—La gestión de residuos ante el aumento de población y la aparición de nuevos materiales.—
En los últimos años ha aparecido de manera repetida en los medios de comunicación la conocida como isla de basura, isla de plástico, o continente de plástico (en otros idiomas se habla de ‘sopa’ o ‘parche’), situada en una zona bastante remota, alejada de las costas del océano Pacífico Norte, y que ocupa una superficie equivalente a Alemania, España y Francia juntas. Quizás menos conocidas sean las otras cuatro concentraciones de basura encontradas, respectivamente, en los océanos Atlántico Norte, Índico, Pacífico Sur y Atlántico Sur, menores que la del Pacífico Norte. Todas ellas están situadas en los principales giros oceánicos, lugares donde las corrientes marinas forman un vórtice al que llega la basura, arrastrada por esas mismas corrientes, y donde permanece. Al contrario de las imágenes típicas de acumulaciones de botellas de plástico y otros envases, estas islas de basura están formadas por equipos de pesca y muchísimos trozos de plástico minúsculos, los llamados microplásticos, que son el resultado de la fotodegradación de plásticos de mayor tamaño. A pesar de que no hay un consenso claro sobre el porcentaje de plásticos procedentes de tierra firme y el de plásticos procedentes de barcos, lo que sí está claro es quién los ha producido y tirado: los seres humanos. Es uno de los muchos ejemplos de contaminación provocados por la humanidad sobre todo en el último siglo y medio, con una mayor intensidad a partir de mediados del siglo XX. Presente en el aire, en la tierra, en las aguas y en los seres vivos, incluidos nosotros, la contaminación es una realidad ubicua.
Si bien la magnitud y el alcance de la contaminación es un hecho de las últimas décadas o siglos, según se mire, la contaminación en sí no lo es. Desde la aparición de las primeras ciudades, hubo problemas de contaminación por acumulación de despojos (restos de comida) y aguas residuales, a lo cual había que añadir la que producían actividades como la metalurgia, el curtido de pieles y los hornos de cerámica, que se basaban en el uso de productos tóxicos como el plomo, el mercurio o el arsénico. La Atenas y la Roma clásicas padecieron contaminación acústica, atmosférica y del agua, así como problemas de acumulación de desechos. Muchas ciudades grandes contaban con alcantarillado que difícilmente recogía todos los residuos que se generaban, y también contaban con un servicio de recogida de basura, que era llevaba extramuros. Una vez fuera de las ciudades, los desechos se tiraban en lo que hoy llamaríamos basureros o vertederos. La generación de residuos, sobre todo orgánicos, siguió siendo un problema durante la Edad Media y la Edad Moderna, y se agudizó con el aumento de las poblaciones urbanas a partir de la Revolución Industrial. La acumulación de basura en vertederos y su vertido en ríos y costas fueron los métodos más comunes para hacer desaparecer los deshechos de las ciudades, cuando se hacía algo. En Londres, la basura se tiraba al Támesis. En Nueva York, en el East River. Sin embargo, hay que tener en cuenta que durante todo ese tiempo se generó mucha menos cantidad de desechos por persona que en la actualidad, porque dada la escasez y el precio de los materiales, se procuraba reutilizar todo lo posible.
El problema llegó a mediados del siglo XX, tras décadas de crecimiento de la población mundial y la cada vez mayor aglomeración de personas en grandes ciudades. A esta situación habría que añadir la aparición y proliferación de nuevos materiales y un cambio en los hábitos de consumo y en la generación y aprovechamiento de residuos. El caso de la ciudad de Barcelona es un buen ejemplo de lo que sucedió en muchos otros lugares. Hasta finales de la década de 1950, los desperdicios generados por los habitantes de la ciudad eran recogidos por los basureros. Con los carros o camiones llenos, volvían a sus casas, en las afueras de la ciudad, y una vez allí seleccionaban la basura. Trapos, papel, latas y otros residuos metálicos, cristal y madera eran vendidos para su recuperación. Los desperdicios orgánicos alimentaban cerdos, gallinas y patos criados por los basureros, y el estiércol que generaban, lo vendían a los campesinos como abono para sus campos.
