—La “Academia” de Jundishapur, la “Casa de la Sabiduría” de Bagdad y la “Escuela de Traductores” de Toledo, entre la realidad y la ficción.—

 

Científicos y pensadores en la Edad Media, a partir de una miniatura del siglo XVI que muestra astrónomos árabes. Procede de la Biblioteca de la Universidad de Estambul (Turquía). Wikipedia.

La historia de la traducción científica medieval es tan apasionante y posee tantos matices que no son pocos los estudiosos que, al enfrentarse a ella,  han añadido una buena dosis de imaginación a la búsqueda, la presentación de datos y la discusión de explicaciones que los sustenten. La imaginación, en sí, no es algo negativo en el proceso investigador, más bien todo lo contrario, pero debe contrapesarse siempre con el fundamento de las pruebas.

Esa amplísima etapa de la traducción científica, que abarca a grandes rasgos los diez siglos que separan el V del XV, fue fundamental en la transmisión y recepción de los saberes de la Antigüedad. Estos saberes primero conformaron la ciencia grecoárabe y, después, provocaron un profundo cambio en los planteamientos científicos occidentales, estimulando su renovación y determinando el fondo y la forma de la ciencia europea bajomedieval y renacentista.

Dependiendo del momento y del lugar en que nos detengamos, la actividad traductora tuvo como protagonistas a unas lenguas o a otras: así, en los siglos VI y VII las traducciones llevadas a cabo en diversos puntos del antiguo Imperio Romano de Oriente (después llamado Imperio Bizantino) tomaron al griego como lengua de partida y al siriaco como lengua de llegada. Estas traducciones serían fundamentales en la transmisión del saber de la Antigüedad al Mundo Medieval. Conviene recordar que el rico intercambio cultural y científico que allí había se vehiculaba a través del griego, comprendido por todos los interesados, lo que hizo innecesario traducir en buena parte de ese territorio. Sin embargo, en los límites más orientales del Imperio, en la frontera con el Imperio Sasánida, donde el conocimiento del griego era menor, aunque la actividad científica quizá no fuera tan relevante, sí fue preciso traducir. Aunque ya antes se había traducido desde el griego hacia el persa medio, el siriaco cobraría gran importancia como lengua de llegada en los primeros siglos medievales gracias al apoyo de diversos grupos cristianos, sobre todo los nestorianos, empeñados en demostrar que algunos postulados de la filosofía griega eran compatibles con los del cristianismo. Eso les llevó a verter varias obras filosóficas griegas, lo que actuó de “pistoletazo de salida” para todas las grandes traducciones científicas efectuadas desde el griego al siríaco.

A ese primer periodo traductor le sucedió otro ligado a la aparición del Islam en el siglo VII de nuestra era y su expansión, en menos de un siglo, desde la Península Arábiga a Mesopotamia, Persia, Siria, Palestina, Egipto, frontera de la India, norte de Africa, algunas zonas de Italia y la Península Ibérica. En algunas de las ciudades conquistadas encontraron un oasis cultural que supieron aprovechar volcando al árabe las obras griegas previamente vertidas al siriaco: en el siglo VIII se tradujo desde el siriaco hasta el árabe mientras que en el IX se hizo directamente desde el griego al árabe, de forma que en el X estaban vertidos a esta lengua la mayor parte de los textos de la ciencia griega que luego se conocieron en Occidente. Por otra parte, a finales del siglo VIII, se empezó a trasladar libros sánscritos de astronomía hacia el árabe y los de medicina a partir del  IX. Las versiones desde el copto y desde el persa medio datan igualmente del siglo VIII, mientras que las del chino fueron bastante más tardías (siglo XIII en adelante). Todo ello permitió a los sabios musulmanes asimilar los conocimientos clásicos, griegos y latinos, a los que incorporaron, además de sus aportaciones, muchas novedades del mundo oriental, mediante una notable labor de reformulación y síntesis de la ciencia precedente, lo que les permitió construir un sólido edificio científico propio, expuesto en lengua árabe. En este sentido, es significativo que, por lo menos, desde el siglo X se traduzca desde el árabe al griego en diversos puntos de Bizancio, lo que parece demostrar que para los intelectuales de entonces la ciencia árabe había logrado superar a la ciencia anterior.

