—La cultura material de la poliomielitis permite conocer las nuevas tendencias de la historia social de las tecnologías médicas.—

 

“Como la tecnología me priva de la intimidad de mi enfermedad, la convierte en algo que no es mío, sino que pertenece a la ciencia, desearía que mi médico de alguna manera la repersonalizara para mí. A mí me resultaría más satisfactoria, me permitiría sentir que soy dueño de mi enfermedad […] Tal vez la nuestra podría ser esa clase de belleza. Tal como encarga unos análisis de sangre y un escáner de mi estructura ósea, me gustaría que mi médico me escanease a mí, que me palpase el espíritu además de la próstata. Sin algún reconocimiento no soy más que mi enfermedad.”

Anatole Broyard, Intoxicated by my illness (1992)

 

En 2015 se llevó a cabo un ejercicio de racionalización de recursos –cierre de un viejo almacén industrial junto al Llobregat– pilotado por el Museu Nacional de la Ciència i de la Tècnica de Catalunya (MNACTEC) con la colaboración del Museu d’Història de la Medicina de Catalunya (MHMC). En el trabajo de identificación, rescate y descarte de objetos aparecieron dos respiradores artificiales: un pulmón de acero de presión negativa de fabricación francesa y un Engstrom 200 de presión positiva, conocido en Barcelona, además de por el nombre de su creador sueco (Carl Engström), como “el tranvía” por su ruidoso funcionamiento, revelando así aquel contexto urbano de finales de los años cincuenta. Parecía, por fin, hacerse visible la cultura material de la poliomielitis en estas latitudes.

Sala general del Servicio Antipoliomielítico, Hospital Municipal de Enfermedades Infecciosas, Barcelona, década de 1960. Museu d’Història de la Medicina de Catalunya.

La cultura material de la medicina, y de la ciencia en general, corre siempre el riesgo de desaparecer debido al desuso por razones diversas como la obsolescencia, el cambio de orientación en la práctica médica o una simple avería. En el caso que nos ocupa, las vacunas contra la polio fueron decisivas porque no solo propiciaron la drástica reducción de las formas graves de aquella enfermedad, sino también el recambio tecnológico de manera progresiva y, de este modo, la retirada de las mencionadas máquinas y su abandono o destrucción con el cierre de la unidad médica donde prestaban servicio… Ese proceso, completado en la década de 1970, se acompañó de una pérdida de memoria oral a lo largo del siguiente medio siglo. A su vez, los dos respiradores rescatados pasaron de una cripta a otra, del almacén del Llobregat a otro depósito en Cervera. No han salido de allí hasta el año 2021. Ahora lucen, en un lugar destacado, dentro de una exposición del MNACTEC dedicada al papel de las epidemias en la historia. Sin embargo, su protagonismo es el de dos trastos tecnológicos, incomprensibles, descontextualizados, sin agencia ni voz, sin ruido… Parecen haber perdido toda capacidad de comunicar ciencia o de atraer la atención mediante un posible juego emocional.

Enfermeras al cuidado del enfermo en un pulmón de acero en el Servicio Antipoliomielítico, Hospital Municipal de Enfermedades Infecciosas, Barcelona, década de 1960. Museu d’Història de la Medicina de Catalunya.

La introducción del denominado “giro práctico”, es decir, el estudio detallado de las prácticas científicas, a partir de los métodos de la sociología constructivista y de la etnografía, ampliaron las posibilidades heurísticas e interpretativas de la historia de la ciencia desde mediados de la década de 1980. Se han sucedido así un sinfín de herramientas analíticas para tratar estas cuestiones: “biografías de objetos”, “objetos epistémicos”, “cajas negras”, “conocimiento comunicable”, “tecnologías de la inscripción”. Lejos de caer en el determinismo tecnológico, estas aproximaciones han permitido formular una historia social de las tecnologías médicas y producir una narrativa más rica y compleja. El reto ha consistido desde entonces en saber incorporar la materialidad de la ciencia al arsenal de fuentes del trabajo histórico, lo que requiere aprender técnicas hermenéuticas para “leer” los artefactos.

Esa polifonía se ha traducido en investigaciones y publicaciones donde lejos queda ya una historia de la ciencia basada exclusivamente en fuentes escritas. El foco de la investigación histórica concede ahora centralidad a objetos, instrumentos, técnicas, espacios; se interesa por todas las manos que intervienen de una manera u otra en su actividad contingente; se moviliza una pluralidad de sistemas semióticos que permiten explicar cómo se crea, comunica, negocia, debate, disputa, adopta, transforma y reescribe el conocimiento científico. Esta manera de hacer, de pensar históricamente las prácticas científicas, supera además acercamientos internalistas, narrativas de progreso con sus héroes –casi siempre masculinos– y, también, la mirada propia del anticuario. Se trata, en definitiva, de observar las prácticas médicas como el producto de sus contextos sociales, políticos y económicos.

Niño enfermo de poliomielitis con respirador artificial en el Servicio Antipoliomielítico, Hospital Municipal de Enfermedades Infecciosas, Barcelona, década de 1960. Museu d’Història de la Medicina de Catalunya.