Esto cambió a finales de 1960, cuando llegó la peste porcina y como consecuencia se prohibió usar residuos orgánicos como alimento para cerdos. Además, el plástico y otros materiales nuevos no se podían recuperar, así que el sistema de recogida de basuras dejó de ser rentable y los desechos empezaron a ser llevados hasta canteras y zonas de extracción de áridos cercanas a la ciudad (incluso dentro de ella, como fue el caso de Montjuïc), donde pasaron a rellenar los hoyos creados por esas explotaciones. A principios de la década de los setenta se empezó a buscar un lugar para usar como vertedero controlado de los residuos de Barcelona y otras poblaciones. El lugar elegido, que funcionó como tal desde 1974 hasta 2006, fue el macizo del Garraf, situado a 20 km de Barcelona.
Hay diversos riesgos asociados a los vertederos, entre los que destaca la generación de lixiviados y de metano. Los lixiviados son aguas residuales con una concentración de contaminantes por encima de la media, pues se generan durante la descomposición de la materia orgánica y al filtrarse el agua de lluvia a través de la basura. Si llegan a las aguas subterráneas, las contaminan. El metano se produce durante la fermentación de la materia orgánica, y su acumulación puede producir explosiones. Hay otros riesgos, como el ruido, los malos olores, los incendios y los corrimientos de tierras. Así pues, en un vertedero controlado, el terreno de la base y los laterales deben ser impermeabilizados para evitar que los lixiviados puedan llegar a las aguas subterráneas, y además se debe instalar un sistema de recogida y tratamiento de estos líquidos. También es necesaria la disposición de un sistema de recogida del metano, ya sean chimeneas o tuberías que lo conduzcan a una planta de generación de biogás, para ser usado como una fuente de energía alternativa. Hay otros tratamientos que minimizan los riesgos de los vertederos y alargan su vida útil, como por ejemplo la trituración de la basura previa al vertido, lo cual reduce el volumen de los residuos y permite recoger en la planta de trituración los lixiviados que se generan en el proceso, y su compactación. Una vez depositada, ir cubriéndola con capas de tierra evita los malos olores y la presencia de plagas.
Dados los riesgos inherentes a cualquier vertedero, un aspecto fundamental es su ubicación, concretamente, las características del terreno donde se va a instalar la infraestructura. En el caso del Garraf, un macizo cárstico lleno de cuevas y simas y con una elevada permeabilidad, lo cual lo convertía en uno de los lugares menos idóneos para usar como vertedero. Las características geológicas del macizo han sido el principal argumento de los detractores del proyecto, que durante décadas se han manifestado en contra. Vertederos e incineradoras son infraestructuras incómodas, si bien necesarias (aunque eso es muy discutible), y como tales, a menudo generan movimientos conocidos como NIMBY por sus siglas en inglés (Not In My Back Yard) o su variante SPAN (Sí, pero aquí no), que son reacciones de las comunidades en cuyo territorio se proyecta instalar equipamientos, infraestructuras o servicios considerados peligrosos, molestos o desagradables.
Sin embargo, la ubicación de un vertedero, con los riesgos que lleva aparejados, comporta una desigual distribución de los costes ambientales para determinados grupos humanos, la cual, a su vez, implica un conflicto ambiental. Las luchas contra esta distribución no equitativa son conocidas en todo el mundo como movimiento de justicia ambiental. Hay instalaciones o equipamientos altamente tóxicos pero que, al ser considerados necesarios, han sido ubicados en lugares determinados, que se han convertido en una especie de zona de sacrificio, y a cuyos habitantes se les ha ocultado de manera deliberada y sistemática la toxicidad de la actividad, cuando ha sido posible, o se les ha vendido la idea de que el cierre de la actividad supondría la pobreza económica de toda la población. Un ejemplo lo podemos encontrar en la crisis de la gestión de residuos en la Campania italiana.
