge in Transit. Isis. 2004; 95: 654-672.

Strasser, Bruno ; Baudry, Jérôme ; Mahr, Dana ; Sanchez, Gabriela ; Tancoigne, Élise. «Citizen Science»? Rethinking Science and Public Participation. Science & Technology Studies. 2019; 32(2): 52-76.

Callon, Michel. The role of lay people in the production and dissemination of scientific knowledge. Science, Technology and Society. 1999; 4(1): 81-94.

Fuentes

Cohen, I. Bernard.The education of the public in science. Impact of Science on Society 1952; 3:78-81,

Thomas, Geoffrey; Durant, John. Why should we promote the public understanding of science? Scientific Literary Papers 1987; 1:1-14.

Durant, John R.; Evans, Geoffrey A.; Thomas, Geoffrey P. The Public Understanding of Science. Nature, 1989; 340: 11-14.

Páginas de internet y otros recursos

Día de la Divulgación Científica en Campus Viña del Mar, Universidad Adolfo Ibáñez (11/09/2019). Conferencias, conversatorios, charlas, observación astronómica en planetario móvil, la exhibición de meteoritos y la exposición “Ciencia y prensa” fueron parte de las actividades del Día de la Divulgación Científica, instancia de reflexión sobre el vínculo entre ciencia y sus públicos. Disponible en este enlace.

La recerca científica a peu de carrer, a la Biennal Ciutat i Ciència. Disponible en este enlace.

The Royal Institution of Great Britain has been doing a free public family-oriented science lecture on a topic each year since 1825, The RIGB website has over 50 years of lecture videos. Disponible en este enlace.