La incorporación de estos nuevos métodos y objetos al trabajo histórico ha permitido relecturas de temas clásicos y contemporáneos de la historia de la medicina, tales como el tránsito de la medicina galénica a la medicina científica, de la centralidad de la narrativa del paciente a una orientación médica mediatizada por instrumentos, de la sintomatología subjetiva a la matematización de los signos, a la construcción de patrones de normalidad biológica, de rangos fisiológicos, a la estandardización de protocolos, a la inclusión y problematización de sesgos de clase, de género, de raza, a la fragmentación del paciente –a veces, a su desaparición–, a la monitorización completa del paciente, a la búsqueda del paciente transparente, al desarrollo de burocracias reguladoras, al negocio creciente de las empresas tecnológicas y farmacéuticas, etc. También de las resistencias a estos cambios, a las novedades, tanto por parte de los profesionales de la salud como de los enfermos. La llamada “revolución del paciente”, y de las asociaciones de enfermos o de sus familiares, ha introducido aquí otra manera de hacer, ver y entender las prácticas médicas.

La medicina contemporánea se fundamenta en una materialidad, en una diversidad de medios que condicionan y definen las prácticas, los espacios y un conjunto de personas, que van más allá de los profesionales de la salud y de los pacientes. Esta materialidad forma parte intrínseca de las prácticas y de los espacios de la medicina contemporánea, conforma y define especialidades y especialistas, orienta las preguntas de investigación, concita el concurso de una diversidad de profesionales –desde la arquitectura y la ingeniería al mantenimiento, pasando por la comercialización y la comunicación–, comporta la creación de nuevos lenguajes –códigos visuales y auditivos y, también, un sinfín de nombres, connotados y cargados de significados– y permite ver la agencia de pacientes y grupos afines.

Pulmón de acero donado por la 6ª flota de los Estados Unidos de América al Hospital Clínico de Barcelona, 6 de febrero de 1963. Museu d’Història de la Medicina de Catalunya.

Cuando se dirige la mirada a la cultura material superviviente de la poliomielitis en la Barcelona franquista, rápidamente se comprueba que son pocos los testigos disponibles, más allá de las dos máquinas citadas. Cuando desaparecen estas fuentes resulta complicado realizar una aproximación etnográfica de determinadas enfermedades y prácticas médicas. También se dificulta la reconstrucción del contexto social en el que tuvieron lugar porque las publicaciones médicas que permanecen omiten la contingencia de todo aquello. La memoria visual que queda muestra espacios efímeros y prácticas evanescentes, también personas que sufren y trabajan. Sin embargo, desconocemos quién participó en el diseño de aquellas salas donde se ubicaron aquellas máquinas y bajo qué criterios se formularon, cómo se formaron equipos de trabajo y cómo se entrenaron en aquellas prácticas, cómo se hizo frente a las complicaciones y cómo se protocolizaron técnicas del cuidado en lo cotidiano y ante la emergencia, cómo reaccionaron los pacientes y sus familiares ante aquellas prácticas.

Tampoco sabemos de dónde salieron aquellas máquinas, qué mecanismos de propaganda se activaron en su comunicación pública, cómo las autoridades capitalizaron su instalación, cómo se articularon campañas benéficas promovidas por un estado promotor de una ideología caritativa. Tal vez hemos perdido ya la oportunidad de saber quién manejó aquellas máquinas, quién las padeció y cómo, quién las reparó cuando se averiaron, cómo se hizo frente a los apagones, qué papel jugaron los técnicos invisibles. Nos preguntamos qué podemos saber de las relaciones entre el personal sanitario, los técnicos, las autoridades y los enfermos, cómo aquellas máquinas participaron en la construcción de nuevos espacios y prácticas como fueron las unidades de cuidados intensivos, en qué medida aquella transición tecnológica, propiciatoria de nuevos conocimientos –de una especialidad con su corolario de especialistas, lenguajes, técnicas, etc.–, tomó elementos de un mundo que desaparecía y, en fin, dónde quedaron los objetos y las voces de aquella ciencia, de aquellas prácticas.

Pelayo Font, técnico del Servicio Antipoliomielítico, Hospital Municipal de Enfermedades Infecciosas, Barcelona, década de 1960. Museu d’Història de la Medicina de Catalunya.

El análisis de las tecnologías médicas puede así abrir el foco y ampliar las preguntas y las respuestas del trabajo histórico. También permite mostrar la necesidad imperiosa del rescate de la cultura material, de políticas activas de inclusión sistemática en la docencia tanto en el ámbito de las ciencias de la salud, como de cualquier otro ámbito científico y tecnológico. Finalmente, el tipo de análisis planteado en este capítulo permite, al mismo tiempo, ofrecer un marco de reflexión para entender el significado de estas tecnologías a las personas que las producen o trabajan con ellas, así como también a los pacientes sobre los que se aplican.

 

 

Alfons Zarzoso
Museu d’Història de la Medicina de Catalunya

 

Para saber más

Puedes ampliar la información con la bibliografía y recursos disponibles.

Lecturas recomendadas

Karin Johannisson, Los signos: el médico y el arte de la lectura del cuerpo, Barcelona, Melusina, 2006.

Irina Podgorny, ed. “Los archivos de la ciencia: prácticas científicas, cultura material y organización del saber”, Revista Electrónica de Fuentes y Archivos, 4 (3), 2013: 15-199. Disponible en este enlace.

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Fuentes

Anatole Broyard, Intoxicated by my illness (and other writings on life and death, 1992. (edición en castellano: La uÑa Ro Ta, Segovia, 2013).

Páginas de internet y otros recursos

“The Virtual Laboratory”, Institut Max Planck de Historia de la Ciencia, Berlin. Disponible en este enlace.

Medical Museion, Universidad de Copenhague. Disponible en este enlace.

Museu d’Història de la Medicina de Catalunya. Disponible en este enlace.

European Association of Museums of the History of the Medical Sciences. Disponible en este enlace.