—La ciencia surgió como profesión en el siglo XIX, al mismo tiempo que se consolidó una estructura de disciplinas y especialidades.—
William Whewell (1794-1866) desarrolló una singular carrera académica en la primera mitad del siglo XIX. Era hijo de un carpintero y se interesó pronto por cuestiones de filosofía natural y teología. Pocas personas de sus orígenes sociales consiguieron entrar en Cambridge en esos años y, muchas menos, realizaron unos estudios tan brillantes como para obtener una plaza de profesor de mineralogía y luego de filosofía. Su recorrido intelectual se desarrolló entre las humanidades y las ciencias, cuando las fronteras entre ambas eran borrosas y existían muchos puentes para el trasiego frecuente de personas e ideas. Whewell escribió obras de poesía, ensayos de economía política, libros de filosofía e innumerables artículos sobre temas variados relacionados con la naciente geología y cuestiones diversas de ciencias. En la actualidad se le recuerda, sobre todo en el mundo anglosajón, por sus trabajos de historia y filosofía de la ciencia. Participó en debates sobre la ciencia de su tiempo y acuñó diversas expresiones con más o menos fortuna. Entre las que han permanecido hasta la actualidad figuran ánodo y cátodo que fueron popularizados por su colega Michael Faraday.
Otro de sus neologismos de éxito fue la palabra scientist. Con esta expresión, Whewell pretendía establecer un término genérico para designar a las personas que desarrollaban actividades relacionadas con la ciencia o con la «filosofía natural», tal y como se había venido denominando hasta entonces. Existían en otras lenguas expresiones que cubrían, de diversos modos y con significados aproximados, este campo semántico fluido y cambiante. Por ejemplo, en alemán se empleaba Natur-Forscher (investigador de la naturaleza) mientras que en francés savant era usado para designar a personas con formación especializada, incluyendo áreas relacionadas con las ciencias experimentales. Whewell propuso scientists inspirándose en otros modelos de su época como artist o atheist. Presentó sus propuestas en 1833 en una reunión de la British Association for the Advancement of Science (Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia) y, aunque produjo controversia, el término acabó imponiéndose.
Más allá de esta feliz creación, historiadores como Andrew Cunningham han señalado que al acuñar el nuevo término, Whewell estaba apuntando un cambio más profundo en la forma de practicar la ciencia. Según Cunningham, fue en esos años cuando se produjo la aparición de carreras profesionales relacionadas con la ciencia (con nuevos sistemas de formación y control del ejercicio profesional), la creación de nuevas sociedades, la secularización de la actividad científica (con una separación clara de la teología, algo que no ocurría en la época de Newton) y la asociación de la ciencia con los valores de la nueva burguesía emergente: meritocracia, progreso, industria. En otras palabras, buena parte de las características que habitualmente se asocian con la ciencia moderna surgieron en las primeras décadas del siglo XIX para consolidarse en las siguientes.
El siglo XIX fue también un período de gran desarrollo de la divulgación científica. Se crearon revistas, sociedades, series de monografías, editoriales especializadas, cursos nocturnos, sesiones abiertas de academias, grandes museos de ciencia, etc. Una parte importante del público estaba formado por mujeres, algunas de las cuales fueron también autoras de obras de gran éxito en este terreno. En estos años también se produjo un incremento de la presencia de la ciencia en la enseñanza general y universitaria. Se implantaron cursos de física, química y ciencias naturales en diversos niveles de la enseñanza primaria y secundaria, dentro de nuevas instituciones que acogieron a un número creciente de personas. En el terreno universitario se crearon las primeras facultades de ciencias que, de forma paulatina, se transformaron en un espacio formativo obligatorio para desarrollar carreras de ciencia, dentro de una gama amplia de viejas y nuevas instituciones que se transformaron en el entramado académico de la ciencia en muchos países de la segunda mitad del siglo XIX. A finales de siglo, los nuevos institutos de investigación, como el Physikalische Technische Reichsanstalt de Berlín, crearon nuevas posibilidades para la investigación experimental al permitir el desarrollo de un entorno material, con instrumentos más complejos y precisos, que fomentó el anhelo de precisión que inspiró a muchos estudiantes bajo la tutela de sus primeros directores, Hermann von Helmholtz y Friedrich Kohlrausch. Mientras avivaban esta nueva cultura experimental, los nuevos institutos, entre los que figuraba también el laboratorio Cavendish de Cambridge bajo la dirección de James C. Maxwelll, sirvieron de puentes entre el mundo académico e industrial, al mismo tiempo que permitieron nuevas formas de colaboración entre los estados y la comunidad científica, las cuales se acentuaron durante los años de la I Guerra Mundial, tal y como se puede comprobar en otros apartados. Los centros también sirvieron como «zonas de contacto», dado que acogieron estudiantes de todo el mundo. Se establecieron así redes mundiales de intercambio de personas, textos y objetos, a través de las cuales circularon, de forma creativa y cambiante, las diferentes culturas de la precisión de las ciencias experimentales.
