—De los lectores de cadáveres en la China imperial a la policía científica londinense de principios del siglo XX y el desarrollo de las huellas dactilares.—

 

Una de las áreas con mayor recorrido en la participación de expertos es la administración de justicia. Se conocen ejemplos de intervenciones en asuntos criminales como asesinatos o envenenamientos, juicios civiles relacionados con patentes o daños medioambientales, o en temas de malas prácticas relacionadas con la medicina o la farmacia. También es necesario considerar la labor de expertos en la producción de regulaciones y su posterior aplicación, por ejemplo, en el terreno de la agricultura, el comercio, la alimentación o la salud pública. Estas regulaciones pueden también afectar a ingredientes cruciales de la ciencia, la tecnología y la medicina, desde el establecimiento de estándares de calidad, hasta la expedición de títulos académicos o el control de actividades como la experimentación animal o los ensayos clínicos, con sus correspondientes implicaciones éticas y económicas.

Una de las series más famosas acerca de la policía científica. Se emplea en el mundo norteamericano la expresión “CSI effect” para hacer referencia a las falsas expectativas creadas por las representaciones idealizadas de la ciencia en los tribunales. Wikipedia.

Todo este universo de interacciones comporta una cambiante coproducción de la ciencia y el derecho, con rasgos diferentes según los contextos, lo que exige análisis detallados para abordar la complejidad de las interacciones. Para tener una imagen cabal del problema resulta obligatorio repasar los estudios sobre expertos descritos en otros apartados y recurrir a la historia de las relaciones entre ciencia y justicia en diversos contextos. El concepto de «cultura forense», empleado por el historiador Christopher Hamlin, permite abordar las formas de construir pruebas periciales en distintos ecosistemas legales. Incluye una gran variedad de ingredientes: las angustias y las preocupaciones de las clases dominantes; los delitos considerados como más graves y el marco jurídico que legitima la movilización de saberes periciales; las tecnologías probatorias y los estándares de prueba; y la extensión del grupo con voz autorizada para presentarse como testigos expertos en juicios y tratar acerca de asuntos periciales de los casos. Todos estos componentes de una cultura forense están íntimamente relacionados. Por ejemplo, el marco jurídico, así como las personas elegidas en cada caso condicionan las tecnologías consideradas como aceptables para la producción de pruebas periciales fiables y también establecen prioridades en sus formas de verificación y presentación en los tribunales.

El concepto de cultura forense permite analizar situaciones tan diferentes como los lectores de cadáveres de la China imperial, los expertos fisionomistas en tribunales islámicos medievales o la moderna policía científica de Scotland Yard de principios del siglo XX. Son solamente tres ejemplos de una gran diversidad de interacciones entre ciencia y derecho que moldean la acción de expertos en la administración de justicia. La medicina forense tuvo un largo recorrido dentro de la cultura china. El libro Xiyuan jilu, escrito alrededor de 1247 por el magistrado Song Ci (1186-1249), ha sido muchas veces considerado como el primer gran tratado sistemático de medicina forense. Otras obras organizaron los procedimientos para inspeccionar cadáveres desarrollados en la China imperial y fueron empleadas por los oficiales (wuzuo) hasta el siglo XX para redactar detallados informes de investigación criminal. Se exhortaba a recoger todos los detalles, tanto del cuerpo como del lugar de los hechos. Se ofrecían pistas para distinguir entre heridas reales y falsas mediante filtros de luz. También se describían diversos indicios de los venenos y técnicas para distinguir entre la inmersión antes o después de la muerte o para descubrir familiares de las víctimas mediante gotas de sangre. Estas obras permitieron crear unos informes estandarizados que legitimaron así las prácticas de la comunidad de funcionarios encargados de estas tareas.