La alternativa al uso de vertederos e incineradoras es evidente: una menor generación de residuos. Y aquí aparecen las famosas “R”, todos esos verbos que empiezan con esta letra y cuyo objetivo es minimizar la cantidad final de residuos. Además de las conocidas reducir, reutilizar y reciclar, han ido apareciendo otras, como por ejemplo rechazar, reparar, recuperar o reincorporar. En España ya hace décadas que se implantó la recogida selectiva de basuras, es decir, la selección y separación de basuras en los hogares, y su depósito en contenedores de distintos colores según el tipo de residuo, para su posterior tratamiento, como el compostaje o el reciclaje. Algunas comunidades autónomas han implementado, generalmente en municipios con baja densidad de población, la recogida puerta a puerta, que también funciona en diversos países europeos, y que consiste en entregar los residuos al servicio municipal de recogida delante de la puerta de la vivienda o comercio, en días y horas determinados para cada fracción recogida. Este sistema obtiene mejores resultados que la recogida selectiva en contenedores, tanto en cantidad como en calidad, y, a la vez, permite implantar sistemas de fiscalización más justos, como los de pago por generación de residuos. Sin embargo, los datos no son precisamente optimistas. Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2016 se recogieron en España 21,9 millones de toneladas de residuos urbanos; es decir, 471 kilogramos por habitante. De todo ello, sólo se recicló alrededor del 34% de los residuos urbanos recogidos, el 54% se llevó a vertederos, y casi un 12% se incineró. Y esos son solo cifras de residuos sólidos urbanos. Si le sumamos los residuos generados por la industria, la construcción y el sector servicios, el total de residuos generados fue de casi 129 millones de toneladas. Y aún habría que añadir las aguas residuales.
Ahora bien, con todos sus problemas, los residuos urbanos son algo relativamente tangible para la población, porque, a pesar de que los vertederos suelen estar en lugares más o menos escondidos y las incineradoras convierten los desechos en gas, como mínimo la gente ve la cantidad de bolsas de basura que lleva a los contenedores. En cambio, hay otros tipos de residuos, que también generamos como sociedad, que no son tan visibles. A menudo esa invisibilización es algo buscado, como por ejemplo la contaminación que se produce en determinadas minas e industrias, localizadas en países distantes de los consumidores. Pero también hay residuos que son intrínsecamente invisibles, como determinados gases (los CFC, el dióxido de carbono, etc.), o la radiación nuclear, por poner algunos ejemplos.
No obstante, que no veamos un residuo no debería ser una excusa desentendernos del problema, un problema que afecta a toda la humanidad, si bien no de igual manera. En los últimos años parece haber aumentado la concienciación de buena parte de la población, así como de las administraciones, y se están dando pasos para reducir los residuos que generamos. Una iniciativa muy interesante es la de residuo cero (zero waste), que consiste, como su nombre indica, en la reducción prácticamente total de los residuos a través de un cambio de hábitos de consumo basado en la compra y uso de menos materiales y en que estos materiales puedan ser reincorporados a un modelo de economía circular. Solo cabe esperar que esta tendencia se acentúe y tenga cada vez mayor alcance.
Judit Gil-Farrero
UB
Para saber más
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Lecturas recomendadas
Gil-Farrero, Judit. La restauración del paisaje como ocultación de toxicidad en el vertedero del Garraf. In: Guillem-Llobat, Ximo; Nieto-Galan Agustí, eds. Tóxicos Invisibles. La construcción de la ignorancia ambiental. Barcelona: Icaria; 2020, p. 159-183.
Gil Farrero, Judit; Masó Ferrerons, Laura. L’abocador del Garraf, tapar la ferida sense oblidar. La Directa. 22 Jun 2020 [Consulta 19 Gen 2021]. Disponible en este enlace.
Martínez Alier, Joan. El ecologismo de los pobres: conflictos ambientales y lenguajes de valoración. Barcelona: Icaria, 2011.
Estudios
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Pérez de Pedro, Pau. Olor de podrit, 1972-2006: el despropòsit del Garraf. L’abocador d’escombraries de Begues-Gavà. Terrassa: Pau Pérez de Pedro; 2008.
Fuentes
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Instituto Nacional de Estadística. España en cifras 2019. Madrid: INE; 2019. Disponible en este enlace.
Matthew, Teresa. Diving Into New York’s Trashy Past. Bloomberg CityLab. 14 Nov 2017 [Consulta 14 Feb 2021]. Disponible en este enlace.
Parker, Laura. ¿De qué está hecha la isla de basura del Pacífico? National Geographic. 23 Mar 2018 [Consulta 19 Ene 2021]. Disponible en este enlace.
Páginas de internet y otros recursos
GAIA, Global Alliance for Incinerator Alternatives / Global Anti-Incinerator Alliance [Consulta 19 Ene 2021]. Disponible en este enlace.
EJAtlas – Global Atlas of Environmental Justice [Consulta 19 Ene 2021]. Disponible en este enlace.
Zero Waste Cities [Consulta 19 Ene 2021]. Disponible en este enlace.