—La mierda tiene su forma peculiar de desvelar y aumentar las divisiones sociales.—

 

Estamos poniendo el mundo del revés. Las operaciones mineras masivas desgarran la roca, desenterrando litio, coltán y cientos de otros minerales para alimentar nuestro gigantesco apetito por la electrónica. La arena extraída de los lechos de ríos y océanos se convierte en hormigón. Hay ya suficiente para cubrir todo el globo con una capa de dos milímetros de espesor. El petróleo aspirado del lecho marino impulsa la locomoción y la manufactura y sirve como base química para nuestras vidas plastificadas. Se podría envolver fácilmente nuestra réplica de hormigón del planeta en una envoltura de plástico.

Poner el planeta del revés es complicado. Recuperar todos esos minerales requiere perforar toneladas de lo que la industria minera llama “material estéril”, un término suficientemente revelador porque apunta a materiales que percibe como puramente obstructivos, sin utilidad, infértiles en todos los sentidos. Una cadena de oro ordinario de 14 quilates deja una tonelada de roca estéril en Sudáfrica. Para obtener el litio que alimenta los teléfonos móviles y los coches eléctricos hay que perforar a través de frágiles lechos de sal, magnesio y potasio en todo lo alto de los Andes chilenos, lo que provoca apilamientos y grandes charcos de materiales desechados. Más de 12.000 vertidos incontrolados de petróleo han contaminado el delta del río Níger. Todo esto y más, mucho más, solo por extraer.

Los científicos de sistemas terrestres retratan estos procesos mediante curvas que parecen un palo de golf. Sus inquietantes gráficas asintóticas muestran una “gran aceleración” en el despilfarro de materiales planetarios desde la segunda mitad del siglo XX. Algunos aumentos exponenciales pueden medirse directamente, como los del dióxido de carbono o los del metano; otros requieren cierta extrapolación, como los relacionados con la construcción de presas o el transporte motorizado. De cualquier modo, el resultado es claro y distinto. Las moléculas y los materiales que se descartan en el curso de la reversión planetaria no se desvanecen en la nada, sino que se mueven, se elevan hacia la atmósfera, se esparcen por suelos que alguna vez fueron fértiles y se infiltran en las vías fluviales. Estamos mundializando nuestros desechos.

Gráficos con los que suele ilustrarse la “gran aceleración” iniciada a mediados del siglo XX.

Los humanos siempre han producido desechos. Pero los desechos se convierten en desperdicios y residuos solo si no se metabolizan de manera significativa. Pongamos por ejemplo los productos que salen más o menos a diario de nuestros cuerpos: la caca y el pipí. Muchas sociedades han prosperado haciendo uso de las heces humanas, en lugar de descartarlas. El Japón preindustrial transformó las excreciones en mercancías. Tal y como escribe la historiadora Susan Hanley, en Osaka “los derechos de materias fecales… pertenecían al propietario del edificio, mientras que la orina pertenecía a los inquilinos”. Durante 4.000 años, China mantuvo un sistema agrícola que utilizaba heces humanas como fertilizante. A principios del siglo XX, se recolectaban anualmente más de 180 millones de toneladas de estiércol humano en el Lejano Oriente, según estimaciones realizadas en 1911 por el especialista en ciencia del suelo Franklin Hiram King (1848 –1911). Estimaba una producción de 450 kilos anuales por persona que podían enriquecer el suelo con más de un millón de toneladas de nitrógeno, 376.000 toneladas de potasio y 150.000 toneladas de fósforo. Es cierto que King pudo haber exagerado un poco. Esas cifras equivalen a 1,2 kilos de caca por persona y día, lo que parece mucha evacuación. Sin embargo, resulta difícil descartar su comentario posterior:

“El hombre [con lo que King se refería a los colonos blancos estadounidenses] es el acelerador de desechos más extravagante que el mundo haya soportado jamás. Su pestilencia fulminante [“withering blight”] ha caído sobre todos los seres vivos a su alcance, sin exceptuar a él mismo; y su rifle de destrucción, en las manos incontroladas de una generación, ha arrasado con la fertilidad del suelo marino que solamente se pudo construir con siglos de vida…”

Eso fue hace poco más de 100 años. ¿Profético? Realmente no: King sacó sus conclusiones de las observaciones. Parece más bien otro ejemplo de “No digas que no te advertí” de un científico.