Amplísimo territorio conquistado por los musulmanes hacia el año 750. Wikipedia.

Si esto es lo que ocurría en Oriente, en Occidente hubo asimismo un importante trabajo de traducción con el árabe como lengua de partida y, especialmente el latín, como lengua de llegada, si bien se tradujo igualmente desde el árabe hacia algunas lenguas romances e, incluso, el hebreo. Las versiones hacia el latín habrían comenzado, no después del siglo X, adquiriendo verdadera relevancia en el XII y el XIII, mientras que entre los siglos XIII y XV proliferarían sobre todo aquellas que implicaron a las lenguas romances o el hebreo. Para que se produjeran todas estas traducciones fue determinante el dominio musulmán ejercido a partir del siglo VIII en la Península Ibérica y algún punto de la Itálica, lo que permitió un incesante intercambio de textos y libros y la circulación de sabios y “científicos” entre puntos diversos y distantes del amplio Mundo Islámico que contribuyeron a diseminar el conocimiento científico en lengua árabe por todo el Imperio. También contribuyeron a la formación de importantes bibliotecas en, por ejemplo, Córdoba o Zaragoza,  que serían cruciales para el desarrollo de la traducción posterior hacia el latín, romance o hebreo.

Lenguas implicadas en las traducciones científicas medievales. Autoría propia.

Pues bien, hay al menos tres sitios “míticos”, que en la historiografía se han relacionado con estas tres fases mencionadas de las traducciones medievales: la “Academia de Jundishapur, la “Casa de la Sabiduría” de Bagdad y la “Escuela de Traductores” de Toledo. Aunque fueron varias las ciudades donde se tradujo desde el griego, Jundishapur fue protagonista de una llamativa idealización en siglos posteriores. En esta especie de “puesto avanzado” del helenismo en el suroeste del actual Irán, donde convivirían eruditos grecohablantes y siriacohablantes, habría un centro intelectual, para algunos el más importante del Imperio Sasánida, organizado a imagen de la célebre Escuela de Nísibe, donde se ofrecería formación en teología, filosofía, medicina y ciencias. Esa “Academia” llevaría anejo, además, un gran hospital, que luego serviría de modelo a los hospitales islámicos. Hasta ella habrían llegado en su huida los cristianos nestorianos expulsados de Edesa y, con su trabajo, no solo la convertirían en el centro médico por excelencia durante los siglos VI y VII, sino que habrían realizado innumerables versiones persas y siriacas de textos científicos griegos, de acuerdo con algún tipo de programa de traducción.

Lo cierto, sin embargo, es que no es demasiado lo que de esa grandiosidad de Jundishapur se ha podido probar: es dudoso que hubiera un gran hospital, más allá de una pequeña enfermería, así como una escuela formal de medicina o una posible planificación reglada de la traducción. Sí parece claro que, desde el siglo VIII y a lo largo de varias generaciones, los médicos más notorios de la capital del Imperio Abasida (Bagdad) pertenecían a familias nestorianas originarias de Jundishapur. En el siglo X, estas familias estaban definitivamente asentadas en Bagdad, con lo que Jundishapur fue perdiendo entidad, de forma que en el siglo XIII estaba completamente en ruinas. Fue precisamente entonces cuando algunos historiadores musulmanes se imaginaron que en ella habían existido desde los siglos III y IV unas instituciones refinadísimas, tales como las que quizá conocieron en su propia época en otras ciudades.  Estos historiadores estaban deslumbrados por el renombre de los médicos bagdadíes, muchos de los cuales debían su fama menos a sus conocimientos que a ser cortesanos favoritos y que, tal vez, habían forjado ellos mismos un relato que proporcionaba a sus familias un pasado glorioso en Jundishapur para conseguir ganar peso en la corte. Mucho tiempo después, algunos historiadores del XIX y del XX exhumaron dicha historia y evocaron de nuevo aquel paraíso maravilloso donde musulmanes, judíos y cristianos colaboraron en el estudio y la traducción desde el griego o el sánscrito hacia el árabe o el siriaco elevando a Jundishapur a símbolo metahistórico, escasamente sometido a la crítica.