Las nuevas instituciones, junto con los nuevos sistemas de formación, reglados y con métodos de evaluación estrictos, también sirvieron para excluir a muchos grupos de las carreras científicas que, hasta ese momento, habían permanecido más abiertas. El resultado fue la aparición de toda una serie de nuevas barreras que limitaron, por ejemplo, el acceso de las mujeres a la actividad científica y sus posteriores carreras en el mundo académico. Las barreras no impidieron que muchas mujeres pudieran realizar contribuciones destacadas en áreas como la astronomía, la química o la botánica. Todos estos asuntos se analizan con más detalle en otras entradas. Otra tendencia marcada durante el siglo XIX fue un incremento en el reclutamiento de personas con formación científica por parte de los gobiernos para atender toda una serie de problemas relacionados con la sanidad, la guerra, la alimentación o la justicia criminal. También hubo un proceso similar en el terreno de la industria química, agroalimentaria y farmacéutica, con el fin de racionalizar la producción, mejorar los procedimientos e introducir innovaciones, tanto procedentes de estudios académicos como de investigaciones desarrolladas en el seno de los laboratorios industriales. Aunque se trató de un proceso de largo recorrido, con casos destacados en períodos anteriores, la aparición de la ciencia como profesión liberal permitió el reclutamiento en nuevos ámbitos para reforzar una tendencia que continuó durante el siglo XX. Se plantearon así, al menos de forma embrionaria, dos de los problemas que seguirían siendo importantes en el futuro: la extensión y la legitimación de las voces expertas.
No era tarea fácil establecer el conjunto de voces autorizadas para tratar de problemas relacionados con la producción industrial, la salud pública o la alimentación. Un título universitario en ciencias, tecnología o medicina no era garantía de éxito para resolver problemas industriales o agrícolas. Muchas personas con experiencia y saberes especializados en estos ámbitos carecían de estos títulos, incluso de formación reglada alguna. Para las personas profanas en estos temas, que tenían que tomar las decisiones correspondientes, no resultaba fácil seleccionar un equipo asesor. Tal y como ha señalado el sociólogo Steven Shapin, las fuentes de legitimidad de las personas expertas son variadas y cambiantes: títulos universitarios, carreras profesionales, experiencia de campo, tecnologías manejadas, orígenes sociales, educación liberal, vínculos con los poderes predominantes, buena posición económica, etc. Algunos de estos ingredientes pueden ser decisivos en ciertos entornos y completamente inútiles como fuente de legitimidad en otros. El contexto judicial fue uno de los primeros en los que se visualizaron estas tensiones, dada la larga tradición de presencia de saberes expertos en los tribunales. Las transformaciones en los códigos legales, los métodos procesales y los estándares de prueba fueron de gran calado en muchos países del siglo XIX, con lo que se crearon nuevas formas de colaboración entre ciencia y justicia que llevaron aparejadas nuevos problemas e incertidumbres en la gestión del saber experto.
Los cambios en las carreras científicas, junto con la presencia de la ciencia en nuevos ámbitos, estuvieron también asociados con transformaciones en las disciplinas científicas y con el desarrollo de la especialización. Una disciplina científica requiere unos contenidos particulares, más o menos delimitados y estructurados; una literatura propia (libros de texto y revistas especializadas), un territorio institucional (facultades, centros de investigación, laboratorios, etc.), un reconocimiento externo y una memoria colectiva compartida, así como ciertos valores sobre los métodos de trabajo y problemas por resolver. Las disciplinas pueden tener configuraciones muy diferentes según el entorno escolar o académico y su contexto geográfico o cultural. Son entidades socioculturales en constante transformación: nacen, crecen, se desarrollan, compiten y, a menudo, se extinguen o dan lugar a otras nuevas, muchas veces a través de procesos de hibridación o segmentación que producen nuevas especialidades.
Durante el siglo XIX se produjo la estructura de disciplinas (química, biología, geología, física, etc.) que formaría el núcleo de la ciencia durante la primera mitad del siglo XX. Esta estructura, aparentemente tan sólida para los miembros de las comunidades disciplinares, entró en crisis en la segunda mitad del siglo XX, con la aparición de áreas interdisciplinares y nuevos campos de investigación, basados en la colaboración multidisciplinar, que desafiaban cualquier encaje en las disciplinas del siglo XIX. En la actualidad, aunque la palabra que acuñó ha sobrevivido, Whilliam Whewell tendría problemas para reconocer a las personas que trabajan en tareas científicas, así como para identificar la propia naturaleza de estas actividades. De modo inverso, la adopción acrítica de la estructura disciplinar actual para el estudio del pasado de la ciencia puede conducir también a fuertes confusiones. El siglo XIX, con sus grandes transformaciones en todos los ámbitos citados, debe servir para prevenirnos de los excesos del presentismo en el estudio de la historia de la ciencia, la tecnología y la medicina.
José Ramón Bertomeu Sánchez
IILP-UV
Cómo citar este artículo:
Bertomeu Sánchez, José Ramón. William Whewell y la ciencia como profesión liberal. Sabers en acció, 2020-12-31. https://sabersenaccio.iec.cat/es/william-whewell-y-la-ciencia-como-profesion-liberal/.
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