Sin embargo, hacer caca puede ser tan placentero como práctico. El autor francés del siglo XVI François Rabelais escribió no solamente sobre los placeres glotones de la ingestión de alimentos, sino también sobre el éxtasis de su evacuación. Respondiendo a la pregunta de su padre sobre cómo se mantenía limpio, el Gargantúa de cinco años de la ficción de Rabelais ofreció una larga lista de opciones que había probado, desde pañuelos hasta ortigas. Pero ninguno podría compararse con su mejor opción:

“Me limpié luego con una cofia, con un almohadón, con una zapatilla, con un cesto, ¡desagradable limpiaculos!, con un sombrero […] Después me limpié con una gallina, con un gallo, con un pollo, con la piel de una ternera, de una liebre, con un pichón, con un cuervo marino, con la toga de un letrado, con un dominó, con una toca, con un señuelo. Para concluir, yo digo y sostengo que el mejor limpiaculos es un ganso con muchas plumas [“oyzon bien dumeté” en el original francés], cogiéndole la cabeza entre las piernas. Os lo juro por mi honor: se siente en el culo una voluptuosidad mirífica, tanto por la dulzura del plumón como por el calor templado del animalito, que fácilmente se comunica a la morcilla cular y a los otros intestinos hasta llegar a regiones del corazón y del cerebro. Y no penséis que la felicidad de los héroes y semidioses que viven en los Campos Elíseos esté en los Asfódelos, en la ambrosía o en el néctar, como dicen aquí las viejas. Está, según mi opinión, en que se limpian el culo con un ganso. Tal es también la opinión del maestro Juan de Escocia.”

Ilustración de Gargantúa de Rabelais por Gustave Doré.

Una imagen sorprendente, pero muy de su tiempo. Hoy en día, podríamos tomarlo como una alegoría de la búsqueda incesante de la comodidad y el placer, omnipresente en las posibilidades de existencia moderna de la clase media. El papel higiénico ultrasuave de tres capas ofrece una imitación de esta vellosidad rabelesiana, mientras que las infraestructuras capitalistas permiten que las personas que hacen caca lo traten todo, heces y toallitas por igual, como desechos. Simplemente tírelo todo. No piense a dónde va. No es necesario lavar el ganso.

La gestión de la mierda es una actividad histórica y culturalmente contingente. Durante un tiempo, los europeos utilizaron excrementos humanos para el curtido y la fabricación de salitre. Cuando los viajeros del siglo XIX regresaron llenos de admiración por el uso a gran escala de fertilizantes humanos en China y Japón, los químicos explicaron con asentimiento que, cuando se trataba adecuadamente para eliminar las bacterias dañinas, las heces devolvían nitrógeno al suelo. Sin embargo, el olor hacía que el estiércol humano fuera difícil de vender. Lamentando las prácticas derrochadoras del capitalismo, Karl Marx señaló en Das Kapital (1867-1883) que los dirigentes de Londres “no encontraron mejor uso para la excreción de cuatro millones y medio de seres humanos que contaminar el Támesis a un alto costo”. De hecho, el reformador de la salud pública inglés Edwin Chadwick tuvo más éxito con los funcionarios franceses que con sus compatriotas. Afirmaba haber convencido al mismísimo emperador Napoleón III de las virtudes de las aguas residuales para la alimentación del ganado:

“Convencí al difunto Emperador para que ordenara ensayos de aguas residuales… Se seleccionó una vaca y se la colocó delante de hierba tratada con aguas residuales y otra sin tratar para que eligiera. Prefirió con gran avidez la hierba tratada y rindió su juicio final en forma de leche de calidad superior y mayor cantidad de mantequilla.”

En su obra Paris, Sewers and Sewermen (1991), el historiador Donald Reid describió con lujo de detalles el modo en que los ingenieros municipales parisinos “ampliaron” los experimentos con excrementos, filtrando y tratando las aguas residuales humanas para transformar “tierras anteriormente estériles” en un suelo exuberante donde las verduras crecían “con un vigor inexpresable”. El cultivo de aguas residuales prosperó en algunos suburbios de París hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando un aumento de los precios de la tierra hizo que no fuera rentable. Habría que marcar con otra X la columna de “Marx tenía razón”.