Por su parte, aunque en el mundo islámico hubo otros muchos centros culturales, la capital del saber desde el siglo VIII coincidió con la del Imperio: Bagdad, hasta donde llegaron sabios procedentes de otros lugares, en ocasiones para entrar al servicio de los califas, con el fin de asegurarles el prestigio intelectual frente al Imperio Bizantino. Es clásico señalar que, en la segunda mitad de ese siglo VIII, se fundó en Bagdad la “Casa de la Sabiduría” (bayt al-hikma),  un centro que supuestamente no solo acogió a astrónomos, matemáticos o médicos, sino que también habría aglutinado la fabulosa labor de traducción citada más arriba: desde el griego, el siriaco, el persa o el copto, entre otros idiomas, hacia el árabe. A pesar de que esta idea está bastante aceptada, lo cierto es que no hay pruebas rotundas que la apuntalen, lo que ha originado que no falten los autores que piensen que, de haber existido la Casa de la Sabiduría, es más creíble explicarla como una especie de biblioteca donde se recopilaban traducciones árabes desde el persa y, a lo sumo, otras lenguas orientales, pero sin conexión con el movimiento traductor grecoárabe de los siglos VIII y IX. Sea como fuere, se estipulara o no un programa de traducción en ella, lo que no puede negarse es el volumen de las traducciones bagdadíes, así como su huella sobre la ciencia posterior. Este hecho sugiere que, en todo caso, hubo algún tipo de infraestructura y de mecenazgo, así como una buena dotación de textos fuente que permitieron y aseguraron el proceso traductor.

Alfonso X dictando. Detalle de una miniatura de “Las cantigas de Santa María”, del siglo XIII, que se conserva en la Biblioteca de El Escorial (España). Wikipedia.

Y si no hay pruebas irrefutables de la llamada Casa de la Sabiduría y lo que ocurriera en su seno, tampoco las hay de que en Toledo se practicara, y se enseñara o aprendiera, de forma reglada la traducción en esa hipotética “Escuela de Traductores” a la que tantos se han referido. Está admitido que, tras las primeras traducciones aisladas del siglo X en el ámbito catalán, y su lento despegue en el siglo siguiente, la traducción ibérica se convertiría en decisiva en los siglos XII y XIII, originando unas versiones latinas mediante las que se difundieron hacia el resto de Europa el pensamiento y la ciencia grecoárabes. En su génesis fue crucial que coexistieran distintas comunidades religiosas, lingüísticas y culturales, de las que determinados miembros colaborarían entre ellos y con otras personas llegadas de múltiples puntos de Europa para volcar algunos de los incontables textos árabes presentes en la Península Ibérica. Una de las zonas, de cita inexcusable, donde se acometió este trabajo se localiza en torno al valle del Ebro: Tarazona, Nájera, Tudela, etc. La otra gran zona traductora fue la de Toledo que, ya a mediados del siglo XII, llegó a convertirse, al amparo de la catedral, en el principal centro traductor de Europa. En el XIII lo sería aún más, con el impulso dado por el rey Alfonso X. En Toledo se practicó la traducción con tal fuerza que no han faltado los historiadores, cuya imaginación les ha llevado a suponer la existencia de una auténtica “Escuela de Traducción”. Es una suposición que, a pesar de haber sido desterrada, se resiste a desaparecer: parece probado que allí no hubo unas enseñanzas reglamentadas o un cuerpo de traductores formalmente constituido, sino una coincidencia geográfica, de mecenazgo y, a veces, de cooperación. Sin embargo, el gran número de textos traducidos y la consistencia del método empleado significa para otros estudiosos una cierta “profesionalización” de la traducción. Como en el caso de Bagdad, lo que es innegable es que Toledo contó con bibliotecas, talleres de producción y de comercio de libros, que aseguraron el punto de partida de las tareas traductoras, así como de un apoyo institucional que permitió, o incluso alentó, dichos trabajos, impensables en otras circunstancias.

Desde luego, respecto a estos tres fantásticos lugares, bien podría añadirse aquello de que se non è vero, è ben trovato.

 

 

Bertha M. Gutiérrez Rodilla
Universidad de Salamanca

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

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Estudios

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Páginas de internet y otros recursos

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