—La reconfiguración de saberes médicos en textos literarios del siglo XVII.—
Los textos dramáticos del siglo XVII proporcionan a la investigación histórica una fascinante visión de la imagen social de la medicina en una época en la que las representaciones teatrales eran algo así como una obsesión. Los géneros teatrales más importantes de la época (la comedia, el entremés y el auto sacramental) representan con frecuencia prácticas asociadas con la salud y la enfermedad, desde creencias populares o mágicas, hasta la medicina académica de los médicos. La representación teatral de la medicina académica es un tema especialmente bien estudiado. Conviene recordar, sin embargo, que la medicina en el teatro es una convención literaria y diferente de la realidad vivida en un momento histórico. No obstante, gracias a las frecuentes alusiones y referencias a la medicina académica, el teatro del siglo XVII sigue siendo de sumo interés para la historia social porque dramaturgos y actores fueron los intermediarios entre los textos médicos y el público en una sociedad marcada por un alto nivel de analfabetismo.
El autor teatral escribía desde su concepto de enfermedad y dramatizaba la medicina académica. La escena fue el punto de contacto con los públicos. Debido en parte a este contacto, existió un lenguaje común (satírico o sobrio) entre el público y el autor teatral, donde conceptos y términos procedentes del galenismo fueron utilizados habitualmente. De este modo, el sutil e intelectual galenismo de base humoralista, que era estudiado en las universidades y practicado por médicos, cirujanos y boticarios, se trasladó a los diálogos de los actores sobre el escenario. Las enfermedades representadas fueron descritas con signos, síntomas, pronóstico y tratamiento iguales a los señalados en textos de práctica médica o quirúrgica redactados en castellano durante esos años. Se puede decir, por lo tanto, que hubo una resistematización textual del saber médico que se destinaba a un público enormemente heterogéneo.
Se encuentran así frecuentes menciones a enfermedades, o al amor, a los celos y al deshonor, tratados habitualmente como una enfermedad incurable. Hubo dos formas principales de representación de la enfermedad que dependieron de la teatralización de la medicina dentro de las convenciones propias del género literario. Por un lado, en la comedia, la enfermedad y su tratamiento fueron representados sobre los escenarios, tendiendo a dramatizar la transmisión textual. Por otro, en el entremés, dadas sus características, no se pone sobre el escenario el saber médico libresco, sino las diferentes formas de recepción y transmisión de la práctica médica.
La enfermedad se escenificó en comedias con todo tipo de argumentos, tanto en una comedia de “capa y espada” como en textos con argumento histórico o legendario. El amor médico es una comedia con un tema tan fructífero como el de una mujer disfrazada de médico universitario, tergiversando así la realidad de la práctica médica, y con la presencia constante del tema del amor como enfermedad. Jerónima, la protagonista indiscutible de esta comedia, hace toda una exposición de la teoría galénica de la salud y la enfermedad. Explica la salud como equilibrio humoral citando textualmente la igualdad y simetría humoral ad pondus de Galeno. También describe la circulación de la sangre de acuerdo con el galenismo: “y tiene su esfera propia en el hígado, y de allí, blanca entrando, sale roja a nutrir todos los miembros”. La aparición de la enfermedad es explicada por la corrupción de los humores por causas externas (“cualquiera alteración que la destemple y corrompa”). Se termina con una definición del término griego síntoma, término totalmente técnico y propio del léxico médico, que equipara a accidente.
El amor médico es un perfecto ejemplo de la dramatización del saber médico textual y, a la vez, de la cultura académica de la medicina. Puso sobre el escenario a una médica con amplios conocimientos teóricos, pero que compartía con el público saberes y expresiones para describir el amor como enfermedad. Aquí, como en otras muchas comedias, se comprueba que el galenismo humoralista formaba parte de un lenguaje compartido, de unos saberes con los que el público estaba indudablemente familiarizado.
Las formas en que se representó la enfermedad en la comedia son muchas, tantas casi como las enfermedades representadas, y a veces son el eje de la trama. Un magnífico ejemplo es El acero de Madrid de Lope, al principio una enfermedad fingida (una “opilación”) por la protagonista, Belisa, que finalmente resulta ser un embarazo conducen el hilo argumental y dan título a la comedia. En los textos médicos, tal y como le ocurre a Belisa, una de las formas más características de la opilación femenina es la ausencia de reglas, unas faltas menstruales no necesariamente producidas por un embarazo. Por otro lado, los remedios sugeridos son la misma medicación que prescribían los médicos: beber agua acerada (agua donde se había sumergido y enfriado hierro candente) y, a continuación, caminar para que hiciera efecto. Es decir, la protagonista debía salir a “pasear” el remedio, de ahí el título de la comedia. Los rasgos de las opilaciones femeninas aparecen descritos en los mismos términos, pero con un estilo completamente diferente al de Lope, en el Diálogo del hierro y sus grandezas (1574), el tratado que Nicolás Monardes escribió sobre el uso terapéutico de dicho metal. Es decir, en el libro científico y académico de Monardes está expuesto el argumento de El acero de Madrid.
En otras comedias, una enfermedad tiene un papel destacado en el argumento. Por ejemplo, en El parecido de Agustín Moreto, el fingimiento de una perlesía (pérdida de movilidad de una parte del cuerpo) es una de las bases del enredo. En esta comedia, el protagonista es confundido por su parecido físico con el hijo de un hidalgo desaparecido en Indias. Dada su pobreza, finge haber padecido una perlesía que le ha provocado una pérdida de memoria, por la que no puede ni reconocer a su propio padre. El gracioso Tacón relata sobre el escenario los síntomas y las secuelas de la enfermedad de su amo exactamente en los mismos términos estipulados en tratados médicos contemporáneos. Es decir, Moreto elige una enfermedad, la perlesía, que según el afamado cirujano Dionisio Daza Chacón (1510-1596) no es una enfermedad aguda, pero que tenía como uno de sus pronósticos la pérdida de memoria. El dramaturgo actúa así de intermediario entre el ilustre Daza y el público, entre texto académico y espectáculo.