A pesar del éxito de las aguas residuales, los reformadores europeos no pudieron igualar la escala, la eficacia y los estándares de salud de los procedimientos seguidos en China o Japón, lo que no impidió que los europeos siguieran convencidos de su superioridad sanitaria sobre sus súbditos coloniales. En las primeras décadas del siglo XX, los funcionarios coloniales invocaron la salud pública (y la “misión civilizadora”) al rediseñar ciudades en Marruecos, Madagascar y otros lugares. Los políticos arrasaron y reconstruyeron viviendas, con la intención de proteger a los colonos europeos de las excreciones de sus vecinos africanos. En el mismo período, los imperialistas estadounidenses en Filipinas implementaron un conjunto de leyes fecales que el historiador Warwick Anderson describe como “colonialismo excremental”. En el apartheid de Sudáfrica, el acceso desigual a las tecnologías sanitarias formó la base de la jerarquía racial, hasta el punto de prohibirse a los sirvientes domésticos utilizar los mismos inodoros que limpiaban para sus empleadores. La segregación en nombre del saneamiento se convirtió en una herramienta del dominio colonial.

Imagen del Chansonnier de Zeghere van Male (1542), Bruges. Cambrai, Bibliothèque municipale, MS 128B, Folio 116v.

La defecación puede ser peligrosa, incluso mortal. Las Naciones Unidas estiman que unos 673 millones de personas no tienen más remedio que evacuar sus intestinos al aire libre. No todo el mundo ve esto como un problema, claro. Muchos agricultores masculinos en la India, por ejemplo, hacen caca bastante pacíficamente en sus parcelas a primera hora de la mañana. Sin embargo, para sus esposas e hijas, encontrar el momento y el lugar adecuados para hacer sus necesidades representa desafíos más serios. Hacerlo a la luz del día las deja vulnerables al acoso y la vergüenza. Hacerlo al amparo de la oscuridad puede provocar la irrupción de animales salvajes o violadores. Evitar tales peligros requiere mantener el control intestinal a una edad temprana. Una madre en Rajastán explica: “Hago que mis hijos se sienten en las patas de madera de la cuna si reciben la llamada de la naturaleza por la noche para que la presión pueda desaparecer, porque no puedo llevar a mis hijos pequeños a defecar solos por la noche”. Más allá de la incomodidad, defecar al aire libre presenta riesgos para la salud. La ausencia de agua para lavarse, la afición de las moscas por las heces y una variedad de otros vectores crean múltiples vías para la contaminación de los alimentos. La Organización Mundial de la Salud estima que se producen unas 800.000 muertes al año por la diarrea resultante. Cuando ataca el cólera, la suerte está echada.

Defecar con dignidad plantea una dificultad aún mayor para los pobres de las zonas urbanas. El aumento de la densidad urbana destruye la privacidad y aumenta enormemente la escala del problema. Las ciudades que se enfrentan al desafío de proporcionar agua corriente no tienen la infraestructura necesaria para inodoros con cisterna. En las mejores circunstancias, las letrinas en buen estado pueden proporcionar espacios seguros para responder a las necesidades sanitarias. Algunos municipios se esfuerzan por proporcionar instalaciones básicas para sus habitantes más necesitados. Otros dejan que la gente se las arregle como pueda. Para deleite de los expertos en política neoliberal, algunos de estos esfuerzos independientes pueden tener bastante éxito. En la ciudad de Tema, en la costa de Ghana, las instalaciones sanitarias comunitarias se han convertido en lucrativas empresas privadas. En Kampala, la capital de Uganda, los emprendedores creativos convierten los desechos en energía, fabricando haces de combustible como las briquetas de energía ‘My Kook’ (su lema: “brillan para reponer la naturaleza”). A pesar de todo, la porquería debe ser recogida y empaquetada para convertirse en recurso; las letrinas deben vaciarse para que sean eficaces. Y este es un trabajo sucio y de baja categoría en todo el mundo. La mierda tiene su forma peculiar de desvelar y aumentar las divisiones sociales.

 

 

Gabrielle Hecht
Stanford University

 

Cómo citar este artículo:
Hecht, Gabrielle. Mierda. Sabers en acció, 2022-02-02. https://sabersenaccio.iec.cat/es/mierda/.

 

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

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