Los nombres de los huesos en el libro de Song Ci según una edición del siglo XIX. Wikipedia.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX se fueron incorporando diferentes aspectos de la medicina legal europea que se entremezclaron con los saberes de la tradición china. Se prestó mayor interés a asuntos como las gotas de sangre o la fauna cadavérica, temas incipientes en la medicina legal europea, que formaban parte desde hacía tiempo de las prácticas de los lectores de cadáveres. En este contexto híbrido y complejo se produjo la llegada de las nuevas técnicas policiales durante las primeras décadas del siglo XX, coincidiendo con los intentos de europeización propios de la Nueva República China. Aunque surgieron nuevas instituciones de medicina legal, la práctica de la inspección cadavérica continuó basándose en gran medida en funcionarios formados en las prácticas tradicionales formalizadas y estandarizadas durante la China imperial, con mayor o menor incorporación de saberes procedentes de la medicina legal europea, muchas veces a partir de obras japonesas. De este modo, en el primer tercio del siglo XX, coexistieron en la República China una diversidad de saberes y prácticas, así como de profesionales y expertos, en diversas tareas relacionadas con la administración de justicia, la cual se mantuvo, con fuertes transformaciones, en la segunda mitad de siglo.

Maletín con las herramientas empleadas por Hans Gross para la recogida de indicios del escenario del crimen. Procedente del Hans Gross Kriminalmuseum. GAMS.

Scotland Yard fue uno de los escenarios europeos de la nueva policía científica, pero muchos de sus rasgos habían sido desarrollados en otras culturas forenses. Una parte procedían del continente europeo: las fuentes de inspiración fueron las obras de jueces de instrucción como Hans Gross (1847-1915) o los trabajos de policías franceses como Edmond Locard (1877-1966). Se trataba de saberes surgidos en contextos híbridos, donde la práctica judicial o policial interaccionó con la medicina legal del siglo XIX. Otra fuente de inspiración fueron las peripecias de personajes literarios como los inspectores Lecoq y Sherlock Holmes creados por autores como Émile Gaboriau y Arthur Conan-Doyle. Las nuevas tecnologías estaban basadas en el denominado “paradigma indiciario”. Se protegía el lugar de los hechos para evitar su contaminación y proceder así a la recogida minuciosa de restos, incluso aquellos más anodinos y triviales, para someterlos a un análisis pormenorizado, mediante técnicas más o menos basadas en la ciencia. Frente a los médicos forenses del siglo XIX, cuya labor solitaria se basaba en la inspección de cadáveres en la morgue, la nueva policía científica trabajaba en equipo, con personas de formaciones variadas que podían emplear un amplio abanico de técnicas de diverso origen para aplicarlas al escenario del crimen.

Una de las tecnologías características de la nueva policía científica fue el uso de las huellas dactilares. Habían sido empleadas en las civilizaciones babilónicas, en Egipto o en la China antigua para firmar contratos, identificar a fabricantes, autentificar documentos o con finalidad adivinatoria. También habían sido usadas con objetivos similares en la India, donde fueron redescubiertas por la administración imperial británica para sus objetivos de control del fraude en operaciones comerciales y en asuntos de la dominación colonial. Al mismo tiempo, y con más o menos interacción, las huellas dactilares fueron objeto de interés por parte de médicos y naturalistas. Por ejemplo, Jan Purkyne (1787-1869) realizó una de las primeras propuestas de clasificación a principios del siglo XIX. Décadas más tarde, Francis Galton (1822-1911), un familiar de Darwin, las empleó para desarrollar sus trabajos acerca de la herencia de caracteres. En el terreno policial, los primeros departamentos que emplearon las huellas dactilares fueron dirigidos por Juan Vucetich (1858-1925) en la policía de la provincia de Buenos Aires y Edward Henry (1850-1931) en la policía colonial de la India, luego en Sudáfrica y finalmente en Scotland Yard, donde estableció una de las primeras escuelas de formación a principios del siglo XX. Cada uno de ellos desarrolló el sistema de clasificación de Galton hasta crear sistemas propios que posteriormente serían adoptados, con nuevas transformaciones, en diversos países del mundo. El sistema de Henry y sus variantes tuvo una mayor circulación en los países anglosajones y gran parte del norte de Europa, mientras que el de Vucetich se impuso en América Latina y en España.

La transformación de las huellas dactilares en una tecnología de identificación implicó superar problemas técnicos, organizar buenas clasificaciones y vencer resistencias entre identificadores e identificados. En algunos países se produjeron controversias importantes entre especialistas de la identificación, con fuertes tensiones entre comunidades académicas y profesionales policiales, mientras que en otros contextos primó la colaboración y se dieron situaciones híbridas de uso conjunto con otros métodos como la antropometría de Alphonse Bertillon (1853-1914) y sus variantes. Todavía fueron mayores las resistencias entre las personas identificadas, al principio limitadas a grupos marginales, delincuentes habituales y presos, si bien también hubo intentos tempranos de extenderlas al conjunto de la población.