Ni la opilación ni la perlesía fueron las enfermedades que más aparecen en escena, ni tampoco los dramaturgos se interesaron por las dolencias más frecuentes, las más “experimentadas” por la población. Como se ha dicho, la medicina en el teatro es una convención literaria y el teatro no simplemente refleja la realidad social. Al margen de su incidencia, hubo dos enfermedades que fueron una verdadera obsesión en la comedia: la melancolía, quizás una de las enfermedades más estudiadas y representadas, y la hidropesía, en este último caso no por la enfermedad en sí, sino por uno de sus síntomas más destacados: la sed insaciable. De este modo, el término “hidrópico” fue utilizado en todo tipo de contextos para designar un afán desmedido o una gran cantidad de algo.
Bien diferente fue la puesta en escena del morbo gálico, en obras como Juan de Dios y Antón Martín de Lope, cuyo título alude al Hospital de Antón Martín de Madrid, un centro situado cerca de los corrales de comedias y dedicado al tratamiento de esta enfermedad. El morbo gálico es quizás la única enfermedad de la que se escenifica su etiología (los que dicen que procede de un resfriado cuando todo el mundo conoce su transmisión sexual), su diagnóstico, su pronóstico y, aún más, los diferentes tratamientos (tanto con guayaco como con mercuriales). Los actores hablan con familiaridad y frecuencia de unciones, siropes, purgantes y dolor, además de su fácil trasmisión y contagio.
Entre los actos de las comedias se solían representar breves obras de teatro denominadas “entremeses”, donde el saber médico se experimentaba, transmitía, recibía y, sobre todo, satirizaba. Como se ha señalado ya, en el entremés se tendía a dramatizar la enfermedad no desde las coordinadas de la medicina académica, sino desde la perspectiva del paciente o del público espectador. Los “entremesistas” usaron los términos con que se designaban enfermedades para introducir elementos cómicos dentro del discurso humorístico y satírico propio del género. La enfermedad como tal no se representa, sino que o bien se situaba el tratamiento en los argumentos de asuntos cotidianos, o en el tema del “mundo al revés”, o bien se usaban conceptos procedentes de la teoría humoral.
Dos ejemplos permitirán mostrar la forma de representar la enfermedad en los entremeses. El primero, El murmurador de Quiñones de Benavente, presenta la teoría galénica de la enfermedad como sátira. Su inicio es un ejemplo magnífico de cómo la teoría galénica de la enfermedad podía hacer reír a un público que la conocía. El pronóstico era uno de los ejes de la relación entre médicos y enfermos, cuando el médico pronosticaba el curso de la enfermedad tras establecer el diagnóstico. El murmurador comienza con el encuentro de dos amigas, Quiteria y Estefanía, que entablan un diálogo centrado en una lista de enfermedades, las cuales se van mencionando en escena en un orden muy determinado que sigue en línea ascendente la gravedad de su pronóstico según la medicina académica humoral. La lista termina con la peor de todas, la “peste”, una enfermedad cuyo único pronóstico era indefectiblemente el fallecimiento. Para Quiteria, la más temida enfermedad, todavía peor que la peste, y con un pronóstico fatal, era estar casada. La sátira no tendría sus efectos cómicos si el público no conociera expresiones de la medicina académica (términos como “tabardillo” o “modorra”) y saberes relacionados con el pronóstico, por lo que es un buen ejemplo de popularización del galenismo en el escenario.
El segundo ejemplo está repleto de juegos de palabras, muy abundantes en los entremeses, que proporcionan un contenido satírico, claramente erótico. Fueron frecuentes las alusiones al sexo como enfermedad. Las enfermedades contagiosas habituales en la época, incluso las consideradas “nuevas”, como el “garrotillo”, fueron escenificadas en los entremeses. En El talego, de Quiñones, tras examinar al “enfermo” se le diagnostica garrotillo. Para entender este diálogo sobre un talego enfermo el público debía saber lo que era el garrotillo, sus síntomas (le examinan la boca) y su carácter contagioso. No es extraño si se tiene en cuenta que entre 1583 y 1638 hubo seis epidemias de esta enfermedad en la Península Ibérica.
En conclusión, como la producción y recepción de un texto teatral es una práctica cultural, las distintas formas en que se nombran y se representan las enfermedades en el teatro del Siglo de Oro corresponden a las de la medicina galénica. La escena es el punto de contacto entre texto y público, y la medicina que aparece en el teatro del Siglo de Oro es la de la época: el autor escribe siempre desde su concepto de enfermedad, dramatiza la medicina académica, punto de contacto con el público, ya que ambos comparten conceptos de la misma medicina galénica humoral. Sin ese punto de contacto, el texto teatral no sería entendido por el público.
Maríaluz López-Terrada
INGENIO (CSIC-Universitat Politècnica de València)
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Lecturas recomendadas
López-Terrada, María Luz. “Sallow-Faced Girl, Either It’s Love or You’ve Been Eating Clay’: The Representation of Illness in Golden Age Theater”. En: ohn Slater, María Luz López-Terrada, y José Pardo-Tomás, eds. Medical Cultures of the Early Modern Spanish Empire. Farnham, Ashgate, 2014, pp. 167-188.
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Fuentes
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