Huella dactilar con su clasificación en la parte superior según el sistema ideado por Federico Olóriz Aguilera (1855-1912), uno de los principales defensores de este método de identificación en España. Enciende.

Su empleo en el control colonial en la India o en Sudáfrica, junto con los intentos de aplicación masiva por regímenes fascistas en Italia y Francia, crearon una imagen negativa de las huellas dactilares que limitó su posterior generalización a toda la población en muchos países europeos de la segunda mitad del siglo XX. En España, por el contrario, el documento nacional de identidad, obligatorio por un decreto del gobierno franquista de marzo de 1944, incluyó la fotografía del individuo y su huella dactilar (inicialmente del pulgar, más tarde del índice). Este diseño, que sorprendía a muchos visitantes europeos en los años sesenta y setenta, se mantuvo incluso bastantes años después de la muerte del dictador.

Las huellas dactilares como tecnología probatoria de identificación entraron en crisis a finales del siglo XX, con la llegada de las nuevas técnicas relacionadas con el ADN. En diversos juicios celebrados entre esas décadas se constataron errores judiciales provocados por el uso de las huellas dactilares, en ocasiones debido a prácticas policiales deficientes o directamente fraudulentas. Un caso famoso fue la falsa identificación de Brandon Mayfield a partir de una huella encontrada durante los atentados de Madrid en marzo de 2004 que desveló sesgos racistas y falta de protección frente a los abusos policiales. En otras ocasiones, las investigaciones judiciales comprobaron que algunos policías fabricaban pruebas falsas para resolver casos por la vía rápida mediante la aplicación artificial de huellas dactilares de supuestos criminales en escenarios del crimen. A todas estas fuentes de error y escándalo se unió la competencia desleal de las huellas de ADN. Introducidas en la década de 1980, y tras unos años de controversias y casos mediáticos, esta tecnología genética se transformó en un método estandarizado con una extraordinaria fuerza probatoria, hasta el punto que pudo emplearse para refutar cualquier indicio conseguido a partir de las antiguas técnicas. Algunos de los casos más famosos en este sentido estuvieron relacionados con el Innocence Project, un proyecto colectivo de abogados, científicos y activistas estadounidense creado en 1992 para denunciar los errores judiciales cometidos con muchos prisioneros, en ocasiones condenados a muerte o cadena perpetua.

Un documento nacional de identidad impreso en España durante la dictadura franquista. Colección particular del autor.

El ejemplo de las huellas dactilares permite pensar muchas de las cuestiones relacionadas con las culturas forenses. Respondieron a diversas ansiedades de los grupos dirigentes (el control de reincidentes, la dominación colonial, la creación de estados panópticos) y comportaron una gran variedad de expertos (administradores coloniales, médicos forenses, policía científica) con diversa participación en los sistemas jurídicos donde se emplearon (India colonial, Sudáfrica del apartheid, Inglaterra victoriana, España franquista), de modo que también fueron variados sus usos: identificación de criminales, gestión de prisioneros, contratos comerciales, documentos civiles, cédulas de identidad, etc. Su introducción no supuso el fin de los problemas relacionados con la identificación de personas. Por el contrario, introdujo nuevos tipos de errores judiciales y propició formas de fraude y suplantación de personalidad que no eran posible con las prácticas tradicionales. A pesar de las grandes esperanzas de sus promotores, su éxito fue circunstancial y relativo. Su fiabilidad fue cuestionada con la llegada de nuevas técnicas genéticas, las cuales también dieron lugar a controversias, falsos positivos, errores judiciales y corrupción policial. Es previsible que sean reemplazadas por nuevas técnicas en un futuro no demasiado distante. Todo apunta a que, a pesar de los sueños cientificistas y los “efectos CSI”, será necesario seguir pensando con la ayuda de la historia los problemas de la gestión del saber experto en la administración de justicia.

 

 

José Ramón Bertomeu Sánchez
IILP-UV

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

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Páginas de internet y otros recursos

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